El rescate neoliberal de Grecia
Con la crisis económica desatada en 2008 Grecia se transformó en uno de los países más castigados y saqueados por el FMI.
Por Hedelberto López Blanch para Rebelión
La Unión Europea acaba de anunciar con bombos y platillos que ha finalizado el programa de rescate a Grecia pero el país heleno aún permanecerá varios años bajo la supervisión de las instituciones internacionales. Entonces cabría preguntarse si esa nación podrá algún día recuperar su independencia financiera.
Entre 2010 y 2018, la Troika (Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) prestaron a Grecia un total de 288.700 millones de euros a lo largo de tres rescates. El primero de ellos tuvo lugar en 2010, el segundo en 2012 y el tercero, el que acabó este 20 de agosto, comenzó en 2015.
A partir de 2004, Grecia comenzó a padecer problemas económicos con un déficit del 6 por ciento del PIB y una deuda de 48.000 millones de euros, que a principios de 2015 se elevó a 330.000 millones de euros.
Desde 2005, el país fue sometido al control fiscal de la Comisión Europea y en 2009 la Troika inició los multimillonarios rescates a los bancos y la implantación de violentas medidas de austeridad aplicadas con intransigencia, las que llevaron al país al hundimiento de su sistema político y económico.
Como siempre ocurre, la táctica neoliberal utilizada para continuar el saqueo de los países que caen bajo su égida fue la de entregar los rescates financieros a los bancos privados para que estos, a su vez, paguen las deudas que el Estado ha adquirido con otros bancos, lo que provoca un mayor endeudamiento al adicionarse los altos impuestos acordados.
Para la entrega de los empréstitos, la Troika impuso leoninas medidas de ajustes y austeridad con el “derecho” a supervisarlas permanentemente, con lo cual el país perdió prácticamente la soberanía financiera, política y social.
Después de la profunda crisis económica mundial de finales de 2008, que tuvo su comienzo en Estados Unidos, Grecia dependió de miles de millones de euros de préstamos internacionales para mantener a flote su deprimida economía.
En 2017, ya más del 75 por ciento de los hogares helenos habían sufrido la reducción de los ingresos; una de cada tres personas tenía a un miembro de la familia en paro y casi la mitad de la población redujo los gastos en alimentación, mientras que pagar las facturas de electricidad y teléfonos se convirtió en extremo difícil.
A la par, se incrementó el número de personas que malviven en las calles que han debido recurrir a organizaciones humanitarias que les sirven un plato de comida por algunos sitios de las ciudades. Actualmente, Grecia ocupa el tercer puesto entre los países más pobres de la Unión Europea, solo detrás de Bulgaria y Rumania.
Si para 2009 el número de desempleados representaba el 9,6 por ciento de la población activa, en 2014 llegó a alcanzar a más de la cuarta parte, el 27,5 por ciento. Aunque desde entonces el número de parados comenzó a descender y en 2018 se cifra en 19,5 por ciento.
Esas son las consecuencias del establecimiento de políticas neoliberales mediante las cuales las poderosas transnacionales y los países más desarrollados van controlando económica y hasta políticamente a las naciones más débiles, sin que éstas puedan zafarse de esas ataduras.
Fíjense en estas otras cifras: si en 2012 el salario mínimo era de 876,62 euros, de 2013 a 2018 se quedó congelado en 683,76 euros, según datos de Eurostat; el gasto en salud en 2009 era de 22.490 millones de euros, pero tras un recorte del 35 por ciento en 2016 se situaba en 14.727 millones; en 2009 las personas que se encontraban en riesgo de pobreza o de exclusión social eran el 27,6 por ciento, y en 2014 llegaron a ser el 38 por ciento y en la actualidad es de 34 por ciento.
Alexis Tsipras, tras ganar las elecciones de 2015, convocó un referéndum en el que la ciudadanía rechazó las condiciones impuestas para el tercer rescate. Finalmente, acabó aceptando el rescate con durísimas condiciones, y tuvo que decretar un corralito bancario que hizo que los bancos permanecieran cerrados y que cada persona solo pudiera sacar un máximo de 60 euros al día para evitar la fuga de capitales. Tuvo que hacer frente también a la división dentro de su Ejecutivo, que se saldó con la destitución de aquellos ministros que habían votado en contra del rescate.
Ahora, tras el término de los rescates, el gobierno afirma que sus necesidades de financiación están cubiertas hasta 2022 y se planea su regreso a los mercados de capitales, de donde fue expulsado en 2010, cuando su prima de riesgo (diferencia de interés con el bono alemán) se situó en niveles difíciles de asumir.
El presidente del Eurogrupo, Mario Centeno, se mostró eufórico con la noticia y aseguró que “Grecia está ahora en una posición en la que puede disfrutar completamente de su pertenencia a la zona euro, respetando las mismas reglas que cualquier otro país del euro”.
Más reservado fue el Comisario europeo de Asuntos Económicos y Financieros, Pierre Moscovici, quien reconoció que “la realidad sobre el terreno sigue siendo difícil. El tiempo de la austeridad ha terminado, pero el final del programa no es el final del camino de la reformas”.
El resultado de esa implementación ha supuesto una ligera mejora en sus datos macroeconómicos: el país comienza a crecer (por primera vez en 2017 desde el inicio de su crisis en 2009) y se espera que continúe haciéndolo en 2018 y 2019, y la tasa de desempleo comienza a descender, aunque aún se mantiene por encima del 20 por ciento.
Lo cierto es que las reformas exigidas por la Troika supusieron un duro esfuerzo para el pueblo griego, que durante varios años seguirá padeciendo las restricciones sociales mientras la política económica y financiera del Estado continuará siendo vigilada y controlada desde el exterior.
*Por Hedelberto López Blanch para Rebelión