Lula: “Lo que vale es la lucha”

Lula: “Lo que vale es la lucha”
16 septiembre, 2019 por Tercer Mundo

El ex presidente brasileño habla sobre las causas judiciales en su contra, la política ultraconservadora de Jair Bolsonaro y de los intereses de Estados Unidos en América Latina.

Por Ignacio Ramonet para Rebelión

Al ex presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, encarcelado en la ciudad de Curitiba, en el sur del país, solo le permiten la visita de dos personas por semana. Una hora. Los jueves en la tarde, de cuatro a cinco. Hay que esperar turno. Y la lista de quienes desean verlo es larga… Pero el 12 de septiembre, nos toca a Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz, y a mí. Lula está en prisión, cumpliendo una pena de 12 años y un mes “por corrupción pasiva y lavado de dinero”, pero no ha sido condenado definitivamente (aún puede apelar) y, sobre todo, sus acusadores no han podido demostrar su culpabilidad.

Todo ha sido una farsa. Como lo han confirmado las demoledoras revelaciones de The Intercept, una revista de investigación on line dirigida por Glenn Greenwald. Lula ha sido víctima de la arbitrariedad más absoluta. Una trama jurídica totalmente manipulada, destinada a arruinar su popularidad y a eliminarlo de la vida política. A asesinarlo mediáticamente impidiendo, de ese modo, que pudiese presentarse y ganar las elecciones presidenciales del 2018. Una suerte de “golpe de Estado preventivo”.

Además de ser juzgado de manera absolutamente arbitraria e indecente, Lula ha sido linchado permanentemente por los grandes grupos mediáticos dominantes -en particular O Globo, al servicio de los intereses de los mayores empresarios, con un odio feroz y revanchista contra el mejor presidente de la historia de Brasil, que sacó de la pobreza a cuarenta millones de brasileños y creó el programa “hambre cero”. No se lo perdonan.

Cuando falleció su hermano mayor, Genival “Vavá”, el más querido, no le dejaron asistir al entierro, a pesar de ser un derecho garantizado por la ley. Y cuando murió de meningitis su nietecito Arthur, de 7 años, el más allegado, sólo le permitieron ir una hora y media al velatorio… Humillaciones, vejaciones, venganzas miserables…

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Antes de poner rumbo hacia la cárcel -situada a unos siete kilómetros del centro de Curitiba-, nos reunimos con un grupo de personas cercanas al ex presidente, para que nos expliquen el contexto. Roberto Baggio, dirigente local del Movimiento de los Sin Tierra (MST), nos cuenta cómo se organizó la movilización permanente, a la que llaman la “Vigilia”. Cientos de personas del gran movimiento “Lula libre” acampan en permanencia frente al edificio carcelario, organizando reuniones, debates, conferencias, conciertos. Y tres veces al día -a las 9, a las 14.30 y a las 19-, lanzan a todo pulmón un sonoro: “¡Bom día!”, “¡Boa tarde!”, “¡Boa noite, Presidente!”. “Para que Lula nos oiga, darle ánimo -nos dice Roberto Baggio-, y hacerle llegar la voz del pueblo… Al principio, pensábamos que eso duraría cinco o seis días, y que el Tribunal Supremo pondría en libertad a Lula. Pero ahora estamos organizados para una Protesta Popular Prolongada”.


Carlos Luiz Rocha es uno de los abogados de Lula. Va a verlo casi todos los días. Nos cuenta que el equipo jurídico del ex presidente cuestiona la imparcialidad del juez Sergio Moro, ahora recompensado por Jair Bolsonaro con el ministerio de Justicia, y la imparcialidad de los procuradores. “The Intercept lo ha demostrado”, nos dice, y añade: “Deltan Dallagnol, el procurador jefe, me lo ha confirmado él mismo. Me afirmó que ‘en el caso de Lula, la cuestión jurídica es una pura filigrana… el problema es político’”. Rocha es relativamente optimista porque, según él, a partir del próximo 20 de septiembre, Lula ya habrá cumplido la parte de la pena suficiente para poder salir en ‘arresto domiciliario’. “Hay otro elemento importante -nos dice-. Mientras la popularidad de Bolsonaro está cayendo fuertemente, las encuestas muestran que la de Lula vuelve a subir. Actualmente, ya más del 53 por ciento de los ciudadanos piensan que Lula es inocente. La presión social va siendo cada vez más intensa en favor nuestro”.


Se ha sumado a nosotros nuestra amiga Mônica Valente, secretaria de relaciones internacionales del Partido de los Trabajadores (PT), y secretaria general del Foro de Sao Paulo. Juntos, con estos amigos, nos ponemos en ruta hacia el lugar de encarcelamiento de Lula. La cita con el ex presidente es a las 4 de la tarde. Pero antes vamos a saludar a los grupos de la “Vigilia”, y hay que prever las formalidades de ingreso en el edificio carcelario. No es una prisión ordinaria, sino la sede administrativa de la Policía Federal, en cuyo seno se ha improvisado un local que sirve de celda.

Sólo entraremos a ver a Lula, Adolfo Pérez Esquivel y yo, acompañados por el abogado Carlos L. Rocha y Mônica Valente. Aunque el personal carcelario es cordial, no deja de ser muy estricto. Los teléfonos nos son retirados. El cacheo es electrónico y minucioso. Solo es permitido llevarle al reo libros y cartas, y aún… porque Adolfo le trae 15.000 cartas de admiradores en un pendrive y se lo confiscan, para verificarlo muy atentamente… Luego se lo devolverán. Lula está en la cuarta planta. No lo vamos a ver en una sala especial para visitas, sino en su propia celda donde está encerrado. Subimos por un ascensor hasta el tercer piso y alcanzamos el último a pie. Al final de un pasillito, a la izquierda, está la puerta. Hay un guardia armado sentado delante que nos abre. En nada esto se asemeja a una prisión -excepto los guardianes-; parece más bien un local administrativo y anónimo de oficinas. Nos ha acompañado hasta aquí el carcelero jefe, Jorge Chastalo (está escrito en su camiseta), alto, fuerte, rubio, de ojos verde-azules, con los antebrazos tatuados. Un hombre amable y constructivo quien tiene, constato, unas relaciones cordiales con su prisionero.

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La habitación-celda es rectangular. Entramos por uno de los lados pequeños y se nos presenta en toda su profundidad. Como nos han confiscado los teléfonos, no puedo sacar fotos y tomo nota mental de todo lo que observo. Tiene unos seis o siete metros de largo por unos tres y medio de ancho, o sea unos 22 metros cuadrados de superficie. Justo a la derecha, al entrar, está el baño, con ducha e inodoro; es un cuarto aparte. Al fondo, enfrente, hay dos grandes ventanas cuadradas con rejas horizontales de metal, pintadas de blanco. Unos toldos de color gris-plata exteriores dejan entrar la luz natural del día, pero impiden ver el exterior. En el ángulo izquierdo del fondo, está la cama individual recubierta con un cubrecama color negro y en el suelo una alfombrita. Encima de la cama, clavadas en la pared, hay cinco grandes fotografías en colores del pequeño Arthur, recién fallecido, y de los otros nietos de Lula con sus padres. Al lado, a la derecha, y debajo de una de las ventanas, hay una mesita de noche de madera clara, de estilo años 1950, con dos cajones superpuestos, de color rojo el de arriba. A los pies de la cama, un mueble también de madera sirve de soporte a un pequeño televisor negro de pantalla plana de 32 pulgadas. Al lado, también contra la pared izquierda, hay una mesita bajita con una cafetera y lo necesario para hacer café. Pegado a ella, otro mueble cuadrado y más alto, sirve de soporte a una fuente de agua, una bombona color verde esmeralda como las que se ven en las oficinas. La marca del agua es “Prata da Serra”.


El otro ángulo del fondo, a la derecha, es el rincón gimnasio, con un banco recubierto de falso cuero negro para ejercicios, gomas elásticas para musculación y una gran caminadora. Al lado, entre la cama y la caminadora, un pequeño calentador eléctrico sobre ruedas, color negro. En lo alto de la pared del fondo, sobre las ventanas, hay un aire acondicionado de color blanco. En medio de la habitación, una mesa cuadrada de 1,20 metros de lado, cubierta con un hule azul celeste y blanco, y cuatro sillas confortables, con reposabrazos, de color negro. Una quinta silla o sillón está disponible contra la pared derecha. Finalmente, pegado al tabique que separa la habitación del cuarto de baño, un gran armario de tres cuerpos, color roble claro y blanco, con una pequeña estantería en el lado derecho que sirve de biblioteca. Todo modesto y austero, hasta espartano, para un hombre que fue durante ocho años el presidente de una de las diez principales potencias del mundo. Pero todo muy ordenado, muy limpio, muy organizado.


Con su cariño de siempre, con calurosos abrazos y palabras de amistad y afecto, Lula nos acoge con su voz característica, ronca y potente. Viste una camiseta Adidas del Corinthians, su equipo paulista de fútbol favorito, un pantalón de sudadera gris clarito de marca Nike, y unas chanclas blancas de tipo havaianas. Se le ve muy bien de salud, robusto, fuerte. “Camino nueve kilómetros diarios”, nos dice. Y en excelente estado psicológico. “Esperaremos tiempos mejores para estar pesimista -afirma-. Nunca he sido depresivo, jamás desde que nací; y no lo voy a ser ahora”.

Nos sentamos en torno a la mesita, él frente a la puerta, dándole la espalda a las ventanas; Adolfo a su derecha, Mônica enfrente, el abogado Rocha un poco aparte, entre Adolfo y Mônica, y yo a su izquierda. Sobre la mesa hay cuatro mugs llenos de lápices de colores y bolígrafos. Le entrego los dos libros que le he traído: las ediciones brasileñas de Cien horas con Fidel y Hugo Chávez, mi primera vida. Bromea sobre su propia biografía que está escribiendo, desde hace años, nuestro amigo Fernando Morais: “No sé cuándo la va a terminar… Todo empezó cuando salí de la presidencia, en enero de 2011. Unos días después fui a un encuentro con los cartoneros de Sao Paulo… Era debajo de un puente y allí una niña me preguntó si yo sabía lo que había hecho en favor de los cartoneros… Me sorprendió y le dije que, bueno, nuestros programas sociales, en educación, en salud, en vivienda, etc. Y ella me dijo: ‘No, lo que usted nos dio fue dignidad’. ¡Una niña! Me quedé impresionado, y lo comenté con Fernando. Le dije: ‘Mira, sería bueno hacer un libro con lo que la gente piensa de lo que hicimos nosotros en el gobierno, lo que piensan los funcionarios, los comerciantes, los empresarios, los trabajadores, los campesinos, los maestros. Ir preguntándoles, recoger las respuestas. Hacer un libro no con lo que yo puedo contar de mi presidencia, sino con lo que la propia gente dice’. Ese era el proyecto (se ríe), pero Fernando se ha lanzado en una obra titánica, porque quiere ser exhaustivo… Sólo ha escrito sobre el período 1980-2002, o sea antes de llegar yo a la presidencia, y ya es un tomo colosal, porque en ese periodo de 22 años ocurrieron tantas cosas: fundamos la CUT (Central Única de Trabajadores), el PT, el MST, lanzamos las campañas ‘Direitas ¡ja!’, y en favor de la Constituyente… Transformamos el país… El PT se convirtió en el primer partido de Brasil. Y debo aclarar que aún hoy, en este país, sólo existe un partido verdaderamente organizado, el nuestro, el PT”.

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Imagen: R.U.A Foto Coletivo

Le preguntamos sobre su estado de ánimo. “Hoy se cumplen -nos dice- 522 días desde mi entrada en esta cárcel, el sábado 7 de abril de 2017. Y exactamente ayer se cumplió un año de cuando tuve que tomar la decisión más difícil, escribir la carta en la que renunciaba a ser candidato a las elecciones presidenciales de 2018. Estaba en esta celda, solito… dudando… porque me daba cuenta de que estaba cediendo a lo que deseaban mis adversarios: impedirme ser candidato. Fue un momento duro, de los más duros, y yo completamente solo aquí. Yo pensaba: es como estar pariendo con mucho dolor y sin nadie que te tenga la mano”.

Abre el libro Cien horas con Fidel y me dice: “Conocí a Fidel en 1985, exactamente a mediados de julio de 1985. Estaba en La Habana por primera vez, participando en la Conferencia Sindical de los Trabajadores de América Latina y del Caribe sobre la Deuda Externa. Yo ya había salido de la CUT, ya no era sindicalista, estaba a tiempo completo de Secretario General del PT y era candidato en las elecciones legislativas del año siguiente. Pero no sólo había sindicalistas en esa Conferencia, Fidel había invitado también a intelectuales, profesores, economistas, y dirigentes políticos. Recuerdo que eran ya como las cinco de la tarde, en el Palacio de Congresos, Fidel presidía y aquello estaba muy aburrido. Entonces Fidel, que yo no conocía personalmente, me mandó un mensaje preguntando si yo iba a hablar. Le contesté que no, que no estaba previsto. Él entonces casi me dio una orden: ‘Usted tiene que hablar, y será el último, cerramos con usted’. Pero la CUT no quería de ninguna manera que yo tomase la palabra. Así que yo no sabía qué hacer. A eso de las siete de la tarde, desde la presidencia de la mesa, sorpresivamente, Fidel anuncia que yo tengo la palabra. Casi me vi obligado a tomarla, me levanté, fui a la tribuna, y empecé a hablar, sin traducción. Hice un largo discurso y terminé diciendo: ‘Compañero Fidel, quiero decirles a los amigos y amigas aquí reunidos que los Estados Unidos tratan por todos los medios de convencernos de que son invencibles. Pero Cuba ya los venció, Vietnam ya los venció, Nicaragua ya los venció y El Salvador también los va a vencer. ¡No debemos tenerles miedo!’. Hubo fuertes aplausos. Bueno, termina la jornada y yo me voy a mi casa que me habían asignado en el Laguito. Y cuando llego, ¿quién me estaba esperando en el saloncito de la casa? ¡Fidel y Raúl! Los dos ahí sentados, aguardándome. Fidel empezó a preguntarme dónde yo había aprendido a hablar así. Les conté mi vida. Y así fue como nos hicimos amigos para siempre”.

“Debo decir -añade Lula- que Fidel siempre fue muy respetuoso, nunca me dio un consejo que no fuera realista. Nunca me pidió que hiciera locuras. Prudente, moderado, un sabio, un genio”.


Lula le pregunta entonces a Pérez Esquivel, quien preside el Comité internacional en favor del otorgamiento del Premio Nobel de la Paz al ex presidente brasileño, cómo avanza el proyecto. Adolfo da detalles del gran movimiento mundial de apoyo a esa candidatura, y dice que el premio se anuncia, en general, a principios de octubre, o sea en menos de un mes. Y que según sus fuentes, este año será para una persona latinoamericana. Se le ve optimista. Lula insiste en que es decisivo el apoyo de la Alta Comisionada para los derechos humanos de la ONU que preside Michelle Bachelet. Dice que esa es la “batalla más importante”. Aunque no lo ve fácil.


Nos cuenta una anécdota: “Hace unos años, cuando salí de la presidencia, ya me habían propuesto para el Premio Nobel de la Paz. Un día me encontré con la reina consorte de Suecia, Silvia, esposa del rey Carlos XVI, Gustavo. Ella es hija de una brasileña, Alice Soares de Toledo, así que hablamos en confianza. Y ella me dijo: ‘Mientras sigas siendo amigo de Chávez, no creo que puedas avanzar mucho. Aléjate de Chávez y tienes el Premio Nobel de la Paz’. Así son las cosas”.

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Le pregunto cómo juzga estos primeros ocho meses de gobierno de Jair Bolsonaro. “Bolsonaro está entregando el país -me contesta-. Y estoy convencido de que todo lo que está ocurriendo está piloteado por Petrobras… A causa del super yacimiento de petróleo off shore Pre-Sal, el mayor del mundo, con reservas fabulosas, de muy alta calidad, descubierto en 2006 en nuestras aguas territoriales, aunque está a gran profundidad, más de 6.000 metros, su riqueza es de tal dimensión que justifica todo. Hasta puedo afirmar que la reactivación de la IV Flota por parte de Washington, que patrulla a lo largo de las costas atlánticas de América del Sur, se decidió cuando se descubrió el yacimiento Pre-Sal. Por eso, nosotros, con Argentina, Venezuela, Uruguay, Ecuador, Bolivia, etc., creamos el Consejo de Seguridad de Unasur. Es un elemento determinante”.

“Brasil -prosigue Lula- siempre fue un país dominado por élites voluntariamente sometidas a los Estados Unidos. Sólo cuando nosotros llegamos al poder, en 2003, Brasil empezó a ser protagonista. Entramos al G20, fundamos los BRICS (con Rusia, India, China y Suráfrica), organizamos -por primera vez en un país emergente- los Juegos Olímpicos, la Copa Mundial de Fútbol. Nunca hubo tanta integración regional en América Latina. Por ejemplo, nuestros intercambios en el seno de Mercosur eran de 15.000 millones de dólares, cuando acabé mis dos mandatos se elevaban a 50.000 millones. Hasta con Argentina cuando llegué eran de 7.000 millones, cuando terminé de 35.000 millones. Los Estados Unidos no quieren que seamos protagonistas, que tengamos soberanía económica, financiera, política, industrial, y menos aún militar. No quieren, por ejemplo, que Brasil firme acuerdos con Francia sobre los submarinos nucleares. Nosotros habíamos avanzado en eso con el presidente François Hollande, pero con Bolsonaro se derrumbó. Hasta esa miserable declaración, tan espantosamente antifeminista, contra Monique, la esposa del presidente de Francia Emmanuel Macron, hay que situarla en ese contexto”.

El tiempo impartido se termina, hablamos de muchos de sus amigos y amigas que ejercen aún responsabilidades políticas de muy alto nivel en diversos países o en organizaciones internacionales. Nos ruegan que les transmitamos a todas y a todos sus recuerdos más afectuosos, y agradece su solidaridad. Insiste en lo siguiente: “Digan que estoy bien, como lo pueden constatar. Estoy consciente de por qué estoy preso. Lo sé muy bien. No ignoro la cantidad de juicios que hay contra mí. No creo que ellos me liberen. Si el Tribunal Supremo me declara inocente, ya hay otros juicios en marcha contra mí, para que nunca salga de aquí. No me quieren libre para no correr ningún riesgo. Eso no me da miedo. Yo estoy preparado para tener paciencia. Y dentro de lo que cabe, tengo suerte… Hace cien años ya me habrían ahorcado, fusilado o descuartizado para hacer olvidar cualquier momento de rebeldía. Yo tengo conciencia de mi rol. No voy a abdicar. Conozco mi responsabilidad ante el pueblo brasileño. Estoy preso, pero no me quejo, me siento más libre que millones de brasileños que no comen, no trabajan, no tienen vivienda. Parece que están libres, pero están presos de su condición social, de la que no pueden salir”.

“Prefiero estar aquí siendo inocente, que fuera siendo culpable –finaliza Lula-. A todos los que creen en mi inocencia, les digo: no me defiendan sólo con fe ciega. Lean las revelaciones de The Intercept. Ahí está todo argumentado, probado, demostrado. Defiéndanme con argumentos. Elaboren una narrativa, un relato. Quien no elabora una narrativa, en el mundo de hoy pierde la guerra. Estoy convencido de que los jueces y los procuradores que montaron la manipulación para encarcelarme, no duermen con la tranquilidad que tengo yo. Son ellos los no tienen la conciencia tranquila. Yo soy inocente. Pero no me quedo de brazos cruzados. Lo que vale es la lucha”.

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(Imagen: Midia Ninja)

*Por Ignacio Ramonet para Rebelión

Palabras claves: Brasil, Jair Bolsonaro, Luiz Inácio Lula da Silva

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