Viviana Gómez: bailar flamenco, bailar la resistencia

Viviana Gómez: bailar flamenco, bailar la resistencia
10 septiembre, 2018 por Soledad Sgarella

La bailaora y docente dice que la danza es un arma de liberación de nuestros cuerpos -tanto en el escenario como en la enseñanza- y que el flamenco es una de las manifestaciones artísticas de resistencia, ayer y hoy, acá y allá. Conversamos con ella acerca de la pasión por el bailar y de hacer arte como una responsabilidad cultural.

Por Soledad Sgarella para La tinta

Da clases como ella misma siente el bailar. Enseña y transmite esa reivindicación de la danza al servicio de las comunidades. A Viviana Gómez, el flamenco le pasa por el cuerpo y el amor por el baile como manifestación artística y como lenguaje, para poder decir lo que, colectivamente, sentimos.

Logra convidar a quienes puedan disfrutar de verla en escena o de sus clases, de su forma de concebir el arte, con la claridad y la intensidad de quien cree en lo que hace.

Con una formación que empezó en danzas clásicas y españolas, a los 12 años formaba parte del Ballet Casa de España. Pero a los 19, se encontró con el flamenco y, desde ese momento, abraza este arte como el elegido principal.

La artista, oriunda de Río Tercero, continuó con trayectos educativos tanto en España como en Latinoamérica y, si bien ha trabajado en muchas escuelas y academias, actualmente, se dedica exclusivamente a brindar clases en espacios específicos de la enseñanza de la danza flamenca: Vaya Alboroto y La Casa Flamenca de Güemes.

Viviana es estudiante de la UNC, pero, inquieta y decidida, hoy está cursando el Profesorado en Danza en la UPC, con una explícita decisión política: poder llegar con la danza al sistema educativo formal.

Además, es parte de Lebri-sah Orquesta Flamenca junto las bailaoras y cantaoras Gisela Scoppa y Mariana Castro, y los músicos Fernando Suárez Castro, Pablo López y Diego Lechuga, entre otros y otras artistas que el colectivo va invitando a las presentaciones.

La tinta habló con la bailaora acerca del arte, del flamenco y de lo que pasa hoy en nuestra ciudad.

—Vamos a empezar por algo tuyo, personal: ¿Por qué elegís dedicar tu vida a la danza y a enseñar danza?

—Creo que la danza fue el lugar en donde me encontré, el lugar en donde me conocí, en donde trato de deconstruirme y construirme todos los días. Creo que soy un ser de movimiento y expresión a través del cuerpo, desde siempre. Hay una anécdota que me ha contado una de mis tías, luego de que falleció mi madre, que es: cuando yo estaba en la panza, aparentemente, la cantidad de movimiento que tenía era impresionante, cuestión que, entre eso, me enrosqué con el cordón y nací casi asfixiada, pasada de tiempo… (risas). Y en esas anécdotas, encuentro a veces la danza como un medio de transmisión, un medio de comunicación. Encuentro en el cuerpo una elección de ser. De repente, una se encuentra siendo docente y también, revisando mi biografía, un poco me viene a la mente esto: de pequeña jugaba, jugaba a ser docente y a transmitir lo que yo sentía y creía conocer, los caminos que iba descubriendo.

Al principio, era un poco con las palabras, con las letras, desde la cabeza, desde el intelecto. Me gustaba mucho escribir, estudié comunicación social por eso, creo. Tengo una parte ahí donde la palabra es también mi modo de manifestación y de ser, pero, a través de la danza, fui encontrando otro tipo de motivo, que tiene que ver con elegir la posibilidad de recorrer espacios ilimitados, infinitos.  Me parece que las danzas -y sobre todo las folclóricas, y también la contemporánea- manifiestan lo que las culturas necesitan decir, entonces, creo que por eso elijo la danza y que por eso la danza me hizo un poco responsable a mí de ese sentido. Y creo que elijo ser docente porque me parece muy importante la liberación del cuerpo, estamos oprimidas y oprimidos de muchas maneras desde que comenzamos a crecer.  Creo que a las culturas les sirve la danza y, aunque “sirve” no sé si sea la palabra que me gustaría elegir, digo sirve en el sentido de “estar al servicio de”, no como mera utilidad. Se me viene, un poco el filosofar sobre el tema, por ejemplo, esto de que las comunidades trascienden a través del tiempo y representan en sus danzas también la historia, y entonces la danza tiene muchas responsabilidades. Un poco, en el medio de ir creciendo, descreí de la palabra del hombre y empecé a creer más en los hechos que en la palabra y encuentro esa arma de liberación, para mí, en la docencia y en la danza  en mí, la que brindo yo.

—¿Y el flamenco?

—Mi elección en el flamenco está emparentada con algo que me interpeló, fue eso, a ver, me imagino: la sensación de alguien que, de repente, se encuentra con un ser querido entrañable y lo reconoce, y ve allí su familia, su hoy, su pasado, su futuro.

—Te escuché decir y valorar al flamenco como una manifestación cultural de resistencia si se quiere… ¿Nos querés ampliar un poco esto?

—Mirá, me pasa de sentir que el flamenco es una de las manifestaciones que hay como cultura de resistencia, porque ha tenido que pasar por muchas cosas y tiene que seguir pasando por muchas cosas.  Digamos, su base está construida en un crisol de culturas que venían arrastrando características en común como la vulnerabilidad, la discriminación, cosas que no son ajenas el día de hoy, de otras maneras. Entonces creo eso: que el flamenco ha llegado a tener voz y voto, y se ha plantado ante una cultura occidental, de la cual hoy -obviamente- forma parte, pero, sin embargo, en sus formas, podemos ver que hay el deseo de un pueblo, el paisaje de un pueblo, las penas de un pueblo y las alegrías de un pueblo. 

Y, por ende, eso interpela a cualquier cultura que esté pasando por ahí. Creo que, hoy por hoy, podría pensar que resiste, siempre y cuando priorice seguir haciendo vibrar a la gente, sensibilizar a la gente, no sé… romper ciertos cuestionamientos. Obviamente, hay cierta parte del flamenco que es muy ortodoxa, de alguna manera, por decirlo… más conservadora, con ciertos principios, y creo que también ya es momento y hora de que se entienda que hay mucho más que decir, también, y aunque siendo la gente flamenca, pueda entender otras danzas y otras manifestaciones.

—¿Y vos creés que eso en Córdoba se siente?

—En Córdoba, creo que hay un movimiento importante y, aunque a veces es un poco fragmentado, porque sucede que cada quien tiene su estilo, sus formas, su forma de manejarse respecto a la comunidad en sí o respecto a los propios colegas compañeros, yo creo que, por suerte, acá estamos en movimiento, inquietos. Vivenciamos el flamenco y yo creo que todos vamos en busca de la verdad y respetamos el flamenco y queremos respetar ese arte como un arte propio de esos pueblos de los cuales, obviamente, nos sentimos empáticamente pertenecientes, ¿no?

Porque nos cruzamos muchos caminos… el flamenco tiene cultura afro y nosotros también en nuestros orígenes. Hay moros, hay cuestiones que tienen que ver más con el folclore español, cosas en común que nos han ido a llevarnos a encontrarnos como una comunidad, aquí en Córdoba, que, a la vez, es muy semejante a la Córdoba de Andalucía. ¡Nuestro aire es muy semejante! Si bien, como te decía, se ve un poco de fragmentación en el ambiente flamenco (no hay culturas propiamente, podríamos decirlas, de allí y lo vivimos de manera bastante ajena… la mayoría de la comunidad, que tiene algún parentesco con gente española, es gente más mayor ya, esas migraciones se van mezclando), actualmente, somos una comunidad que busca. Por suerte, siempre hay cosas para realizar, vienen maestras, maestros, hay actuaciones, hay vivencias con quienes nos manejamos en el margen flamenco artístico en nuestra ciudad.

—¿Y con respecto a esto de la resistencia?

—Sí, se siente que es un microuniverso aquí, con formas de resistir y de estar, con ganas de crecer y apostando a ello. Creo que ya el elegir hacer arte, diciendo, comprometiéndose con lo que sucede, con la significación que le estoy poniendo a lo que brindo, es una responsabilidad… estar poniendo un discurso de una comunidad en el escenario, de alguna problemática, y me parece que hay suficiente que decir.

Entonces, eso, es una elección, una decisión que como artistas hay que trabajar, porque muchas veces se cae en necesitar hacer ciertos productos que parecen mecanismos, casi invisibles, de un sistema en donde el arte se convierte solo en un producto de entretenimiento. La academización y la protocolización de ciertas manifestaciones artísticas generan vacío y, entonces, está bueno reconocer que lo que se pueda decir y se pueda brindar, de un lugar responsable, es siempre bienvenido para sumar… y sí tiene que ver con resistir y con una lucha de aportes sentidos al ser, en sí mismo.

—¿Está creciendo la movida acá?

—Bueno, sí, en Córdoba está creciendo. Creo que fue siempre, desde que yo he entrado al menos en este universo, un mundo con inquietudes. Yo siento que, cada vez, estamos más cerca, vienen muchos maestros y maestras de España, todos los años… de todas maneras, la economía, justamente en nuestro país, no estaría acompañando el poder hacer de estos, eventos cada vez, sucesos más hermosos y más de compartir, pero bueno.

Estamos igual muy contentas de eso: que las distancias se acortan, hay mucha gente joven que encuentra también en lenguajes como el flamenco su aire, ¿no? Su manera de empoderarse, de plantarse… a pesar de que suele ser muchas veces un arte de danza muy individual, cada sello, cada cuerpo, se ve impreso de una manera muy, muy distinta… pero eso también enriquece muchísimo al arte en general y a la danza en particular… pero es hermoso también darnos cuenta de que los cuerpos son ese medio de trascender a la historicidad, ¿no?  De repente, hay ciertas cosmovisiones que trascienden a través de la danza y creo que eso, que el flamenco no queda atrás… tiene ahí una cantidad de sellos, en el cuerpo, de esas culturas de las que fue formando parte y lo maravilloso de eso es que, en las formas, a veces nos encontramos y nos reconocemos dándonos identidad. 

Por ejemplo, yo, bueno, soy bailaora, pero, sin embargo, creo que esto que termina siendo mi expresión es también la expresión, muchas veces, de quienes no pueden estar ahí haciéndolo o plantándose, o zapateándolo o lamentándolo, o alegrándose. En el flamenco, tiene mucha significación cada uno de los palos: los palos son los estilos y, de repente, si hay que hablar sobre ciertas cuestiones de la opresión y la esclavitud, o quizás también hablar sobre la muerte, ciertas trascendentales temáticas de la existencia humana… que parecieran estar ahí todo el tiempo. Hay que interpelarse con ese mensaje y tratar de llegar a ese sentido.

Bailar un martinete apelando a esas cosas, por ejemplo, es realmente tener la valentía de poder hacerse cargo de decir eso, o hacer vibrar a alguien en esa energía y yo, por mucho tiempo, he estado tomando mis decisiones de en qué bailo con respecto a eso. He ido sintiendo, así que, por suerte, si mi vida se llena de experiencias, lo podré ir representando a través de cada una de las danzas y eso es lo que nos va quedando en las retinas a pesar de que haya también tantas cosas difícil de asimilar y de ver.  Las danzas son esas formas sagradas de poder sentir y hacer sentir que, aunque el mundo a veces se venga abajo, nosotros seguimos bailando. 

*Por Soledad Sgarella para La tinta. Fotos: Liza Pagura, Laura Cassin, Gandaia.

Palabras claves: danza, Flamenco, La Casa Flamenca, Lebri-sah Orquesta Flamenca, Vaya Alboroto, Viviana Gómez

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La Patagonia rebelde de Guillermo Saccomanno

La Patagonia rebelde de Guillermo Saccomanno
18 marzo, 2025 por Leandro Albani

Con una serie de crónicas sobre el sur argentino, el escritor argentino revela las estructuras profundas que mantienen al país anclado en las fauces del capitalismo.

Ni periodismo darwiniano ni charlatanería turística for export. Y tampoco la historia oficial sobre una tierra “civilizada” a punta de fusiles y bayonetas. Sobre estos pilares, se sostiene Guillermo Saccomanno para escribir una serie de crónicas sobre el sur argentino, publicadas en su mayoría en la década de 1990 y ahora reunidas en el libro Escrito en Patagonia, editado en 2024 por La flor azul.

Si las descripciones y las voces dan ritmo y profundidad a las crónicas, también lo hacen las reflexiones y pasajes ensayísticos que el escritor argentino articula a lo largo de los textos. Para Saccomanno, es tan importante mostrar los detalles de un viaje por una ruta desolada como preguntarse para qué sirve la literatura, entender (y escribir) que la memoria se manifiesta en el cuerpo o contar por qué la verdad es el principal valor para el pueblo mapuche.

La Patagonia se abre como un territorio concreto, sin veleidades exóticas o rasgos que remiten al concepto de orientalismo, acuñado por el intelectual palestino, Edward Said. Saccomanno, recientemente galardonado con el Premio Alfaguara por su novela Arderá el viento, rompe la representación que hacen los poderosos sobre esa tierra que creen que es su gran propiedad privada. El escritor también apunta sin contemplación a la hora de denunciar al Estado burgués argentino y sus imposiciones históricas y cargadas de crueldad contra los pobladores originarios.

Saccomanno explica que “cuando se trata de escribir, no se trata sólo de un asunto literario, la elección de un género, sino de una toma de partido ideológica”. Y agrega: “También me parece oportuno señalar a esta altura que la teoría literaria, tal como la entiendo, es teoría política”. Desde esta posición, Saccomanno cuenta y denuncia, describe y apuesta, rescata lo que el establishment de turno quiere ocultar y demuele la construcción oficial de la historia. Esos golpes directos se sienten página a página, sin perder una prosa con oficio y claridad.

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Imagen: La flor azul.

Leer Escrito en Patagonia es tender puentes hacia las investigaciones del historiador Osvaldo Bayer sobre los fusilamientos de peones por parte del Ejército. O también volver a Los dueños de la tierra, de David Viñas, una novela que revela la vileza de estancieros y oligarcas hacia los “otros”, ya sean peones o indígenas, pero todos condenados, según esos dueños de la tierra, a la explotación o la muerte.


En las crónicas, además, sobrevuelan las sabidurías, los pensamientos y las prácticas del pueblo mapuche. “Los mapuches no piensan que este territorio les pertenece ―escribe―. A los huincas este pensamiento los sorprende: ‘No es que esta tierra me pertenece’, piensa el mapuche. ‘Sino que yo soy la tierra’. El pensamiento es mucho más sencillo y, a la vez, abarcador. No se trata de posesión. Sino de sentirse parte”. Entrelazado a eso, la naturaleza que resiste el “desarrollo” capitalista que, desde su origen, se construye con la voracidad del saqueo de la tierra y la cultura.

Saccomanno pone la mira en las raíces de nuestro país burgués y, por estos tiempos, transnacionalizado: el Ejército argentino como fuerza de choque a las órdenes de los poderosos, el extractivismo como política de ocupación y saqueo, la historia oficial escrita por manos locales y extranjeras que intentan condenar a la Patagonia como desierto virgen que tiene que ser violado. Pero también la contracara: el docente Orlando “Nano” Balbo, detenido-desaparecido que sobrevivió a la dictadura y que apuesta a otra educación; el recuerdo vivo del maestro Carlos Fuentealba, fusilado por la policía; y otra vez Bayer, en un artículo que cierra el libro, aunque, más que finalizar la obra, permite abrir ventanas hacia el futuro, porque la figura, la ética y el oficio del historiador anarquista argentino es faro hacia donde mirar cuando se habla de compromiso con las luchas de los más desposeídos. Saccomanno pronuncia: “Si escribir sobre Bayer me enerva, se debe a que, al hacerlo, debo mirar alrededor. Imposible mirar el alrededor sin mirar el pasado. Imposible no tener en cuenta la proyección de sus tensiones cruentas en el presente, la crisis de representación que corrompe los estamentos de la realpolitik. Imposible hacerse el distraído. Esta, aunque suene a reduccionismo, es la lección mayor de Bayer”.

En Escrito en Patagonia, se descubre la relación estrecha del escritor con ese territorio, sus miradas sobre la literatura en relación a ese país dentro del país y los recuerdos de conscripto en el servicio militar. En este libro, el escritor toma posición y denuncia, pero nunca pierde de vista que escribir de una forma más hermosa que como lo hacen nuestros enemigos es una de nuestras armas. En estos momentos de una Argentina que vira aceleradamente hacia el fascismo, Saccomanno, con sus crónicas, propone otro país: uno donde los y las condenadas de la tierra no pierden las esperanzas y todavía atemorizan a los estancieros y oligarcas.

*Por Leandro Albani para La tinta / Imagen de portada: Martín Bonetto.

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Palabras claves: Guillermo Saccomanno, Libro, Patagonia Rebelde

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