Presencias que insisten, memorias en disputa: documentar el dolor y hacerlo afecto
El miércoles pasado, se presentaron, en la Biblioteca del Archivo Provincial de la Memoria, una serie de videos realizados con los familiares de jóvenes víctimas de gatillo fácil. Coordinados por el Equipo de Acompañamiento a familiares de jóvenes asesinados por la policía y co-organizado con la Secretaría de Extensión y el Observatorio de Derechos Humanos de la UNC, estas producciones audiovisuales son una apuesta artística para resistir la injusticia y sostener las presencias.
Por Soledad Sgarella para La tinta
Miran a la cámara y todas las emociones de relatar la intimidad de sus hijxs asesinadxs aparecen como un aluvión de memorias. Los familiares de Güere Pellico, Andrés Carreras y Raúl Ledesma, jóvenes víctimas de gatillo fácil, abren sus memorias y sus palabras, las de los pequeños mundos, las de los cotidianos, las de sus infancias.
Junto a ellxs, el Equipo de acompañamiento a familiares de jóvenes asesinadxs por la policía (conformado por los psicólogxs Yanina Petiti, Natalia Fernández, María Molas y Molas, Héctor Valenzuela, Jeremías Miretti y Marina Chena) planearon y realizaron una serie de videos, registro audiovisual “como modo de incidencia contradiscursiva, como posibilidad de colectivización de un duelo que –entendemos- produce marcas sociales, como una manera de producir memorias desde la perspectiva de lxs pibes a través de la mirada de sus familias, como el reclamo por el derecho de una vida a desplegar su potencia”.
En el marco de la Semana de 5ta Marcha Nacional contra el gatillo fácil, La tinta habló con el equipo para conocer en profundidad esta iniciativa que busca -ante todo- hacer presente a los pibes, pero también a una lucha que no va a parar hasta derrotar la impunidad, pero en comunidad afectiva.
—Cuéntennos cómo surgió registrar y con qué objetivo lo planearon…
—Un registro refiere a la inscripción de algo, en este caso, asesinatos por parte de las fuerzas de seguridad, en un espacio y un tiempo; los videos son una forma de registrar, pero también esa inscripción se da en distintos formatos.
Una cuestión importante es la posibilidad de inscribir ese hecho en lo social, que se liga a cómo asumen el dolor y el duelo las familias, teniendo en cuenta las condiciones en que ocurrió la muerte. Los videos permiten compartir cómo vive esa experiencia la familia. Esto hace posible la salida de lo privado a lo público. El registro y este modo de registrar junto y con la familia, lo pensamos también como un contra-discurso frente a los discursos que intentan olvidar, borrar, decir con eufemismos. Los videos intentan decir lo que aún no puede decirse.
El registro, además, permite que un otro u otros, la sociedad en general, conozca sobre ciertos hechos que ocurren en los lugares por donde cualquiera transita. Es poner en la escena pública un hecho gravísimo que se intenta ocultar o que se muestra tergiversado, produciendo, en ambos casos, efectos de impunidad, sobre un hecho que, paradójicamente, ocurre en lo público.
También es una manera de poder interpelar al Estado, no solo indicarlo como responsable de los asesinatos que se conocen como «gatillo fácil». En esos casos, el Estado, a través de sus fuerzas de seguridad, asesinó a un joven, muchas veces, a eso le sigue un mecanismo de encubrimiento por parte de las fuerzas de seguridad, quienes, a su vez, difunden su versión de los hechos a través de los medios de comunicación hegemónicos que reproducen la versión policial convertida en la “versión oficial”. Así, por un lado, se va potenciando y reforzando la estigmatización de un sector de la población (sobre quienes recae mayoritariamente el peso de las políticas de seguridad) y, por otro lado, se va instaurando un discurso que legitima que, para resolver los conflictos sociales, se necesita de esta fuerza y que esta fuerza actúe de esta manera.
Luego, interviene otra agencia estatal –el poder judicial- y sucede que tenemos un ínfimo número de asesinatos que llegan a la justicia y, de ese número, otro mínimo número obtiene una sentencia. De esos casos, las sentencias favorables a las víctimas son completamente excepcionales.
Un poco de toda esta complejidad deviene la necesidad de registrar, como modo de incidencia contradiscursiva, como posibilidad de colectivización de un duelo que –entendemos- produce marcas sociales, como una manera de producir memorias desde la perspectiva de lxs pibes a través de la mirada de sus familias, como el reclamo por el derecho de una vida a desplegar su potencia.
—¿Por qué creen que las producciones audiovisuales (el arte, lo cultural) suman a la producción de memorias?
—El arte es una forma primitiva y actual del decir. El arte puede –aunque no siempre lo haga- construir un discurso opuesto al discurso hegemónico. En estos casos, esa intervención es de resistencia, no solo contra el olvido de las vidas “descartables” para el discurso oficial y capitalista –que necesita para existir de estas vidas sacrificables- sino también para sostener las presencias de esxs jóvenes asesinadxs, que no estarán comiendo con su madre y padre, hermanxs, amigxs, que no estará más en la esquina, en la canchita, en la cancha, en el baile, en la escuela. Sostenerlo en su condición de sujeto, en un registro vital de su existencia. Eso, además, contradice la matriz neoliberal que empuja al borramiento del sujeto.
Esto también pone en el espacio público algo del horror, intenta romper algo básico de ese espacio público que es también –en el marco de la primacía neoliberal- un espacio privatizado. Intenta poner en escena otro discurso sobre quiénes eran esxs jóvenes, es decir, pone en la escena pública a jóvenes que son siempre negadxs y negativizadxs, y a quienes se busca homogeneizar, estandarizar, disciplinar.
Entonces, parte de nuestro trabajo va en relación a la construcción compartida con las familias, de un contradiscurso que vuelva a nombrar a lxs jóvenes asesinadxs, que esas vidas puedan ser lloradas, como dice Butler, que recupera su historia. A esto refiere un poco la idea de que son “memorias que insisten y resisten”.
—Para la presentación del miércoles pasado, hicieron una invitación “a participar de esa comunidad afectiva y a contagiarla entre lxs suyxs”. ¿Qué es esto de “comunidad afectiva” y cómo podemos contagiarla?
—Lo que decíamos antes sobre el pasaje a lo público implica, al menos, dos aspectos:
Por un lado, salir a la calle, denunciar, hacer marchas, salir en los medios, participar en actividades homenajes, que realizan otros familiares. Pero no es solo estar en la calle o en los medios. Implica, además, poder hacer del dolor individual una experiencia compartida. Esto es probablemente lo que implique mayor compromiso subjetivo y mayor tiempo en la emocionalidad que transitan las familias de lxs jóvenes. “Si el dolor destruye la capacidad de comunicarse”, como sostiene Veena Das, “¿cómo puede alguna vez trasladarse a la esfera de la articulación en público?” Si el sufrimiento, muchas veces, produce aislamiento, silencio, reclusión en el mundo íntimo y privado, la pregunta sería cómo lograr que esa experiencia de dolor pueda “comunicarse con el dolor del otro”, como dice Ileana Dieguez.
El pasaje a lo público supone construir una solidaridad en el dolor, hay un colectivo que aloja el sufrimiento del otro, que comprende la naturaleza injusta de esa muerte. Es la posibilidad de desprivatizar el dolor. Este alivio implica la posibilidad de afirmar que todas las vidas pueden ser lloradas y todas las personas tienen un rostro, una historia, un paisaje, un contexto. Se trata de producir un espacio de encuentro, a partir de compartir experiencias de dolor y que otrxs puedan expresar “a mí también me duele”.
Se trata también de la defensa de los derechos “que surgen cuando se entiende que la precariedad se distribuye de manera desigual en la población y que la lucha, para contenerla o resistir a semejantes condiciones, debe basarse en la idea de que todas las vidas deben recibir el mismo trato y que todas deben tener el mismo derecho a ser vividas” , dice Butler.
Esa precariedad provocada genera, además, alianzas y procesos de vinculación. Si el capitalismo, en su forma neoliberal, promueve la primacía del empresario de sí, un modo de vida en que cada quien sea responsable de sí mismo sin otro soporte relacional (social, político, etc.), entonces, esas alianzas son modos de resistencia que recusan la lógica neoliberal construyendo modos de estar en común. Pero lo común no está dado, lo común se construye alojando también las diversidades, las disidencias. No sólo somos diversxs, sino que no siempre estamos de acuerdo. Esas alianzas, esa apelación a la capacidad colectiva, construye comunidad afectiva.
La comunidad afectiva -que también es política- se vuelve posible porque los cuerpos están juntos, hay un cuerpo junto a otro que se sostiene, se acompaña, se habla. Spinoza se pregunta ¿qué puede un cuerpo? Y Arendt sostiene que la política tiene lugar porque el cuerpo está presente. Esos cuerpos que se hacen presente abren nuevos lugares, transforman la ciudad. La acción política deviene en el “entre”, cuando los cuerpos se encuentran, generalmente, en acciones colectivas, ya sea marchas, construcción de memoriales como las grutas que se construyen en los barrios, los murales, actos que recuerdan los aniversarios, que, generalmente, son misas y fiestas barriales.
Entonces, nos preguntamos: ¿Qué pasa en los barrios cuando se levanta una gruta que se vuelve lugar de encuentro, casi sitio de memoria? Eso es posible porque se produce un “entre“ nosotros. “Entre“ otros. Cuando presentamos los videos, invitábamos a lxs presentes a contagiar el deseo de acompañar a las madres en su lucha, que es muy intensa, desigual y, a veces, frustra cuando se enfrentan al dispositivo jurídico y a la justicia de las leyes y los tribunales. Ellas dicen que encuentran la justicia en las calles, en la posibilidad de mantener viva la memoria de lxs pibxs, en la denuncia y la búsqueda de que no le pase a otrxs pibxs. Entonces, podemos decir que construir comunidad afectiva, producir memorias, es también un modo de no estar solxs.
—¿Cómo es el equipo que trabaja y trabajó en este proyecto?
—Somos el Equipo de acompañamiento a familiares de jóvenes asesinados por la policía. El Equipo se configura, en primer lugar, como una necesidad ante la ausencia de políticas públicas que aborden las afectaciones en el entramado subjetivo y relacional ante las situaciones de violentación y vulneración de derechos por parte del Estado. En nuestro caso particular, se trata de alojar la demanda de intervención y acompañamiento por parte de las familias, amigos/as, vecinos/as, etc. de las víctimas de homicidios policiales.
Si bien la idea, inicialmente, es que fuese un equipo interdisciplinario, actualmente, somos todxs psicólogxs que hacemos una tarea psicosocial, no es un acompañamiento terapéutico, porque no se trata de algún tipo de sufrimiento psíquico por algún tipo de patología, sino que trabajamos con el sufrimiento que produce la injusticia.
Lxs destinatarixs del acompañamiento son toda persona o grupo de personas que se vea afectada en su subjetividad y entramado comunitario por el asesinato por acción, omisión o aquiescencia, por parte de la policía u otra fuerza de seguridad del Estado, de un miembro de su familia y/o comunidad, independientemente de la situación en la que esta se produzca. Es un dispositivo que se construye “en situación” que nos lleva desde dentro de las casas al barrio, del barrio a las plazas y las calles a los ámbitos judiciales, intentando que se instituya una acción ético política de acompañar no sólo el dolor, sino también la búsqueda de justicia.
*Por Soledad Sgarella para La tinta.