El brazo armado de Buda
Dentro del budismo, existen organizaciones armadas, en algunos casos, amparadas por los estados, que encabezan una lucha sin cuartel contra la comunidad musulmana.
Por Guadi Calvo para La tinta
En 2014, la campaña de persecución de la minoría birmana Rohingya, que se reiteran desde 1920 -acosada hasta el genocidio por la dictadura militar de su país y el gobierno “democrático” que la continuó, encabezado desde las sombras por la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi-, alcanzó a los grandes medios de comunicación internacionales. Se conoció que, detrás de las operaciones de limpieza étnica, como las calificó Naciones Unidas (ONU), no solo estaba el tamaward (ejército) y la policía birmanas, sino que también varias organizaciones paramilitares dirigidas e integradas por fundamentalistas budistas, que actuaban con la misma violencia que las fuerzas de seguridad, participando en los asesinatos, torturas, violaciones, quema de aldeas y de cultivos, y el sacrificio del ganado perteneciente a los Rohingya.
El hecho dejó expuesto que, a pesar de los estereotipos de introspección y serenidad, el budismo, como el resto de las religiones, cargan con un ala integrista que suelen rendir tristes honores a sus Dioses, cualesquiera que sean. El budismo, que representa el 7 por ciento de la feligresía mundial, es la única de las cuatro grandes religiones (Islam, Cristianismo e Hinduismo) que no tiende a crecer en las próximas décadas.
Más allá del precepto budista de “no mates ni convenzas a otros para que maten” y que la guerra sea considerada akusala (perversa o malvada), a lo largo de sus 2.500 años de historia, los conocidos con el término japonés yamabushi (monjes guerreros) han participado y alentado guerras y sublevaciones.
Uno de los primeros registros de la aparición de estos yamabushi se produjo en el año 618, cuando trece monjes del templo Shaolin de Henan, en el centro norte de China, participaron, junto a Li Yuan, duque de Tang, en un levantamiento contra el emperador Yang, lo que dio inicio a la dinastía Tang (618-907 d.C). Otro de los antecedentes señala que budistas tibetanos participaron de alianzas estratégicas con príncipes mongoles, logrando importantes beneficios tras guerras victoriosas. A pedido del gobierno chino, los monjes Shaolin participaron de la lucha contra los piratas japoneses a mediados del siglo XVI.
Yamabushi japoneses lograron convertirse en guerreros de gran eficiencia, consiguiendo tener una importante influencia en la historia de su país. Algunos de estos monjes alcanzaron a ocupar cargos de relevancia en la corte imperial. En los siglos XIII y XIV, formaron ejércitos conocidos como konsha, que fueron determinantes en las guerras entre el emperador Go-Daigo y el Shogun (señor) Kamakura. Durante el periodo Sengoku (1567-1568), participaron en numerosas batallas, apoyando a importantes líderes como los daimyo (gran hombre) Takeda Shingen, Oda Nobunaga y, más tarde, a Tokugawa Ieyasu.
Más cerca de nuestros días, el budismo zen, junto a la cultura guerrera samurái, fue, en gran parte, el condimento filosófico del militarismo japonés en las décadas de 1930 y 1940. En octubre de 1932, el predicador budista Nissho Inoue -quién había creado la secta de ultraderecha Ketsumeidan (Hermandad de Sangre)-, junto al intelectual nacionalista Okawa Shumei, urdió un plan para asesinar a unas veinte figuras de la política y las finanzas locales, e, incluso, a diplomáticos de Occidente, con el fin de restaurarle del poder político al emperador Hirohito. Si bien los principales complotados fueron detenidos, otros integrantes de la Ketsumeidan siguieron con el plan y, en febrero de 1933, un joven estudiante asesinó al ministro de Economía, quien se había opuesto al aumento del gasto militar. A principios de marzo, el día de la llegada de un comité de la Liga de las Naciones y para avergonzar al emperador, fue asesinado un banquero japonés. A mediados de mayo, se puso en marcha un plan para generar caos en Tokio, asaltando una central eléctrica, algunos bancos y ministerios, mientras otra célula de la Hermandad asesinaba al primer ministro Inukai Tsuyoshi en su propia casa.
Durante la guerra chino-japonesa (1936-1945) y en la Segunda Guerra Mundial, el espíritu nacionalista, por sobre cualquier otro sentimiento, hizo que docenas de organizaciones budistas japonesas realizaran importantes campañas de financiación para la compra de material bélico y armas.
Ya en nuestros días, se registró un fuerte incremento del fundamentalismo budista en Asia. Quizás sea en la Revolución del Azafrán (por el color del manto de los monjes) de septiembre de 2007, en Birmania, donde los monjes, que cuentan con un gran predicamento en la población de mayoría budista, motorizaron las protestas contra la junta militar gobernante. Se estima que, durante las manifestaciones en Rangún, la antigua capital, participaron más de 80 mil de ellos, por lo que el régimen inició una cacería contra los religiosos, allanando monasterios y deteniendo cerca de un millar. El número de muertos nunca pudo ser confirmado dada la férrea censura militar, pero las diferentes fuentes consultadas estiman que las personas ultimadas van desde 189 hasta varios miles.
A mediados de marzo de 2008, y cuando China se preparaba para los Juegos Olímpicos de agosto -por lo que todo lo que sucediera iba a replicar en la prensa internacional-, los separatistas tibetanos comenzaron a producirse una serie de disturbios. Las protestas se iniciaron en el mercado Tromsikhang, en el barrio Barkhor de Lhasa, la capital provincial, y se extendieron a otras ciudades de la región autónoma.
Los hechos, que se saldaron con cerca de 100 muertos, fueron encabezados por monjes budistas del monasterio de Ramoche, en las cercanías de mercado, que comenzaron a marchar por las calles de Barkhor. Tras los primeros choques, se incendiaron algunos vehículos policiales y de bomberos, además de las tiendas pertenecientes a miembros de la etnia proveniente de otras regiones del país, ya que son consideradas como parte de las políticas de Beijing para invertir la cuenta demográfica en la provincia separatista.
Las protestas coincidieron con el aniversario del fallido levantamiento de 1959 contra el gobierno central, por lo que el Dalai Lama debió fugarse a India, mientras cerca de 500 monjes se cortaron las venas en un aparente intento de suicidio masivo como parte de las manifestaciones.
En Occidente, los budistas han tenido participación en diferentes conflicto armados. Durante la Segunda Guerra Mundial, cerca de la mitad de las tropas de unidades japonesas-americanas, como el 100 Batallón y la 442 de Infantería, eran budistas, mientras que, en la actualidad, más de 3.000 budistas se encuentran enrolados en las distintas fuerzas armadas de los Estados Unidos, con sus diferentes capellanes incluidos algunos budistas.
Entre los siglos VI y VII a.C., desde noroeste de la India, utilizando la Ruta de la Seda tanto hacia Occidente como Oriente, comenzó a difundirse el budismo, que terminó llegando desde Afganistán hasta Japón, pasando por Pakistán, Asia Central, Cachemira, Nepal, Xinjiang, China, Corea, Birmania, Tailandia, Laos, Camboya, Vietnam e Indonesia; por el sur de India, alcanzó a Sri Lanka. A lo largo de todos esos territorios, se fundaron miles de monasterios y la cultura budista logró su máxima expansión, hasta que, entre los años 661 y 750, los territorios occidentales comenzaron a serles arrebatados por la onda expansiva del califato omeya, que destruyó miles de monasterios y templos budistas que se habían expandido prácticamente sin competencia por casi diez siglos.
En 2001, los talibanes destruyeron los Budas del Valle de Bamiyan, a 240 kilómetros al noroeste de Kabul, dos colosales esculturas. En el siglo IV, era una de las mayores comunidades monásticas budistas en toda Asia Central. La mayor de las esculturas tenía 55 metros de altura y había sido tallada entre los años 544 y 559; la segunda alcanzaba los 38 metros y había sido esculpida entre el 591 y el 644. El sentimiento antimusulmán hizo eclosión en el universo budista. El agravio talibán, sin duda, sirvió de excusa para exacerbar el odio contra las minorías musulmanas, que, como ya señalamos, no solo provocó el genocidio de los Rohingya -con su correspondiente “limpieza étnica”- en Birmania, lo que obligó, en diferentes etapas, a casi dos millones de musulmanes birmanos a refugiase en el exterior, principalmente, en Bangladesh.
Tanto en Birmania como en Sri Lanka, monjes budistas que representan el ala más radical de su religión incitan a la población a accionar específicamente contra las comunidades musulmanas. Estos religiosos pertenecen a la rama del budismo Theravada, que es una de las tres líneas en que se divide, junto al Mahayana (Gran Camino) y al Vajrayana (o budismo tibetano, con fuerte presencia en Tíbet y Mongolia). El Theravada es también conocido como el “budismo monástico o temprano”, ya que, durante cerca de 500 años, fue la única expresión existente, por lo que es considerada como la más ortodoxa y severa. Considera que no cualquier persona alcanza a convertirse en un “Buda” o puede alcanzar el estado de liberación. El Theravada es la línea que ha predominando fundamentalmente en el Sudeste Asiático continental (Tailandia, Birmania, Camboya y Laos) y en la isla de Sri Lanka, y que suma más de 100 millones de fieles. En las últimas décadas, se ha comenzado extender en Occidente.
Uno de los principales instigadores y participes del drama de los Rohingya, que representa menos del cinco por ciento de la población total del país, es el monje budista Ashin Wirathu, líder del Ma Ba Tha (Asociación Patriótica de Myanmar), fundada en 2014, y del movimiento 969, que aluden a los nueve atributos de Buda, los seis atributos de sus enseñanzas y los nueve atributos de la orden. Desde su creación en 2012, se ha mantenido a la vanguardia del budismo radical de su país, acompañando las políticas represivas que, con la llegada de la democracia en noviembre de 2015, no han cambiado en nada respecto a los tiempos de la dictadura militar. El Ma Ba Tha es el encargado de dirigir las escuelas dominicales y otros importantes eventos religiosos muy populares, por lo que su predicamento en la sociedad birmana, en asociación con el poder militar, es cada día más fuerte.
En su discurso fundamentalista, Wirathu se refiere a los musulmanes como el término despectivo kalars (un equivalente de “nigger” norteamericano), trata a los Rohingya como “invasores infrahumanos, que han rechazado las enseñanzas no violentas de la fe en la tierra budista dorada”, además de exigir que los legisladores que responden al poder militar merecen ser glorificados como Buda, ya que solo los militares “protegen tanto al país como a nuestra religión”.
En noviembre de 2017, en el marco de la visita del Papa Francisco de cuatro días a Birmania, fue advertido por el clero budista radical de no hacer declaraciones ni expresar su apoyo al pueblo Rohingya. “Le damos la bienvenida, pero, si apoya a los extremistas bengalíes y rohingyas, se ganará críticas”, previno el portavoz de la organización Ma Ba Tha, U Thaw Parka.
La estrecha alianza entre el Estado birmano y el budismo se remonta al reino de Bagan, entre los siglos IX y XIII, lo que fue ratificado tras la independencia del país del Imperio Británico en 1948. En la Constitución de 2007, el budismo, que hoy cuenta con 400 mil monjes, fue declarado factor de unidad y definido como “la religión de la nación”. El budismo birmano representa al 90 por ciento de una población de los casi 54 millones de habitantes, compuestas por unas 135 etnias reconocidas.
Si bien el país se enfrenta a diferentes grupos insurgentes tanto separatistas como marxistas, los diferentes gobiernos militares que se sucedieron desde 1958, como el “democrático”, instalado desde 2015, tras el triunfo del partido de la Liga Nacional para la Democracia (NLD) -que recibió el total apoyo del clero budista-, también han objetivado su atención; al igual que en la persecución de los Rohingya, quienes también cuentan con un grupo armado conocido como Ejército de Salvación Rohingya de Arakán Harakah al-Yaqin (Movimiento de la Fe), mal entrenado y con un armamento elemental, que, más allá de las acusaciones, nunca ha tenido grandes despliegues tácticos y solo se ha limitado a asaltar algunos puestos policiales.
En Sri Lanka, la violencia religiosa alcanzó altísimos índices de perversidad en la Semana Santa de 2019, cuando grupos vinculados al Estado Islámico (ISIS o Daesh), en diferentes atentados contra iglesias católicas, asesinaron a cerca de 300 personas e hirieron a otras 500. También allí existe una importante organización de monjes budistas dirigidos por el conocido abad Ambalangoda Sumedhananda Thero, que llama a defender su fe contra una fuerza externa y peligrosa, que se corporiza en la comunidad musulmana que solo representa el siete por ciento de una población total de 22 millones de personas. Las consignas anti-musulmanas del Sumedhananda Thero son seguidas de ataques contra esa comunidad, donde suelen producirse muertos de ambos bandos y asaltos y saqueos de tiendas y propiedades de musulmanes, al igual que ataques contra mezquitas.
Una red políticamente poderosa de monjes que difunde los mismos argumentos que sus hermanos birmanos es el ultranacionalista Bodu Bala Sena (Fuerza del Poder Budista o BBS), liderado por el monje Galagoda Atthe Gnanasara, quien fue detenido, condenado y amnistiado en varias oportunidades por difundir el odio religioso. Gnanasara alienta la idea de que los oscuros designios de la comunidad musulmana son despojar de sus bienes y sus tierras a los budistas, como ya lo hicieron antiguamente en Afganistán, Pakistán, Cachemira e Indonesia.
Otro de los monjes integristas de gran predicamento en la comunidad budista de Sri Lanka, Gnanasara Thero, advirtió: “Hemos sido los guardianes del budismo durante 2.500 años y, ahora, es nuestro deber, así como es el deber de los monjes en Birmania, luchar para proteger nuestra pacífica isla del Islam”.
El extremismo religioso tiene sus referencias en todos los credos. En años donde el expansionismo sionista amenaza con exterminar al pueblo palestino, donde ultramontanos como Steve Bannon -ex asesor católico de Donald Trump- preparan una cruzada mundial contra el Papa Francisco -quizás el más progresista de la larga y oscura historia de Roma-, o el wahabismo sunita que, desde Arabia Saudita, irradia su discurso de odio con mensajeros como los continuadores de Osama Bin Laden o Abu Bakr Al Bagdadi -líder del Daesh-, también Buda cuenta con su brazo armado.
*Por Guadi Calvo para La tinta