“Entre la vida y la obra de Andrés Rivera emerge la coherencia ideológica”
Andrés Rivera cruzó la cultura argentina con una obra potente y reveladora. Su vida y sus palabras ahora son relatadas en una biografía publicada por Editorial Sudestada.
Por Leandro Albani para La tinta
Un hombre obsesionado con su oficio de escritor, de palabras secas y cortantes, de ideas duras y claras que supo sostener en el tiempo. Esa persona es la que los periodistas Martín Latorraca y Juan Ignacio Orúe describen y analizan en Andrés Rivera. El obrero de la literatura, biografía publicada recientemente por Editorial Sudestada.
Pero, en el libro, también aparece el Rivera más íntimo, el que trabaja en sus escritos con detalle y una disciplina sistemática, el padre de dos hijos que, pese a su parquedad, transmite sentimientos profundos, el militante comunista fogueado en un entorno familiar de luchas sindicales e historias de una Europa lejana y nebulosa.
Latorraca y Orúe relatan la vida de Rivera de forma concisa, ágil, armando un rompecabezas con testimonios, retazos de historias de un país siempre al borde y una prosa que rechaza hundirse en análisis eruditos o encorsetados por una academia que siempre miró de reojo al autor de La revolución es un sueño eterno, El farmer, Ese manco Paz y El verdugo en el umbral, entre muchas otras novelas y libros de cuentos.
La biografía, además, cuenta con un anexo que recoge varios artículos de su época de periodista (bajo el seudónimo de Pablo Fontán) en el diario El Cronista Comercial, su polémica escrita con el historiados Norberto Galasso y una carta de Ricardo Piglia a Rivera, que rescata una amistad profunda (y epistolar) poco conocida.
La tinta dialogó con Latorraca y Orúe sobre cómo nació la idea del libro, la estrecha relación que mantuvieron con Rivera, la implicancia del escritor en la cultura argentina y un legado cargado de palabras justas, incómodas y militantes.
—¿Cómo nace la idea del libro?
—Martín Latorraca (ML): Con Andrés, tenía una relación de muchos años de admiración literaria y de amistad, de mucha cercanía. Cuando lo conocí a Juan hace cinco o seis años, empezamos a hablar sobre lo que nos gustaba de la literatura argentina y salió el nombre de Andrés, que los dos admirábamos. Un día, charlando, nos dijimos por qué no hacíamos una biografía, aunque, en realidad, es más un recorrido, un retrato con muchas voces. Entonces, empezamos a investigar, a buscar todos sus libros, que son 32 títulos, armamos un listado de entrevistados y todo el trabajo de preproducción.
—¿Qué características de la obra y de Rivera como persona les interesó volcar en el libro?
—Juan Ignacio Orúe (JIO): Creo que la característica principal que atraviesa su obra y toda su vida se resume en la última línea de La revolución es un sueño eterno: “¿Qué revolución compensará las penas de los hombres?”. En esta síntesis brutal, entre vida y obra, lo que emerge es la coherencia ideológica. Él siempre estuvo detrás de ese objetivo de cambio social, un ideal que conecta con la historia de su familia inmigrante, obrera, judía y de izquierda. En esa búsqueda, no renunció a la belleza en la escritura. Andrés planificaba su obra con obsesión. Hablamos de la línea final del libro, pero no olvidemos el comienzo. Es una patada en la cabeza. Y cualquier escritor sabe que el comienzo y el final de cada texto son centrales. Andrés lo tenía clarísimo.
—¿Qué pudieron encontrar o descubrir investigando la vida de Rivera que los asombró?
—JIO: El quiebre de la amistad con Juan Gelman, los motivos de esa ruptura y los hechos que sucedieron alrededor de esa situación, los desconocía. Coincide con el fallecimiento de Carlos, el hijo mayor de Andrés; con el vínculo amoroso que Gelman tenía con la ex esposa de Rivera, con su participación en Montoneros y su paso a la clandestinidad. Es una de las etapas más duras. Me asombró, también, haber descubierto su obra periodística. Pudimos rescatar varios textos suyos de su época en El Cronista Comercial. Trabajó allí durante la última dictadura y firmaba con el seudónimo Pablo Fontán. Fue compañero de Tito Cossa y Osvaldo Soriano en la sección Cultura. Andrés cubrió el velatorio de Ringo Bonavena en el Luna Park. La crónica es tremenda. En esos textos, se nota cómo aparecía de a poco la poética que iba a consolidar más adelante en sus novelas y cuentos.
—ML: Lo que más me asombró fue su etapa de laburante, de corrector de estilo o de periodista. En la época de El Cronista Comercial, su compromiso con sus compañeros, su actitud de ayudar y de enseñar a los periodistas nuevos. Son cosas que no conocía, pero podía imaginar por su posición política y su ideología, pero eso me asombró gratamente. Todos sus compañeros, salvo un caso, lo recuerdan bien, como un tipo que enseñaba, ayudaba, los defendía.
—Hay una idea de Rivera como una persona muy osca. ¿Eso era así?
—ML: Lo conocí a fines de 1990, en Córdoba, en su casa, con Susana Fiorito. Fuimos con otra compañera de un periódico en donde trabajábamos. Nos recibió para una entrevista, justo estaba cocinando pescado con ensalada de rabanitos. Nos sirvió sin preguntarnos si nos gustaba. A mi compañera no le habló en toda la charla, hasta que, en un momento, ella le preguntó y él la vio y le empezó a hablar. Algo de Rivera era como una coraza, aunque era un tipo muy tierno y adorable, pero tenía eso de tipo duro y osco que, imagino, viene de su crianza con padres militantes, inmigrantes judíos, en una casa que era un hervidero político, donde se hacían reuniones de militantes, entonces, creció en ese ámbito de más dureza. Cuando te juntabas con él, te decía “hola, ¿cómo te va?” y, en un momento, te decía que te tenías que ir. No tenía dobleces ni en su vida política ni en su vida sentimental o en la amistad.
—¿Cómo ven la figura de Rivera dentro del mundo de la literatura de Argentina?
—JIO: Creo que es central. Pertenece a la generación de escritores que estaba instalándose antes del último golpe militar, que bloquea la lectura y la producción literaria de todos ellos. Narradores, en general, provenientes de sectores medios y bajos, varios de provincias, acostumbrados a transitar los márgenes de la cultura oficial y legítima, con sensibilidad social y un lenguaje cercano al realismo alejado del costumbrismo, que padeció la persecución política, el exilio o la desaparición. Un grupo de autores cercano al mundo concreto del trabajo que se caracterizó por tener varios oficios, además de la escritura, fundamentales para sobrevivir. Eran obreros, docentes, correctores, libreros, periodistas, pilotos, vendedores, tipógrafos, pintores. Pienso en Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Daniel Moyano, David Viñas, Humberto Costantini, Antonio Di Benedetto. Fue una de las voces más claras en el debate cultural en tiempos de menemismo. En los últimos años, estuvo más alejado del debate público, pero su marxismo seguía intacto.
—¿Qué ausencia queda en el campo de la cultura con el fallecimiento de Rivera?
—JIO: El vacío es grande, pero Andrés ya estaba cansado. Queda su obra que interpela al poder, que, a su modo, es un relato posible de la Argentina, del mundo del trabajo, sus luchas y desgracias. Ojalá esta biografía impulse a que más lectores se interesen por ella.
—ML: Claramente, lo que se conoce como “la academia” lo dejó de lado. Cuando empieza la democracia, la Facultad de Filosofía y Letras es copada por el alfonsinismo y todos los que venían del Partido Comunista quedaron un poco olvidados. En esa facultad, no se lee a Rivera. Hace falta la mirada que tenía, porque hoy los escritores no hablan sobre la realidad que está pasando. Recuerdo siempre las columnas que Andrés publicaba en Clarín, porque le pedían notas sobre la actualidad y él las escribía con los tapones de punta. Falta esa mirada crítica, sin medias tintas sobre la realidad. Los escritores, los intelectuales, hoy se acomodan bastante a un lado u otro de la grieta y por ahí surfean.
*Por Leandro Albani para La tinta