Leonardo Sbaraglia y una cartografía histórica del poder
El actor se presentará esta noche en Córdoba con «El Territorio del Poder», la obra de teatro y cuerdas que protagoniza junto a los músicos Fernando Tarrés, Damián Bolotín y Jerónimo Carmona. Conversamos con Sbaraglia acerca de la propuesta, el arte de construir personajes desafiantes y el disfrute de hacer teatro.
Por Julieta Pollo para La tinta
Esta noche llega a Córdoba El Territorio del Poder, obra que alumbra las distintas caras del poder, las facetas del encierro y las muecas del horror… pero también, claro, enciende la esperanza de sabernos capaces de torcer el destino. Lucha incansable por torcer esa sentencia negra que los criminales políticos trazan a nuestra raza, ideología, género o credo. Durante más de una hora se entrelazan la actuación de Leonardo Sbaraglia y la música del guitarrista Fernando Tarrés, el violinista Damián Bolotín y el contrabajista Jerónimo Carmona.
El proyecto comenzó a gestarse a partir de un homenaje al gran Rodolfo Walsh, al que fueron convocados Sbaraglia y Tarrés para trazar un espectáculo multidisciplinario en el Centro Cultural Haroldo Conti de Capital Federal. El disfrute de esa experiencia llevó a los artistas a embarcarse en una nueva aventura que les permitió profundizar en torno al cuerpo, el poder y la libertad, y así nació la obra que hoy podrá verse hoy en Studio Teatro. Hace más de cinco años que itineran con este espectáculo que nunca es el mismo: «En cada función hay una conquista nueva, en cada función está la posibilidad de encontrar algo, en cada función el propio devenir hace que haya nuevos elementos para poner arriba del escenario», sostiene el actor argentino.
Dueño de un estilo único que no limita su versatilidad, Sbaraglia ha participado en las películas que nos vieron crecer. Fue parte de los clásicos La Noche de los Lápices y Tango Feroz, y protagonizó la tríada de culto de Piñeyro (Plata Quemada, Caballos Salvajes, Cenizas en el paraíso), varias series argentinas (Epitafios, Tiempo Final, En Terapia, Clave de Sol) y un aluvión de producciones argentinas y españolas en los últimos años (Diario de una Ninfómana, Las viudas de los jueves, Cornelia frente al espejo, Al final del túnel, Sangre en la boca, Nieve Negra, El otro hermano, Acusada, Dolor y Gloria, y la arrasadora Relatos Salvajes).
Acostumbradxs a su actuación en series o películas que llegan a través de múltiples pantallas, El Territorio del Poder nos acerca la posibilidad de verlo desgranar su interpretación en vivo, en ese espacio íntimo y ese momento único que propone el teatro, donde el grito que desgarra desde el escenario reverbera largo rato en nuestro estómago. La tinta conversó con el actor argentino de la obra que hoy presentará en Córdoba, pero también acerca de qué historias lo conmueven y cómo compone los diversos paisajes humanos que interpreta.
—“El Territorio del Poder” plantea una historización interesante ¿Qué dirías que tiene en común el poder en todas las épocas?
—Bueno… es difícil. Creo que de lo que habla el espectáculo fundamentalmente es de la conquista de un cuerpo que fue usado históricamente por el poder como una herramienta funcional. Un caso extremo sería la esclavitud, el uso de la masa humana como si no fuera humana sino un conjunto de cuerpos funcionales a las diferentes épocas. No soy un experto en el asunto pero intentamos poner en relieve algunas cuestiones históricas que dan cuenta de las aberraciones que ha hecho el ser humano con el propio ser humano, y cómo en todas las épocas se fue haciendo: el Holocausto Nazi, el Mundial del 78 en la Argentina con los cuerpos que se tiraban anestesiados desde los aviones, la Inquisición, la Esclavitud, el acto de desmembrar el cuerpo de un hombre que había robado como para demostrar en público el escarnio.
Lo más importante es que el espectáculo va transmitiendo también un sentido de esperanza: este legado cultural que se ha ido transmitiendo casi como una flecha de generación en generación es algo que no es natural sino que se puede deconstruir para poder empezar a inventar otra cosa. Hoy hay una conciencia de la inhumanidad mucho más importante que hace algunos años.
Como actor intento transmitir esos textos, esas ideas y también esa esperanza, y por supuesto compartir esa experiencia un poco más decodificada, porque ese análisis, esas emociones y reflexiones, han pasado muchas veces por nuestros cuerpos para traducirlo al espectador.
—El cine y el teatro permiten trabajar con detenimiento en la composición de un personaje, pero el teatro agrega el componente de lo irreversible: una vez que empezó es como tirarte al agua. ¿Qué te atrae del teatro en particular y de este devenir sin frenos que presupone?
—Creo que si bien tiene lo irreversible, en teatro tenés la posibilidad de hacer y rehacer, releer, pasar y repasar por el propio cuerpo… como un chico que va viendo una película diez mil quinientas veces y cada vez descubre algo nuevo. En el teatro pasa eso: no es que haya algo irreversible sino que hay algo que siempre va avanzando, en cada función hay una conquista nueva, en cada función está la posibilidad de encontrar algo, en cada función el propio devenir hace que haya nuevos elementos para poner arriba del escenario. Cada nuevo elemento de reflexión o experiencia que aparece y modifica todo el mapa de lo que venís haciendo, es un saber nuevo cada vez y eso es muy lindo lo que se aprende… como una nueva zanahoria. Y es un viaje compartido porque en el transcurso de la búsqueda el espectador va atrás tuyo.
A mí me gusta mucho la idea de “irse de viaje” cuando uno trabaja, no saber bien qué va a pasar en los próximos dos segundos, porque el espectador va como un espejo registrando ese no saber del actor. Cuando el actor sabe mucho lo que va a hacer creo que hay algo que empieza a perder vida, no hay riesgo en ese asegurarse y en esa falta de riesgo se pierde la aventura de la comunicación entre el espectador y los actores que están arriba del escenario. Se pierde justamente esa capacidad de riesgo. Cuando un actor está así, liberado a la expectativa, es cuando ocurren las cosas más originales y hermosas.
—¿Cómo trabajás la composición de tus personajes? ¿Cómo encarás el desarrollo de paisajes humanos tan desafiantes?
—Creo que cada personaje tiene su propia dificultad y su propia lógica, y tiene que ver con justamente aceptar partir del vacío ¿no? Partir de una página en blanco en el sentido que hay algo de saber que uno tiene o de la construcción que uno fue estableciendo como ser humano -en la manera de expresarse, de hablar, de mover su cuerpo, sus músculos-, y en la cual se fue acomodando, alejándose de muchos miedos o dolores. Y justamente cuando uno actúa creo que tiene que volver a instalarse en ese lugar para asumir otra lógica dentro del propio cuerpo, para estar activo a ser atravesado por algo nuevo que puede causar una tremenda alegría pero también un tremendo dolor, que van juntos (todos los opuestos se tocan decía un maestro…)
Creo que es muy interesante la idea de salir a la búsqueda de un personaje del que, a priori, vos tenés que asumir que no sabés nada. Podés partir de un sentimiento que es el que a vos te hace elegir hacer ese personaje, “A ese tipo lo quiero conocer, hay algo de él con lo cual quiero dialogar”, pero es como si fuera un anzuelo.
Por eso creo que cuanto más se sepa de ese no saber, más interesante es. Creo que cuando uno dice “Yo lo sé” es porque en realidad le cuesta asumir que no lo sabe. Cuando te dejás libre a que te lleve la corriente aparecen cosas realmente nuevas, originales y de crecimiento. Me parece que con los años vas descubriendo que los personajes no te usan a vos sino que vos podés usarlos como si fueran la tela de un pintor en la cual vos drenas algo de lo que necesitás también, como si fuera una necesidad expresiva que se nutre de lo que te toca hacer con el personaje.
—¿Qué te conmueve de las historias que decidís personificar, tanto en lo que hace a tu personaje como a las costuras del argumento?
—Creo que tiene que ver con un todo, hay algo que vos sentís al leer esa historia que te moviliza en lo personal, sentís que está bueno hablar de eso, meterte en ese mundo, entrar en una relación y en un vínculo de aprendizaje. También entran en juego el criterio de cada quien, la ideología, el gusto; y las condiciones del trabajo que uno intenta cuidar. Por eso también es muy importante quién va a ser el director, los actores que te van a acompañar… pero la llave de todo eso es un guión que vos sientas que funciona: cómo está construido el argumento, cómo es el lenguaje, su estructura. Además, un buen guión facilita mucho tu trabajo como actor.
Un ejemplo es En terapia, la serie que hicimos para la Televisión Pública, que venía ya con la acumulación de las otras temporadas en Estados Unidos e Israel, con un muy buen trabajo realizado por grupos de psicoanalistas, de guionistas, de gente que sabía muy bien de lo que estaba hablando. A mí me venían los guiones y era aprender el texto y dejarme llevar. Además había mucho diálogo y el texto estaba tan bien escrito que te llevaba a las propias emociones del personaje. En ese sentido, cuando tenés un buen guión… es un regalo. Es como subirte a un coche que no se traba el embrague, todo va y va, podés conducir para arriba y para abajo. Es notable la diferencia.
—Relatos Salvajes caló con mucha contundencia en el imaginario popular. ¿Asociás la situación que atraviesa tu personaje a la desigualdad social y el desprecio entre clases? ¿Cuánto de eso ves hoy en Argentina y de qué modo nutriste ese personaje para que nos interpele a todxs?
—Un ejemplo de un muy buen guión, un relato muy bien construido y un director genial que tenía en su cabeza pleno conocimiento de lo que quería producir en el espectador en cada momento. Una gran claridad la de Damián Szifron al escribir el guión y después al conjugar esas historias que sostenían una lógica y una interrelación entre cada una de ellas casi con hilos invisibles, pero absolutamente estructuradas.
El personaje que me tocó hacer era un tipo que, como bien decía Damián, por momentos el espectador tenía que odiarlo y por momentos empatizar con él. Creo que la cuestión de clases y la desigualdad social está presente siempre y que está soterradamente elaborada en todos los capítulos: en el primero, un chico que había sido maltratado y sometido toda su vida y que termina planeando una venganza; en el segundo, un hombre poderoso que ningunea y maltrata y viola y abusa; en el tercero, que es en el que participo, hay un desprecio entre los dos personajes, hay una lucha y una confrontación social muy grande. Como si obligase a los personajes de dos clases sociales a mezclarse, a embarrarse salvajemente… dos clases sociales que no se quieren tocar: una está sobre la otra y no quisiera querer convivir con ella, y la otra está sometida, llena de cosas sin resolver. Creo que el capítulo de Oscar Martínez, el hombre que usa al jardinero, es quizás la historia más cruenta y dura en el sentido de la desprotección, la vulnerabilidad y el sometimiento de clase.
Yo no sé si fue de todos modos la idea de Szifron, no lo hemos hablado en profundidad, pero es un análisis sí que a uno le viene a la cabeza fácilmente. Por eso la película ha calado, además de la inteligencia y el humor tan presente. Nosotros cuando la hicimos no creíamos que iba a despertar ese sentimiento de sátira: cuando se proyectó por primera vez en el festival de Cannes la gente se reía cada diez segundos de manera atroz, fue muy sorpresivo para nosotros. Creo que hay un diálogo, una relación y un espejo que se va comunicando a lo largo de todos los capítulos de Relatos Salvajes y que es una película tremendamente poderosa y adrenalínica.
Desgraciadamente, creo que sigue habiendo mucho de eso en Argentina, pero no creo que eso no tenga cura. Creo que sí es posible, que uno tiene la alternativa de ser humano… quizás todavía no somos del todo humanos, estamos aprendiendo y es un proceso sobre el cual nos falta mucho. El territorio del poder habla de eso también, de que somos animales que estamos aprendiendo a ser cada vez más humanos.
► El Territorio del Poder. Con Leonardo Sbaraglia y Fernando Tarrés. Jueves 22 de agosto a las 21:30 hs. en Studio Theater (Rosario de Santa Fe 272).
*Por Julieta Pollo para La tinta.