Los invisibles, la doble moral de la sociedad

Los invisibles, la doble moral de la sociedad
31 octubre, 2018 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Los invisibles es una novela de la escritora y cineasta Lucía Puenzo publicada en septiembre de este año. Es una historia ágil y conmovedora sobre la marginalidad, la desigualdad y la doble moral de la sociedad contemporánea.

Tres chicos de la calle, dos de ellos adolescentes y uno de apenas seis años, “trabajan” de ladrones para un guardia de seguridad, quien admira la habilidad de ellos para entrar y salir sin dejar rastros, como si fueran invisibles. Por ello, son invitados a ir a la costa uruguaya durante el verano y robar casas de lujos. Toda una aventura en la que los niños sólo pueden confiar en ellos mismos.

“Nada fue tan simple como en el relato de Guida. El conductor de la lancha supo que la iban a pasar mal el instante en que los vio aparecer en el muelle en el que los esperaba, a diez kilómetros del puerto de Tigre. Traían zapatillas de lona -el más chiquito sin medias – y camperas finitas, ninguna impermeable. Empezaba a levantarse viento. El aire estaba húmedo; el río picado. El hombre buscó unas sogas que tenía en la cabina y se las dio a Ismael. -Si se complica los atas primero a ellos y después a vos. -¿si se complica qué? El hombre miró a la Enana, desconcertado por la ingenuidad de la pregunta. Que su primo era un delincuente no era una novedad. Pero no esperaba tres pibes tan verdes. Si estaban ahí era porque los habían probado. La excitación del más chiquito, que miraba la lancha como si fuera un parque de diversiones, lo apiadó. Además de las sogas buscó dos lonas y una frazada. Subió con ellos al techo, hizo que Ajo se acostara boca abajo y le enseñó a Ismael a hacer un nudo marinero. Les dio indicaciones para la lluvia, el viento y el sol. Estuvo a punto de decirle a su primo que esos pibes no iban a llegar vivos a Nueva Palmira. Pero lo conocía, le debía favores y sabía que era mejor no meterse. Además, no era la primera vez que se equivocaba: todos los menores que le había traído el último mes parecían más frágiles de lo que eran. De los diez que había cruzado, sólo una nena cayó al río en una tormenta que los agarró llegando al Uruguay. Las otras dos que viajaban con ella la dejaron hundirse en el agua como una piedra, sin chistar, como les habían advertido. A la semana otro pibe vomitó todo el viaje, los pasajeros dieron aviso, uno se subió al techo y encontró a cuatro menores acostados boca abajo. La lancha dio aviso a Prefectura y pegó la vuelta. Los esperaban en el muelle del Tigre. Pero aunque los apretaron como si fueran adultos, ninguno abrió la boca. Y aunque lo hubieran hecho no conocían el verdadero nombre de su primo. Usaba un apellido distinto con cada grupito de pibes.  Parado en el muelle, Guida se quedó mirando cómo se alejaban. Silbaba bajito, celebrando su buena racha. Su negocio terminaba ahí: treinta lucas por cada pibe que cruzaba al Uruguay. Había despachado casi una docena en un mes. Era buen momento para bajar la cabeza y tomarse vacaciones. Siempre usaba la misma estrategia: una vez por año pedía el pase de garita. Le pagaba una buena cometa a su supervisora para que lo cambiara de barrio sin hacer preguntas. Además de haber invertido una pequeña fortuna en un telo de Quilmes al que la llevaba dos veces por semana. No era el único que se mantenía en movimiento: a los pibes también los rotaba. Después de unos meses de usarlos les inventaba otra changa en el interior, para borrarlos del mapa un tiempo.  Ese era otro motivo por el cual quería que el trío viajara: era imposible que no hablaran. Hasta los más disciplinados se mandaban la parte con otros chicos, cuando se daban vuelta con algo. A estos tres los había usado más de lo habitual. Y había quebrado una de sus reglas: no usar pibes tan chiquitos”.

La novela de Lucía Puenzo atrapa al lector en las primeras páginas y emociona con los diálogos que se van desarrollando. Los tres protagonistas, Ajo, Enana e Isamel aceptaron el desafío de ir a Uruguay por dos sencillas razones: no pueden negarse y quieren conocer el mar. Tienen como regla máxima en su proceder que el robo debe ser un “chiquitaje”, es decir, nunca se pueden llevar nada que pueda dar el indicio de que existe algo organizado, por eso son los invisibles y con ellos flota la idea de lo fantasmal.

En las reuniones previas al viaje al país vecino de Uruguay, los chicos reciben mochilas con alimentos y abrigo, pero nunca se dice ni una sola palabra en cuanto a la posibilidad de que algo salga mal.

“Despertó encandilada por los focos de una camioneta. Levantó la lona para confirmar que eran ellos. Un hombre bajó del vehículo, estacionado a unos cien metros del muelle. Hizo un silbido corto; una orden aguda y autoritaria. Todo estaba sucediendo como Guida les anticipó. La Enana ayudó a Ajo a sentarse, le cerró la campera, le acomodó el gorrito. Vio en sus ojos la confusión total de noches y días y techos y ríos. Muy de vez en cuando se acordaba de lo chiquito que era. Pero Ajo no se quejó, tan acostumbrado al caso y el desarraigo como ella. Bajaron por la escalera que daba al muelle. Ismael unos pasos adelante. El puerto era una boca de lobos, apenas se distinguían a lo lejos unos faroles alumbrando la curva de la costanera desierta. -¡Vamos! ¡Moviendo los culitos que se hace tarde! La Enana reconoció la voz: era el mismo hombre que había bajado los bolsos del techo. Sin levantar los ojos del suelo y sin soltar a su hermano, siguió a Ismael hasta la caja de la camioneta, en la que viajaban dos ovejeros. El hombre les indicó que subieran y no les dijo una palabra más, ni siquiera su nombre. En la oscuridad, Ajo escuchó jadeos de los perros y se acomodó lo más lejos que pudo, escudándose detrás de su hermana como hacía siempre que olía peligro. Un segundo hombre, que iba al volante, giró apenas la cara hacia la ventanita que comunicaba la cabina y la caja para ordenarles a los perros (o a todos) que se quedaran quietos. Tenía una cicatriz que le cruzaba el cuello de lado a lado, justo encima de la nuez. Los animales obedecieron al instante, los chicos también. El hombre de la cicatriz cerró la ventana y volvió a mirar al frente, mientras aceleraba saliendo de la costanera hacia un camino de tierra.  Ismael estaba acostumbrado a que estos traslados se hicieran de noche, sin verse las caras, ni el camino, ni el auto, ni la patente, sin hacer preguntas, casi sin escucharse las voces. Cuando -un buen rato más tarde- la camioneta se detuvo en una tapera en medio del campo, estaban los tres tan desorientados, hambrientos y agotados que apenas podían mantenerse en pie. Abrieron la caja de la camioneta. Los perros bajaron primero, dando un salto con la seguridad de quien conoce el terreno de memoria. La Enana sintió la manito de Ajo en la suya y la apretó con fuerza, mientras seguían al hombre hacia el único punto de luz: una ventanita pequeña que parecía suspendida en el aire, a unos cien metros de distancia.  Varios perros más se acercaron corriendo. Un grito del hombre alcanzó para calmar la jauría. Se callaron con la disciplina de un coro entrenado, olfateando al trío de recién llegados con la ferocidad apenas contenida”.

Los invisibles está descripta con maestría narrativa y todo surge a partir de la mirada de los tres niños. Lucía Puenzo interpela y marca la doble moral que hay en la sociedad contemporánea, incapaz de ver lo que salta a la vista.

Sobre la autora

Lucia Puenzo (Buenos Aires, 1976) es escritora y directora de cine. XXY, su primera película, obtuvo el Gran Premio de la Crítica en Cannes (2007) y el Goya a la Mejor Película Extranjera. Su segundo largometraje, El niño pez, abrió la sección Panorama del Festival de Berlín (2009). Su tercera película, Wakolda, fue parte de la Selección Oficial del Festival de Cannes y del Festival de San Sebastián (2012) y ganó más de veinte premios internacionales. Sus películas han sido estrenadas en Europa, Latinoamérica, Estados Unidos y Asia, y seleccionadas para representar a la Argentina en los premios Goya y Oscar. Publicó las novelas El niño pez, 9 minutos, La maldición de Jacinta Pichimahuida, La furia de la langosta y Wakolda. Además del libro de cuentos En el hotel cápsula. Sus libros han sido traducidos a quince idiomas.

*Por Manuel Allasino para La tinta. Imagen de portada: Alice Wellinger.

Palabras claves: literatura, Los invisibles, Lucía Puenzo, Novelas para leer

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