César Vallejo y la “bohemia de Trujillo”

César Vallejo y la “bohemia de Trujillo”
8 febrero, 2019 por Gilda

Señuelos sueltos sobre la estadía del poeta César Vallejo en la ciudad de Trujillo. Un toque de sentidos con el escritor Teodoro Rivero-Ayllón y sus estudios de la obra y vida de Vallejo. Un abrazo como una transpiración del mañana.

Por Pablo Carrizo para La tinta

Trujillo, grifo de amistad y bohemia histórica

Cada ciudad tiene su viento, sus respiraciones, su flamear de ramas. Cada ciudad, caos de aire y tratativas, tiene su trama cantante.

En Trujillo, el sol respira las preguntas y las devuelve con ritmos propios. Ciudad de simpleza estruendosa, ubicada a 562 km de Lima, en la costa norte peruana. Cauta y tibia, grifo de amistad y bohemia histórica.

Caminar por Trujillo es un sabor simple. Un agüita desierta pasa entre las manos y en los pliegues del cuello. Un soplido de mar toca el asfalto de la ciudad y enreda su mezcla milenaria.

Cada pedacito de madera y cemento trae el retozo español pisando su violencia sobre la identidad moche y chimú. Mitos cruzados al sesgo de una voluta del pacífico. Cada día, jirones peatonales y balcones con postigos van a desenredar un pedacito de su historia para traerla en memoria. En copas de futuro.

En Trujillo nos abrazó en amistad Freddy Izaguirre López. Hombre de mirada despejada y nula estridencia al hablar. De sus ojos caían humildad y predisposición, preguntas y asignaciones breves. Gracias a Freddy, un día llegamos a la puerta de la casa de Teodoro Rivero-Ayllón. “Es un amigo poeta y escritor, tiene más de 50 libros publicados y muchas anécdotas. Me parece que puede ser un bonito encuentro”, dijo. Mortal. “Pues, ahorita le hago una llamada y si está nos va a recibir sin problemas”.

Fuimos. Jirón Sucre 425. Llegamos a la puerta de una casa simple. Fachada angosta. Jardín con flores percudidas del cemento de una obra lateral. Flores percudidas que mantienen vivos sus colores, flores blancas y rojas.

Rivero-Ayllón, lo vívido es memoria compartida

Teodoro Rivero-Ayllón nos recibe con delicada grandeza. Es la siesta tórrida de un día de enero, pero el hombre de 85 años nos abre sus recuerdos como se les abre un patio a los niños.

Rivero-Ayllón es vívida memoria de la cultura peruana contemporánea. Es escritor, periodista y trabajó como docente. Recorrió tres continentes ejerciendo su labor periodística y se han editado más de 50 libros suyos de diversas temáticas.

Fue integrante del Grupo Trilce y un referente sustantivo de la cultura de Trujillo. Entre sus obras, se destacan los ensayos sobre la obra y vida de César Vallejo, a quien no conoció en persona, aunque sí sostuvo vínculos con intelectuales y artistas que confraternaron con él, como Víctor Raúl Haya de la Torre y Antenor Orrego.

“César Vallejo fue un reencarnado, según mi interpretación. Más allá de lo que uno crea, ha sido un hombre de otro tiempo, que ha visto antes el futuro. Si uno lee sus textos, hay futuro siendo”, afirma. Y completa esta idea haciendo referencia a las palabras premonitorias que Vallejo escribió –y según Rivero-Ayllón habría soñado- sobre su muerte:

“Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño”.
(Fragmento del soneto: Piedra negra sobre piedra blanca).

Vallejo, decir el alma en su música

“La escritura de César Vallejo tiene la importancia, no solo política, sino de haber dado un lenguaje desnudo de todo artificio –que se llame pues metáfora, imagen o paradoja-. Él dice sincera y llanamente las cosas que le brotan del alma”, comenta Rivero-Ayllón, tocándose el corazón con su mano derecha.

César Vallejo, que había nacido en Santiago de Chuco, vivió en la ciudad de Trujillo entre los años 1913 y 1917. Allí, Vallejo inició su formación universitaria y publicó sus primeros poemas.

En 1913 conoció y forjó un intenso vínculo con Víctor Raúl Haya de la Torre, el intelectual y político fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), figura mayúscula para la política americana y referente de los jóvenes que protagonizaron la Reforma Universitaria de 1918 en Córdoba. Vallejo y Haya de la Torre estudiaron juntos el primer año de la carrera de Letras en la Universidad de La Libertad, fundada por Simón Bolívar en 1824.

Hoy, el apellido de Haya de la Torre nombra una avenida principal de la Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), aunque muy pocos miembros de la comunidad de la “Casa de Trejo” conocen su trayectoria y su pensamiento. Su legado ha sido oculto y vuelto bronce y quietud, porque se trata de un cúmulo vivo de ideas que va en directa contramano de las prácticas elitistas y conservadoras que hegemonizan el gobierno de la UNC.

“Animado por Víctor Raúl, Vallejo empezó a publicar sus versos en Cultura Infantil, órgano del Centro Escolar N° 241, donde el poeta enseñaba. Son dos los poemas que publica en 1913: los primeros que ve Vallejo en letras de molde. ‘Fosforescencia’, en el número 4 (septiembre), y ‘Transpiración vegetal’, en el número 7 (diciembre)”, describe Rivero-Ayllón en su libro “Haya de la Torre y Vallejo. El cumplimiento de las profecías”.

El Grupo Norte o la “bohemia de Trujillo”

Los 4 años en que César Vallejo residió en Trujillo fueron muy productivos para la vida del poeta. En esos años formó parte de un grupo de intelectuales, artistas y líderes políticos que fueron referenciados como el Grupo Norte o “la bohemia trujillana”.

El Grupo Norte representó una profunda ruptura en la cultura peruana y sentó bases de transformaciones que trascendieron a Trujillo y al país: se extendió de modos diversos y caprichosos por la región y el mundo. La poesía de César Vallejo y las reflexiones de Haya de la Torre fueron, acaso, los puntos más altos del grupo.

Formaban parte de este colectivo una treintena de miembros, entre los que se destacan el pensador y escritor Antenor Orrego; el poeta Alcides Spelucín; el poeta José Eulogio Garrido; el ensayista y poeta Juan Espejo Asturrizaga; y el poeta Francisco Xandóval.

Se trató de un movimiento renovador con inquietudes sociales y estéticas, asociado en principio con el modernismo, pero que fue más allá para proponer nuevos modos de expresión artística que perduraron durante décadas en Perú. En su nervio común había una búsqueda por soltar el pensamiento y escuchar el manante sentimiento para crear otro modo de hacer poesía y hacer política.

Antenor Orrego, mentor y guía de esa generación, escribió sobre el Grupo Norte:

Fue esta época la de las supremas embriagueces dionisíacas. Arrogante el ademán, socrático el gesto, libre y potente el corazón; audaz, voraz, volador el pensamiento; presta y pródiga la mano; estuporado y erguido, como una torre celeste el espíritu; concreto, luminoso y heroico el destino; encendido y magnético el paso; justiciero, veraz y claro el propósito; permeable, férvido, honesto y humilde el pecho, los cantos brotaban espontáneamente.
En Trujillo, ciudad que en esa época mostraba su ascendencia hispana sin desdeñar su pasado moche y chimú, se llevaban a cabo tertulias prolongadas, juntadas memorables donde se discutía sobre política, filosofía y poesía. En ese fervor, César Vallejo fue forjando parte de su sentimiento y abordaje. Una pasión sin ataduras, que tuvo que enfrentar campañas de descrédito por parte de la intelectualidad limeña y trujillana que desdeñaba las ideas y posiciones de los integrantes del Grupo Norte.

La despedida de Trujillo y los nuevos horizontes

Antes de publicar su primer libro titulado “Los heraldos negros” en 1919, Vallejo ya había escrito y editado varios poemas en distintos periódicos del país. Fueron sus años de residencia en Trujillo los que marcaron ese camino inicial.

Durante ese tiempo, Vallejo ya se insinuaba como un poeta distinto. Disonante con la época, político por su búsqueda de romper con ataduras de los cánones del momento, musical e irreverente. Por esa razón, fue atacado con vehemencia por la crítica literaria nacional, que lo señalaba como un escritor de “tonterías poéticas y cursis” y como un “irrespetuoso del buen gusto literario y la musicalidad prosódica”.

Los ataques fueron sistemáticos y demostraban la profundidad de la transformación que sus textos estaban sentando en la poesía peruana. “Esto tomó real dimensión cuando se publicó su primer libro: empezó a cantar la nueva voz de la poesía del país, una voz que cantara el espíritu ancestral de la raza”, dice Rivero-Ayllón.

Antes de eso, en 1917 César Vallejo deja Trujillo para ir a Lima a continuar estudios. En una carta fechada en diciembre de ese año, el poeta saluda a sus amigos trujillanos:

¿Y ustedes? ¡Cómo me desespero por aquel ambiente fraternal y único de nuestras horas pasadas! Créanme, hermanos, que los lloro a cada rato.

Casi con el mismo signo itinerante, ese año Haya de la Torre se traslada a Lima, antes de ser elegido presidente de la Federación de Estudiantes de Perú y comenzar su profuso trayecto político.

Esa música incomprensible de futuros recuerdos

Los nuevos caminos de César Vallejo le abrirán otras puertas, otros destinos y otras historias. Aunque siempre quedará el recuerdo vivo de su tránsito por Trujillo, donde el poeta escribió sus poemas primeros, a risas de flores, a fragancias de un futuro visto o soñado.

Como aquella explicación narrada por Haya de la Torre sobre uno de los versos más enigmáticos de Vallejo que son parte de un poema del libro “Trilce”, ese que dice:

“Serpentínica u del bizcochero engirafada al girófono…”
Contaba Haya de la Torre que Vallejo vivía en el balcón de un departamento donde estudiaban juntos, y que la calle era muy tranquila pero que el silencio se alteraba cotidianamente de una manera abrupta cuando a la hora de la siesta sonaba el pregón del bizcochero serranito:
– ¡Bizcocheru-uuuuu! ¡Bizcoheru-uuuuuu!

Como Vallejo era muy goloso, decía Haya de la Torre, a esa hora estaba ya en el balcón esperando al vendedor, ansioso, quizás salivando un recuerdo futuro.

O, tal vez, el recuerdo de sabor a chirimoya fresca extendida por las generosas manos de Esther Tapia, compañera por más de 55 años de Rivero-Ayllón, en esa otra siesta trujillana.

O algo que suena y sin tiempo y sin explicaciones. Algo que, aunque no entendemos, ciertamente conmueve. Como un inesperado encuentro. Como la poesía.

*Por Pablo Carrizo para La tinta. Fotos: Ilze Petroni.

Palabras claves: César Vallejo, Grupo Trilce, Perú, poesía, Teodoro Rivero-Ayllón

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