Ser sandinista o esperar la muerte: a 40 años de la Revolución

Ser sandinista o esperar la muerte: a 40 años de la Revolución
19 julio, 2019 por Tercer Mundo

Se cumplen 40 años de aquel 19 de julio de 1979, en que el pueblo nicaragüense logró expulsar la dictadura de Anastasio Somoza del país, luego de más de cuatro décadas de lucha organizada.

Por Denise Bilsky para La tinta

La revolución nicaragüense fue, sobre todo, una revolución protagonizada por la juventud, uno de los sectores más perseguidos por la dictadura. “Llegó un tiempo en que ser joven era un delito”, me relataba uno de los ex guerrilleros que, harto de las persecuciones, estados de sitio, muerte y miseria, se sumó a la lucha siendo apenas un adolescente.

Y como él, miles de jóvenes que combatieron y militaron con sus cuerpos hasta lograr concretar la Revolución, y luego con el ataque de los “Contras”, para defenderla en las fronteras. Juventud nicaragüense, tan “violentamente dulce”, golpeada y sacrificada hasta lo inimaginable, como me relataba un militante cuando describió las torturas que recibieron él y sus compañeros cuando los secuestró la Guardia Nacional a los 14 años de edad, al mejor estilo de la Escuela de las Américas.

“Nosotros damos la vida por Nicaragua”, me confesaba un empleado de una terminal de Managua, mientras otra mujer que trabajaba allí me relataba cómo participó en las brigadas alfabetizadoras.

Esa pasión y amor por Nicaragua actualmente está atravesada por un enrarecido clima político que azota al país: crisis económica, listas negras, militantes asesinados a sangre fría, violencia y represión en las manifestaciones, atentados, edificios públicos quemados, como la municipalidad de la ciudad de Granada, que pude ver chamuscada.

En mi andar, me crucé muchas historias, como la de Henry, en la isla caribeña Corn Islands, estudiante en Managua y militante sandinista, quien fue alcanzado el año pasado por una bala en una manifestación que le dio en el abdomen y lo dejó en coma por un buen tiempo. Al salir de terapia intensiva, sus compañeros de facultad le recomendaron que se fuera a su isla porque figuraba en una lista negra.

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Ese verano, en búsqueda de lo que quedó de la revolución, llegué a la primera ciudad liberada en la gesta revolucionaria. León, ubicada cerca de la costa pacífica, a poco más de 100 kilómetros de Managua, es una colorida ciudad colonial rodeada de más de diez volcanes, una de las localidades más calientes de Latinoamérica. Apenas llegué, fui directo a visitar el Museo de la Revolución. Allí, me recibió un grupo de militantes del sandinismo, que eran ex guerrilleros.


Uno de ellos, Marcelo, me relató apasionadamente y con lujo de detalles toda la historia del sandinismo desde principios del siglo XX, mostrándome un excelente e invaluable archivo de fotografías tomadas durante el proceso revolucionario. Imágenes de jóvenes con fusiles, de manifestaciones en barrios, carteles, señoras con pancartas y bombos. Estas personas dedicaron su juventud, su vida, a hacer y defender la revolución. En esa lucha, perdieron amigos, amigas, familiares.


Con ambos entrevistados, hablamos inevitablemente de los sucesos ocurridos en Nicaragua entre abril y julio de 2018, período tristemente violento que fue la antesala del complejo clima político, económico y social que se respira en el país en este periodo.

Entrevisté a dos ex guerrilleros: Marcelo Pereyra Ordoñez y Ricardo López, que me relataron sus historias de vida, atravesadas inevitablemente por la dictadura y la revolución, y cómo fueron sus inicios en el Frente Sandinista, cómo vivieron ellos el proceso, sus secuestros y torturas, las estrategias de comunicación que utilizaban para concientizar al pueblo de León sobre la necesidad de la revolución para salir de la sangrienta dictadura de la familia Somoza, amparada por la CIA y el gobierno de Estados Unidos.

Ambos militantes se incorporaron al FSLN siendo adolescentes. Ricardo comenzó formando parte de movimientos estudiantiles: “Participaba en tomas de colegios, tomas de iglesias, en las manifestaciones de protesta, regando comunicados, pronunciamientos, tomando las radios para hacer un pronunciamiento a la población. Andaba pintando paredes, haciendo mítines sandinistas en los parques”.

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Imagen: Museo de la Revolución en la ciudad de León / Denise Bilsky

El clima social económico y político durante los largos 45 años que duró la dictadura era irrespirable, con una feroz persecución, sobre todo, a la juventud, como rememora Ricardo: “Lo que yo recuerdo de esa época es que la dictadura era, más que todo, represión, persecución, asesinatos. Nosotros vivimos una época de ley marcial, toque de queda, estado de sitio, no teníamos derecho a la diversión. El que era encontrado después de las seis de la tarde, era asesinado en la calle porque decían que eran del Frente Sandinista. Por eso, en esa época, ser joven en Nicaragua era un delito, porque la guardia decía que éramos sandinistas. Murió mucha gente que no era sandinista, tal vez eran jóvenes que andaban estudiando”.


Marcelo me explicó que comenzó a los 12 años de edad participando de las marchas que organizaba el FSLN contra la dictadura y, luego, se incorporó al Movimiento de Estudiantes Secundarios (MES). Con nostalgia, recordaba cómo fue su encuentro iniciático: “Quien me organiza a mí es la compañera Arre Shu, una muchacha chinita, de apenas 10 años. Ella me miraba en las manifestaciones y, de repente, apareció por mi casa, no sé quién le dio la dirección, me asusté al verla. ‘Ven, quiero platicar contigo. ¿Conoces a estos muchachos? Tráelos y vamos a conversar’, me dijo. Yo fui a traer a mis amigos, que vivieron siempre en la misma cuadra, y nos reunimos en el fondo del patio de mi casa. Eran tipo seis, siete de la noche, cuando ya la gente no estaba en la calle, solo nosotros estábamos en el patio. Y nos dijo: ‘¿Están dispuestos a colaborar y a morir por la causa del Frente Sandinista?’. Todo el mundo contestó: ‘Sí’. Pusimos la bandera roja y negra, y la bandera de Nicaragua”.


Este mismo ex guerrillero me relató también, con espanto, cómo fue la experiencia de su secuestro y tortura por parte de la Guardia Nacional, cuando tenía 14 años, en una manifestación junto a otros cuarenta jóvenes: “Nos llevan a las prisiones, comienzan a interrogarnos, nos torturan, nos ponen electricidad. A otro le sacaron las uñas, los dientes, le ponían la electricidad en pilas de agua, nos colgaban de los pies. Y al que no decía nada, se lo llevaban a una fortaleza que se llamaba el Fortín de Acosasco, que está a siete kilómetros de la ciudad de León, una prisión de Somoza. El que iba allí no regresaba, porque era como decir la muerte, el matadero. El que no hablaba, no daba información, le cortaban la cabeza, el cuerpo al mar y la cabeza allá a la tierra. Nosotros le decimos ‘el repollal’ donde tiraban las cabezas. Al tiempo, salían las calaveras y eran como repollos”.

Experiencia traumática de la cual logró sobrevivir gracias a la intervención de un grupo de sacerdotes revolucionarios, que gestionaron su liberación y los refugiaron por unos meses, y que, al partir, les dijeron: “Luchen por Nicaragua. Nicaragua los necesita”. Y así lo hizo, Marcelo siguió luchando hasta expulsar a la dictadura del poder despótico.

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Imagen: Ex guerrilleros sandinistas recuerdad la revolución / Denise Bilsky

La gota que derramó el vaso y logró unir a los más diversos sectores de la sociedad nicaragüense fue el asesinato del periodista y dueño del diario La Prensa, Pedro Vásquez Chamorro, quien denunciaba en sus notas las atrocidades que vivía el pueblo. Ese día, el 10 de enero de 1978, la revolución se precipitó como la lava de todos los volcanes de Nicaragua.


Así recuerda Ricardo esa etapa de la historia: “Participé de la primera insurrección, que fue en 1978. Una insurrección que tuvo un costo de vidas humanas, porque Somoza lanzó una represión indiscriminada. A muchos compañeros les pasó que sus casas eran allanadas, los sacaban a la calle y, ahí nomás, los asesinaban. Otros compañeros salieron huyendo debido a la represión de la guardia de Somoza”.


Luego de densas batallas insurreccionales populares, con sus respectivas represiones, el 7 de julio de 1979, las fuerzas sandinistas lograron tomar en León el Fortín de Acosasco, edificio emblemático de la Guardia Nacional, y declarar liberada la ciudad.

Con emoción, Marcelo vuelve al triunfo de la revolución: “Cuando liberamos a León, para mí, fue una gran euforia, a la misma vez, una tristeza. Un padre, dos hijos, dos de mis hermanos muertos… pero me sentía libre y orgulloso de haber liberado León. Y cuando llegamos a Managua, fue un gran orgullo llegar a la capital con los tanques y los cañones. Y de ver a muchos guerrilleros, chavalos jóvenes, solos, chicos y muchachas… El 19 de julio de 1979, estábamos en la plaza de la revolución en Managua celebrando la victoria”.

Durante mi paso por Nicaragua, cada vez que podía, les sacaba el tema a las personas que me cruzaba: ¿cómo se vivió el fin de la dictadura? ¿Cómo cambió Nicaragua con el triunfo de la revolución?

Ricardo me habló sobre esa sensación de liberación y alivio que experimentó el pueblo desde ese día, y sobre las acciones concretas para garantizar derechos básicos: “El cambio que vimos en Nicaragua fue que, prácticamente todos aquellos derechos de los que éramos privados en la dictadura de Somoza, después se convirtieron en derechos para todos los nicaragüenses, como el derecho a la salud, a la educación, a la tierra, el derecho al trabajo. Hubo un cambio, democráticamente, de todas las reivindicaciones sociales, que, en aquella época, todos esos derechos eran un privilegio. Entonces, nosotros logramos romper esa barrera y ser beneficiados por derechos a los que no teníamos acceso, como la cultura, el deporte. Hubo mucha construcción de escuelas, universidades, carreteras, puentes”.

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A pesar de este triunfo popular, la revolución no pudo sostenerse como lo proyectaba la dirigencia del FSLN: disputas internas, pero, sobre todo, el sector contrarrevolucionario desató un proceso también sangriento y marcado por el uso de las armas y estrategias de guerra, para defender el triunfo contra la dictadura. Fueron diez años de lucha, sobre todo, en las montañas de las fronteras con Costa Rica, Honduras y El Salvador. La lucha popular continuaría, demorando y limitando las conquistas sociales.

Estos dos ex guerrilleros, aun desbordados de convicción, cerraron sus entrevistas con un alentador mensaje. Marcelo lo expresaba así: “Como ex guerrillero del Frente Sandinista, y veterano y héroe de la patria de la revolución, le pido a las nuevas generaciones, a los movimientos revolucionarios de las universidades, de los obreros, de los campesinos, de la gente más humilde, que se una para organizarse y que comiencen una lucha cívica, porque el que no comienza con una lucha cívica y se va por la libre, no triunfa. Primero, hay que organizar al pueblo. Hacerle tomar conciencia. Y así van a triunfar. Se necesitan más valor, más amor a su patria para las nuevas generaciones de estos países. Ojalá que todos los países de Latinoamérica sean libres como Nicaragua. ¡Siempre en Nicaragua será 19 de Julio, hoy, mañana y siempre!”.

Esa tarde, me fui del Museo de la Revolución y, a los pocos días, de la ciudad de León, la primera ciudad liberada por la lucha del FSLN, satisfecha de haber conocido a dos protagonistas de este emblemático proceso revolucionario. Dejé Nicaragua llena de admiración por su pueblo, pero con muchas más preguntas que antes de llegar. A 40 años de la revolución latinoamericana más joven, celebro el profundo compromiso de la juventud nicaragüense, que le dio vida a esa revolución que, en medio de las dictaduras latinoamericanas, sacudió al mundo.

*Por Denise Bilsky para La tinta

Palabras claves: aniversario, Nicaragua, Revolución Sandinista

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