El hijo del cazador: a donde vayan, los iremos a buscar
Esta semana, el Cineclub Municipal estrena una película que se adentra en la cara local del horror. El filme de Germán Scelso y Federico Robles exhibe sin reveses, y con contundencia, las complejidades de la oscuridad de Luis Quijano, hijo del asesino y torturador de La Perla del mismo nombre y contra quien él mismo atestiguó en el Juicio por la Megacausa.
Por Redacción La tinta
Desde que empieza hasta que termina, la sensación es de asco. No es de contradicción ni de tensión: la sensación es de asco. Los pájaros cantan, los árboles están hermosamente brotando. El arroyo suena de fondo, cristalino, diáfano. Pocas imágenes de archivo y mucha palabra. Mirándonos a la cara, los relatos de Quijano hijo nos llevan a las profundidades de la oscuridad, pero con un tono de voz dulce que se sostiene durante todo el filme, y ese elemento, tan opuesto a los contenidos aberrantes de los que habla, potencia la presión en el estómago logrando, casi, la náusea.
Robles y Scelso lo dejan hablar. No intervienen el discurso fascista de Quijano. Los directores le dejan decir que hace un esfuerzo cotidiano para no sentir ganas de ver ejecutada de manera aberrante a la ex presidenta. Le permiten exhibir -con una tranquilidad insoportable- que es partidario de la pena de muerte para limpiar la sociedad de gente torcida.
“No creemos en un cine que vaya teniendo que decirle al espectador lo que tiene que pensar; o, como hace el periodismo televisivo, poniendo zócalos que advierten: esto está bien, esto está mal. Ya lo hizo Pino Solanas en La Hora de los Hornos, a fines de los ’60, pero no puede ser esa la propuesta cinematográfica hoy, 40 años después; sobre todo, porque las condiciones políticas e institucionales no son las mismas (a pesar de todo lo que nos duele el macrismo) y porque el cine y los espectadores no son iguales”, dicen los directores a La tinta.
“Tampoco estamos de acuerdo con un cine que gratuitamente propague discursos o ideas fascistas sin ponerlas en cuestión, pero no creemos que sea el caso de El Hijo del Cazador. Lo que sucede es que tomamos la decisión consciente de movernos del centro de la escena como realizadores, haciendo todo lo posible para que, desde la puesta en escena (en las entrevistas, Quijano mira a los ojos del espectador, no a nosotros) como desde el montaje (su lado más controversial recién se descubre hacia el final), la película interpele moral, política y emocionalmente al espectador.
No estamos acostumbrados a eso, menos aún en un cine asociado a la memoria política. Como público, muchas veces, esperamos que haya un otrx que no sólo nos muestre su recorte, sino que, además, nos diga lo que tenemos que pensar y, acá, de algún modo, decidimos pasarle parte de esa brasa caliente al público. De todos modos, no creemos que no se cuestione la postura política del personaje, sino que, por el modo de plantear el tratamiento fílmico, esa mirada está complejizada”, agregan.
Luis Alberto Quijano es el hijo de Luis Alberto Cayetano Quijano, el “Ángel”, comandante de Gendarmería y uno de los jefes de La Perla. Torturador, asesino, ladrón.
Cuentan Robles y Scelso que supieron de él porque declaró como testigo en la Megacausa La Perla, “hecho inédito porque se trataba del hijo de quien fuera uno de los máximos responsables del campo y lo hacía en contra de su propio padre. Nos acercamos y fuimos estableciendo un vínculo de empatía un poco forzada -claro-, pero que queríamos que nos permitiera lograr trabajar con cámaras. El desafío fue quitarnos ciertos preconceptos ideológicos y cinematográficos para poder generar un clima de confianza desde el que llegar a aspectos lo más profundos posibles junto a él».
Quijano es una persona políticamente controversial y compleja en su personalidad, que puede generar empatías y rechazos por igual, pero, sobre todo, es alguien que estructura muy bien su discurso y tiene claras sus ideas. En algunas apariciones públicas que había tenido, la prensa solía quedarse apenas con su testimonio como testigo colaborador del proceso judicial; pero, al conocer más profundamente la biografía y personalidad de Luis, nos dimos cuenta que era necesario avanzar en un tipo de relato mucho más complejo, aún a sabiendas de que trabajaríamos en un campo fangoso en términos éticos”.
Los últimos 15 minutos de la película son fuertes. Más duros aún que el resto, que es mucho decir. Si, por momentos, una escurridiza sensación de lástima, una empatía forzada, como le llaman los guionistas, o alguna emoción más humana había aparecido en nosotres, el último cuarto de hora aniquila todo.
Al preguntarles a los realizadores sobre cómo creen que impacta este final de la película en un público sin formación política, responden con claridad: “la película es una obra entera, los últimos 15 minutos son parte de un todo, por tanto, analizar sólo un fragmento es algo que no creemos que tenga mucho sentido.
Sobre la concepción del público, es interesante porque -increíblemente- suele ser un tema de debate. El público son mujeres y hombres con capacidad racional y emocional suficiente como para decodificar lo que un relato fílmico le está proponiendo, que –además, en este caso- no es sólo un discurso político, sino algo bastante más complejo que eso; por tanto, la formación política per se no sería una condición suficiente para entender la película. Pero, además, el hecho de haber tenido una aproximación más íntima con la realidad (en este caso, con el personaje) no significa que los autores tengamos una posición privilegiada o vanguardista en relación al espectador. Somos conscientes, sí, de haber hecho una película incómoda; que pone al espectador en un lugar protagonista, de tener que lidiar, de alguna manera, con lo (denso) que el relato le propone. Y esa operación asumimos, sí, que no es sencilla por el tono del testimonio, pero, al mismo tiempo, implica, desde nuestro lugar de directores, una confianza muy grande en el espectador, tenga la formación que tenga”.
Robles y Scelso explican que es difícil hablar de la intención de un film: “La obra es lo que es para cada uno de los espectadores, una vez que se apropian de ella. Sí podemos decir que, en nuestra pulsión original, había una voluntad de adentrarnos en la complejidad biográfica y psicológica de este personaje casi como un viaje a lo inesperado, ya que la mirada y el testimonio de las vivencias subjetivas, íntimas, familiares de lo sucedido durante la dictadura desde el lado de los militares no habían sido revelados hasta el momento. Y, en ese sentido, nos parecía que el relato de Quijano echaba luz en términos de estructuras de pensamiento, de lógicas intrafamiliares, de establecimiento de vínculos afectivos; como un punto de vista novedoso desde el cual intentar comprender el horror, si es que algo así es posible. Pero, además, Quijano conoció detalles muy finos del funcionamiento del aparato represivo que, si bien muchos no sean novedad, otros (como el modo en que se repartían entre los militares los bienes apropiados a los detenidos) sí tienen un interés que excede a lo meramente fílmico”.
Quijano nos duele. Quijano nos perturba. Sabemos que, como él, hay miles, millones quizás.
Hay Quijanos abrazando perros abandonados. Los hay en los taxis y en las salas de maestras. En los call centers y en las reuniones familiares.
Scelso, Robles y el equipo de El hijo del cazador dejan servido eso en la mesa. Para estar más atentxs, para llenar de grises los blancos y negros.
Ficha Técnica:
Dirección y guión: Federico Robles, Germán Scelso | Edición/Montaje: ídem dirección | Diseño de sonido: Martín Sappia (EDA) | Corrección de color: Christian Leiva | Producción Ejecutiva: Ana Lucía Frau
66 minutos – Año 2018
► El hijo del cazador. En el Cineclub Municipal Hugo del Carril (Bv. San Juan 49).
Sábado 1/6, 20:30 hs. Función especial con presencia de los realizadores y presentación de Roger Koza.
Jueves 30/5, 15:30 y 20:30 hs.
Viernes 31/5, 18:00 y 23:00 hs.
Sábado 1/6, 15:30 y 20:30 hs.
Domingo 2/6, 18:00 y 23:00 hs.
Lunes 3/6, 20:30 hs.
Martes 4/6, 18:00 hs.
Miércoles 5/6, 20:30 hs.
*Por Redacción La tinta.