Hijas del silencio que estalla

Hijas del silencio que estalla
12 junio, 2019 por Julieta Pollo

María Laura Delgadillo y Elizabeth Rodríguez son hijas de represores y conforman el Colectivo Historias Desobedientes, que reúne a familiares de genocidas que luchan por la memoria, la verdad y la justicia. El sábado, visitaron Córdoba junto a la madre de todas las luchas, Norita Cortiñas, para presentar el libro «Escritos Desobedientes», voz política y colectiva que también exige Nunca Más.

Julieta Pollo para La tinta

El sábado 8 en el sindicato Luz y Fuerza de Córdoba, se presentó el libro «Escritos Desobedientes», un mosaico de relatos que se entrelazan en voz colectiva por la memoria, la verdad y la justicia. Fue escrito por familiares de represores que también dicen Nunca Más y rompen así con una historia signada por el horror puertas adentro. Dos hijas desobedientes visitaron Córdoba junto a Norita Cortiñas, cofundadora de Madres de Plaza de Mayo e incansable luchadora por los derechos humanos, para presentar este documento que aviva la llama de la memoria a la vez que alienta a tomar la palabra y denunciar a lxs opresorxs, sin importar lo cerca que estemos de ellxs. 

«Mi nombre es María Laura Delgadillo, tengo 60 años, vivo en La Plata y soy hija de un genocida», dice a La tinta una de ellas y la otra continúa: «Yo soy Elizabeth Rodriguez, tengo 59 años, soy geóloga y vivo en La Plata, pero nací en San Luis y después me mudé a Córdoba. Soy hija de un genocida: mi papá fue juzgado por delitos acá en Córdoba y también estuvo en Buenos Aires». Ambas conforman el Colectivo Historias Desobedientes y son autoras de algunos de los textos del libro.  

Crecieron bajo la tutela de un genocida, fueron mantenidas en la ignorancia y el silencio, sospecharon, averiguaron y exigieron una respuesta, rompieron con los lazos de sumisión familiar y salieron a la calle individualmente con la vergüenza ajena de ese ser atroz que no eligieron y con el cual se sentaron a la mesa cada domingo hasta descubrir la verdad. Fue en la calle que se encontraron con «las hermanas perdidas», exigiendo justicia para las víctimas de sus padres. Formaron una familia elegida, unidxs en la lucha por los derechos humanos. 

desobedientesFue en mayo de 2017, cuando la Corte Suprema de Justicia de la Nación dictaminó la reducción a la mitad de la pena de prisión efectiva para criminales de lesa humanidad: «El 2×1 nos sacó a la calle a todos los argentinos. Y después hubo mucha resonancia de las redes sociales. Fue por ahí que nos encontramos. Mariana Dopazo, ex-hija del represor Miguel Etchecolatz, sacó una nota en Anfibia y yo la leí y puse un comentario que decía que eso me representaba. Analía [Kalinec] se dedicó a mirar todos los comentarios y me encontró. Ella me contactó por Facebook y empezamos a hablar por teléfono. Dijimos ´Tenemos que encontrarnos´. El 25 de mayo de 2017, nos encontramos seis de nosotrxs en un departamento en Buenos Aires y así comenzó esta desobediencia. Para el mes de junio, ya eramos 30 personas», recuerda María Laura. 

Elizabeth continúa: «La primera reunión a la que fui fue ese junio, que resultó ser justo el día del padre, paradójicamente. Encontré a las chicas y fue como un gran cambio en la cuestión emocional porque una estaba así como perdida, con un montón de cosas no dichas. Cuando las vi a ellas en los medios e hice contacto, encontré a las hermanas perdidas. Después, se sumaron parientes de genocidas chilenos y hasta tenemos compañeras alemanas, parientes de nazis. A lo largo del país, tenemos compañeros por todos lados también. Después de conformar el colectivo, pudimos realizar, el 23, 24 y 25 de noviembre de 2018, un Encuentro Internacional de Hijxs y Familiares de genocidas».

—¿Cómo fue encontrar a estas hermanas perdidas después de tanta soledad?

—MLD: Es fuerte. Cuando nos encontramos, teníamos una necesidad de tocarnos, de hablar, de escucharnos. La primera reunión fue una catarsis absoluta. Uno por uno, fuimos hablando y contando nuestras historias… «Ahh, pero eso me pasaba a mí también», «Mi papá también estaba en ese lugar», «¿En que año estuvieron…?» Y así era un cruce en el que se iban entrelazando las historias.

—ER: Lo más profundo era encontrar alguien que te entendía. Hasta ese momento, un poco por vergüenza y pudor, muchos de nosotros no decíamos quiénes eran nuestros padres… eso estaba en silencio total. Hacia el interior de la familia, no coincidíamos mucho (o nada) en las formas y encontrar a alguien a quien vos le cuentes y te sientas contenido por el otro, porque te entiende, fue lo que más nos acercó. El deseo de estar juntos, de abrazarnos, de saberse entendido.

—MLD: Es una cuestión de pertenencia. Muchos de nosotros, en nuestros ámbitos, militábamos derechos humanos, pero yo nunca me identifiqué como hija de un genocida. Sí estaba en esos lugares porque yo tengo una tía desaparecida, entonces yo me identificaba como familiar de un desaparecido, pero la otra parte no la podía asumir… había una cosa del temor a que sepan, la vergüenza, el dolor…

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(Imágenes: El Grito del Sur)

A tu obediencia debida, desobediencia colectiva

Al mirar hacia atrás y volver a esos ojos de niña o de joven en edad escolar, los recuerdos son difusos. Algunos quedan marcados a fuego y otros cobran sentido cuando las fichas caen, aplastándote y dejándote, por primera vez, ver la luz. Los conflictos familiares, los silencios, las salidas nocturnas, los objetos encontrados, los llantos contenidos, las prohibiciones, las respuestas sin respuesta… todo es parte de una maquinaria dispuesta al simulacro que reproduce, a pequeña escala, rastros del horror que se aplica afuera, sobre un país entero, a través de la censura, el ocultamiento, las detenciones, violaciones y torturas, la desaparición forzada, la apropiación de bebés y demás crímenes de Estado que se practicaron con impunidad durante la última Dictadura cívica-eclesiástica-militar. 

—MLD: Mi padre apareció un día con un montón de artículos: ropa, libros, cosas del hogar. Nos dijo que los había comprado en una feria americana. Me acuerdo que ese día tuvo una pelea muy grande con mi mamá, encerrados en una habitación. Y cuando mi mamá salió, nos dijo «No tocan eso. No quiero que lo toquen». Después, con el tiempo, cuando desapareció mi tía en el 77, me cayeron todas las fichas… las peleas de mis viejos, el intento de suicidio de mi mamá -que entró de noche a un cuartel para que la balearan- y un montón de situaciones que tenían que ver con lo intolerable que era esa situación familiar, y frente a la cual una estaba en el limbo. Yo tenía contacto con militantes en una parroquia a la que iba y varios de los chicos desaparecieron. Pero yo no entendía, tenía 17 años pero no podía hacer la conexión… o será que la negación era tan fuerte, de protegerte de esa cosa tan dura, que uno negaba o ni pensabas en eso, ni lo relacionabas.

—ER: Porque también, hacia dentro de nuestras casas, había un relato totalmente negacionista y donde no se hablaban un montón de cosas. Yo tenía 14-16 años y vivía en ese mundo negacionista en el que parte de mi familia sigue viviendo. Cuando salió el Nunca Más, recién me empezaron a caer las fichas… recién en el 84. Yo estaba en la facultad y ahí recién empecé a abrir los ojos, a mirar, a seguir lo que hacían los organismos de derechos humanos.

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Foto: lavaca.org

—¿Cuál fue el quiebre, ese momento en que te das cuenta y decidís tomar una posición más allá de todo?

—ER: El quiebre es enterarte. Una primero no quiere reconocer que tu familia hizo cosas tan atroces, pero el quiebre es ahí, cuando decís «¿Cómo pudo haber tanto horror, tanto odio?». Creo que después no es de un día para el otro, hay toda una construcción de años…

—MLD: …la palabra sería proceso, pero evitamos usarlo… aunque dicen que hay que apropiarse de las palabras.

—En el libro, hablan mucho de los mandatos que se rompen. ¿Cuáles son esos mandatos?

—MLD: Se rompe, primero, el patriarcado. Porque ahí una empieza a desobedecer y a cuestionar. Se cae, así, PUM. La persona que era el centro de la familia de acuerdo a esta cultura patriarcal, de pronto, te das cuenta de que te manejó, te mantuvo en ignorancia, te mintió. Y después se cae también el silencio porque yo empecé a cuestionar, a preguntar algunas cosas. Sobre todo, a mi mamá porque mi papá era muy difícil de encarar… yo, sinceramente, nunca pude confrontarlo, me resultaba muy doloroso. Solo le pude preguntar por mi tía desaparecida, si sabía qué le había pasado. Y él me confesó que sí sabía: sabía que la habían secuestrado, sabía quiénes, sabía todo.

La tía de María Laura Delgadillo era hermana biológica de su padre, ex integrante de la policía bonaerense entre 1976 y 1983 al mando de Miguel Etchecolatz. María Ilda Delgadillo fue desaparecida por oponerse a los partos ilegales de las mujeres detenidas. Era partera y trabajaba en el Hospital de la cárcel de Olmos. Cuando se enteró de que los militares se habían apropiado de dos bebés, habló con Madres de Plaza de Mayo. El 22 de agosto de 1977, fue desaparecida junto a su marido, el médico César San Emeterio.

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—¿De qué manera este libro emerge como voz colectiva, confiriendo un nuevo sentido a las trayectorias personales?

—ER: Si bien había gente que escribía, este libro porta un tono de demanda y de repudio en una voz colectiva. El Colectivo Historias Desobedientes toma una voz política orientada a superar las historias personales para pasar a ser una voz colectiva. También tiene un claro objetivo de darnos a conocer para saber si hay otra gente. Como tenemos la experiencia de haber estado solos y no poder hablar, bueno, decir acá estamos e invitar a que se acerquen.

—MLD: Es una contribución a la memoria colectiva, para mostrar que se pueden romper los mandatos patriarcales, culturales, familiares…

Pepe Rovano, Stella Duacastella, Topo Bejarano, Bruno, Bibiana Reibaldi, Christian Baigorria, Lizy Raggio, Lydia Lukaszewicz, Néstor Rojo, Oscarina H., Elizabeth Rodriguez, Erika Lederer, Pablo Verna, Liliana Furió, Mariana Dopazo, Rita Vagliati, Analía Kalinec, Carolina Bartalini, Lorna Milena, Nancy Morales, Alejandra Éboli, Nicolás Ruarte… y la lista sigue. Son parientes de represores que comprenden que el dolor está vigente, no es cosa del pasado. Por eso, rompen la mordaza familiar para hacer oír su voz. Saben que no son lxs únicxs, que hay muchxs otrxs que la vivieron puertas adentro, que pueden contar su experiencia para reconstruir la historia de lxs silenciadxs, que pueden encontrar en el abrazo colectivo contención y compañerismo.

Del horror a la voz colectiva

El libro rompe el hielo con un Manifiesto contundente escrito por el Colectivo Historias Desobedientes. En él, conceptualizan sus relatos, nacidos de la experiencia personal del horror y también de la organización para la lucha, como voz colectiva que emerge por la memoria, la verdad y la justicia. Allí, establecen, también, el criterio de edición ética que estructura el libro: decidieron utilizar lenguaje inclusivo en los textos escritos colectivamente, salvo en los casos «correspondientes a integrantes de las fuerzas armadas y policiales, dado que se quiere resaltar en la forma masculina el matriz patriarcal del poder represor-genocida». En este sentido, tampoco se utilizan mayúsculas para nominar los cargos.

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En sus más de 200 páginas, Escritos Desobedientes reúne poesías, fragmentos de novelas y obras teatrales, narraciones, notas de prensa, declaraciones, y comunicados individuales y colectivos posteados en redes sociales. La soledad, la incomprensión, la bronca y el dolor se encuentran con la contención y la potencia de emerger como colectivo de lucha que encuentra en ese otrx un hermanx perdidx, que no se reconcilia con el terrorismo de Estado forjado a fuego por sus familiares, que sale a la calle y también grita Nunca Más. Nunca Más en permanente actualización: frente al impune 2×1, frente a las indulgentes domiciliarias, frente al descabellado intento de Macri de convertir en Parque Nacional un sitio de memoria como es Campo de Mayo.

Este libro, publicado por Marea Ediciones, es un documento histórico y vigente, un ejercicio de memoria y resiliencia cuya lectura contribuye a comprender que el silencio, la sumisión y los mandatos opresores solo pueden ser derribados al calor del encuentro con esxs otrxs que intentan sanar la misma llaga, esxs que de la herida construyen libertad.

 

Por fin te gané.
¿Sabés por qué?,
te convertí en pañuelo blanco,
en pañuelo blanco de las Madres,
y fue el día histórico en que el pueblo argentino
dijo NO a la impunidad.
Ellas y ellos me ayudaron.
¿Viste? Vos que despreciabas tanto a todos,
esos todos fueron en mí y te volvimos pañuelo.

Fragmento de «Odio, ahora sos pañuelo blanco», poema de Lorna Milena que integra Escritos Desobedientes. Fue redactado el 25 de mayo de 2017 y está dedicado a su padre, «suboficial principal de la PNA, QNDEP».

*Por Julieta Pollo para La tinta. Fotos: Iván Brailovsky y Colectivo Historias Desobedientes. 

Palabras claves: Dictadura Cívico-Militar, Escritos Desobedientes, Hijas e Hijos de genocidas, Historias Desobedientes

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