La maravillosa vida breve de Óscar Wao, el deseo de estar en otro lugar
Por Manuel Allasino para La tinta
La maravillosa vida breve de Óscar Wao es la primera novela del escritor dominicano Junot Díaz, publicada en el 2007. En ella, se aborda la identidad, el racismo y los tiempos de Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana. Pero, sobre todo, hay una profunda indagación sobre la búsqueda de la felicidad humana.
La vida nunca ha sido fácil para Óscar Wao, un adolescente dominicano obeso y desprolijo que vive con su madre Beli y su hermana Lola en un gueto de Nueva Jersey. Desde el testimonio de distintas voces narrativas y a lo largo de un periodo de tiempo que va de 1944 a 1995, la novela trabaja sobre los lazos familiares.
“Nuestro héroe no era uno de esos dominicanos de quienes todo el mundo anda hablando, no era ningún jonronero ni fly bachatero, ni un playboy con un millón de conquistas. Y salvo en una época temprana de su vida, nunca tuvo mucha suerte con las jevas (qué poco dominicano de su parte). Entonces tenía siete años. En esos días benditos de su juventud, Óscar, nuestro héroe, era medio Casanova. Era uno de esos niñitos enamoradizos que andan siempre tratando de besar a las niñas, de pegárseles detrás en los merengues y bombearlas con la pelvis; fue el primer negrito que aprendió <> y lo bailaba a la primera oportunidad. Dado que en esos días él (todavía) era un niño dominicano <>, criado en una familia dominicana <<típica>>, tanto sus parientes como amigos de la familia le celebraban sus chulerías incipientes. Durante las fiestas –y en esos años setenta hubo muchas fiestas, antes de que Washington Heights fuera Washington Heights, antes de que el Bergeline se convirtiera en un lugar donde solo se oía español a lo largo de casi cien cuadras- algún pariente borracho inevitablemente hacía que Óscar se le encimara a alguna niña y entonces todos voceaban mientras los niños imitaban con sus caderas el movimiento hipnótico de los adultos. Tendrías que haberlo visto, dijo su mamá con un suspiro en sus Últimos Días. Era nuestro Porfirio Rubirosa en miniatura”.
Óscar sueña con convertirse en alguien importante. Ser una celebridad. Pero lo que más anhela es encontrar el amor de su vida. Pero puede que Óscar nunca alcance sus metas, debido a que una extraña maldición persigue, desde hace varias generaciones, a la familia Wao y les ha provocado accidentes trágicos, y, sobre todo, desamor. Cansado de todo, un buen día, Óscar decide volver a su tierra e intentar torcer su destino.
“Hija, llamaba La Inca. ¡Hija, ven acá! Cuatro, cinco veces, hasta que al fin la iba a buscar, y era solo entonces que Beli venía. ¿Por qué gritas? , Beli quería saber, molesta. La Inca, mientras arrastraba a la casa: ¡Mira a esta muchacha! ¡Se cree gente cuando no lo es! Beli, por supuesto: una de esas hijas de Oyá, siempre dando vueltas, alérgica a la tranquilidad. Casi cualquier otra muchacha del Tercer Mundo le hubiera dado gracias a Dios Santísimo por la vida bendita que llevaba: después de todo, tenía una madre que no le pegaba, que (por culpa o inclinación) la malcriaba más de la cuenta, le compraba ropa de moda y le pagaba un salario en la panadería –una miseria, no hay duda, pero más que lo que ganaban el noventa y nueve por ciento de los otros chamacos en situaciones similares, que era generalmente nada. Nuestra muchacha no tenía de qué quejarse pero, para sus adentros, no sentía que fuera así. Por razones que ella misma no entendía muy bien, ya en la época de nuestra narración Beli no podía soportar el trabajo en la panadería o ser la <<hija>> de una de <<las mujeres más respetadas de Baní>>. No lo podía soportar, punto. Todo lo que tenía que ver con su vida actual le molestaba; quería, de todo corazón, algo más. No tenía idea de cuándo había anidado en ella por primera vez ese descontento, pero más adelante le diría a su hija que había estado allí toda la vida, ¿y quién sabe si sería verdad? Tampoco tenía muy claro qué quería exactamente: una vida propia e increíble, sí; un marido guapo y rico, sí; hijos hermosos, sí; un cuerpo de mujer, sin duda. Aunque si me hubieran preguntado, hubiera dicho que lo que quería, más que cualquier otra cosa, era lo que había querido durante toda su Niñez Perdida: escapar. De qué era fácil enumerar: de la panadería de la escuela, del aburrimiento de Baní, de compartir la cama con su madre, de no poder comprar los vestidos que quería, de tener que esperar hasta cumplir quince años para alisarse el pelo, de las expectativas imposibles de La Inca, del hecho que sus padres hubieran muerto cuando ella tenía solo un año de vida, de las murmuraciones de que había sido obra de Trujillo, del recuerdo de aquellos primeros años de vida en que había sido huérfana, de las cicatrices horribles de aquel tiempo, de su propia y despreciada piel negra. Pero no sabía adónde quería escapar. Me imagino que nada hubiera cambiado si hubiera sido una princesa que habitara un alto castillo o si la antigua mansión de sus padres –la gloriosa Casa Hatuey- hubiera sido rescatada milagrosamente del Efecto Omega de Trujillo. Siempre hubiera querido escapar. Cada mañana la misma rutina. Muchacha del Diablo, ¡ven acá! Tú ven acá, Beli muchacha. Tú. Beli tenía los anhelos incipientes de casi todos los adolescentes escapistas, de una generación completa, pero les pregunto: ¿Y qué? No existía optimismo capaz de obviar el duro hecho de que era una adolescente que vivía en la República Dominicana de Rafael Leónidas Trujillo Molina, el Dictador más Dictador de todas las Dictaduras de la Historia. Era un país, una sociedad, diseñada para que fuera prácticamente imposible escapar. El Alcatraz de las Antillas. No había agujero de Houdini en la Cortina de Plátano. Las posibilidades eran tan escasas como los taínos, y aún más raras para las flacas irascibles de piel morena y modestos recursos. (Si se quisiera proyectar su desasosiego a una luz más amplia: sufría la misma asfixia que ahogaba a una generación que pondría en marcha la revolución, pero que de momento se amorataba por falta de aire. Era la generación que empezaba a tener conciencia en una sociedad que carecía de ella. Una generación que a pesar del consenso que declaraba el cambio una imposibilidad, se moría de todos modos por que hubiera un cambio. Al final de su vida, cuando el cáncer se la comía viva, Beli hablaría de lo atrapados que todos se sentían. Era como estar en el fondo del mar, diría. Sin luz y con todo el océano arriba, aplastándonos. Pero la mayoría de la gente se había acostumbrado hasta tal punto que lo veía normal. Había olvidado que arriba había otro mundo). Pero ¿qué podía hacer? Beli era solo una niña, por amor de Dios; no tenía la energía ni la belleza (todavía) ni el talento ni la familia que la ayudara a ir más allá, solo a La Inca, y La Inca no iba a ayudar a nuestra muchacha a escapar. Al contrario, mon frére, La Inca, con sus faldas almidonadas y sus aires imperiosos, tenía como meta central afincar a Belicia en el suelo provincial de Baní y en el hecho ineludible del Glorioso Pasado de Oro de su Familia. La familia que Beli nunca había conocido, la que había perdido temprano (Recuerda que tu padre fue médico, médico, y tu madre enfermera, enfermera). La Inca quería que Beli fuera la última y mejor esperanza de su diezmada familia, que desempeñara el papel central en una misión histórica de rescate pero ¿qué sabía Beli de su familia, salvo las historias que le contaban hasta la saciedad? Y, en fin, ¿qué le importaba? Ella no era una maldita ciguapa, con los pies apuntando al revés, hacia el pasado. Sus pies apuntaban hacia delante, le recordaba una y otra vez a La Inca. Apuntaban al futuro. Tu padre fue médico, repetía La Inca, impasible. Tu madre fue enfermera. Tenían la casa más grande de La Vega. Beli no escuchaba, pero de noche, cuando los vientos alisios soplaban, nuestra muchacha gemía en su sueño”.
En La maravillosa vida breve de Óscar Wao, Junot Díaz nos sumerge en las accidentadas y aventureras vidas del enamoradizo Óscar, en la de su hermosa madre Beli y en la brusca, pero tierna hermana Lola. Las tres historias son víctimas del potente deseo de querer estar siempre en otro lugar. La vida se va entre los viajes que, una y otra vez, realizan los tres entre Santo Domingo y Nueva Jersey.
Sobre el autor
Junot Díaz nació en Santo Domingo, República Dominicana, en 1968. A los seis años de edad, se mudó con sus padres a Nueva Jersey. Se licenció en la Rutgers University e hizo un máster en Bellas Artes en la Cornell University. Actualmente, imparte escritura creativa en el Instituto de Tecnología de Massachusetts. Su primer libro, Drown (1996), es una colección de diez cuentos que fue traducida al español bajo el título Los Boys y que trata sobre la vida urbana de los dominicano-estadounidenses en las urbes de Estados Unidos. Su primera novela, La maravillosa vida breve de Óscar Wao (2007), ha sido galardonada con el premio Pulitzer 2008 y el National Books Critics Circle Award.
*Por Manuel Allasino para La tinta. Imagen de portada: Jaime Colson.