Es falso que los beneficiarios de los programas sociales son mayoritariamente extranjeros
A raíz de una foto que se hizo viral por redes sociales donde denunciaban que el 43,5% de los beneficiarios de planes sociales en la Argentina son extranjeros, «Reverso», el proyecto periodístico colaborativo que une a Clarín y más de 100 medios, apelando a fuentes oficiales pudo constatar que dicha información es falsa.
Por ANRed
Una imágen se hizo viral en redes sociales, y en ella se podía observar mujeres en una manifestación con remeras y gorras con el logo del Movimiento social, Polo Obrero. La foto iba acompañada de la siguiente afirmación: «¿Sabías que el 43,5% de los beneficiarios de planes sociales son extranjeros?» y exigía la deportación de «planeros/piqueteros» extranjeros. Por supuesto la imagen despertó comentarios con un fuerte contenido racista y reaccionario.
Sin embargo, según pudo confirmar Reverso, en los principales programas sociales gestionados por la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES), el Ministerio de Salud y Desarrollo Social, el Ministerio de Producción y Trabajo, y el Ministerio de Educación, menos del 10% de los beneficiarios son extranjeros. En otros programas, que no son los que cuentan con mayor cantidad de beneficiarios, no hay estadísticas diferenciadas por nacionalidad.
Las publicaciones que se volvieron virales denuncian que hay «3 millones de extranjeros viviendo del ANSES, de los jubilados». Voceros del organismo aclararon también a Reverso: «Nosotros administramos un sistema contributivo que tiene una parte de niñez, que son las asignaciones familiares, y otras son jubilaciones y pensiones, a partir de aportes y contribuciones de los contribuyentes».
Fernanda Reyes, responsable del área de Niñez de la ANSES, explicó en diálogo telefónico que el organismo gestiona coberturas de infancia, que se dividen en asignaciones familiares, para aquellos cuyos padres tienen un trabajo formal, y la Asignación Universal por Hijo (AUH), para los que no. «Es el 6% del gasto total de la seguridad social, así que cuando se dice que se está desfinanciando el sistema porque se paga AUH… estamos muy lejos de esa realidad», destacó Reyes.
La AUH es una transferencia mensual de dinero que otorga la ANSES a personas sin trabajo formal con hijos menores de 18 años. Entre los requisitos para solicitar el beneficio, los extranjeros deben contar con tres años de residencia en el país y DNI argentino. «La AUH no es un plan [social], es un derecho asignado por ley ligado a condicionalidades y requisitos muy claros. Hay controles mensuales que se hacen desde ANSES para su cobro, que se hace sin intermediarios, es directo», precisó Reyes.
A marzo de 2019, en el país había 3,9 millones de beneficiarios de la AUH, por un total de $8,6 millones, según los datos publicados por la ANSES. Aunque la cifra es similar a la de las publicaciones virales, Reyes detalló que «de ese total, solo el 1,36% son niños extranjeros».
En cuanto a otros programas que dependen del Ministerio de salud y Desarrollo Social están:
– Hacemos Futuro, destinado a promover la inserción laboral e integración social de poblaciones vulnerables.
– El Monotributo Social, un régimen para el ingreso a la economía formal para trabajadores independientes o cooperativistas con ingresos brutos anuales menores a 138.137 pesos.
– El Programa Proyectos Productivos Comunitarios, que busca promover la creación y consolidación de fuentes de empleo en sectores normalmente excluidos del mercado laboral.
Según pudo constatar Reverso, para el caso de Hacemos Futuro el Ministerio de salud y Desarrollo Social registra que unas 236.767 personas son beneficiarias de dicho programa a agosto de 2019 y solo un 7,1% de ellas son extranjeras. En el caso del Monotributo Social, los porcentajes son similares. De un total de 325.539 beneficiarios titulares del programa, solo un 7,1% es extranjero, mientras que de los 361.245 adherentes (parientes del titular que pueden beneficiarse también de la obra social a la que el monotributo da acceso), solo el 5,7% lo es. El presupuesto destinado al programa es de unos 2,9 millones de pesos.
Los beneficiarios de Proyectos Productivos Comunitarios, que reciben una prestación económica denominada Salario Social Complementario (SSC), pero no están diferenciados por nacionalidad. A noviembre de 2018, según los últimos datos publicados por el Ministerio, había 271.100 beneficiarios, con un desembolso total de unos $1.621 millones para personas físicas.
Funcionarios de la Secretaría de Articulación de Política Social del Ministerio de Salud y Desarrollo Social dieron a Reverso detalles de otros programas sociales que no toman en cuenta la nacionalidad como parámetro, ya que esta información no existe en sus bases de datos.
En esta situación se encuentran los siguientes programas que otorgan subsidios a personas físicas y jurídicas: asistencia a instituciones, ayuda directa a personas, emergencia social para catástrofes o emergencias climáticas, ayudas urgentes a hogares y asistencia a talleres familiares y comunitarios.
En respuesta a otro pedido de acceso a la información, funcionarios del Ministerio de Producción y Trabajo brindaron detalles sobre los programas que gestiona esta cartera, pero aclararon que «el sistema de liquidación no discrimina entre nacionales y extranjeros, exigiéndose en todos los programas a cargo de la Secretaría de Gobierno de Trabajo y Empleo la residencia permanente, y por ende, la posesión de Documento Nacional de Identidad para participar en ellos».
El Seguro de Capacitación y Empleo ha pagado hasta el 8 de agosto de 2019 la suma de $36,3 millones a 17.966 beneficiarios. A la misma fecha, el Programa Promover la Igualdad de Oportunidades y Empleo pagó unos $108 millones a 9.446 destinatarios. El programa Jóvenes con Más y Mejor Trabajo, lleva repartidos hasta esa fecha unos $1.300 millones y en él han participado 186.013 personas.
El Plan Progresar, gestionado por el Ministerio de Educación, ofrece ayudas económicas para que jóvenes puedan terminar sus estudios primarios y secundarios, continuar en la educación superior o formarse profesionalmente. Voceros del Ministerio explicaron a Reverso que para el nivel de formación superior (universitario o terciario) solo se otorgan becas a argentinos (naturales o nacionalizados), mientras que para los niveles de educación primaria y secundaria, quienes soliciten las becas deberán contar con al menos cinco años de residencia en el país y sus progenitores deben tener CUIL (Código Único de Identificación Nacional) que identifica a los trabajadores y registra sus aportes laborales.
Sin embargo, los voceros aclararon que esta cartera «no tiene la distinción entre argentinos nativos y los extranjeros», aunque destacaron que «la estimación a priori es que el porcentaje es muy bajo». En 2018 se adjudicaron becas a 581.546 estudiantes, en 10 cuotas de entre 1.250 y 4.900 pesos.
Finalmente el informe publicado por Reverso concluye afirmando que es falso que casi la mitad de quienes reciben ayuda social en la Argentina son extranjeros. La información oficial de los principales programas sociales vigentes permite corroborar que en los casos en que los beneficiarios están diferenciados por nacionalidad, la cantidad de extranjeros es marcadamente inferior a la cifra que se viralizó, del 43,5%, ya que no supera en ningún caso el 7,1%. Por otra parte, en otros programas, que cuentan con menor cantidad de beneficiarios, los destinatarios de las ayudas sociales no están diferenciados en función de esta característica.
¿Quiénes son los inmigrantes?
Vivir con extranjeros no es un problema, sino la convivencia con estos. Frederik Barth, antropólogo noruego, manifestó que «las fronteras no se trazan para separar diferencias, sino que, por el contrario, cuando se trazan fronteras es precisamente cuando surgen de improviso las diferencias, cuando nos damos cuenta y tomamos conciencia de su existencia. Dicho de un modo más claro: emprendemos la búsqueda de diferencias justamente para legitimar las fronteras».
Cuando se habla de inmigrantes hay una imagen mental que se construye culturalmente sobre aquellos con quieres no estamos dispuestos convivir. Las medidas que criminalizan y restringen la libre circulación de extranjeros dentro del territorio nacional, apunta a un migrante especial, no un migrante universal. Y esa construcción del «enemigo interno» tiene una matriz racista xenófoba colonial. Ese «otro» para quienes son dirigidas estas publicaciones que se hacen virales por redes sociales, es el migrante de países limítrofes y que además es indígena.
Claramente, se busca estigmatizar expulsar o restringir la entrada al país de peruanos, bolivianos, paraguayos, es decir aquellas personas no blancas. Aquellos a quienes podemos distinguir como un «otro» con una identidad distinta, no solo por su forma de vestir, de vivir o sus rasgos fenotípicos, sino también por la forma de habitar el espacio, por ejemplo vivir en comunidad.
Ahora bien ¿por qué resultan intolerables las costumbres de un boliviano, pero tradición y cultura de élite las costumbres de un alemán, por ejemplo? La matriz de este rechazo se llama RACISMO.
El racismo no es solo una cuestión de segregar «negros» u odiar «judíos». El antropólogo Eduardo Menéndez define al racismo como una forma de relaciones sociales y culturales que implican negación, discriminación, subordinación, compulsión y explotación de los otros en nombre de pretendidas posibilidades y disponibilidades, ya sean biológicas, sociales o culturales. Toda relación social que signifique cosificar a los otros, es decir negarles la categoría de persona, de igual, toda forma de relación que permita la inferiorización y uso de los otros.
¿Cómo hemos aprendido a ser racistas?
América está construída sobre el etnocidio más profundo que conoce la historia de la humanidad, sobre el asesinato directo e indirecto de millones de indígenas y de negros. Todos los estados nación que habitan el continente americano montaron su organización social cultural y económica sobre éste pasado.
La llamada sociedad occidental y sus actores, afirma Menéndez, son (somos) «normalmente racistas» y este racismo es producto de un proceso histórico no demasiado largo, el cual está montado sobre el desarrollo del modo de producción capitalista. Para este autor solo los blancos cristianos y occidentales nos hemos enterado que existe el racismo, y tendemos a ubicarlo históricamente en la segunda guerra mundial, cuando una maquinaria blanca de guerra trata de exterminar en Europa a otros blancos muy similares.
Siguiendo la tesis de Menéndez, el racismo constituye para los países de modo de producción capitalista la manera normal de conexión y relación con otras formas socioculturales. Dicha conexión implica subordinación, inferiorización, y distanciamiento de los otros, de aquellos que en el proceso de génesis de la concepción racista del mundo eran los salvajes y primitivos, y de los que posteriormente pasaron a ser llamados pueblos dependientes, subdesarrollados o del tercer mundo.
Este racismo automático, basado en un discurso que no se revisa, nos hace creer que «está bien expulsar del país a bolivianos y peruanos”, porque en general suelen ser delincuentes, los planeros que viven de los aportes de los argentinos o los que son «buenos», se les atribuye esa bondad por ser sumamente trabajadores, aun cuando ser un buen trabajador, implique contratos de semi-esclavitud en talleres clandestinos, o contratos precarizados en obras de construcción.
Discutir el racismo
Como argentinos hemos construido culturalmente nuestra identidad sobre la base de la negación de nuestros pueblos originarios y nuestra matriz multicultural. Socialmente nos debemos el debate, de hacernos conscientes de ser una sociedad racista, de mirarnos al espejo y hacernos cargo del problema. Resulta un debate urgente, sobretodo en ésta etapa capitalista de enorme rapiña sobre el medio ambiente que pone en jaque incluso la supervivencia de la especie entera, y que despliega toda su fuerza represiva sobre los pueblos originarios, porque, como afirma Rita Segato (antropóloga feminista) «la conquista nunca terminó en nuestro continente, es un proceso abierto y en expansión, que ya tiene 500 años».
Debemos revisar esa visión dicotómica aprendida de civilización vs. barbarie, revisar esas etiquetas que proyectamos sobre esos «otros» quienes son considerados inferiores, salvajes, y de quienes necesitamos deshacernos para poder progresar como nación. Estas expresiones colectivas de racismo en redes sociales resultan sumamente letales, sobre aquellas poblaciones que resisten históricamente la virulencia del poder, en su proceso de acumulación capitalista.
*Por ANRed.