“La incertidumbre política y económica es un rasgo de la realidad, no un problema de nuestro desconocimiento de alguna variable” – Parte 1

“La incertidumbre política y económica es un rasgo de la realidad, no un problema de nuestro desconocimiento de alguna variable” – Parte 1
7 diciembre, 2018 por Redacción La tinta

Hace algunas semanas, miembros del Colectivo de Pensamiento Crítico en Economía (CoPenCE) entrevistaron al investigador del CONICET y docente de la Universidad Nacional de Quilmes, Adrián Piva, sobre la situación económica y política del modelo de Cambiemos, sus rupturas y continuidades con gobiernos anteriores, el surgimiento de gobiernos neoconservadores en la región y los desafíos de la clase trabajadora frente a esta coyuntura adversa, entre otros temas. La entrevista se estructuró en cinco ejes: el proceso de ajuste, lxs de arriba, lxs de abajo, el Estado y el escenario futuro. Aquí, la primera parte.

Por Nahuel Aranda, Santiago Buraschi, Gonzalo Ávila y Lisandro Levstein para La tinta

Sobre el proceso de ajuste

—Has dicho que el rasgo más específico del macrismo es su objetivo de restaurar la autoridad del capital a nivel social y, en el lugar de trabajo, lo que se manifiesta en una continuidad/agudización de un proceso más largo de ajuste que empieza en 2012. Sin embargo, en el corto plazo, luego de las turbulencias, devaluación, acuerdo con el fondo, etc., parece que la tormenta hubiera «amainado». El dólar se planchó e incluso bajó un poco. ¿Cómo interpretás este momento en el marco de ese más largo plazo?

—Sí, un poco la idea es que, justamente, lo que hay es un cambio de escenario desde abril/mayo de 2018. O sea que vos tenés un período largo que se abre allá por 2012, es un período largo de estancamiento, donde incluso crece el papel del Estado en generar un proceso de crecimiento leve en los años electorales. Digamos, si uno ve el papel que tiene el consumo público, crece la inversión pública como proporción de la inversión total. Si uno observa ese plazo más largo, tenemos una tendencia al estancamiento y una creciente presión por el ajuste. Y hay una segunda fase que se abriría en 2014, con la devaluación de enero, que también tiene una serie de características comunes. En principio, la existencia de mega devaluaciones en 2014, 2016 y 2018; eso se traduce en un aumento del piso de la inflación. O sea, en el período 2007-2013, la inflación oscila entre el 20-25%, con la excepción de 2009, con el 15-15,5% por el año recesivo. A partir del año 2014, el piso es el 25%. La inflación nunca desciende del 25/26% con picos en los años de mega devaluación por encima del 35% o del 40%.


Yo sí creo que, desde abril/mayo de 2018, se abre una nueva fase, en el sentido de que sí habría un escenario de crisis abierta. En ese sentido, sí hay ciertos cambios en la lógica de ajuste. Efectivamente, más allá del impacto que haya tenido sobre los trabajadores y los sectores populares el ajuste del gobierno, si uno ve el conjunto de variables, hubo una política gradualista. Incluso, cuando en algunos casos el gobierno quiso ir más allá, tuvo que retroceder. A partir de mayo, se acotan los márgenes para esa estrategia gradual. Y se torna mucho más incierto el escenario. Yo no creo que se pueda hacer mucha predicción sobre ese tipo de cosas. Porque, justamente, la crisis abierta lo que rompe es la existencia de una lógica objetiva, es la crisis de esa lógica objetiva. Y lo que se establece es un terreno de luchas, de redefinición de las relaciones de fuerza y es muy difícil saber qué va a pasar. Porque, justamente, depende mucho de la capacidad que tenga el gobierno, por ejemplo, de subordinar esas demandas, lograr la aceptabilidad social del ajuste y demás.


Si uno observa los datos duros, hay un escenario de incertidumbre, no pareciera que la reducción del dólar resuelva la cuestión de fondo, porque se logró estabilizar dentro de la banda de flotación, pero a costa de tasas de interés muy altas; digamos que no es sostenible en el tiempo. Insisto con esto, yo no creo que es posible hacer evaluaciones a futuro con demasiadas certezas, por esto que decía, que la crisis es un terreno de luchas, de redefinición de las relaciones de fuerza y es difícil saber qué es lo que va a suceder. Y otra cosa que es difícil saber es cuál es el ajuste necesario para que haya un relanzamiento del proceso de acumulación, cuánto se necesita que caiga el salario, cuánto se necesita que se devalúen los activos para que sea tentador para la inversión extranjera directa entrar. No es fácil decir eso.

—¿Qué rol jugó y juegan las LEBACS, LELIQ, LETES en este proceso de ajuste? ¿La tasa de interés funciona como un mecanismo disciplinador?

—Yo creo que el gobierno intentó articular un mecanismo de disciplinamiento monetario, articulando tasas de interés altas, una política monetaria restrictiva y cierta apertura de lo que fue el cierre del período 2011-2015. Ahí, creo que hay que ser cautos, porque, en realidad, el kirchnerismo no fue un gobierno que cerrara el mercado local (por lo menos, no entre 2003 y 2011); el proceso de cierre del mercado local se produce a partir de 2012, con el control de cambios y con su contraparte que eran las declaraciones juradas anticipadas de exportación, etc. Pero hay un desmantelamiento de ese proceso de desvinculación del mercado financiero local del mercado financiero mundial, que tiene como aspectos la devaluación, la salida del control de cambios, la resolución del conflicto con los holdouts, el desmantelamiento de esas restricciones para la importación, etc. Y, ahí, yo creo que hubo un intento de articulación de un mecanismo de disciplinamiento monetario, pero me parece que fracasa el gobierno en hacerlo. Y me parece que, en ese caso, muchas de las cuestiones de impericia del gobierno son, en realidad, muy típicas de un proceso de crisis, donde aparecen inconsistencias, por ejemplo, entre la política monetaria y la fiscal, que es lo que pasó desde el 2016. Y que, en realidad, tienen que ver con las presiones políticas contradictorias a las que está sujeto el gobierno. Algo parecido pasó con la Alianza digamos, donde uno puede criticar a De La Rúa o Machinea y, en realidad, claro, el problema es la contradicción que atravesaba el gobierno en sostener cierta legitimidad política en un escenario en que era institucionalmente débil por la minoría en ambas cámaras, la necesidad permanente de negociar con el peronismo, etc.

Entonces, me parece que ahí, efectivamente, fracasa en construir ese torniquete monetario-fiscal, por la inconsistencia en la política fiscal y monetaria. Y el gobierno empieza a quedar preso de la política de tasas de interés alta para que no se le vaya el dólar y para tratar de sostener la inflación, que la inflación quede controlada.

—Has mencionado, en uno de tus artículos, que lo importante no es estudiar cuáles son las causas de la inflación, sino cuál es el marco que posibilita que las contradicciones sociales se expresen de manera inflacionaria. Estos días, el INDEC anunció que la inflación de septiembre fue de 6,5% (la mayor variación mensual desde 2002) y el acumulado de 2018 de 32,4%. ¿Cuál es el marco coyuntural que posibilita este aumento inflacionario con respecto a los primeros años del gobierno de Cambiemos y con respecto al gobierno anterior? ¿Es la inflación alta una característica propia de Cambiemos o debe entenderse en un período de ajuste más amplio, que incluye al gobierno kirchnerista?

—Acá, está muy clara la causa inmediata. Yo lo que decía es que hay un marco y, dentro de ese marco, las causas pueden ser diversas. Acá, la causa son las devaluaciones. Es la vieja tesis estructuralista sobre el vínculo restricción externa, elevación del tipo de cambio y que la inflación comience a dispararse. Ahora, ¿qué significa eso? Que el gobierno no fue capaz de establecer un mecanismo de restricción monetaria. Si el gobierno era capaz de establecer un mecanismo de restricción monetaria, eso significaba, o tenía como presupuesto, la represión de las demandas sociales, represión en un sentido genérico, no represión a los palos. Represión en un sentido de que las demandas sociales se adecuaran al programa financiero, a la necesidad del relanzamiento de la acumulación, etc. La sucesión de devaluaciones implica la dificultad del gobierno para lograr eso, incluso, de compatibilizar demandas dentro del propio bloque político. Suponía reducir retenciones, lo cual era contradictorio con el objetivo de alcanzar cierto equilibrio fiscal en condiciones de una pretendida restricción monetaria. La restricción monetaria se rompe cada vez que hay devaluación. Vos podés estar viendo que la emisión monetaria se reduce, que, además, en ciertos momentos, eso es bastante discutible porque la emisión monetaria seguía creciendo por efectos inerciales, porque, efectivamente, el banco central no maneja la cantidad de dinero como pretende, por las mismas LEBAC que, por momentos, no se podía renovar una gran cantidad. Pero más allá de ese punto, cuando se lograba contener de alguna manera, la devaluación era la evidencia del fracaso de imponer ese mecanismo de restricción monetaria. Yo creo que ese es el centro. Por eso, digo que la cuestión central es política. Que el gobierno estabilice el tipo de cambio y logre un sendero de reducción de la tasa de interés, que no se traduzca en corrida contra el peso, sino en un aumento gradual de la tasa de inversión, ese es el modelo de salida, ¿no? Eso implica un montón de condiciones políticas. Yo veo muy difícil que esas condiciones políticas estén antes de octubre del año que viene, pero ahí es donde es muy difícil hacer una predicción. Porque hoy, efectivamente, una fuerte reducción de los salarios reales, la caída del consumo, las altas tasas de interés, digamos, todo eso, puede llegar a colaborar para que la tasa de inflación descienda, para que se alcance un sendero de reducción del déficit fiscal y, ahí, la pregunta comienza a ser lo que decíamos antes. ¿Cuál es el grado de devaluación de activos locales, de caída del salario que se necesita para recomponer la tasa de ganancia y volverla atractiva para la inversión local y extranjera? Y, ahí, no sé. Ahí, la respuesta es no sé, pero el punto de fondo es la estabilización política.

—En este marco, ¿cómo explicás el regreso de las relaciones con el FMI? ¿El gobierno regresa al FMI para dar confianza a los empresarios e inversores? ¿o no le quedó otra opción por las dificultades para acceder al endeudamiento externo?

—Yo creo que hay de las dos. Ahí, está efectivamente el problema que aparece desde 2012. El macrismo enfrenta el mismo problema que enfrentó el kirchnerismo a fines de 2011, que ya se venía mostrando desde 2010. La revisión de cuentas nacionales e internacionales es mejor en ese sentido porque muestra bien que el déficit fiscal y el déficit externo aparece ya en 2010 de manera clara, y se explica mucho mejor el agravamiento de la condición en 2011 y la necesidad del control de cambios ya después de las elecciones de octubre de 2011. Pero creo que el macrismo se enfrentó a un problema similar de desequilibrio fiscal, restricción externa e imposibilidad de seguir endeudándose en los mercados financieros internacionales. En ese sentido, hay algo de necesidad de acudir al FMI. Y de que lo otro era volver a un esquema de desvinculación respecto del mercado financiero internacional que es el kirchnerismo post-2012. Por eso, articula un mecanismo político diferente. Ahí, hay una diferencia muy clara.

Entonces, hay algo de necesidad y hay algo de fortalecerse. Ahí, el FMI funciona de esta manera. Alberto Bonnet utilizaba la imagen en la convertibilidad de Ulises atándose al mástil de la embarcación para resistir la tentación de las sirenas. Entonces, decía que, de alguna manera, la convertibilidad era atarse al dólar para resistir a la tentación de la emisión monetaria. Atarse de manera de sustraer la política monetaria a la lucha de clases. Funcionaría de una manera similar. El acuerdo con el FMI aparece como esa restricción que impide no incumplir las metas so pena de que se caiga el acuerdo con el FMI y sobrevenga el abismo. Entonces, de alguna manera, yo creo que ahí hay un intento de fortalecimiento de la posición interna del gobierno buscando que el FMI le imponga hacer lo que venía queriendo hacer y no podía. Hasta qué punto eso es efectivo o no, bueno, ahí está, justamente, que la cuestión central es la relación de fuerzas.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

Sobre el de arriba

—En este escenario de ajuste sobre lxs trabajadorxs, pareciera que, hasta diciembre de 2017, hubo un gran consenso en la sociedad sobre la continuidad del modelo de Cambiemos; mientras que estamos frente a una intensificación de la política represiva (que gran parte de la sociedad ha pedido). En estos términos, ¿cuál es la capacidad que tiene el macrismo de convertirse en fuerza hegemónica y torcer la relación de fuerzas?


—Primero, yo creo que la cuestión de la hegemonía es un problema de larga data en Argentina. Es algo que viene desde los años treinta y es un problema serio que ha tenido la clase dominante para construir una dominación estable y hegemónica, y que encuentra solución temporaria durante períodos relativamente cortos. Los noventa es un ejemplo de eso, donde la convertibilidad estructuró una hegemonía, pero sobre la base de la desmovilización de la clase obrera y los sectores populares. Esto hay que tenerlo en cuenta porque, cuando la movilización empezó a crecer, la hegemonía se resquebrajó y 2001 fue la expresión de eso. Entonces, hay un problema de larga data. El kirchnerismo no construyó una hegemonía, construyó un consenso más o menos amplio, pero institucionalmente débil. Para que haya hegemonía, tiene que haber articulación estatal de ese consenso. No alcanza con un consenso difuso.


La articulación estatal de ese consenso permite integrar las luchas populares y el desafío obrero en mecanismos institucionales más o menos estables. Las paritarias son eso, pero el kirchnerismo enfrentó una movilización permanente con recurso usual a la acción directa, oscilaciones muy fuertes en el voto (46% en 2007 y 30% en 2009, 54% en 2011 y 30% en 2013) y desafíos de sectores importantes de la clase dominante [sector agrario]. Entonces, en ese sentido, tenemos un período bastante inestable en términos políticos, hay mucha fluidez política y esa fluidez nos habla de una incapacidad para construir una hegemonía. Para mí, eso se prolonga en el macrismo bajo otra forma. O sea, el macrismo, para construir esa hegemonía, necesitaba subordinar las demandas obreras y populares a cierto programa de relanzamiento de la acumulación y eso fracasó. El fracaso de esa articulación de mecanismos de disciplinamiento evidencia el fracaso del intento de construir esa hegemonía. Ahora, ¿qué posibilidad tiene hoy de constituirse en una fuerza hegemónica? Yo creo que eso tiene mucho que ver con la inexistencia de una derrota previa. El macrismo llega con una victoria electoral, pero no con una derrota previa de la movilización popular, que no ha tenido una derrota significativa de ese tipo desde el año 89, porque, incluso 2001, no puede pensarse como una derrota. Si bien es verdad que la ofensiva que se bloquea en terreno deflacionario prosigue de modo inflacionario en 2002, el conjunto de los acontecimientos muestra una dinámica en la cual la recomposición del poder político tiene que integrar las demandas de los sectores movilizados. Entonces, el gradualismo fue una muestra de esa impotencia de construir esa hegemonía que suponía una derrota previa de esa movilización.

La pregunta es si esta crisis que se abre es el terreno de esa derrota. Es decir, yo no descartaría eso. Por eso, hablo de un escenario de incertidumbre. Efectivamente, las crisis producen temor, angustia, sobre todo, las crisis como las que estamos viviendo (devaluación e inflación). Son crisis que tienen una dinámica muy particular que se diferencia de la de 2001. En 2001, era el gobierno el que te reducía el 13% de la jubilación, era el gobierno el que implementaba el corralito, entonces, es muy fácil políticamente identificar un enemigo que unifica el conjunto de las luchas. La dinámica de devaluación-inflación desata un proceso en el cual el gobierno aparece no pudiendo controlar la situación. Fijate que la crítica habitual era que “el gobierno no controla” y eso genera procesos de desorganización de la acción colectiva. Eso es muy complejo porque es un terreno para que se inserte la demanda de orden, “que alguien estabilice esto”. Imaginemos una situación en la que se desarticula el esquema de bandas, donde el gobierno pierde otra vez el control del tipo de cambio. Lo que se genera es la idea de “esto no lo controla nadie” y la demanda de orden puede adquirir mucha fuerza y puede ser muy difundida en todas las clases sociales. Eso genera posibilidad de construcción de un consenso amplio en torno a un programa de ajuste duradero, de institucionalización de ese ajuste, a través de mecanismos estatales (como fue la convertibilidad en su momento), de un acuerdo político amplio. Entonces, no hay que descartar eso, como tampoco hay que descartar el hecho de que la presencia continuada en las calles impida que eso se pueda conseguir. Yo creo que ahí está la clave de lo que viene, si la salida es más parecida al 2001/02 en el sentido de que todo el proceso de crisis tiene que enfrentar una movilización que no cede (la muerte de Kosteki y Santillán, el gobierno teniendo que adelantar las elecciones). Si todo el proceso de crisis enfrenta una movilización que no cede, la integración política tiene que darse de tal manera que dé alguna respuesta a esa movilización. Ahora, si la salida de la crisis se da mediante un proceso de desmovilización, es posible que se construya una hegemonía estable en torno a una propuesta más conservadora. Yo creo que esa es la diferencia entre Argentina y Brasil. Brasil tuvo éxito, metieron la reforma la laboral, la mitad de la reforma previsional.

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(Imagen: Eloísa Molina)

—¿Cómo se explica el surgimiento de estos gobiernos neoconservadores en América Latina? ¿Y, en eso, qué rol juega el fracaso de las experiencias progresistas?

—Yo creo que ahí hay una discusión de fondo con el kirchnerismo que son compañerxs con lxs que estamos peleando en la calle, pero con lxs que tenemos también discusiones profundas. Ahí, hay una tesis, que es la que está en la discusión de fondo en torno al diagnóstico de lo que está pasando y es si hubo o no agotamiento de la estrategia de acumulación y la estrategia política que llevó adelante el kirchnerismo, y que llevaron a cabo varios gobiernos en la región, o si hubo una interrupción producida por una derrota electoral y el ascenso de Cambiemos al gobierno. Esto es una reedición en menor escala de la discusión sobre qué pasó con la ISI [Industrialización por sustitución de importaciones]. ¿La ISI fue interrumpida con el golpe en el momento en que estaba resolviendo sus contradicciones internas? Esta es la posición que sostiene que la ISI podría reeditarse. Si la ISI fue interrumpida, significa que puede reeditarse. ¿Y cuál es el truco ahí? Se deja el año 75 afuera del ciclo. El ciclo de la ISI termina en el 74, entonces, dejás el 75 afuera. Entonces, ¿qué pasa si lo termino en el 75? El 75 fue la crisis de la ISI. Entonces, ahí, tengo agotamiento de la ISI y, además, ese agotamiento coincide con una reorganización del capitalismo a nivel mundial, que supone la destrucción de las mismas condiciones que hicieron posible la ISI. Entonces, el 76 ya no es la interrupción, el 76 es la respuesta capitalista a esa crisis, que consiste en desmovilizar y derrotar a los sectores que estaban más movilizados de la clase obrera y que tenían una perspectiva revolucionaria.

Hoy, a menor escala, la discusión es, ¿lo que hubo fue un agotamiento de esos procesos? Y yo creo que sí, yo creo que hubo un agotamiento, el agotamiento de un conjunto de condiciones mundiales, regionales y locales que permitieron el desarrollo de una estrategia de acumulación y una estrategia política que permitieron integrar demandas populares. En la medida en que se agota ese proceso, lo que se abre es un terreno de lucha para ver cómo se produce, o no, la recomposición del capitalismo bajo esas nuevas condiciones. Volviendo a la pregunta, si efectivamente hubo agotamiento, no es tan extraño entonces, si no hay una renovación de las alternativas políticas que podemos ofrecer desde la clase obrera y los sectores populares, que haya un corrimiento hacia la derecha.

Efectivamente, yo creo que, ahí, esa evaluación es importante, porque el planteo sería ¿es posible volver a reeditar lo de 2003-2011? El discurso de que no es posible esa reedición, de que haya algo agotado, ¿es solamente la imposición de un discurso único, de un discurso de los medios? ¿o está, en realidad, expresando algo más profundo? Yo creo esto último. Yo creo que hubo un agotamiento de esos procesos, que tiene explicación en las propias contradicciones de esos procesos que se fueron agudizando en el largo plazo: la tensión permanente entre darle continuidad a la incorporación de demandas populares, y, por otro lado, los límites que la inserción exportadora agroindustrial le imponía a eso y el cambio de la situación mundial (la caída en el precio de los commodities, la crisis financiera internacional). Este agotamiento es complicado, porque eso quiere decir que lo que se abre es una discusión de cuál es esa alternativa a esta restauración conservadora de Cambiemos: ¿qué tenés para decir? Y eso sí es preocupante, porque vos podés bloquear el ajuste hoy y mañana, pero llega un momento en que lo que estás haciendo es bloquear algún tipo de recomposición y ahí es donde viene el problema político.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

*Por Nahuel Aranda, Santiago Buraschi, Gonzalo Ávila y Lisandro Levstein para La tinta.

*Integrantes del CoPenCE (Colectivo de Pensamiento Crítico en Economía).

Palabras claves: Adrián Piva, economia, macrismo

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