De varones construido
Por Redacción La tinta
Suena, se escucha en muchos lados, se siente cercano. Espacios de varones que buscan deconstruirse. ¿Qué es eso? ¿Cómo se hace? Varios nos han escrito contando sus experiencias y sus revelaciones frente a actitudes machistas y coorporativas que detectaban en todos sus ámbitos cotidianos y esas notas se viralizaron. Los varones empezaron a mirar(se) y a encontrarse con el objetivo de pensar su masculinidad frente al feminismo que lo invade todo. Pero, a unos pocos años del boom de estas experiencias, algunas cosas no parecen estar modificándose tanto. Principalmente, entre el grupo de los “deconstruidos” o los que están en proceso, las mujeres e identidades disidentes que estamos caminando a su lado empezamos a notar algunas actitudes que se repiten en este camino de la deconstrucción. Y nos preocupa. No queremos que estos espacios validen estas actitudes y sean sólo “chapa”. Esto nos despierta muchas preguntas y pocas respuestas: ¿No han sido acaso, históricamente, TODOS los espacios solamente de y para varones? ¿No ha sido ahí, por cierto, en dónde se ha reproducido y afianzado el patriarcado? ¿Por qué, entonces, pensamos que podrían ser algo distinto?
Los “espacios de varones”, algunos de manera más consciente, otros de manera más espontánea, han empezado a consolidarse como espacios de “deconstrucción” colectiva del machismo. Se han convertido en lugares para que los varones se vean a sí mismos y a otros, se pregunten sobre su atravesamiento por el patriarcado, sus historias de vida, sus relaciones, sus acciones. Son espacios de mucha potencia para acompañar la lucha de las mujeres. Necesitamos varones que sean conscientes del machismo y que dejen de reproducirlo. Necesitamos que el patriarcado caiga y que no nos cueste la vida el intento.
Muchos varones la vieron, la sintieron y se organizaron para iniciar el camino de la deconstrucción. Palabra ambigua, rara y quizás desordenada. A nosotras nos gusta más la palabra “destrucción”, porque pensar sólo en desarmar las piezas y rearmarlas nos va a dejar casi en el mismo punto, un rompecabezas de machismo, ahora, armado distinto. Pero es la palabra que pegó fuerte y que nos permite instalar un debate muy importante para las luchas feministas.
Sin embargo, a sólo unos pocos años de que esto haya empezado a suceder, algunes cercanes a estos espacios empezamos a notar algunos patrones de conducta que nos despiertan ciertas alarmas. Históricamente, todos los espacios que existían para discutir lo “público” eran exclusivos de los varones. Las mujeres y las identidades disidentes siempre estuvimos fuera. Hoy, esos espacios se resignifican como lugares para cuestionarse y repensarse. ¿Es eso posible? ¿Cómo escapar de las actitudes de coorporativismo machista, de la autoafirmación, de la culpa? ¿Pueden los varones hacerlo solos?
El chivo expiatorio: soy macho y (no) me lo banco
“P se la mandó. Insistió un poco por demás a la compañera y terminó garchándosela casi que medio obligada, bah, no sabe bien, estaba medio borracha, pero se conocen hace mucho, no fue para tanto. La compañera se lo dice, que no le gustó, pero a él no le copa tanto. Él es un varón en proceso de deconstrucción, jamás lo hubiese hecho conscientemente, dice. Se enoja. La compañera lo expone frente al grupo de amigues. Les amigues lo citan a charlar, ven su actitud medio esquiva y enojona, y lo condenan. Vos no te querés deconstruir. Chau. P deja el grupo, la compañera está salvada. A la semana, otra compañera del grupo pasa por lo mismo. Esta vez, no fue un encuentro casual, elles estaban en pareja hacía años. Ella le pregunta al varón, ante su insistencia exagerada, ante su actitud violenta frente a su ¡no!, ¿pero no pasó algo como esto hace unas semanas y lo discutieron en su espacio de varones? Esto no es igual, dice él, eso era una relación casual, ella estaba borracha, nosotres estamos en pareja, es normal que yo insista, te conozco, conozco tus límites”. La compañera se pregunta, luego de esa escena, ¿qué pasó entonces en esa juntada? ¿de qué hablaron? ¿de qué sirvió?
Sirvió para marcar una actitud machista, en eso estuvieron de acuerdo. Luego, construyeron un montón de andamios explicativos sobre cómo se dio la situación, la contextualizaron, encontraron los porqués. Pero ninguno de esos porqués sirvió para que se cuestionen a sí mismos en sus propias actitudes con sus propias compañeras. El caso se presenta como extremo, ajeno, entonces, se labura desde un lugar tan lejano que no sirve para encontrarse a sí mismos en esos lugares. De esto, la autoconciencia feminista tiene mucho para contarles. Entrar hacia adentro duele y mucho. Si no nos pasa por el cuerpo, entonces, hay algo ahí que no está funcionando.
El uso de un caso paradigmático como chivo expiatorio ha sido un patrón común, en general, resultante de la expulsión de ese varón del espacio que habita o comparte. Y siempre nos quedamos con esa sensación de que algo falta. Señalar con el dedo sirve para nombrar esas violencias, que sabemos, si no son nombradas, no aparecen en lo colectivo. ¿Cuánto se han cuestionado e identificado el resto de los varones con ese caso?
Cuando los varones dicen públicamente “yo no violo” para referirse a una situación quizás violenta y separarse de la condena social que eso acarrea, ¿cuánto se cuestionan sobre situaciones con menos violencia física y más psicológica que quizás ejercen cotidianamente con sus parejas o amigas? Recuerdo que bastó que una sola compañera, en un espacio sólo de mujeres, le ponga el nombre de violación a un hecho que tal vez otras no hubiésemos visualizado como tal (por ser algo naturalizado o cotidiano en nuestras relaciones sexoafectivas) para que todas nos identifiquemos y encontremos en nuestro recorrido una, dos, hasta diez situaciones que hoy bien podríamos llamar así. De nuevo, duele. ¿Hicieron los varones ese mismo proceso? ¿Lo hacen de manera consciente y cotidiana? Nos quedan dudas. Principalmente, porque todos los días convivimos con ellos.
Perdoname, estoy en proceso de (de)construcción
Otra de las situaciones cotidianas aparece cuando vemos al espacio de varones como lugar de validación para actitudes machistas que se ejercen fuera de ese. Entendemos que romper con el machismo no es nada fácil, pero vemos la repetición una y otra vez de las mismas actitudes, aunque incluso se las marcamos innumerables veces. “Perdoname, no la vi”. ¿Cuántas veces pueden decirnos eso? ¿Cuántas veces vale como excusa? ¿Cuántos van al espacio de varones cual domingo de iglesia cristiana para pasarse los subsiguientes 6 días y medio de la semana siendo un machirulo?
Además, vemos que en otros lugares “de varones” (la cancha, el bar, el grupito de whatsapp con los amigos, la mesa familiar) dejan pasar actitudes y comentarios machistas, o, incluso, los reproducen. Algunos argumentan que es difícil discutir con el padre, el tío, el amigo de la infancia que fue criado en un contexto muy machista. Que eligen sus batallas, que no se van a pelear con todos. Con esa premisa, mi amiga trans debería vestirse de varón en navidad para no pelear esa batalla con su familia tan machista o yo debería callarme en el trabajo cuando mi jefe me ningunea frente a mis compañeros varones. Las feministas damos la batalla en todos los frentes, en todo momento. Porque nos condiciona, porque nos marca la cancha, porque nos cuesta la vida. ¿Cómo podemos esperar que los “espacios de varones en deconstrucción” sean distintos a estos?
¿Víctimas o victimarios?
Me cuentan unas compañeras que llegaron a un encuentro de varones y vieron en unos afiches frases y momentos que ellos escribieron sobre cómo el patriarcado los había afectado en sus vidas. “No pude llorar”, “no me conecto con mis emociones”, “sufro el no poder proveer a mi familia”. Lo mismo recibimos en varias notas y leemos en varios muros de redes sociales. Los varones empiezan a darse cuenta de que el patriarcado es un sistema que nos define en ciertos roles y actitudes, a las mujeres y a los varones. Ese camino también lo hicimos nosotras, reconstruimos los mandatos familiares y sociales, para repensarnos.
El problema está en el momento en el que los varones se ubican como “víctimas” del machismo. Porque no lo son. Y porque niega su agencia, y los “salva”, la discusión se va para otro lado. Ya no son el lado opresor de la ecuación, sólo son una víctima más, al lado de las mujeres y las identidades disidentes. Y esto es un problema. Más allá de que nosotres no reivindicamos la “victimización” porque nos despoja de la capacidad de actuar y nos pone bajo tutela (estatal, del padre, de alguna institución), tampoco nos interesa que los varones consideren que pueden hablar del patriarcado desde el mismo lugar que lo hacemos nosotres. No pueden. Y es un riesgo que lo hagan, porque, al seguir reproduciéndolo cotidianamente, nos exponen a la violencia, a la sujeción y hasta la muerte. Necesitan reconocer el camino del patriarcado en sus propias opresiones, pero no pueden hacerlo desde el lugar de una víctima más a la par del resto. Necesitamos que se hagan cargo de su agencia, de su caminar cotidiano lleno de actitudes machistas.
Y, entonces, ¿nos toca enseñarles de nuevo?
¡No! Nos negamos. Pensamos que sí pueden hacerlo solos. Lo que les falta es conciencia de su posición de poder y ganas de salirse de eso. No queremos que la carga del cuidado nos vuelva a nosotras. No queremos el peso de tener que “enseñarles” sobre feminismo.
Bastante nos duele ya pensarnos a nosotras mismas, encontrarnos con otras. Bastante nos cuesta conciliar militancias, trabajos, calle, maternidades, parejas en las que debemos trabajar cotidianamente y superar el machismo que nos cerca en cada esquina. Bastante más nos cuesta nombrar las violencias, asumirlas en el cuerpo.
Por eso, les dejamos estas preguntas a ustedes, varones. ¿Algo de acá les suena? El patriarcado no se va a caer, lo vamos a tirar nosotres. Ojalá no nos cueste la vida. Eso queda en sus manos.
*Por Redacción La tinta / Imagen de portada: Colectivo Manifiesto.
Esta nota no podría haberse escrito sin las preguntas que muchas compañeras y amigas vienen planteando hace un tiempo, y sin la ayuda de algunos varones que habitan esos espacios.