Aral, el mar que nunca existió
La explotación desenfrenada de los recursos naturales llevó a la casi desaparición del mar de Aral, el cual era fuente de vida de una gran población de Asia Central.
Por Gemma Roquet para El Orden Mundial
El llamado mar de Aral no es realmente un mar, sino un lago, y en pocos años ha llegado a su práctica desaparición. La sobreexplotación de un recurso hídrico único en la zona donde se encuentra ha provocado una catástrofe que define, en parte, el contexto social, económico y político de Uzbekistán, Kazajistán y sus vecinos.
Un tesoro excesivamente aprovechado
El denominado mar de Aral está situado entre Uzbekistán y Kazajistán, y las aguas de los dos ríos que lo nutren -Amu Daria y Sir Daria- circulan por Kirguistán, Tayikistán y Turkmenistán. En 1960 ocupaba una superficie de 68.000 kilómetros cuadrados, el cuarto lago -o mar interior- más grande del mundo. Su cuenca hidrográfica medía 1,76 millones de kilómetros cuadrados y cubría gran parte del centro de Asia. Hace décadas era el hábitat de 100 especies de peces, 200 de mamíferos y hasta 500 de aves, pero con el tiempo la mayoría de estas especies han desaparecido, gran parte de la población se ha visto obligada a emigrar y el lago -que ahora está dividido en tres cuerpos distintos- se ha reducido a menos de 4.000 kilómetros cuadrados. La pérdida de más del 95 por ciento de su volumen en 60 años hace que sea considerado por Naciones Unidas el mayor desastre ecológico del planeta causado por la acción humana.
En su día, Lenin predicó que la irrigación sería la fórmula para facilitar la transición hacia el socialismo en Asia Central. Su sucesor, Stalin, hizo efectivo el plan. Convirtió las fincas de la región en koljós controlados por Moscú donde se cultivaba algodón, que servía como materia prima en las fábricas textiles de Rusia. La necesidad de grandes cantidades de agua para este cultivo cambió por completo la zona. Alarmado, el primer ministro uzbeko Fayzullo Xojayev -en el cargo de 1925 a 1937- fue crítico desde el principio respecto al monocultivo de algodón; desde Moscú se lo acusó de nacionalista burgués y fue ejecutado.
A pesar de las predicciones negativas, en los años 60 el Aral seguía lleno, pero Stalin había querido aumentar la producción para convertir las llanuras áridas de Asia Central en las mayores productoras de algodón del mundo. Esto significaba más necesidad de agua y se optó por construir un canal de 500 kilómetros de longitud que tomaría aguas de los ríos Sir Daria y Amu Daria para irrigar los campos de algodón y otros cultivos -como el arroz- para seguir el plan ideado desde Moscú. Milagrosamente, se duplicó la superficie de cultivo, que pasó de cuatro millones de hectáreas a ocho, pero el milagro se convirtió en una pesadilla. En los 80, debido a las alteraciones de los ríos y el uso de productos químicos, Uzbekistán fue el mayor productor de algodón del mundo; el objetivo de la URSS se había alcanzado. Pero, al mismo tiempo, el caudal que llegaba al lago se redujo un 90 por ciento, el proceso de desecación se hizo visible y el clima cambió.
Por aquel entonces, la insostenibilidad del cultivo de algodón ya había acabado con la tradicional industria pesquera de la zona y los cambios en el clima eran irremediables. En una región árida como Asia Central, una cuenca de estas dimensiones neutralizaba los inviernos y los veranos, pero desde hace décadas ambos son extremos. Con las sequías y el cambio del clima, el uso de productos químicos fue más habitual. Las pesticidas, insecticidas y fertilizantes eran utilizados para salvar las cosechas, pero también ejercieron como contaminantes del aire, las aguas freáticas y el suelo. Como resultado, la salinidad del lago llegó a los 110 gramos por litro -casi cuatro veces más que la de los océanos-, la tasa de mortalidad empezó a ser la más alta de toda la antigua Unión Soviética, la bronquitis crónica aumentó un 3.000 por ciento y la artritis un 6.000 por ciento. Por todo ello, el mar de Aral es la triste muestra de cómo la sobreexplotación de los recursos naturales tiene efectos en el clima y esto tiene graves consecuencias para la población.
El gran desastre anunciado
El sueño de Lenin tuvo consecuencias negativas desde los años 40, cuando los soviéticos decidieron cultivar infinitas plantaciones de algodón en Asia Central. Cuando se comenzó a implementar el plan soviético, cambiaron las formas de vida de la población de la zona. Los ganaderos, pescadores y nómadas se convirtieron forzosamente en recolectores de algodón. Esta ocupación era temporal, así que, a pesar de desplazarse hacia los campos en determinadas épocas del año, millones de personas vivían directa o indirectamente de los recursos del lago. Anualmente se extraían alrededor de 50.000 toneladas de pescado, pero canalizar el 90 por ciento del caudal de los ríos Amu Daria y Sir Daria -los mismos que llenaban el mar de Aral- para regar los campos de algodón instalados en el desierto hizo que el mar empezara a secarse. Lo más sorprendente de este desastre es que desde Moscú se preveían estas consecuencias, pero la productividad era más importante. En el museo de Nukus -capital de la región autónoma uzbeka de Karakalpakistán- había una serie de mapas de los años 70 dibujados por ingenieros soviéticos que mostraban la desaparición planificada del lago.
La salinidad del agua ha convertido la zona en un terreno árido donde no se puede cultivar prácticamente nada sin invertir grandes cantidades de dinero en fertilizantes que contaminan el suelo. El bullicio de las ciudades donde se vivía de la pesca ha dado paso al óxido de los barcos estancados por la desecación del lago y al pescado contaminado como fuente principal -y muy limitada- de proteína para sus habitantes. El ganado se ha adaptado a una dieta más limitada, pero da menos leche.
La situación más extrema es la de la región autónoma de Karakalpakistán, en el norte de Uzbekistán. Antes del plan soviético para transformar la región, esta península se adentraba en el supuesto mar. Con los años, el lago endorreico se ha ido alejando hasta los 150 kilómetros. El clima es extremo -los veranos son más cortos y calurosos y los inviernos, más largos y fríos- y las lluvias han descendido para dar paso a las tormentas de arena. Estas tormentas extienden las pesticidas y la sal, con lo que disminuyen o eliminan por completo la productividad de la tierra, desperdician el agua, generan pobreza y son hasta la causa de la elevada mortalidad. En Karakalpakistán la tasa de cáncer de esófago es 25 veces superior a la media mundial y el 97 por ciento de las mujeres sufren anemia, lo que puede causarles la muerte en el parto y transmitir esta dolencia a sus bebés. Además, el Grupo de Guerra Microbiológica del Ejército soviético utilizó sus tierras para probar armas biológicas en la isla Vozrozhdeniya; a pesar de que desde 2002 no se han detectado agentes biológicos en el polvo, las malformaciones congénitas y las patologías inmunológicas también son comunes.
Lo que no cambió después de 1991, con la desmembración de la antigua Unión Soviética, fue la dependencia económica de la producción de algodón. Las cantidades de agua utilizadas en esta zona, incluso a principios del milenio, era desmedida. Los cinco istanes -Uzbekistán, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Turkmenistán- se encontraban entre las siete primeras posiciones a escala mundial en niveles de consumo de agua por habitante. Este desperdicio tenía el objetivo de aumentar la productividad del suelo disminuyendo los niveles de salinidad del suelo y desplazando la sal a los márgenes de los terrenos de cultivo, por aquel entonces también contaminados por los fertilizantes e insecticidas.
A pesar de todos estos esfuerzos, las tierras han vuelvo a su aridez -la misma que tenían antes de que el curso de los ríos fuera alterado para regarlas- y ahora también están contaminadas. El gobierno uzbeko en especial continuó incrementando la extensión de tierras de cultivo de algodón y las extracciones de agua, y sigue organizando e imponiendo trabajos forzados a la ciudadanía, niños incluidos. Cada año, 29 millones de uzbekos se ofrecen voluntarios para cosechar 3.000 millones de kilos de algodón, uno de los productos que generan más ingresos como exportación.
Renunciar y avanzar
Poco después de la caída soviética, en 1992, los istanes firmaron un compromiso -llamado Fondo Internacional para el Salvamento del Mar de Aral (FISA)- y asignaron el 1 por ciento de sus presupuestos a contribuir a la recuperación del mar. Sin embargo, la colaboración ha sido mínima. En los dos países que comparten las aguas del Aral, la falta de cooperación se evidencia en la construcción de la presa de Kokaral en Kazajistán con la ayuda de 85 millones de dólares del Banco Mundial. Aunque esta obra ha mejorado la situación en la parte norte del lago, también ha sentenciado la del sur. En 2007 finalizaron las obras, que incluían la implementación futura de sistemas de riego y el trasvase del caudal de algún río siberiano. Poco después de esta inversión, la pesca se comenzó a recuperar en la parte norte del mar, la salinidad ha disminuido y la línea costera, que había retrocedido más de 100 kilómetros en la ciudad portuaria de Aral, está ahora a tan solo 17 kilómetros. El incremento de la pesca ha generado trabajo y, por lo tanto, los niveles de pobreza disminuyen.
Sorprendentemente, Uzbekistán no respondió ante esta medida, que eliminaba cualquier oportunidad de recuperar el mar de Aral en el sur. El gobierno uzbeko parecía haber dado por perdido el mar hace décadas, ya que la situación en el país era peor en 2004 que en los 90. Fred Pearce aseguraba entonces que los ingenieros de la región seguían considerando que “cualquier cantidad de agua que llegue hasta el mar, por mínima que sea, será agua malgastada. Su política consiste en mantener el agua alejada del mar y permitir que se seque para siempre”. El gobierno uzbeko parecía asumir que perdería esta fuente de agua, esencial para la vida de los habitantes -ignorados y, en ocasiones, maltratados- de la región de Karakalpakistán, y optar por explotar los depósitos de gas y petróleo bajo las escasas aguas del que un día fue el cuarto lago más grande del mundo. La explotación de estos recursos interesa enormemente a empresas rusas y coreanas y parece que este será el camino uzbeko, ya que en 2008 el propio director del FISA en Nukus apoyaba la búsqueda de hidrocarburos en el antiguo mar.
En 2017, el gobierno de Shavkat Mirziyoyev anunció la inversión de 2.600 millones de dólares en cuatro años para el desarrollo de las zonas que rodeaban el lago, una medida dirigida a mitigar las consecuencias de la desaparición del mar, abandonada la idea de recuperarlo. Sin ir más lejos, el plan para convertir lo que un día fue un lago en un bosque con la plantación de saxaules -capaces de almacenar la escasa agua disponible y altamente resistentes gracias a sus raíces- puede convertirse en el freno al cambio climático en Uzbekistán, dado que cada árbol puede mejorar las condiciones de diez toneladas de tierra alrededor de sus raíces.
El temor al conflicto
La alarmante situación del mar de Aral no fue conocida internacionalmente hasta 2003, cuando las imágenes por satélite de la NASA mostraron la verdadera magnitud de este desastre. Hasta entonces, se desconocía la práctica desaparición, en poco más de 40 años, de un lago milenario en una región que para muchos es poco conocida y que incluso para aquellos que analizan las relaciones internacionales es compleja. Además, su posición estratégica para conectar Asia con Europa es fundamental. La antigua Ruta de la Seda está dando paso a importantes conexiones, como el oleoducto de mil kilómetros construido en 2005 para unir Kazajistán y China o el que une el país centroasiático con Rusia. Pese a encontrarnos frente a una región aparentemente estable, es evidente que, con unos niveles de desarrollo medios, unos recursos escasos compartidos y unos niveles democráticos bajos, los conflictos en la zona son más que probables.
Es cierto que, mientras fueron repúblicas soviéticas, los cinco países que compartían las aguas de los ríos Amu Daria y Sir Daria y del mar de Aral intercambiaron recursos, pero cuando se convirtieron en repúblicas independientes empezaron a utilizar estos recursos para presionarse entre ellos. Uzbekistán y Kazajistán necesitan el agua para la agricultura y la pesca y los países por donde circulan los dos ríos utilizan los recursos hídricos para producir electricidad en centrales hidroeléctricas. El retroceso de sus aguas ha tenido consecuencias ecológicas graves y ha acabado también con los medios de subsistencia de la población uzbeka y kazaja, que se ha visto obligada a abandonar sus hogares o a malvivir en ellos si no tiene la posibilidad de marcharse. La situación en Kazajistán parece que ha mejorado, pero para Uzbekistán es lógico responder a algunos proyectos con amenazas. Las dos infraestructuras que provocan más discrepancias son la presa Toktogul -por la que Kirguistán controla el Sir Daria- y el proyecto del embalse Rogun -que daría a Tayikistán el control sobre el Amu Daria-. Además, los uzbekos llevan años creyendo que los proyectos faraónicos de Turkmenistán hacen menguar el caudal del río Amu Daria.
Asia Central se convierte así en una región donde el agua es causa de tensiones que podrían derivar en conflictos entre vecinos y donde los intereses de potencias internacionales determinan el curso de sus relaciones. La cooperación en la gestión de los recursos compartidos se convierte en un proceso fundamental, que puede extrapolarse a muchos otros, puesto que la mayoría de las cuencas hidrográficas del mundo son compartidas por dos países y en 13 casos están compartidas entre cinco y ocho Estados.
*Por Gemma Roquet para El Orden Mundial