Jerusalén: entre lo sagrado y lo profano
Estados Unidos impulsa el traslado de su embajada en Israel a territorio palestino. Desde América Latina, algunos gobiernos acompañan esta polémica propuesta.
Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ya ha declarado que, en consonancia con la decisión de su par estadounidense Donald Trump, y guatemalteco, el también evangélico Jimmy Morales, trasladará la embajada brasileña en Israel de Tel Aviv a Jerusalén. Una medida extremadamente discutida por otros líderes mundiales como Emanuelle Macron, Angela Merkel o los mandatarios árabes. En su momento, incluso el ex director de la CIA John Brennan calificó el anuncio de Trump como “un disparate de dimensiones históricas”, ya que se rompía con décadas de política exterior estadounidense. Algo muy similar podría decirse en el caso de Brasil tras la decisión de Bolsonaro. En aquel momento, el papa Francisco había declarado su “profunda preocupación sobre la situación”, haciendo un llamado a que “todos respeten el statu quo de la ciudad, de conformidad con las resoluciones pertinentes de la ONU”.
El filósofo rumano Mircea Eliade, en su Tratado de historia de las religiones, acuñó el término hierofania, proveniente del griego hieros (sagrado) y faneia (manifestar), es decir, una toma de conciencia por parte del hombre de la existencia de lo sagrado. Más precisamente cuando esto se manifiesta a través de objetos que se contraponen al mundo profano. Esto no es menor a la hora de analizar la importancia de la ciudad de Jerusalén para las tres religiones monoteístas con más fieles del mundo. Según los historiadores del cristianismo, es la ciudad donde Jesucristo vivió sus últimos días. Allí se encuentra la Iglesia del Santo Sepulcro, construida sobre la que se considera tumba de Cristo. De la misma manera, para los musulmanes se encuentra la Cúpula de la Roca, lugar donde -según la tradición islámica- el profeta Mahoma ascendió al paraíso. También es sagrada para los judíos, ya que en ese lugar surgió su primer reino y está ubicado el Muro de las Lamentaciones, los restos del templo levantado por Herodes El Grande, Rey de Judea. A su vez, detrás del Muro de las Lamentaciones se encuentra la mezquita Al Aqsa, tercer lugar en importancia sagrada para los musulmanes tras La Meca y Medina.
Es por ello que la ciudad es un lugar extremadamente sensible. Por estas razones, y para no herir susceptibilidades, históricamente las embajadas se establecían en Tel Aviv. Lo cierto es que Bolsonaro, que desde hace dos años se sumergió en el río Jordán para concretar su conversión evangélica, ya ha mostrado su apoyo decidido al Estado de Israel. El premier israelí, Benjamín Netanyahu, felicitó la decisión de su homologo, a pesar de que, según el derecho internacional público, establecido en varias resoluciones de las Naciones Unidas, el estatuto final de la ciudad solo podrá establecerse tras un acuerdo de paz definitivo entre Israel y Palestina, quienes reclaman la parte oriental de la ciudad como capital de su futuro Estado.
El nuevo gobierno brasileño marca con esta decisión, además, una diametral diferencia con quien fuera la última presidenta del país, Dilma Rousseff, quien había mantenido relaciones complicadas con el gobierno israelí, retirando a su embajador de Tel Aviv durante la guerra de Gaza en 2014. Vetando al embajador enviado por Netanyahu a Brasilia dos años más tarde. La medida diplomática del gobierno de Bolsonaro podría traer consecuencias impredecibles para Brasil. Sólo agregaría más combustible al fuego en una región que ya es un polvorín, con un conflicto latente desde hace siglos y en una ciudad donde las cuestiones metafísicas se mezclan con las políticas, con un potente contenido simbólico para cientos de millones de personas en Medio Oriente y en el mundo.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta