Chalecos Amarillos: una mirada desde adentro

Chalecos Amarillos: una mirada desde adentro
7 febrero, 2019 por Tercer Mundo

El sábado 2 de febrero los Chalecos Amarillos (Gilets Jaunes) cumplieron su duodécima marcha. Desde la primera, el 17 de noviembre, Francia vive  una ceremonia: decenas de miles de personas eligen pasar los sábados manifestándose.

Por Martín Mitidieri y Juan Aranguren, desde Francia, para La tinta

¿Cómo se hace, en término logísticos, para organizar durante 12 sábados consecutivos (incluidos los del receso invernal) manifestaciones en todo un país? Vayamos un poco más: ¿cómo se logra eso y, después de dos meses y medio con las ciudades revolucionadas los fines de semana, tener un apoyo ciudadano cercano al 80 por ciento? La condena a la protesta social por parte del Estado y de los medios hegemónicos, que en Argentina la conocemos muy bien, está a la orden del día. Sus armas son bien conocidas: policías reprimiendo violentamente las manifestaciones y periodistas repitiendo hasta el cansancio las “libertades” que pierde la gente por culpa de las protestas. Es acá donde el movimiento de los Chalecos Amarillos se vuelve histórico: sin ninguna estructura partidaria ni sindical, logró organizarse en asambleas en las seis puntas de Francia y salir a prender fuegos las calles reclamando por mejores condiciones de vida.

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“La acción, con todas sus incertezas, es como un recordatorio siempre presente de que los hombres, aunque han de morir, no han nacido para eso, sino para comenzar algo nuevo”.

Hannah Arendt

Los Chalecos Amarillos nacieron cuando el año pasado Priscillia Ludosky, mujer parisina sin etiqueta alguna de partido, sindicato u organización social, difundió a través de las redes sociales una petición reclamando una baja a los precios del carburante. Simultáneamente, dos camioneros convocaron por las redes sociales a un “bloqueo nacional contra la suba del combustible” el sábado 17 de noviembre. Allí empezó todo. Las manifestaciones duraron cuatro días y se movilizaron alrededor de 300.000 personas en todo el país. Sin declaraciones del Estado, se convocó a una segunda movilización y a partir de ese momento se desencadenó la constante más potente que tiene, hasta hoy, el movimiento de los Chalecos Amarillos: la marcha de los sábados.

Para la sexta y séptima marcha, el 22 y 29 de diciembre respectivamente, se movilizaron apenas 40.000 personas, marcando los puntos más bajos en convocatoria. Esto no se explica fácilmente: no hubo grandes cambios en el carácter de las reivindicaciones ni en el desarrollo de las manifestaciones, y no se perdió la esencia apartidaria del movimiento. Las variaciones en la cantidad de manifestantes, para nosotros, fue debido a una “tregua navideña”. Los primeros sábados de este nuevo año dejaron las mismas imágenes desde aquel 17 de noviembre: las calles inundadas de amarillo. Pero con tres factores importantes de mencionar. Primero, la violencia estatal es cada vez mayor. En Marsella, el número de policías en las marchas subió exponencialmente, y se instaló desde los medios de comunicación y las declaraciones del ministro del Interior, Phillipe Castaner, la militarización de “las fuerzas del orden”. Por otro lado, la heterogeneidad del movimiento hizo que las demandas sean más extendidas. Así, aunque el gobierno haya anunciado un paquete de medidas -entre ellas dar marcha atrás con la suba de combustible-, eso ya es pasado. La amplitud de los reclamos de los Chalecos Amarillos hace que cualquier demanda se le pueda plegar. La tercera, y creemos que es la que definirá la suerte de este movimiento para el futuro, es que está intentado estructurarse políticamente. Decididos a no meterse bajo la bandera de un partido político ni de los sindicatos, estos hombres y mujeres -en su mayoría inexperimentados en materia política y que se reivindican “apolíticos”-, se encuentran con la necesidad de organizarse para capitalizar el poder de movilización inédito que supieron conseguir.

Vivimos en Marsella, la segunda ciudad más grande y la más antigua de Francia. Creemos necesario contar la experiencia de nuestra participación en las asambleas y las manifestaciones de los Chalecos Amarillos de la ciudad, porque es representativa del momento en que está el movimiento y los desafíos que le esperan.

Francia Marsella Chalecos Amarillos la-tinta

La asamblea

En Marsella hay varias asambleas en distintos barrios en nombre de los Chalecos Amarillos. Participamos en las del grupo Centre Ville. Las asambleas se hacen en un pequeño local sin nombre que pertenece a una agrupación comunista, no alineada partidariamente, llamado Camarade Marseille. Al espacio asisten alrededor de cien personas.

Las voces de la asamblea muestran la diversidad que tiene la base del movimiento. Recogemos acá algunas de esas voces que son tanto la fuerza como las limitaciones de los Chalecos Amarillos para llevar a cabo acciones concretas.


Comienza la asamblea. Se levanta una señora anciana, de pelo canoso y corte carré: “Pertenezco a los Chalecos Amarillos de Allauch -un bello poblado sobre una colina vecina a Marsella-. El sábado nos encontramos en el mercado de Allauch. Fue muy lindo, porque estábamos sin nuestros chalecos en un rincón de la plaza y de pronto empezamos a ponernos los chalecos y a caminar hacia la municipalidad pidiendo la renuncia del intendente Povinelli. La gente al principio no entendía, pero después nos aplaudían. Algunos, incluso, nos acompañaron”.


Allauch es uno de los pueblos más ricos cercanos a Marsella. Povinelli pertenece a un ala del partido socialista francés, y es el intendente hace 43 años.

Ahora es el turno de un señor de unos 50 años. Se pone de pie en el fondo de la sala: “Estoy acá con mis compañeros -que se ponen de pie con él-. Somos trabajadores de Castorama -una suerte de Easy- y somos Chalecos Amarillos desde el primer día. Queremos dos cosas: primero proponer que usemos los chalecos amarillos todo el tiempo. Desde que ponemos un pie en la calle. Que sea un objeto que todos vean. No sirve guardarlo a la espera del próximo sábado. Segundo, propongo que encontremos un objetivo para la próxima marcha. Que nos vayamos de esta asamblea habiendo acordado algo”.

Los oradores por momentos se lanzan a contar su experiencia en la lucha, y todos escuchan atentos. Si alguien interrumpe, un coro devuelve la palabra a su legítimo portador. La única regla es respetar el turno y la palabra de todos y todas.

Francia chalecos amarillos manifestante la-tinta

Un adolescente acompañado de dos amigos toma la palabra: “Somos estudiantes del liceo Saint Charles. Hoy a la mañana bloqueamos todas las entradas del liceo para que nadie entre. Algunos de ustedes nos acompañaron, pero necesitamos ser más. Sé que es difícil, sobre todo a la mañana porque ustedes trabajan. Pero queríamos estar acá para visibilizar lo que hacemos”.


Los jóvenes terminaron sus palabras, se sumergieron en sus celulares y se fueron. Le dan a la palabra a un señor de unos 45 años: “Camaradas, yo soy operario en la fábrica de Airbus, en Marignane. Vengo porque quiero movilizar a mis colegas, pero no tengo respuesta. Tenemos que ir a las fábricas a hablar con la gente, decirles que ellos también son Chalecos Amarillos. ¡El camino es la huelga general! ¡Y para eso hay que estar en cada fábrica! ¡En cada trabajador!”.


Los del local aplauden y la señora de Allauch bosteza. Las posturas diversas como estas se multiplican. Los comunistas refunfuñaron cuando una chica propuso que venga gente de Greenpeace a proponer sus formas de manifestarse.

Las asambleas de los Chalecos Amarillos en Marsella son espacios de participación política militante que se van transformando a medida que se encuentran con sus limitaciones para organizar sus acciones. Esta heterogeneidad sumada a la inexperiencia política de muchos de sus participantes repercute directamente en el día de la manifestación.

Vamos a seguir una de las marchas, la décima, que tuvo lugar el 19 de enero y que muestra bien las aristas con las que se topa el movimiento.

El décimo acto

Todas las marchas del 2019 fueron ocupaciones masivas de la calle, en las que se recorrieron los lugares que representan mayor rechazo para los Chalecos Amarillos.

La dificultad en hacer llegar la manifestación a fines concretos hizo que en las asambleas se plantee justamente establecer algún objetivo determinado para la marcha. El tratar de hacer esto implica, de alguna forma, delimitar los objetivos del movimiento en sí. Es decir, si hay que votar qué hacer, ¿qué prevalecerá? ¿Bloquear los circuitos de la producción? ¿Manifestarse contra las autoridades políticas? ¿Contra la policía? ¿Ocupar los centros comerciales porque estamos contra la economía capitalista? Si justamente lo que los une es que están en contra de todo eso, ¿cómo delimitar sin excluir? Se votó en asamblea, y se decidió bloquear por horas un centro comercial y el Hotel Intercontinental, emplazado en un edificio histórico marsellés, cedido por la municipalidad a una cadena hotelera de lujo. Pero entre la decisión que se toma en la asamblea y lo que sucede luego en las manifestaciones puede haber un abismo.

La décima marcha arrancó desde el Viejo Puerto en dirección a la Prefectura. Pero la policía bloqueó el paso y condujo al cotejo amarillo por un callejón que lo demoró una hora de su recorrido pensado. Se logró finalmente llegar a la Prefectura, y ahí se dieron varios encontronazos. Los gases, la dispersión de los manifestantes y la falta de conducción hicieron que los objetivos asamblearios se pincharan como un globo con un escarbadientes. Pero la marcha siguió, la gente no se fue, sino que continuó encolumnada hasta la estación de trenes. Los ánimos comenzaron a exaltarse. En la estación, los Chalecos Amarillos se separaron para rodear la estación y se enfrentaron a la policía. Allí se dieron gases, piedras, corridas, cacerías de rezagados y mucha gente frotándose los ojos. Los grupos de socorristas, que custodian la marcha con un brazalete con una cruz roja, se quedaron sin solución fisiológica.

Francia chalecos amarillos barricada la-tinta

En ese momento nadie pensaba en los objetivos establecidos en la asamblea. Probablemente, pocos los supieran. ¿Cómo hacer que una decisión tomada por un centenar un jueves a la noche se ponga en práctica el sábado por miles? Se necesita organización. Los asamblearios buscan que la asamblea se vuelva el órgano legítimo y decisorio del movimiento. Pero se encuentran con enormes dificultades en la comunicación y coordinación con el resto del movimiento. En las manifestaciones esto sucede en la más mínima acción. Es recurrente que unos doblen en una calle, otros quieran seguir derecho y se decida ahí para dónde ir.


La décima marcha siguió enfrente de la municipalidad, ya sin virulencia. Del otro lado de la calle, un cordón policial de robocops esperaba en guardia. A sus costados, civiles con un brazalete que los reconoce como policías, filmaban y marcaban a los manifestantes. Pasó un tiempo y todo pareció enfriarse. Pensamos que después de haberse dividido en la estación de trenes, muchos optaron por irse a sus casas y que la marcha se terminaría pronto. Pero entonces apareció una columna de Chalecos Amarillos, y luego de ellos otra más. Se juntaron los grupos, se retomaron los cantos, y el pecho volvió a calentarse. 


La diversidad de posturas, las diferencias en las reivindicaciones, las dificultades para conducir la marcha hacia objetivos específicos, pierden importancia ante la persistencia inédita del movimiento: cada sábado una marea amarilla va a expresar su repudio al sistema en cada rincón de Francia. Cada día durante dos meses y medio hubo miles de personas, sin conducción alguna, comprometidas con organizarse para “pararle el país a Macron”.

¿El futuro?

Entonces, ¿cómo sigue esto? Primero algo que estamos seguros: el próximo sábado los Chalecos Amarillos estarán en la calle. ¿Y después? ¿Renunciará Macron? ¿Habrá elecciones anticipadas? Si eso ocurre -y pensando en las discusiones en las asambleas y las marchas- ¿será un triunfo para los chalecos amarillos?

Hace casi dos años, Macron ganó las elecciones presidenciales derrotando en segunda vuelta a la postulante de la extrema derecha Marine Le Pen, que es la candidata más fuerte de la oposición. ¿Puede la derecha capitalizar el conflicto de los Chalecos Amarillos en términos electorales?

Un dato: en la marcha del último sábado, el candidato de la izquierda francesa por Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, estuvo en Marsella, y mientras se realizaba la movilización, él encabezó otra marcha por un conflicto local –no menos importante- en reclamo por viviendas dignas. Entonces sí, la extrema derecha puede salir beneficiada del conflicto, sin dudas. Pero todavía eso no ocurrió y puede ser tan cierto como que, a falta de un líder o de una estructura que lo contenga, el movimiento se termine apagando. Pero es esa incerteza, creemos, la fortaleza que tienen: nadie sabe bien quienes son los Chalecos Amarillos y a la vez todos y todas lo somos.

Francia Campos Eliseos protestas la-tinta

Volviendo a los hechos, en los últimos dos meses ocurrieron tres acciones concretas en las que se capitalizó la fuerza del movimiento. A principios de diciembre, cientos de estudiantes de colegios secundarios, en contra de reformas en la enseñanza, perturbaron el funcionamiento de 188 escuelas en toda Francia. En enero, los trabajadores y trabajadoras de las fábricas donde se elaboran los productos de Decathlon (cadena de comercios de material deportivo) se organizaron y empezaron una protesta reclamando mejores condiciones laborales. Lo mismo hicieron los empleados y empleadas de McDonald’s, que desde hace varios meses sostienen una huelga en las sucursales de Marsella. ¿Son estos reclamos concretos los que movilizan a los Chalecos Amarillos a nivel nacional? No. Pero en los tres casos, estudiantes y trabajadores golpearon la puerta de los Chalecos Amarillos, obtuvieron de ellos el respaldo para motorizar sus protestas, y hoy son parte del movimiento.

Los Chalecos Amarillos transitan un original aprendizaje: vivir la militancia aceptando el caos como organizador de la vida misma. Sin directivas de nadie ni enredos con el poder, miles ciudadanos y ciudadanas de a pie decidieron gritar que comprendieron que las cosas no funcionan bien, y que algo debe cambiar. Es una lección del pueblo francés.

Un pueblo que redefine, cada fin de semana, su cartografía de lucha. Que no quiere más banderas políticas porque está cansada que su suerte se defina debajo de la mesa. Que eligió hacerse cargo. Salimos a preguntarle a los Chalecos Amarillos quiénes eran, ya que nos costaba decirlo. Ninguno de ellos lo dudó: “El pueblo”.

Por Martín Mitidieri y Juan Aranguren para La tinta

Palabras claves: Chalecos Amarillos, Emmanuel Macron, Francia

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