Norma Plá: la jubilada que fue lucha y hoy vuelve a la calle con mil nombres
Norma Plá no tuvo un empleo registrado a lo largo de su vida. Nunca se pudo jubilar pese a que trabajó desde los 13 hasta los 62. Cuando su marido murió, le quedó una única herencia: una pensión de 150 pesos que no le alcanzaba para nada y ahí empezó su lucha. Su figura es parte de la constelación de referentes de la resistencia contra el ajuste de los años ´90, contra el gobierno de Carlos Menem y el recorte a las jubilaciones. A más de 20 años de su muerte el reclamo por una jubilación digna para todxs sigue más vigente que nunca. Tali Goldman perfila a la jubilada más famosa de la Argentina, ícono de una época pasada que rima con el presente.
Por Tali Goldman para LatFem
La cámara apunta a un cuadro colgado de Fidel Pintos, un artista emblemático de las décadas del cincuenta y sesenta. De fondo suena un tango. La puerta de la escenografía se abre y entra una señora. Pollera negra, saco negro, zapatos negros y un pañuelo en tonos beige y violeta. Lleva el pelo corto y unos anteojos le ocupan la mitad de la cara.
—Hola, adelante Norma, adelante—dice el conductor del programa. Ella se acerca y le extiende la mano.
—¿Cómo le va? Buenas noches—reitera el conductor.
—Buenas noches, ¿cómo le va?—replica la señora.
El conductor del programa le presenta uno por uno al resto de los integrantes del convite y ella también les extiende su mano y saluda a todos con mucha amabilidad. Otro señor le acerca una silla. Todos se quedan parados, ninguno hace ademán de sentarse.
—Después de usted, señora—le dice el conductor.
El programa se llama Polémica en el Bar. Es el año 1994 y la señora, Norma Pla, es la única mujer en ese estudio de televisión. La jubilada más famosa del país.
—Bien, le agradecemos que haya respondido a la invitación—dice el anfitrión Gerardo Sofovich—. Si le parece….si-le-pa-re-ce…..vamos a tratar de tener un diálogo ordenado. Queremos escucharla, no le digo que tenemos toda la noche pero—y mira el reloj— hasta las nueve de la noche…tenemos…
Mientras Sofovich habla, Norma Pla mueve las manos y la cabeza, como asintiendo, como diciendo que está bien, que ella va a ser obediente.
—Yo quiero que me escuche el ministro de economía y el señor Presidente también—dice en un tono muy tranquilo la “jubilada” más famosa del país—porque nunca pudimos llegar a un diálogo con él.
—Está bien—dice Sofovich mientras se rasca la parte superior de su labio—pero… ¿usted está segura de que lleva el diálogo para poder acceder al Presidente? Hoy, por ejemplo, en la entrevista que usted tuvo en la radio con el señor Alderete, porque después me quedé conversando con él, dijo que alguno de los diez puntos que usted le entregó son razonables.
—Los diez puntos son razonables— dice después de acomodar su carterita detrás de la silla, ya con firmeza—.
—Está bien—dice Sofovich ya molesto en su silla—. Usted dice que los diez puntos son razonables, yo le digo que Alderete dice que alguno de esos puntos tendían factibilidad. Pero al mismo tiempo usted cuestiona la capacidad del Presidente de designar a quién a él le parece como interventor en el PAMI…
—Escucheme…el Presidente de la Nación está acostumbrado a mandar decretos o a hacer gobernar por dedo. Vos acá, vos a vos, y vos acá y nosotros no lo vamos a permitir eso, porque Pami es de los ju-bi-la-dos y de los tra-ba-ja-do-res.
—¿Quién es nosotros, Norma?—la interrumpe Luis Beldi
—Nosotros…usted también, yo también, y la gente que nos está mirando también.
—¿El PAMI funciona mal?—le dice como corriéndola del eje.
—Escucheme, ¿por qué renunció la señora Matilde (Menéndez) si no andaba mal el PAMI?—dice Norma levantando el tono de voz—¿Usted me puede dar pruebas que el PAMI anda bien?
—Yo le pregunté por el servicio del PAMI—retruca Beldi, sobrándola—¿El servicios es malo?
—El servicio es una cosa—dice Norma y levanta el dedo mientras piensa—el servicio es buenísimo. Yo estuve operada por un problema que tengo……No me mire la peluca—le dice a Sofovich mientras agarra un mechoncito de pelo, como mostrándole—. Este pelo es mío eh…
Los cinco hombres se empiezan a mirar entre ellos como buscando complicidad. Norma comienza a reír, el resto la sigue.
—¡No! Al contrario—dice Sofovich tomando la delantera—para nada, para nada.
Las risas se escuchan más fuerte.
—Mire…Gambini no usa peluca y mire el pelo que tiene—retruca Beldi, otra vez, mientras la cámara muestra la calvicie de Gambini—.
Norma se sigue riendo nerviosa y hace que no que no con la mano porque sabe que le están mirando la cabellera, porque es vox populi que tiene cáncer de mama y está haciendo quimioterapia.
—Le iba a decir qué lindos ojos que tiene—dice Sofovich con galantería—pero usted seguramente lo iba a tomar mal…
Las risas siguen, se multiplican. Todos están un poco nerviosos ahora.
—Bueno, dejémoslo pasar—dice Norma, y por primera vez la cámara la enfoca en un primerísimo plano y con la boca abierta.
Norma no tiene dientes.
La conflictiva
Si se busca Norma Pla en Wikipedia dice esto:
Norma Beatriz Guimil de Plá (Buenos Aires, Argentina, 7 de septiembre de 1932 – Barrio San José, Temperley, Argentina, 18 de junio de 1996) fue una activa militante argentina que reclamaba por el aumento a las pensiones de los jubilados, llegando a encabezar diversas marchas por los derechos de los ancianos en Argentina. En 1991 su movimiento de jubilados inició la práctica de cortar todos los miércoles la estratégica Avenida Rivadavia de Buenos Aires, frente al Congreso de la Nación, constituyéndose en el primero en la historia argentina en cortar calles sistemáticamente como forma de protesta, anticipando el movimiento piquetero.
Y esto:
Su figura, siempre conflictiva, es recordada como uno de los personajes más importantes en la década de 1990. Comandó al grupo de jubilados de Plaza Lavalle. Tuvo fuertes enfrentamientos con policías y políticos, a quienes arrojó en algunas ocasiones productos alimenticios (huevos, harina, chorizos) y profirió insultos hacia ellos, en reclamo por la situación que ella y otros atravesaban económicamente.
Y esto:
Durmió durante más de 100 días en Plaza Lavalle, fue arrestada temporalmente en distintas celdas policiales por sus frecuentes reclamos y peleas con la policía. Incluso envió una corona fúnebre al domicilio de Domingo Cavallo. Organizó almuerzos en insólitos lugares de la ciudad de Buenos Aires, conocidos como “choriceadas”. Tenía más de veinte procesos judiciales, padeció varios desmayos, realizó huelgas de hambre y convocatorias populares, y hasta amenazó al Ministro de Economía de aquel entonces con instalarse con una carpa frente a su vivienda.
Conflictiva-violenta-amenazante-piquetera-loca-. Así recuerda internet a Norma Plá.
La noche del 7 de noviembre de 1985, en la que a Miguel le dio un infarto, habían discutido. Ya venían peleando seguido con su mujer, Norma, por un tema recurrente: la plata. La guita que no alcanzaba, las cuentas que no se podían pagar. Lo que juntaban trabajando de limpieza y vendiendo cigarrillos y golosinas en el baño del boliche—él en el de varones y ella en el de mujeres—, todos los viernes y sábados por la madrugada, no alcanzaba. Ni a ellos ni a sus cuatro hijos a los que mantenían, algunos ya adultos—Miguel y Roberto— y otros todavía adolescentes—Germán y Cristina—. La noche a la que a Miguel Pla le dio un infarto y se murió estaba durmiendo en la habitación de su hijo Germán y Norma, en la de Cristina.
Los problemas con la plata los traían desde la cuna. Norma, hija de inmigrantes españoles—ella empleada doméstica (dice la leyenda que había trabajado en la casa del mismísimo Alfredo Martínez de Hoz) y él conductor de tranvía (para más precisiones de la línea 20)—se crió en Villa Domínico, en la zona sur del conurbano bonaerense. Como la prioridad era trabajar, Norma no terminó la escuela primaria y entró a trabajar a los 13 años a una fábrica y nunca paró. Todos los trabajos que tuvo en su vida estuvieron vinculados a la maestranza y a la limpieza, ya sea en fábricas o en casas particulares. Norma nunca tuvo un empleo registrado. Nunca se pudo jubilar pese a que trabajó desde los 13 hasta los 62. Y de eso se trata toda la cuestión.
A 19 años conoció a Miguel en un baile que organizaron los bomberos de Pompeya. Él, nueve años mayor que ella, trabajaba en una fábrica de encuadernación. Se casaron y después de muchos vaivenes, casas alquiladas y otros periplos que incluyeron embargos y remates, compraron su propia casita, modesta, muy modesta, en Temperley, en la que vivían con los más chicos. Al fondo de la casa, Miguel, el más grande, se había construido una casilla de madera en la que vivía con su mujer y su pequeña hija Jesica Lorena. También allí comenzó el pequeño taller de herrería en el que aún trabajan los hermanos mayores. Los Pla, como tantas familias pobres del conurbano bonaerense a mediados de los ochenta, sobrevivían a fuerza de trabajo duro y desgastante, llegando con lo justo para darles un plato de comida a sus hijos y primeros nietos, entablando lazos de solidaridad entre la familia y los vecinos del barrio.
Cuando Miguel murió discutiendo por la falta de plata, a ella le quedó una única herencia de su marido: una pensión de 150 pesos.
Jesica Lorena Pla todavía se acuerda cuando en una navidad fueron corriendo a buscar a su abuela a la casa. La habían visto en la televisión. Ella había dicho que si el ministro de economía Domingo Cavallo no aumentaba las jubilaciones se iba a colgar en la Plaza de Mayo. Como era capaz de hacerlo se adelantaron a que pudiera ir. Esa navidad fue de las la últimas que pasaron con ella.
En el colegio cada vez que decía su nombre le preguntaban si era “la nieta de”. Ella decía orgullosa que sí. No se acordaba de su abuela en otra circunstancia que no fuera en la lucha. O en realidad sí: cuando todavía trabajaba en el boliche y ella, chiquita, la acompañaba a comprar las golosinas a Lanús. Después ya era habitual prender la televisión o verla en la primera plana de los diarios reclamando en las plazas, en alguna marcha, sacándole la gorra a un policía, subida a alguna tarima hablando por un megáfono, durmiendo en una carpa durante 100 días, almorzando con Mirtha Legrand, haciendo llorar a Cavallo o esposada en alguna comisaría. Años más tarde, a finales de los 90, a pocos años de su muerte, Jesica sería una más de las que en el recital de Las Manos de Filipi, cantaría: “Voy a la cocina/luego al comedor/miro la revista y el televisor/me muevo para aquí/me muevo para allá/Norma Plá a Cavallo lo tiene que matar/ que me viene con chorizo pero ya va a llegar/ que cocinen a la madre de Cavallo y al papá”.
De oyenta de radio a la calle organizada
Es 1991 y Norma escucha un programa de radio que conduce el sindicalista Rubén Giannini—que después devino en Presidente de la Mesa Nacional de Jubilados—en donde hablaba de la problemática de los jubilados. También sigue muchísimo el noticiero de Canal 11, en donde María América González tiene una sección en la que habla de los adultos mayores. Un día Norma llamó a la producción del programa. A ella ya los 150 pesos de la pensión de Miguel no le alcanzaban para nada. Quería participar de ese incipiente grupo que se juntaba frente al ministerio de Economía. Pero empezaron a plantear que necesitaban visibilizarse de otra manera. Algunos sugirieron pararse en medio de las vías de un tren y cortar el servicio—en este grupo estaba Norma—y otros la de instalar una olla en Plaza Lavalle, frente al Palacio de Justicia. Ganó el segundo grupo y fueron Germán y Miguel—los dos hijos de Norma—junto a algunos de sus amigos quienes consiguieron los elementos y ayudaron a prenderla. Los medios de comunicación llegaron al instante. Una olla gigante como mecanismo de protesta era una novedad.
Dos año después, en la zona de Palermo de la Capital Federal los carteles que anuncian Menem 1995 colman las calles. El presidente Carlos Menem está a La Rural para inaugurar la exposición anual y aprovecha para dar uno de sus primeros discursos proselitistas ante su re-elección. Un increíble dispositivo de seguridad rodea el predio. Están avisados. El grupo más combativo de oposición al entonces presidente irá a manifestarse en su contra: los jubilados. Los medios de comunicación se aprestan en el lugar y entrevistan a quienes fueron a manifestar. El canal TN hace un clip que lo reproducirá en el noticiero de la noche.
Primero entrevistan a distintos jubilados y jubiladas hasta que las cámaras enfocan a una señora pelada con tapado rojo y anteojos de sol, escoltada por policías.
Una voz en off dice: “Después de que le fuera arrebatada la peluca, la dirigente de los jubilados Norma Pla se retira de La Rural escoltada por la policía que curiosamente trató de ocultar su identificación”.
Acto seguido la señora pelada grita y agita con las manos: “Juuuubiiiladosss juuubiiladosss juuubiiilados”.
Las cámaras se le tiran encima. Una notera le dice agitada.
—¿Qué pasó Norma?
—Voy a hacer la denuncia porque fui agredida por la patota de Menem
Mientras ella habla un jubilado le da besos en el cachete y le hace mimos en la cabeza pelada. Los noteros siguen.
—¿Le pegaron Norma?
—Me golpearon, me golpearon—, dice con voz quebrada y se sube a un taxi.
Hacía un tiempo había empezado a sentir un dolor de cintura y espalda muy fuerte. Sus hijxs le decían que vaya a hacerse ver. Habían quedado con Germán en ir juntos pero Norma se adelantó y fue antes. Cuando su hijo llegó ella estaba llorando. Le habían dicho ahí, en esa clínica del barrio de San José, en Temperley, que tenía cáncer de mama.
Durante varios años hubo quimioterapia, tratamientos, internaciones. Nada le impidió seguir yendo a las marchas, hasta sus últimos días. Nadie podía frenarla.
En una de sus internaciones—fueron muchas y seguidas—fueron a verla un grupo de jubiladxs y le contaron que en una manifestación en Tierra del Fuego habían reprimido a trabajadores y que en un rato habría una manifestación de repudio en la casa de la Provincia. Apenas terminaron el relato, Norma se arrancó las dos vías de suero que la tenían conectada. Para ese momento su militancia había traspasado la temática de los jubilados y se había convertido en una referente de los incipientes grupos piqueteros. Había hecho buenas migas con otro referente que por entonces ocupaba la plana de los medios: El Perro Santillán de Jujuy. Su hijo Germán la quiso hacer entrar en razón pero no hubo caso, ella ya estaba cambiada para ir a esa marcha. El médico de guardia también le explicó que no podía irse de la habitación. No hubo caso. Entonces Germán tuvo que firmar un papel en donde se hacía responsable por cualquier cosa que podía llegar a pasarle a su madre. Era la única condición para que la dejaran salir.
En la marcha en la casa de Tierra del Fuego Norma se desmayó. Hubo que volver en ambulancia. Germán está seguro que el cáncer de su mamá se produjo por algún golpe que le dio la policía en la zona del pecho.
Modo Norma Pla
Su abuela le decía que tenía que estudiar derecho, así cuando fuera grande podía defender a los jubilados. Jesica no estudió abogacía pero si sociología. Junto a su tío Germán que es arquitecto, son los únicos dos universitarios de la familia Pla. Jesica es investigadora del Conicet y sus principales tema de investigación son: movilidad social, las clases sociales, la desigualdad social, la cuestión social y los efectos subjetivos de los fenómenos socio políticos en el proceso de integración social.
Jesica tiene colgado el pañuelo verde en su mochila, está casada con un sociólogo y tiene dos hijas. Cuando se pone vehemente por alguna cuestión, cuando está enojada con la realidad, cuando ve en la televisión o lee en el diario algo con lo que no está de acuerdo y levanta la voz su marido le dice: “No te pongas en modo Norma Pla”. Jesica se ríe cuando cuenta esto. Le gusta parecerse a su abuela.
En esos meses en los que el tema de la moratoria a las amas de casa volvió a instalarse en la agenda mediática, el nombre de su abuela empezó a resonar en algunos espacios feministas. En medio de la marea verde, de feminismo popular, Jesica cree que mucho del ninguneo mediático a Norma tuvo que ver con la condición de género, de ser mujer.
—Yo veo las fotos de mi abuela, veo videos de ella y en primer lugar pienso que parecía una mujer muy mayor y no llegaba a los 60 años. Eso es producto de haber laburado de tan piba, en trabajos tan sacrificados. Si me pongo a pensar ahora que mi abuela atendía un kiosko toda la noche en el baño de un boliche me parece tremendo. Y después creo que sin dudas parte de ridiculizarla en los medios tiene que ver con su condición de mujer, si el referente de los jubilados hubiera sido un varón no la hubieran pintado de esa manera. Creo que es importante hoy reivindicarla desde un lugar feminista porque sin saberlo, sin un marco teórico ni mucho menos, ella fue una pionera en ponerse al frente de una lucha por los más vulnerables. Incluso sin entender que ella nunca se pudo jubilar pese a que trabajó toda su vida. Yo creo que mi abuela estaría peleando por defender la moratoria de las amas de casa.
*Por Tali Goldman para LatFem / Fotos: Gentileza familia Pla.