#ConLibrosHayFuturo: una ley para la creación del Instituto Nacional del Libro
El lunes se presentó en el Senado de la Nación el proyecto de ley con el cual se intentará, finalmente, lograr la creación del Instituto Nacional del Libro (INLA). Después de años de revisiones, el proyecto tiene amplio apoyo político -de todos los bloques- y del ámbito cultural de nuestro país.
Por Soledad Sgarella para La tinta
Presentado por el diputado Daniel Filmus (presidente de la Comisión de Cultura) y su equipo conformado por Alejandro Dujovne y Heber Ostroviesky, el proyecto para la creación del Instituto Nacional del Libro Argentino (INLA) abre el panorama para los y las trabajadoras del mundo editorial.
El INLA tiene, entre otros objetivos, “contribuir a la circulación de la creación literaria y el pensamiento argentino como herramienta de democratización y enriquecimiento del debate público”, ante todo, basándose en una perspectiva sistémica del universo del libro. Esta perspectiva integral contempla todos los mundos que componen ese universo: el literario, el editorial y el comercial, visibilizando a los diversos profesionales que participan en la producción de libros y que muchas veces quedan por fuera de panorama, como traductores, correctores, diagramadores, diseñadores, representantes comerciales, etc.
Propuesto como un instituto administrado por un Director Ejecutivo, un Directorio y una Asamblea Federal, su forma de gobierno articulará la representatividad sectorial y regional, y la gestión de los fondos públicos.
La tinta habló con Dujovne, Doctor en Ciencias Sociales e investigador de CONICET, para conocer más del proyecto y profundizar algunas ideas en torno al mismo y a su origen.
—¿Por qué creen que es tan importante poder acceder a los libros físicos? ¿qué nos sigue aportando, sumando, el formato libro papel hoy?
—Entendemos que el libro es importante porque, pese a la diversificación y multiplicación de formas de comunicación y de circulación de las |ideas, el libro sigue siendo un medio privilegiado para ciertas formas de producción, de comunicación y de acceso a las ideas y a la narrativa.
Vemos cómo, pese a las visiones apocalípticas acerca de la desaparición del libro papel que había hace algunos años, eso no ha sucedido sino que el libro se mantiene -el libro papel, físico- con perseverancia. De hecho en la Argentina, en la caída de la lectura que presentó el último informe del SINGA (Sistema de Información Nacional de Cultura Argentina, que está en la Secretaría de Cultura) no se cuánto se explica por los cambios tecnológicos, que ciertamente son un aspecto a considerar, que por el incremento del precio del libro, que por la no política de distribución gratuita en ciertos sectores sociales que lo necesitan, de libros, que hacía el Estado hasta hace algunos años y por supuesto, en la desaparición de los programas nacionales de lectura.
El acceso al libro, el hábito de lectura, la valoración del libro como objeto, depende -en una parte no menor- de la política pública al respecto. Si el Estado no interviene, es el mercado el que define los gustos, es el mercado el que define y organiza que se lee, cómo se lee y quiénes leen.
Yo creo que el Estado tiene algo que decir en ese sentido, que no es anular para nada el mercado sino tratar de moderar aquellos aspectos que el mercado no cubre, como por ejemplo la formación de lectores. Como por ejemplo, la formación de ciertos gustos lectores que pueden -de alguna manera- dar lugar a una producción literaria distinta a aquella más comercial o que tiene una venta asegurada… que no tengo nada en contra de eso, pero ciertamente es necesario fortalecer públicos distintos.
Y el libro sigue siendo un medio privilegiado, que pese a lo que se decía, goza de bastante buena salud y eso tiene una razón y es que sigue siendo el modo en que los escritores encuentran para darse a conocer, para circular, para consagrarse, para recibir premios, etc. Entonces, consideramos que sigue siendo un objeto importante para la circulación de las ideas, la democratización de la cultura… en fin, para la calidad de la democracia en una sociedad.
—¿Desde qué lectura coyuntural surgió el proyecto?
—El proyecto se enmarca necesariamente (porque se empezó a trabajar esta versión del proyecto en este contexto) en esta coyuntura de fuerte crisis que está atravesando el conjunto del mercado del libro, es decir, editoriales, librerías, imprentas y por lo tanto también el mundo literario, porque éste para expresarse necesita a un mercado fuerte, vigoroso ¿no? Entonces hay una coyuntura que hace que los principales actores del libro estén muy atentos y demanden alguna clase de acciones de intervención del estado. Es decir, que el estado genere las condiciones para que haya una regulación y una política en materia de libro, eso por un lado. Pero ciertamente el proyecto, la idea, no nace con esta situación crítica, ni se agota en una crisis económica. Lo cierto es que la idea del INLA viene desde hace más de una década y tuvo varias versiones en el Congreso, distintas, pero que por distintas razones nunca terminó de aprobarse.
Esta versión apunta a generar una instancia en el estado que tenga la capacidad y la posibilidad de intervenir, de generar políticas públicas para que, ante eventuales coyunturas críticas como esta, pueda sobrellevarlas, sortearlas, solucionarlas o por lo menos moderarlas.
Generar alguna clase política anti cíclica que logre que las crisis socioeconómicas no impacten de manera tan directa, o que sus efectos no sean tan nocivos y duraderos sobre el mercado del libro. Es decir, este instituto va a servir -entre otras cosas- para enfrentar situaciones como la que estamos viviendo ahora, pero sería una mirada muy reduccionista pensar que solamente apunta a eso, porque en realidad lo que trata es de generar condiciones para que la industria del libro, el conjunto del ecosistema del libro, se fortalezca, se expanda y logre reposicionarse en muchos sentidos.
Una de ellas es volver a conquistar mercados en el extranjero, fortalecer, profesionalizar, el mercado interno, la producción local pensando en esto, trabajar de una manera más inteligente y activa en el desarrollo federal, democrático, de todos los actores del libro.
Hay dos grandes desequilibrios que han marcado y que no siempre son del todo discutidos: por un lado, un desequilibrio que tiene que ver con una concentración económica comercial, que hay que tener presente, que ha seguido un proceso de concentración del sector editorial y mucho, o al menos un poco mas moderado, en el sector librero. Hay ahí un tema que hay que tratar de trabajar, para que en efecto se logre mayor bibliodiversidad. Por otro lado, hay un problema estructural, también de largo plazo que se viene arrastrando, que es la concentración, el desequilibrio geográfico.
—¿Quiénes lo vienen pensando y diseñando?
—Ahora, el proyecto, como te decía no nace con esta iniciativa y hay discusiones, y uno puede remontarse a discusiones de varios años antes. Actualmente estamos trabajando en esto el equipo con Daniel Filmus, Heber Ostroviesky -que es un especialista en el mundo editorial- y yo, y en conversación directa con muchos representantes de prácticamente todos los sectores del libro. Editores, libreros, imprenteros, escritores. Hemos pensado este proyecto a partir de las experiencias de distintos institutos del libro en otros países, de los institutos culturales existentes como el INCAA, el INAMU, tratando de ver aquellos aspectos positivos y aquellos que deberían mejorarse. Obviamente, cada uno de los actores tiene visiones e intereses particulares que a veces coinciden y a veces no. El punto es cómo potenciar aquellos que coinciden y en aquellos donde no coinciden encontrar alguna clase de equilibrio, que eso no impida que el conjunto funcione.
Es una ley que tiene su enorme complejidad porque busca hacer equilibrio y encontrar el mejor esquema de funcionamiento para que realmente tenga efectos y no quede trabado por las oposiciones o diferencias entre los diversos actores.
—¿Cómo propone el proyecto abordar el problema de la “concentración demográfica” que se plantea?
—Una cosa importante es que ésta no es una política pública, porque la política pública es potestad del Poder Ejecutivo. Esta es una medida legislativa de creación de un instituto que va a poder generar políticas públicas, y esa es una diferencia sustancial porque finalmente el lineamiento de la política pública va a depender de lo que los actores que estén en el órgano de gobierno decidan y al mismo tiempo de lo que el representante del poder ejecutivo quiera o no quiera, y los recursos que efectivamente se le otorguen. Es decir, este instituto genera las condiciones para la existencia de un órgano dentro del estado que va a pensar al libro y donde van a estar representados los sectores de este mundo.
Entonces en la medida que hay representantes de las regiones (el proyecto divide al país en seis regiones) y a su vez, en una instancia más general, ya que va a haber representantes de ministerio o secretarías de cultura de las provincias, va a haber necesariamente una pata federal ahí. Por otro lado, está entre los principios y funciones del proyecto la importancia de trabajar en la promoción de todas las patas del libro a nivel federal, a partir de una idea de democratización del libro, y esto es tanto del acceso a los libros y de las librerías, por ejemplo, como de la posibilidad de que en cada región encuentre una expresión en el fomento de pequeñas editoriales.
Está entre los objetivos, entre la misión del INLA, tratar de revertir esto en parte, parcialmente, porque también hay aspectos económicos que no se pueden soslayar. En la medida de lo posible tratar de resolver la fuerte concentración del mercado del libro que, como decimos en los fundamentos, no se corresponden necesariamente con una dimensión económica ni demográfica sino que le excede por cuestiones específicas de este mercado.
*Por Soledad Sgarella para La tinta. Fotos: El Teclado.