El poder de los sin poder en el siglo XXI

El poder de los sin poder en el siglo XXI
23 noviembre, 2018 por Redacción La tinta

Por Gonzalo Fiore para La tinta

Numerosos intelectuales han teorizado ya sobre el poder y su naturaleza a lo largo de la Historia: cuando Foucault retoma su análisis sobre las formas de dominación en las sociedades modernas, lo hace criticando al Leviatán de Hobbes a quien considera «extremadamente juridicista», a través de la crítica marxista del derecho burgués. El francés considera imprescindible analizar el poder partiendo desde la periferia en vez del centro, considerándolo desde abajo hacia arriba y no como un bien que se haga circular. Cada día más, sin embargo, el poder parece concentrarse en una élite pequeña –el famoso 1% que detenta el 99% de las riquezas-, mientras que los de abajo se conforman con «micropoderes» que no inciden realmente en el reparto final de la cuestión.

Ya en el siglo XVIII, el clérigo anglicano Thomas Malthus había predicho –erróneamente, ya que era imposible predecir el avance tecnológico- que si la población crecía más que el aumento de la productividad, se iban a producir hambrunas a gran escala; más tarde, Karl Marx, a propósito de ello, en El Capital, desarrollaría el concepto de “superpoblación relativa”, refiriéndose a que la superpoblación de cada sociedad debía ser relativa a sus necesidades, en el siglo XIX, cuando Marx escribe su obra cumbre, esto era el ejército industrial de reserva. Sin embargo, si tomamos este concepto y lo aplicamos al siglo XXI, esa superpoblación relativa al capital es la masa enorme de seres humanos que no tiene capacidad de consumo, que queda afuera, una masa que, debido al cambio tecnológico, no va a hacer más que crecer.


Es por ello, sumado a los avances en la técnica, que las viejas ideologías del siglo XX han quedado vetustas y no logran representar a las grandes masas. Hoy, nadie parece discutir la esencia misma del capitalismo, sino dotarlo de un “rostro humano” –como intentaron hacer, aunque fracasaron, los comunistas checos en la Primavera de Praga-, sin embargo, la cara del capitalismo está lejos de mostrarse como humana. Si bien es cierto que el más pobre de los pobres hoy vive más y tiene más comodidades materiales que su equivalente hace cien años; también es cierto que los índices de pobreza son los menores en toda la historia de la humanidad, pero a su vez, los índices de desigualdad son los mayores. Es decir, el capital nunca estuvo concentrado en tan pocas manos como en este momento.


Sin embargo, si aplicamos a esto la lógica de la hegemonía en el sentido que le hubiera dado el pensador italiano Antonio Gramsci, esto no es solo un fenómeno económico o político, sino también, y especialmente, tiene una arista cultural o subjetiva que puede ser hasta igual o incluso más importante que la otra. La hegemonía nunca es absoluta ni permanente, sino que se encuentra en permanente tensión y puja. Con los partidos políticos o los sindicatos desprestigiados, y con actores relativamente jóvenes como los movimientos sociales, sería interesante apuntar hacia nuevas formas de participación de los “sin poder” o “sin voz” para llevar adelante esta disputa contra el o los poderes hegemónicos.

Vaclav Havel, quien fuera presidente de la República Checa durante diez años, en “El poder de los sin poder”, escribe que el poder “da al individuo la ilusión de ser una persona con una identidad digna y moral, y, así, le hace más fácil no serlo” mientras que “miente cuando dice que respeta los derechos humanos. Miente cuando dice que no persigue a nadie. Miente cuando dice que no tiene miedo. Miente cuando dice que no miente”. Para el checo, era mucho más fácil identificar al “poder” para derrotarlo, ya que si bien, en un momento, este parecía un ente total e invencible, tenía numerosas grietas por las cuales filtrarlo y derrotarlo, como terminó sucediendo. Esto parece mucho más difícil de lograr hoy en cuanto las redes de poder se han ido transnacionalizando y complejizando, hoy, por ejemplo, es técnicamente imposible controlar el capital financiero, ya que está en todas partes y en ninguna a la vez.

(Imagen: Colectivo Manifiesto)

En ese aspecto, podríamos hablar de un poder “difuminado”, donde lo tienen muchos, pero, a la vez, no lo tiene nadie, donde el capital –y por lo tanto, el poder- no solo no tiene “rostro humano”, sino que directamente no tiene rostro, porque no se puede identificar –aunque se pueda sospechar- nunca quién lo detenta de manera efectiva. Con las configuraciones identitarias del siglo XX desvanecidas y la idea de “comunidad organizada” en crisis, quizás las únicas barreras de peso que le queden al capitalismo financiero para terminar de avanzar y destruir las identidades nacionales sean las religiones: no es casual, entonces, la demonización constante que se le hace al Islam o la campaña de desprestigio contra el papa Francisco en algunos medios occidentales. En las religiones, el sentido comunitario es superior al individual, por lo que el sujeto no es definido según su capacidad de producción ni de consumo.

Havel expresaba en el mismo libro -escrito diez años antes de la Revolución de Terciopelo que terminaría con el comunismo y lo llevaría al poder- que era necesaria una «revolución existencial» para crear nuevas estructuras político-sociales con contenido humano, él lo decía mientras resistía contra la opresión de los tanques del Pacto de Varsovia; nosotros, en el siglo XXI, necesitamos avanzar en la creación de esas nuevas estructuras si no queremos que la globalización uniformadora termine de arrasar con todos sus escollos. Quizás, solo de esa manera, las periferias, tanto geográficas como existenciales, puedan volver algún día a ser el centro, y, parafraseando a Hobbes, el ser humano deje de ser lobo de sí mismo.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

*Por Gonzalo Fiore para La tinta / Imágenes: Colectivo Manifiesto. 

*Abogado – Experto en Relaciones Internacionales.

Palabras claves: poder popular

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