Cosmética del enemigo, un guiño a la crisis existencial
Por Manuel Allasino para La tinta
Cosmética del enemigo es una novela de la escritora Amélie Nothomb publicada en el año 2001. Nothomb elige un aeropuerto, un no lugar, como escenario para enfrentar a sus dos protagonistas: dos extraños con sus respectivas luces y sombras. Jérôme Angust es un empresario que ha sufrido un retraso en su vuelo, y Textor Texel, es un inesperado interlocutor que le dará conversación a pesar de su manifiesta resistencia. Los diálogos avanzan, se estancan y vuelven a comenzar con mayor intensidad a lo largo de toda una conversación que gira entre el absurdo y la crisis existencial.
“Jérome cerró su libro y cruzó las piernas. Se puso a mirar al inoportuno como quien observa a un conferenciante. -Me llamo Texel. Textor Texel.-¿Es un estribillo o qué? – Soy holandés – ¿Acaso creía que se me había olvidado?-Si no deja de interrumpirme, no llegaremos muy lejos. – No estoy seguro de desear llegar muy lejos con usted -¡Si supiera! Mejoro cuando me conocen. Basta que le relate algunos episodios de mi vida para convencerle. Por ejemplo, de pequeño, maté a una persona. -¿Perdón? -Tenía ocho años. En mi clase había un chico que se llamaba Franck. Era encantador, amable, guapo, risueño. Sin ser el primero de la clase, sacaba buenas notas, sobre todo en gimnasia, lo que siempre ha sido la clave de la popularidad infantil. Todo el mundo lo adoraba. -Todos menos usted por supuesto –No podía soportarlo. Hay que tener en cuenta que yo era enclenque, el peor en gimnasia, y que no tenía ningún amigo. -¡Hombre! -Sonrío Angust
-¡Entonces ya era impopular! -Y no era porque no lo intentase. Me esforzaba desesperadamente por agradar, por resultar simpático y divertido; pero no lo conseguía.
-En eso no ha cambiado – Mi odio hacia Franck iba en aumento. En aquella época todavía creía en Dios. Un domingo por la noche me puse a rezar en mi cama. Una oración satánica: le rogaba a Dios que matara al niño al que odiaba. Durante horas se lo imploré con todas mis fuerzas. -Puedo adivinar lo que viene a continuación -A la mañana siguiente, en la escuela, la profesora entró en clase con una expresión compungida. Con lágrimas en los ojos, nos comunicó que Franck había muerto durante la noche, de una inexplicable crisis cardíaca. -Y, como es natural, usted pensó que la culpa era suya. -La culpa era mía. ¿Cómo si no aquel niño tan saludable podría haber sufrido una crisis cardíaca sin mi intervención? -Si fuera tan sencillo, no quedaría demasiada gente en nuestro planeta. -Los niños de la clase se pusieron a llorar. Y nos tocó soportar los tópicos al uso: ´siempre se va los mejores´, etc. Yo, mientras tanto, pensaba: ´¡Por supuesto! ¡No me habría tomado tantas molestias rezando si no hubiera sido para librarnos del mejor de todos nosotros!´.- ¿Así que cree tener hilo directo con Dios? Tiene usted muy buena opinión de sí mismo. -Mi primer sentimiento fue de triunfo: lo había conseguido. Aquel Franck iba a dejar por fin de amargarme la vida. Poco a poco, comprendí que la muerte del niño no me había convertido en alguien más popular. En realidad, no había cambiado en nada mi estatus de pequeño zopenco sin amigos. Había creído que bastaba tener el campo libre para imponerme. ¡Menudo error! Olvidaron a Franck pero yo no lo sustituí.
-No me extraña. No puede decirse que tenga mucho carisma. -Poco a poco, empecé a sentir remordimientos. Resulta curioso pensar que si me hubiera convertido en una persona popular, nunca me habría arrepentido de mi crimen. Pero tenía la convicción de haber matado a Franck en vano y me lo reprochaba. -Y desde entonces se dedica a interpelar al primer individuo que se le pone por delante en un aeropuerto para darle la tabarra con su dichoso arrepentimiento. -Espere, las cosas no son tan sencillas. Me sentía avergonzado pero no hasta el extremo de sufrir por ello. -¿Acaso tenía, pese a todo, el suficiente sentido común para saber que no tuvo nada que ver en su muerte?
-Desengáñese –Nunca dudé de mi absoluta culpabilidad en aquel asesinato. Pero mi conciencia no estaba preparada para semejante situación. Sabe, los adultos les enseñan a los niños a saludar a las señoras y a no meterse el dedo en la nariz: no les enseñan a matar a sus compañeros de clase. Me habría producido más remordimientos robar bombones de un escaparate”.
El empresario Jérôme Angust recibe a través de los parlantes el anuncio de que su vuelo tiene un importante retraso. Entonces, para amenizar la espera, se sumerge en la lectura de un libro que lleva en su bolsa de mano, pero un inesperado interlocutor, Textor Texel, se aparece y no para de hablarle. El inoportuno Texel con el tiempo se va poniendo más terrorífico e intrigante. A lo largo de su relato aparece la confesión de una violación y un asesinato. Es así como Textor Texel se irá transformando en la encarnación de todos los fantasmas de Jérôme Angust.
“-¿Trabaja para el servicio secreto? -Mi servicio es demasiado secreto para el servicio secreto. -¿Quién es usted? -Me llamo Texel. Textor Texel. -Oh, no, ¡otra vez la misma cantinela! -Soy holandés. -Jérome Angust se tapó los oídos con las manos. No oía más que el ruido interior de su cráneo: recordaba el vago y lejano zumbido que uno percibe en las estaciones de metro cuando no circula ningún convoy. No era desagradable. Durante aquel lapso, los labios del inoportuno seguían moviéndose: ´Es un desequilibrado -pensó la víctima.-Habla incluso cuando sabe que no le oigo. Debe de sufrir logorrea. ¿Por qué sonríe así, como si fuera el ganador? Yo soy el ganador, ya que no le oigo. Yo soy quien debería sonreír. No obstante, no sonrío, mientras que él sigue sonriendo. ¿Por qué?´ Pasaron los minutos, Angust no tardó en comprender por qué sonreía Texel: los brazos empezaron a dolerle, primero imperceptiblemente, luego de un modo insoportable. Jérome nunca se había tapado los oídos durante tanto tiempo como para poder experimentar semejante dolor. El torturador, en cambio, era perfectamente consciente de la aparición progresiva de aquella rampa en sus víctimas. No soy el primero al que castiga con su charlatanería durante horas. No soy el primero que se tapa los oídos con las manos ante su divertida mirada. Sonríe porque está acostumbrado: sabe que no resistiré mucho más. ¡El muy cabrón! ¡Menudos pervertidos circulan por este planeta! Minutos más tarde, le pareció que se le iban a desencajar los hombros: le dolía demasiado. Asqueado, bajó los brazos con una mueca de alivio. -Eso es –dijo simplemente el holandés. -Sus víctimas siempre hacen los mismo, ¿verdad? -Aunque fuera usted el primero, lo habría previsto. ¿Ha oído hablar de la crucifixión? ¿Por qué cree que los crucificados sufren y mueren? ¿Por unos clavos de nada en las manos y los pies? A causa de los brazos abiertos. A diferencia de ciertos mamíferos como los perezosos, el hombre no está concebido para permanecer durante mucho tiempo en semejante posición: si mantiene los brazos levantados durante un tiempo excesivo, acaba muriendo. Bueno, quizás exagere un poco: es cuando se le cuelga de los brazos durante un tiempo excesivo cuando puede fallecer por ahogo. Usted no habría muerto. Pero habría terminado por encontrarse mal. Ya lo ve: no puede librarse de mí. Todo está calculado. ¿Por qué cree que la he tomado con sus oídos? No sólo porque es legal; sobre todo porque se trata del sentido que menos defensa ofrece. Para protegerse, el ojo tiene los párpados. Contra un olor, basta taparse la nariz, gesto que no tiene nada de doloroso, ni siquiera durante mucho rato. Contra el gusto, existe el ayuno y la abstinencia, que nunca han estado prohibidos. Contra el tacto, está la ley: si alguien te toca contra tu voluntad, puedes acudir a la policía. La persona humana sólo presenta un punto débil: el oído”.
El título de la novela de Nothomb, La cosmética del enemigo, no parece estar en el texto, por lo menos en una simple lectura, uno termina el libro y sigue siendo tan enigmático como al principio.
Entre Jerôme Angust y Textor Tesler hay caos, desacuerdo, choque, fricción, falta de reconocimiento de Jérôme por Textor; y exceso de conocimiento de Textor sobre Jérôme.
“-Hace falta más valor del que usted cree para estar contra la pena de muerte- ¿Quién le habla de pena de muerte, idiota? Me imagino que también estará contra el robo; y eso no impide que, si llegara a sus manos una maleta llena de dólares, no sería lo bastante estúpido para no quedársela. ¡Aproveche la ocasión, maldito gusano! – No se puede comparar. Matarle no me devolverá a mi mujer. – Pero saciaría la sorda y profunda necesidad de su estómago, ¡le alivianaría! -No.- ¿Qué corre por sus venas? ¿Tila? -No tengo nada que demostrarle, caballero. Voy a buscar a la policía.- ¿ Y supone que cuando regresen yo estaré aquí? – He tenido tiempo para observarle. Daré una descripción muy pormenorizada. -Supongamos que me detienen. En tu opinión, ¿qué ocurrirá después? Contra mí, sólo tiene mi relato. Aparte de usted, nadie lo ha oído. No tengo ninguna intención de repetírselo a la policía. En resumen: no tiene nada. -Huellas digitales de hace diez años- Sabe perfectamente que no dejé ninguna huella.-Algo debió quedar, un pelo, una pestaña, en el lugar del crimen.- Hace diez años, la prueba de ADN no se practicaba. No se obstine, amigo mío. No quiero que la policía me detenga y no existe ningún riesgo de que eso ocurra. -No le entiendo. Para usted necesitar un castigo: ¿por qué no una pena oficial y legal? -No creo en esa clase de justicia – Es una lástima: no existe otra. – Por supuesto que existe otra. Me lleva usted a los servicios y allí me da mi merecido. -¿Por qué en los servicios? – Está claro que no desea ser detenido por la policía. Mejor matarme lejos de las miradas. -Si su cadáver fuera hallado en los servicios, habría cientos de testigos que nos habrían visto charlar antes. Me ha abordado usted con un curioso sentido de la discreción. -Me alegra comprobar que empieza a examinar el lado factible del asunto. -Para demostrarle mejor la inanidad de sus proyectos- Olvida usted un detalle que le facilitaría las cosas: y es que no opondré ninguna resistencia. – Sin embargo, hay un aspecto del asunto que no acabo de entender: ¿por qué quiere que acabe con usted? ¿Que gana con eso? – Lo ha dicho hace unos minutos: necesito un castigo”.
Cosmética del enemigo de Amélie Nothomb es una novela que narra una conversación ominosa y alucinante ocurrida en un aeropuerto entre dos protagonistas que tienen más en común de lo que parece.
Sobre la autora
Amélie Nothomb nació en Kobe, Japón en 1967, aunque pertenece a una familia belga. Debido a la profesión de su padre, diplomático, vivió, además de en Japón, en China, Estados Unidos, Laos, Birmania y Bangladesh. Habla japonés y trabajó como intérprete en Tokio, situación que ha inspirado alguna de sus obras. Es una de las autoras de lengua francesa con más popularidad y con mayor proyección internacional. En 2006 recibió el Premio Leteo. En Anagrama se han publicado Ordeno y mando, Ni de Eva ni de Adán, Diario de Golondrina, Biografía del hambre, Antichrista, El sabotaje amoros, Diccionario de los nombres propios, Metafísica de los tubos y Estupor y temblores.
*Por Manuel Allasino para La tinta.