Las edades de Lulú, el espíritu de una época

Las edades de Lulú, el espíritu de una época
15 agosto, 2018 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta 

Las edades de Lulú es una novela de la escritora española Almudena Grandes, publicada en 1989. La historia se centra en Lulú, una niña de quince años que siente una fuerte atracción por Pablo, un profesor de la universidad y amigo de su hermano mayor, que reúne toda las características del perfil de un joven progresista español de los años ochenta. Es desinhibido, amante de las charlas y habitué de los ambientes políticos. En 1990, fue llevada al cine de la mano del director Bigas Luna.

Almudena Grandes logra meternos en la piel de Lulú, diminutivo de María Luisa, y hacernos experimentar todos los sentimientos bien profundos atravesados por la joven. Después de su primera experiencia sexual con Pablo, ella comienza a alimentar en solitario, durante años, el fantasma del amor excepcional. Crea para ella un mundo aparte, un universo en donde el tiempo está después. Pero el sortilegio arriesgado de vivir fuera de la realidad se rompe bruscamente un día, cuando Lulú, ya con treinta años, se precipita en el infierno de los deseos peligrosos.

Tras la primera sacudida, asombro y alborozo, había experimentado la inefable sensación de un cambio de piel. Estaba muy alterada, pero comprendía. Era adorable así, mezquino, encogido, la cara oculta. Yo le deseaba. Deseaba poseerle. Aquélla era una situación inaudita. Yo no soy, no puedo ser un hombre. Ni siquiera quiero ser un hombre. Mis pensamientos eran turbios, confusos, pero a pesar de todo comprendía, no podía dejar de comprender. Luego, apenas un instante después de la metamorfosis, la acostumbrada sensación de estar portándose mal, un frío húmedo, un desagradable chasquido, la piel erizada, acabo de salir de un baño templado, asqueroso de puro tibio, y los baldosines están helados, y no hay toalla, no puedo secarme, tengo que permanecer de pie encogida, frotándose todo el cuerpo con las manos, con las yemas sarmentosas, arrugadas como los garbanzos del cocido familiar, el inevitable cocido de los sábados. Desvalimiento.  Quiero regresar al útero materno, empaparme en ese líquido reconfortante, encogerme y dormir, dormir durante años. Siempre ha sido así, la misma repugnante premonición del arrepentimiento. Desde que tengo memoria, siempre lo mismo, aunque entonces, hace tantos años, sufría más. Atracarme de chocolate, pegarme con mis hermanos, mentir, suspender las matemáticas, apagar la luz, despegar con dedos ansiosos los recónditos labios con la mano izquierda y rozar aquello cuyo nombre aún no conozco con la yema de índice diestro, para describir círculos leves e infinitos capaces de provocar al fin la escisión.  Me parto en dos, una indescifrable espada me atraviesa y mis muslos se separan para siempre. Noto la grieta que me corre por la espalda. Me corro, me abro, me escindo en dos seres completos. Como una ameba. Elemental, feliz y babosa. Pero cuando vuelvo a ser una, un solo ser superior, las baldosas están heladas y no tengo nada con que secar esas gotas de agua tibia y asquerosa que me dan ganas de llorar”.

Lulú busca que la quieran, la protejan y la deseen. No importa cómo ni por qué. Ella sólo quiere seguir siendo esa niña adolescente, inocente y vulnerable. Por eso Pablo, el amigo de su hermano Marcelo con el que descubrió el sexo cuando sólo era una niña solitaria, será siempre el amor de su vida. Para Lulú, Pablo y Marcelo son su única familia. Jamás se ha sentido querida por sus padres. No tiene nada que pueda llamar suyo. Ni la ropa ni el calzado. Ni siquiera una habitación.

Con el correr de los años, la niña Lulú, poco a poco, irá creciendo y descubriendo nuevos placeres por ella misma, sin la ayuda de Pablo. Y así conocerá el mundo de la diversidad sexual y la prostitución. Y lo hará sola. Sin la guía ni la custodia de nadie.

Todavía puedo recordarlo como si estuviera empezando a vivirlo. Cuando volví del colegio, mi hermano Marcelo estaba en la cama, y Pablo, que ya era su mejor amigo cuando yo nací, sentado a sus pies.  Tenía veintisiete años, era profesor de Filología Hispánica en la Complutense, y acababa de publicar su primer libro de poemas, que había tenido críticas muy buenas, aunque no tan abundantes como las que los periódicos habían dedicado a su edición crítica del Cántico espiritual. De todas formas, eso todavía no me impresionaba, quizás porque no se parecía nada a los poetas que aparecían en mi libro de Literatura. Era alto, grande y ya tenía algunas canas. Yo le conocía desde que tenía memoria, y le amaba de una manera vaga y cómoda, sin esperanzas”. 

La novela está ambientada en Madrid y tiene todo lo necesario para atrapar al lector: literatura erótica que cuestiona los códigos morales y sexuales, y una historia de amor marcada por el juego de la iniciación y el dominio. Y como cualquier historia de amor larga, no se resigna a dejar de serla y, con el tiempo, se vuelve más compleja.

Me acarició la cara pero yo no le miré, me daba un poco de vergüenza acordarme de aquello, le había dicho a mi madre que iba a hacer una obra de caridad aquel año, pedí dinero a todo el mundo en vez de regalos, dije que las monjas del colegio nos habían propuesto hacer canastillas y llevarlas a un barrio de chabolas, más allá de Vallecas, mamá se quedó sorprendida, canastillas a primeros de marzo, eso solía hacer en Navidad, pero era una obra de caridad al fin y al cabo, y no podía negarse, mentí con convicción y me creyeron, saqué mil quinientas setenta y cinco pesetas, mil quinientas setenta y cinco pesetas del 69, una pasta, y las mandé a Carabanchel para que comieran bien, era verdad. –Te juro que al principio nos quedamos de piedra, nos llegó al alma, en serio, a Marcelo casi se le saltan las lágrimas, pero luego tuvo un arrebato de genialidad, una de esas chifladuras que le dan a tu hermano de vez en cuando, y me llevó a un rincón, y me dijo, el dinero de Lulú nos lo gastamos con el portugués, ¿qué te parece? , yo me reía, pero él iba en serio, y pensé que, después de todo, podríamos intentarlo, ya llevábamos allí once meses, se me estaba empezando a hacer un callo en la mano… El coche de delante se movió. -¿Quién era el portugués? –Un marica, no sé, estaba allí porque había apuñalado a su novio, en una bronca, celos, creo, no le había matado y el otro iba a verle cuando podía, le había perdonado, el portugués repetía que había sido por amor. –Pero vosotros erais políticos… -¿Y qué? Los homosexuales estaban en nuestra galería, y también veíamos a todos los demás, en el patio, en el comedor, la verdad es que eran mucho más interesantes que los presos del Partido. Allí encontré a Gus, y a más gente que conoces. -¿Gus? ¿Pasaba ya? –No, abría coches, pobre, era un chorizo de poca monta, un crío. Empezó a picarse allí, en Carabanchel. -¿Y qué pasó? –ya no estaba preocupada, pero aún sentía curiosidad. Nada, el portugués era la novia de la prisión, algún funcionario que otro incluido. Era muy versátil. Hacía pajas, mamadas, daba y tomaba, según estuvieras dispuesto a pagar. Se sacaba un pastón, estaba ahorrando para comprarle un piso a su novio, como desagravio, supongo. No era el único, había más como él, pero éste era joven, bastante guapo, y tenía la boca sana. Tenía un pollón, además, por lo que se contaba por ahí, y era el que más éxito tenía. Pablo me miraba sonriendo, como si hubiera estado de vacaciones, en la cárcel, una temporadita. Yo estaba desconcertada. Si, casi todo, en tu honor, como decía Marcelo. Estuvimos discutiendo bastante sobre el procedimiento. Una paja era demasiado poco, así que optamos por un francés, un francés con un portugués, quedaba muy internacional, pero yo estuve a punto de estropearlo todo, porque cuando fuimos a la enfermería, a contratar, digamos… -Él trabajaba allí, era uno de los sitios más cómodos, siempre conseguía lo mejor, porque tenía muchos amantes en todas partes, bueno, yo le pregunté que si nos hacía alguna rebaja por chupárnosla a los dos a la vez, y entonces se cabreó. De repente se puso serio. Calló un momento, me miró. -No sabes cómo era aquello, no lo sabes. Llegamos al surtidor, llenamos el depósito y nos fuimos a casa. Pablo siguió callado todo el camino. Luego, cuando yo ya estaba en la cama, se tumbó a mi lado. ¿Quieres saber lo que me pasó después? No me atreví a admitir que sí pero él me lo contó, de todas maneras. Mi dinero había dado para diez mamadas, ni una más ni una menos, a ciento cincuenta pesetas la unidad, cinco para cada uno.

Las edades de Lulú, primera novela de Almuneda Grandes, fue, en su momento de publicación (1989), un gran desafío que abordó la sexualidad de la mujer en primera persona y sin tabúes. La escritora logró una obra puente que une dos de las corrientes más rupturistas de aquellas décadas de los años ’70 y ´80 en España: la vivencia, el disfrute y descubrimiento de la sexualidad; y la indagación en la construcción de la mujer como sujeto social empoderado.

Sobre la autora

Almuneda Grandes (Madrid, 1960) es una de las escritoras españolas de mayor proyección internacional. Es autora de las novelas Malena es un nombre de tango, Atlas de geografía humana, Los aires díficiles, Castillos de cartón y El corazón helado. Se dio a conocer con Las edades de Lulú, novela merecedora del XI Premio La Sonrisa Vertical, traducida en veinte países, convertida en una polémica película y adoptada por una generación de lectores como una crónica sentimental de su tiempo.

 

*Por Manuel Allasino para La tinta.

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