La política internacional en tiempos de feminismo
La lucha de las mujeres conmociona a todo el mundo pese a la campaña de desprestigio encabezada por la ultraderecha.
Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta
En medio del movimiento “Me Too” y el feminismo occidental, países como Francia o Canadá se muestran “a la vanguardia”. Parte de eso tiene que ver con leyes altamente punitivistas. Por ejemplo, el gobierno de Emmanuel Macron impulsó una reforma mediante la cual es posible cobrar multas de hasta 3.000 euros a reincidentes de acoso callejero o en redes sociales. También se endurecieron las penas en delitos de violencia machista. Estará por verse si la respuesta a erradicar el machismo de nuestras sociedades de manera estructural realmente puede lograrse a través de los códigos penales o si es necesario otro tipo de medidas. El auge del feminismo es tal que incluso Donald Trump, en su último discurso del Estado de la Unión, intentó congraciarse expresando que “nadie se ha beneficiado más de nuestra economía en auge que las mujeres, que representan el 58 por ciento de los nuevos puestos de trabajo creados el año pasado”. Lo cierto es que, si bien es difícil negar los logros económicos de la administración Trump, existen pocos personajes más odiados en el mundo de la política por el feminismo actualmente.
La desigualdad de género es especialmente grave en contextos de marginalidad e invisibilización. Pocos son tan marginales como el de los refugiados y los migrantes forzosos. Según datos el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), las mujeres representan alrededor del 50 por ciento de las aproximadamente 244 millones de personas desplazadas en el mundo por motivos económicos, bélicos o por persecución política. Muchas de ellas son forzadas a la explotación sexual, a trabajos poco remunerados o a situaciones graves de violencia. En un artículo del diario New York Times, por ejemplo, varias víctimas relataban cómo, en la frontera entre México y Estados Unidos, eran obligadas a “pagar con su cuerpo” para poder pasar. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), uno de cada seis trabajadores domésticos en el mundo son migrantes internacionales, mientras que las mujeres representan el 73,4 por ciento en ese rubro. A pesar de ello, solo 22 países ratificaron el Convenio de la OIT sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos. Por lo que las mujeres en esa situación sufren una doble vulnerabilidad: la de ser migrantes y trabajadoras domésticas cuyos derechos no son respetados.
En lo que respecta a la igualdad salarial, América Latina aún se encuentra en clara desventaja con Europa. Según datos de la OIT, las mujeres desempleadas ascienden a 9,1 por ciento, es decir, 1,4 veces superior a la de los hombres en esa situación. Mientras que, según informes de la CEPAL y PNUD, reciben ingresos menores por igual tarea “en todos los segmentos ocupacionales”. A su vez, la participación de las mujeres en el mercado del trabajo es del 49,5 por ciento, mientras que la de los hombres es de 71,3 por ciento. En la Unión Europea (UE), si bien la situación es mejor, tampoco se ha logrado la igualdad total en cuanto a salarios. Según un informe de la Comisión Europea (CE), para que una mujer perciba la misma remuneración por igual tarea que un hombre debe trabajar un promedio de 59 días más al año. La brecha salarial entre hombres y mujeres, según informes de la CE, es aproximadamente del 10 por ciento. El fenómeno de la feminización de la pobreza sigue siendo una grave problemática a atender por parte de los estados nacionales.
El movimiento de mujeres se ha convertido en un particular enemigo de la nueva extrema derecha internacional, cuyos máximos representantes son líderes como Trump en Estados Unidos, Matteo Salvini en Italia, Viktor Orban en Hungría, Jair Bolsonaro en Brasil o, paradójicamente, una mujer como Marine Le Pen en Francia. El rechazo abierto a las minorías y a todo lo que puede verse como “políticamente correcto” por parte de estos dirigentes ha hecho que identifiquen fácilmente a la agenda de género como un chivo expiatorio. Eso se vio, especialmente, en la campaña que llevó a Bolsonaro hacia la presidencia. Como ningún otro candidato, el actual mandatario brasileño se posicionó fervientemente contra los derechos de las minorías. Mientras esto aumentó su rechazo entre los sectores sociales progresistas, fortaleció su figura entre otros amplios segmentos de la sociedad brasileña. Trump, a su vez, se ha referido de manera despectiva hacia las mujeres en numerosas ocasiones. Incluso, en tiempos del “Me Too”, ha sido denunciado en varias oportunidades de abuso sexual, aunque nunca llegó a los tribunales.
El feminismo, de más está decirlo, no es nuevo. Sin embargo, la actual ola de feminismo, con sus particularidades, sin lugar a dudas es el fenómeno político occidental más importante de lo que va del siglo XXI. Su transversalidad ha hecho que atraviese a todos los partidos políticos, de alguna manera o de otra. Ya sea como adhesión o como reacción, la agenda que ha logrado poner sobre la mesa el movimiento de mujeres no puede dejar de ser discutida. Es importante no olvidar que las cuestiones de clase y las de género siempre van de la mano y hay algunas problemáticas que ya no pueden obviarse. Los derechos reclamados merecen respuesta urgente. Las mujeres se han organizado; a nosotros, los hombres, nos corresponde un lugar no central, pero tampoco expectante, sino de acompañamiento.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta