La inmutabilidad del FMI y sus consecuencias en Haití
En Haití, uno de los países más pobres del mundo, la tensión se mantiene entre las protestas callejeras y los intentos del gobierno por ajustar la economía.
Cuatro años después de iniciada la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo de evitar que se reeditara un escenario de fuerte proteccionismo económico como el que tuvo lugar luego de la Primera Guerra Mundial -que se agravó con la Gran Depresión originada en 1929-, representantes de 44 países concluyeron la creación de dos de las instituciones financieras más importantes a partir de entonces: el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Los pactantes firmaron en julio de 1944 los Acuerdos de Bretton Woods desde el impetuoso hotel Mount Washington, justamente en Bretton Woods, New Hampshire, Estados Unidos.
Como resultado de la convención, los firmantes establecieron un sistema financiero internacional con el dólar estadounidense como divisa internacional, con la condición de que la Reserva Federal mantuviera respaldado el valor del dólar en una paridad a razón de 35 dólares la onza de oro, reemplazando decisivamente así a la libra esterlina. Cabe destacar que, al finalizar la guerra, Estados Unidos poseía el 80% de las reservas mundiales de oro, y que la convertibilidad fija se mantendría hasta 1971, cuando el gobierno republicano de Richard Nixon desligó al dólar del oro en el marco de un fuerte déficit comercial.
De esta forma, habían sido creadas nuevas instituciones internacionales que exigían a sus miembros el equilibrio de las balanzas de pagos y buscaban el establecimiento de una estabilidad a las transacciones comerciales. Por un lado, el BIRF tenía como fin prestar ayuda a los países europeos para su reconstrucción en la segunda posguerra; no obstante, lentamente fue ampliando sus capacidades y funciones, creándose otras instituciones alrededor del mismo, las cuales constituirían el Grupo del Banco Mundial (GBM), que definió como objetivo “acabar con la pobreza extrema y promover la prosperidad compartida”. El BIRF sigue existiendo dentro del GBM y redirigió sus metas a “otorgar préstamos a gobiernos de países de ingreso mediano y de ingreso bajo con capacidad de pago”.
Por su parte, el FMI se propuso la misión de “asegurar la estabilidad del sistema monetario internacional; es decir, el sistema de pagos internacionales y tipos de cambio”. Actualmente, el FMI tiene 189 países miembros y más de 40 acuerdos de préstamo vigentes, siendo Portugal, Grecia, Ucrania, Pakistán y Egipto los principales prestatarios. Entre sus propósitos figuran fomentar la cooperación monetaria internacional, facilitar la expansión y el crecimiento equilibrado del comercio internacional, fomentar la estabilidad cambiaria, coadyuvar a establecer un sistema multilateral de pagos y poner recursos a disposición de los países miembros que experimentan desequilibrios de sus balanzas de pago.
Luego de las sucesivas crisis que se desataron en el mundo periférico entre 1990 y comienzos de 2000 -México, el Sudeste Asiático, Rusia, Turquía y Argentina-, en donde el FMI prestó grandes sumas de dinero para palear los desajustes macroeconómicos, los magros resultados que se obtuvieron por las recetas implementadas hicieron que el organismo perdiera credibilidad y poder en el ámbito mundial. Sin embargo, en 2008 explotó la crisis financiera más importante desde 1930, en el centro mismo del poder mundial. En el contexto de la crisis, con un fuerte consenso entre países desarrollados y emergentes se acordó la cuadruplicación de los fondos del FMI, además de que se repartieron un poco más equitativamente los votos al interior del organismo, reformando las cuotas con una transferencia del 5 o 6% de los votos de los países desarrollados a los emergentes más importantes, como China, India, Brasil y Rusia. Con ello, el FMI se debió una autocrítica que se reflejó en un supuesto cambio de cara de la institución que, ahora, se presenta con un costado más social. Sin embargo, tanto griegos como jordanos o haitianos pueden desmitificar esa nueva presentación.
El organismo que preside actualmente la abogada y ex ministra de economía francesa, Christine Lagarde, no muestra evidencias de haberse reformado desde sus orígenes. Por el contrario, el FMI continúa otorgando préstamos con el fin de generar el repago de las deudas ya contraídas que, sumado a los intereses generados, terminan por forjar un círculo de endeudamiento difícil de salirse, aunado al monitoreo constante del organismo en las economías intervenidas para que estas puedan pagar los montos recibidos. Mientras que el principal condicionante impuesto para el otorgamiento del préstamo, sea cual sea el país, continúe siendo el achicamiento del gasto público, ello traerá consecuencias funestas para la población de dichos países.
En efecto, la teoría neoliberal y monetarista sobre la cual se sustenta el organismo financiero ha traído nulos resultados en las economías intervenidas, en la medida que se estipula un ajuste en sectores sensibles para la población, como las jubilaciones, pensiones, educación, salud y energía, para pagar la deuda contraída sin que la economía pueda generar una capacidad de repago a través de una expansión productiva y de consumo interno. En otras palabras, se apela al recorte presupuestario para pagar un préstamo -con importantes intereses- destinado a sanear el déficit público, algo que irremediablemente afecta a los sectores más vulnerables en un contexto económico nacional para nada virtuoso. En síntesis, se aplica la misma receta en todo tiempo y espacio. Una clara muestra de que prima aún el espíritu liberal diseñado por el economista estadounidense Harry Dexter White en la conferencia de Bretton Woods.
En este marco, una nueva intervención del FMI generó grandes revueltas en Haití. En efecto, a principios de julio se produjeron en el país caribeño una serie de protestas masivas como consecuencia del incremento del precio de los combustibles, el cual se implementó luego de que el gobierno nacional dispusiera -previo acuerdo firmado en febrero con el FMI- la eliminación de los subsidios públicos a los productores petroleros, con el objetivo de reducir el déficit fiscal.
La medida se tomó el viernes 6 de julio y estipulaba un incremento del precio de la nafta en 38%, el del diésel en 47% y el del kerosene en 51% desde la medianoche del sábado 7. Ello desató fuertes manifestaciones que tuvieron su epicentro en la capital, Puerto Príncipe, y si bien los manifestantes lograron revertir la medida al día siguiente de que fue anunciada, las revueltas tuvieron como corolario al menos tres muertos, daños en infraestructuras y la renuncia del primer ministro Jack Guy Lafontant y de su gabinete. Todo ello se aunó en poco tiempo y con un fuerte impacto en el país, desestabilizando políticamente a uno de los países más pobres del mundo, caracterizado por una fuerte presencia en su territorio de tropas internacionales tuteladas por Naciones Unidas.
Para comprender mejor lo que se vive en Haití, L’ Ombelico del Mondo dialogó con Lautaro Rivara, Licenciado en Sociología y Doctorando en Historia (UNLP), becario doctoral del Conicet, investigador del Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales (IdIHCS) de La Plata y miembro de la Brigada Jean-Jacques Dessalines de Solidaridad con Haití, quien analizó desde el país caribeño las cuestiones más relevantes luego de las revueltas populares y la renuncia del primer ministro.
—¿Cuál es la situación actual de Haití?
—Las consecuencias de las movilizaciones fueron, en primer lugar, el retiro del aumento de los combustibles -es una medida que hoy está en suspenso, en cualquier momento se sabe que si la correlación de fuerzas lo permite, podría ser reflotada tranquilamente; de hecho, el FMI ratificó la exigencia y pidió una especie de alza gradual para los combustibles-. Y la otra consecuencia bien clara fue la renuncia del primer ministro Guy Lafontant. Vale la pena señalar que el sistema haitiano tiene un primer ministro y un presidente -que es la principal autoridad del país-, quien actualmente sigue en su cargo pese a que sectores de la oposición y movimientos sindicales, rurales y urbanos están exigiendo su renuncia inmediata. El costo de las movilizaciones fue muy grande, estamos hablando de la pérdida de vidas humanas, hubo entre tres y siete muertos, una cantidad que no termina de confirmarse. Y, bueno, la situación de inestabilidad del país continúa pese a que las calles ahora están un poco más tranquilas.
—¿Nos estás hablando desde Puerto Príncipe?
— Yo estoy en una localidad cercana, se llama Montrouis, es a una hora de la capital.
—¿Cómo es la vida en Haití? ¿Cuáles son las condiciones de vida de un haitiano promedio?
— La pregunta es bien interesante porque primero partimos de un aislamiento histórico y comunicacional sobre lo que pasa en el país, que es bastante grande. Por eso, acontece que Haití solamente es noticia cuando hay una rebelión popular o alguna catástrofe. Acá las formas de vida son bastante precarias, estamos hablando del país más pobre de América Latina y del Caribe, de uno de los países más pobres y desiguales de todo el mundo. Yo ahora estoy mismo en una zona campesina y las condiciones son duras. Gran parte de la población haitiana está hoy por hoy viviendo con menos de dos dólares al día. Pensemos que el aumento de los combustibles proponía un precio para el galón de nafta de cinco dólares y para el galón del kerosene -que la gente usa para iluminar las casas y para cocinar- de cuatro dólares; o sea, hablamos de que gran parte de la población del país tiene que trabajar dos días para poder comprar ese galón de kerosene. Y, sin duda, lo más grave y urgente tiene que ver con la cuestión de la inseguridad alimentaria. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), gran parte de la población haitiana o bien sufre hambre actualmente o está en una situación de precariedad que la puede arrojar al hambre en cualquier momento. En ese marco, creo que se entiende un poco esa virulencia de las movilizaciones. Hablamos de un país que no tiene margen para sufrir un aumento tarifario de esas características, no tiene margen de ningún tipo.
—¿Qué características tenía el acuerdo con el FMI?
—Es un acuerdo parecido al que el Fondo estuvo haciendo, por ejemplo, con Jordania hace algunos meses -que derivó en una situación social explosiva bastante parecida-. Lo que establecía en concreto es que el Estado haitiano dejara de subsidiar las combustibles. En Haití, como en gran parte de los países del mundo, justamente por la importancia que tienen los combustibles, estos están subsidiados. Vale la pena decir que gran parte de esos subsidios no van al precio de los combustibles, sino que son captados y desviados por los sectores importadores. Y establecía otros puntos típicos de las recetas del Fondo en todo el mundo, como por ejemplo privatizar Electricité d’Haïti (EDH), que es la empresa estatal de energía haitiana, una empresa bastante deficitaria pero una de las últimas empresas estatales que queda en el país, que ha sufrido políticas liberales prácticamente sin discontinuidades desde la década de 1980. Así que ese es el marco de las políticas y el trasfondo es la situación de un Estado como el haitiano que atraviesa un déficit fiscal ciertamente grande, pero que tiene una historia larga detrás. No es en esta coyuntura en la que el FMI ha empezado a hacer política y hacer exigencias en Haití, sino que eso ya viene de unas cuantas décadas.
—¿Podrías caracterizar o definir al presidente haitiano? ¿Cuál es su afinidad política?
—Él es parte de un partido que se llama Parti Haïtien Tèt Kale (PHTK), como se lo suele conocer cotidianamente. Hablamos de un partido claramente conservador, neoliberal, plenamente consustanciado con las políticas del FMI. Creo, incluso, que más importante que definir su ideología política es definir sus lazos con entidades como el Fondo o con países como Estados Unidos. Hay que considerar que el margen de la economía de la clase política haitiana es prácticamente nulo. Por ejemplo, cualquiera en el país con una cierta lectura de la realidad haitiana anticipaba que esta crisis iba a explotar ante una medida que era a todas luces suicida. Yo creo que el presidente Jovenel Moïse sabía que la situación iba a explotar y que podía incluso costarle su propio cargo al frente del Estado haitiano. Pero bueno, eso nos habla de esas relaciones de dependencia muy grande que tiene la clase política haitiana. O sea, venimos de un largo ciclo histórico de invasiones militares y de tutelas políticas, y el presidente Moïse es una resultante de esas políticas.
En el último tiempo, las pocas veces que ha habido el intento de llevar adelante una política económica autónoma, soberana de parte de Haití, han terminado con golpes de Estado y con invasiones por parte de Estados Unidos, de Francia, de Canadá o bien de tropas de Naciones Unidas.
—En Haití hay una presencia importante de Cascos Blancos, en una misión humanitaria en la cual Argentina participa desde hace varios años. ¿Cuál es la influencia real de las instituciones internacionales en Haití? ¿Solamente intervienen cuando hay un desastre o Haití recibe otro tipo de ayuda, cotidiana, podríamos decir?
—Haití es un país ocupado militarmente hace 13 años. Fue ocupado por una misión presuntamente de paz, que todos sabemos que fue de ocupación militar de la ONU, la tristemente célebre Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití (Minustah, por su sigla en francés). Una misión que, mal que nos pese, fue coordinada e integrada por países de América Latina y el Caribe, aunque no fueron los únicos; hubo también de otros continentes, pero principalmente estuvo integrada por países de América Latina, y fue coordinada por Brasil. En algún momento, Brasil, con esas ciertas aspiraciones de un gran sector de la geopolítica mundial, negoció un lugar en el Consejo de Seguridad de la ONU, el cual finalmente no consiguió. A cambio, se le exigió hacer ese trabajo sucio de coordinar una ocupación que Estados Unidos no estaba en condiciones políticas ni financieras de afrontar. Hace poco tiempo, esa misión empezó a retirarse progresivamente del país y hoy se reconvirtió bajo una nueva figura, que es la de la Misión de las Naciones Unidas de Apoyo a la Justicia en Haití (Minujusth, en francés), que presuntamente es una compañía intra-Justicia. En concreto, hoy lo que está haciendo es articular a policías de diferentes países. Pero la amenaza de la re-invasión militar está permanentemente y, de hecho, con este conflicto hubo despliegue de tropas en la frontera dominicana y estuvo latente la amenaza de una nueva invasión.
Sobre la cuestión de ayuda humanitaria, ese es otro gran tema de la realidad haitiana; esa ayuda humanitaria se ha vuelto una necesidad crónica de parte del Estado haitiano. Básicamente, alrededor de la mitad de los ingresos de todo el país dependen de ayuda externa, de ONG principalmente norteamericanas y europeas. Nadie podría dudar de que esa ayuda humanitaria en el corto plazo es urgente y necesaria, que tiende a resolver necesidades alimentarias, pero lo que ha hecho históricamente es reforzar las relaciones de dependencia de Haití, como por ejemplo importar alimentos de afuera y terminar de arrancar los últimos vestigios que quedaban de la producción local. Así que esa relación es muy compleja.
—¿Qué perspectiva existe ahora de una posible renuncia del presidente? ¿Cuál es el estado de movilización del pueblo?
—La demanda de renuncia del presidente no solamente parte de sectores de la oposición, incluso sectores del propio gobierno lo han pedido así. Cabe destacar que en el fondo de esta crisis hay también una interna de sectores de la burguesía haitiana; entonces, vemos que el pedido de renuncia al presidente hoy es bastante amplio. También la continuidad de Moïse en el gobierno depende fundamentalmente de que Estados Unidos lo mantenga en su cargo o le baje el pulgar -como se dice-. Las decisiones fundamentales de lo que pasa en Haití no se toman en Haití, sino afuera. Y en relación al estado de las movilizaciones, actualmente hay una articulación amplia de movimientos sindicales y sociales que estuvo convocando a las últimas huelgas y movilizaciones y están evaluando cómo seguir en este momento. Como les decía antes, a nivel de calle la cuestión está más tranquila, pero Haití es un polvorín puede explotar de vuelta en cualquier momento.
*Por L’ Ombelico del Mondo