La chica del milagro, todo está roto y hay que reconstruirlo

La chica del milagro, todo está roto y hay que reconstruirlo
3 octubre, 2018 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

La chica del milagro es la primera novela de la joven escritora argentina Cecilia Fanti, publicada en 2017. En ella, se narra con una enorme precisión el testimonio del propio accidente de Cecilia Fanti, con la operación y los treinta y cinco días de internación. Es una historia dolorosa con pequeños golpes de belleza. Un autorretrato que emociona y cuenta ese renacimiento, como si de pronto tuviéramos que aprenderlo todo de nuevo.

Cuando despierte voy a sentirme mejor, me digo, y pienso que no es tan grave no cumplirle una promesa a un perro. Cuando despierte voy a ducharme, voy a sentir un nudo pesado en la parte baja del estómago y voy a rechazar el pan tostado que mamá puso en un plato chiquito, de postre. Voy a acariciar al gato, voy a darle queso crema con la misma cuchara con la que revolví el café, voy a prometerle que vamos a volver a casa pronto muy pronto, voy a besar a mi madre, voy a mandar un mensaje que diga buenos días, voy a elegir el camino de siempre, voy a mirar el reloj y saber que fallé en el cálculo, que estoy llegando tarde al trabajo. Todavía me siento pesada, los lunes en la oficina nos dan fideos, fideos largos que este lunes no van a caer sobre el colchón de pan que todavía sobrevive en mi estómago esta mañana. Beso a madre, adiós adiós, saludo desde afuera, madre mira por la ventana, como todas las mañanas, pero en general no tienen a quién despedir.  El camino de siempre es el mismo del pasado, el que hago durante la visita, el camino que sé de memoria, en el que nunca ocurre nada inesperado. Camino con mi panza a cuestas, un lunes de sol, un trabajo nuevo, un novio gastado, como la suela de este zapato que ya no es el mismo, la intimidad se gasta o se agota o se aburre o te abandona, camino y prometo pensar soluciones, camino por la vereda en la que pega el sol. Siento el ruido de los autos, motores y conversaciones y empujones, siento el sol en la cara, siento el sabor del pan de ayer en la boca, ahora ácido, cruzo la calle, entonces un golpe seco, algo que me empuja. Me retiene y me dispara, como una gomera. Salgo volando, me despego del suelo y vuelo, soy liviana, el pan es puro aire y yo también . Mirá esas manos aplastarlo, mirá el choque de esas manos que despiden harina en cada golpe, mirá el golpe, el golpe que se pegó esta chica. La caída contra el suelo como un bollo que se domestica al final del amasado, el cuerpo hecho un bollo, un bollito en el medio de la calle, el dolor en la panza, la tranquilidad del pan en la panza, los colores de los transeúntes, los autos y la ambulancia, los gritos de los que pasan y los que se quedan, la mano cálida y amorosa del bombero que acaricia mi frente, con gesto serio, y me dice que ahora tengo que acostarme ahí, en esa camilla, pero sin moverme, tranquila, quietita, eso, ayudame un poquito, ya casi, ya casi. No llores, me dice, pero a él no puedo decirle que me gusta llorar, fumar y comer pan, que lloro porque me gusta. Me pregunta qué siento, le digo que ganas, que miedo, que nada. No siento nada, le digo antes de callarme, antes de que me pida que me calle, no tengo que hablar ni hacer esfuerzo. Me tapa con una manta, como a un pan en el molde, esperando leudar y me dice que si cierro los ojos es mejor. Y ahora intemperie, horizontalidad, estática, inmovilidad. No era el pan de la noche, entonces, era inquietud lo de las vueltas, lo del insomnio y el malestar. Una inquietud de presagio”.

La chica del milagro está escrita con velocidad y alterna entre el presente y el pasado, salta de la frase corta al párrafo largo. Todo comienza cuando una mañana fría y hermosa como cualquier otra mañana de invierno, Cecilia Fanti está cruzando la calle y un auto le golpea la cadera, la hace volar y caer con fuerza sobre el asfalto. Ahí nace la novela, todo está roto y hay que reconstruirlo.

Estoy en el aire, una sensación de cama elástica me asalta de repente y veo todo desde arriba: las cuatro esquina de Juramento y Cuba, la plaza, el museo y su glorieta, el otro museo, rosa viejo y gastado. ¿Mis anteojos dónde están? Volaron. El lunes de finales de julio sigue soleado, el cielo celeste Tiffany. También voló mi cartera, escucho que las cosas que estaban adentro se desparraman, caen antes que yo.  Lo último que vi antes de volar fue una mancha gris en movimiento, que venía hacía mí y traté de frenar con mi mano izquierda. Una mancha gris que me pasó de largo, un golpe a la altura de la cadera que me levantó del piso. Quedé tirada con la cara y las manos contra el asfalto mojado; del resto no siento nada, estoy vestida de invierno y la ropa me cubre el resto del cuerpo.  A simple viste no tengo raspones ni hay sangre. Muevo los dedos de los pies, no grito. Quiero levantarme y fracaso. Me tiemblan los brazos. Una pareja se agacha, ella me baja el vestido y él me da la mano, le pido que se quede conmigo. No le veo la cara. Se hace un silencio durante unos segundos y después, como un bebé que nace ahogado y necesita de las palmadas de la partera para reaccionar, algo que no puedo controlar y no sé de dónde sale, empiezo a gritar, fuerte, grave, se me saltan las lágrimas. Me hacen preguntas que no puedo responder, tampoco tengo control sobre los gritos que son como una serpentina o como si llovieran sapos, pero esos gritos no son míos y algo me empieza a doler mucho, atrás, puedo articular, localizarlo y digo que es la espalda. Me duele la espalda, abajo, tal vez tan abajo que sea el culo, tal vez tanto que sea todo. -¿Cómo te llamás piba? ¿Te acordás tu número de DNI? Apenas lo escucho le agarro la mano. Es un bombero gordo e impermeable el que me habla. Otros dos me suben a una tabla de madera, estiran mis piernas que están en posición fetal ah ah ah ah ah, tranquila flaca no pasa nada, no te pongas dura, y me atan. ¿Alguien te tocó o te cambió de posición? Me levantan apenas la cabeza para ponerme un cuello muy ancho. El bombero me dice que tiene que soltarme la mano para escribir, le pido que por favor no me suelte, miro alrededor y no hay nadie de quién agarrarme. Una señora rubia se acerca y se agacha. Me acaricia la cabeza y el bombero aprovecha para soltarse. Todavía estoy en el piso. Nadie levantó la tabla. El bombero pide papeles. Me dice que hay una ambulancia en camino. Un viejo de boina se levanta un poco el pantalón y se agacha al lado mío. Lo vi esperando el 60 antes de cruzar. Me mira preocupado. -¿Cuántos dedos tengo? Y la mano da vueltas, como si estuviera haciendo un truco de magia me muestra cuatro, dos, tres, los cinco dedos. -Cuatro, dos, tres, cinco- le respondo siguiendo con atención el movimiento de su mano. No hay cosas más importantes que otras. Cuando respondo correctamente, parece relajarse un poco. La señora rubia lo mira y, también ella más tranquila, me pregunta por mi familia”.

Con el correr de las páginas, la lectora o el lector curioso volverán irremediablemente a la tapa del libro para corroborar la imagen de esa chica que se ha roto, que, como una Frida Kahlo contemporánea, se ha partido al medio en un accidente de tránsito.

Hasta el 23 de julio de 2012, Cecilia Fanti llevaba una vida con sus altibajos como cualquier persona. Todo eso cambió cuando un auto quiso ganarle al semáforo que estaba en amarillo, aceleró y cuando ella quiso reaccionar, estaba tirada en el piso boca abajo y consciente. La médula, que corre por el medio de los discos, estaba comprometida. Cuando el disco se rompe, en general, se corta la médula entera de forma transversal, pero, en su caso, el disco estalló en muchos pedazos que quedaron desperdigados en distintos lugares. Los médicos decidieron intervenirla: le abrieron la espalda, le limpiaron la zona y le colocaron dos tutores de titanio y un ganchito en el medio para mantener el equilibrio de la vértebra dañada. Le comentaron que existía la posibilidad de no volver a caminar, ella se prometió hacer que cada día valiera la pena y, a su vez, con el tiempo, poder exorcizar todo en una obra literaria alucinante e impactante.

Politraumatismo significa muchos golpes. La paciente ingresó en el sanatorio a las 10:50 am con un cuadro de politraumatismo producto de un accidente de tránsito. La paciente está lúcida y acusa dolor en la espalda. La paciente está bien. Se sigue un protocolo de estudios de rutina y observación.  La paciente, yo soy la paciente y estoy esperando entrar en su rutina que no es la mía. La mía quedó trunca cuando volé por el aire. La paciente está bien, aunque golpeada, muy golpeada. Por eso politraumatismo. Por eso duele en muchos lugares, pero duele más en uno que en otros. Ingreso en la rutina del sanatorio, una mañana excepcional. Para mí, para la paciente que esperaba estar sentada al costado de la escalera. Donde colocaron su escritorio cuando entró en su nuevo trabajo. Transitorio, hasta que le encuentren un lugar más adecuado. La paciente no llegó. Yo no llegué al trabajo en la editorial, mi trabajo nuevo, recién estrenado y a prueba por tres meses. La paciente está bien. Responde. La paciente está angustiada. Pero eso no sale en los estudios.  ¿Cómo te llamás? Me llamo Cecilia. La paciente, yo, que soy la paciente, entonces, tengo un nombre. Cecilia. Mi nombre es Cecilia, mi mamá, que me lo puso, está atrás de esa puerta por la que solo entran médicos, enfermeros y pacientes. Ella es mi mamá, la mamá de la paciente y entonces está del otro lado. Ella puede dar fe. Pero yo, la paciente, no la escucho. Mi mamá está lejos. Del otro lado. Afuera. Sana. La enfermera me dice mami. Mami. A mí. Corazón. Ayúdame un poquito ma, eso, despacito. La paciente colabora. Yo. Me dejo bajar las medias cancán. La paciente no puede moverse. La paciente tiene sed. Tiene necesidades. También quiere hacer pis. Y moverse, pero no puede. Entonces se queda quieta. A pesar suyo. Me quedo quieta y pregunto si puedo hacer pis, pero no me dejan. La paciente no puede hacer nada por su propia voluntad. Los demás deciden por ella. Los zapatos de la paciente, rojos, terminan en una bolsa blanca. Mami, me dice la enfermera, mamita decime tu nombre así rotulamos la bolsa. Cecilia. Me llamo Cecilia. Soy la paciente. Bueno, Cecilia, podés estar tranquila que nadie va a tocar tus cosas. Y los zapatos caen en la bolsa blanca. Los zapatos rojos y la bolsa blanca. La bombacha y las medias cancan, arriba de los zapatos. En la misma bolsa. La bolsa es la guardia. La guardia médica es la bolsa en la que caemos todos“.

La chica del milagro captura una experiencia compleja y dramática. Cecilia Fanti deja testimonio del accidente que cambió sus días. Es una catarsis que ayuda a otras personas que se encuentran atravesando situaciones adversas. Desde su propia experiencia, Fanti logra conmover y estremecer.

Sobre la autora

Cecilia Fanti (1985) nació y vive en Buenos Aires. Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y estudió en la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad de Tres de Febrero, dirigida por María Negroni. Trabajó como docente, fue parte del proyecto editorial Garrincha, trabajó en Penguin Random House y hoy atiende su propia librería, Céspedes libros, en el barrio de Colegiales. Sus textos fueron publicados en las antologías de Argentina y Chile Felices Juntos (Tenemos las máquinas, 2014) y El tiempo fue hecho para ser desperdiciado (El perro negro, 2010). La chica del milagro es su primer libro.

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Cecilia Fanti, La chica del milagro, literatura, Novelas para leer

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