Solana Cortés: fuerza y determinación rumbo a la madrugada

Solana Cortés: fuerza y determinación rumbo a la madrugada
2 agosto, 2018 por Soledad Sgarella

Un disco que es un viaje. Ritmos rioplatenses que contagian dinamismo, la noche como escenario de lo creativo y variadísimas colaboraciones de artistas locales en un disco para disfrutar como recorrido musical.

Por Soledad Sgarella para La tinta

 

“…y el día en que enmudezcan las guitarras y ningún instrumento esté sonando,
quedará la garganta enronquecida rumbo a la madrugada, caminando”
Retirada Falta y Resto,1982

Solana Cortés es jujeña de nacimiento, de corazón bien cordobés, y vive en La Plata hace unos años.

La compositora -egresada de la Universidad de Villa María– e intérprete, enamorada del candombe, la murga y la milonga tiene un disco que hace viajar.

Rumbo a la Madrugada te lleva directo al centro del mundo musical rioplatense, mientras algunos de los temas sobrevuelan también el rock y el funk.

Colorada, de fuerte pisar y una voz emancipada de miedos, la artista le contó a La tinta el camino recorrido para llegar a su primer disco, y las rutas sembradas de encantos y desencantos de este proceso de grabar.

El oficio de ser y hacer música es más que soñar con un trabajo discográfico propio: es trabajo, es inversión, es pasión y es decisión. Como la artista cuenta, aprender y desaprender junto -y de- otras y otros, la generosidad de músicos y músicas, de sonidistas, de artistas gráficos y de productores, hicieron posible concretar un trabajo que es la meta a la que Cortés se había propuesto llegar: Matías Pérez, Federico Lattanzi, César Elmo, Alejandro Arelovich, Joaquín Aguilar, Federico Deschutter, Marcos Ramírez, Rodrigo Díaz Carreras, Matías Martínez, Laura Rodríguez, Fernanda Quintás, Ivana Perren, “La Cantarola”, Matías Bordone Carranza, Martín Cabrera, Diego Guerrero, Guillermo Zigarán, Manuel Zamar, Joaquín Debandi, Emiliano Marano, Javier Mateos, Boris Sojak , Tomás López Gaviola, Javier López Gaviola, Matías Rodríguez, Matías Pérez, Jorge Fernández Goncálvez, Pablo Vélez y José Santillán fueron los músicos y músicas que colaboraron en Rumbo a la Madrugada.

Lo colectivo fue y es lo imprescindible, tanto para editar un disco propio como para hacer murga y candombe. El amor por los géneros del Río de la PLata, la noche como espacio de libertad, la identificación con géneros que hacen de la resiliencia una práctica cultural y colectiva conforman el camino de una artista que tomó la composición como una manera de conocerse y re-conocerse.

—¿Qué te aportan, o qué es lo que te enamora de los géneros rioplatenses?

—Tomé del candombe, salvando las distancias, la manera de abordar las circunstancias. Las mías habían sido bastante adversas, como la vida de cualquier persona: por ejemplo, me mudé un montón de veces, de ciudad, muchas veces.  Entonces, bueno, me gustó esa capacidad de resiliencia, si se quiere, del candombe, de estar en un lugar distinto y tomar elementos de ese lugar nuevo pero conservando los propios, y generar una nueva identidad  por decirlo así, o seguir construyendo a la identidad, que es una construcción narrativa ¿no? Tramas argumentales distintas que van haciendo a tu propia trama. Una toma de afuera y construye las tramas que pueden ser.

—¿Cómo es grabar un primer disco? ¿Cuánto de colaborativo hay?

—Grabar un primer disco es una locura (risas) que está buenísima, pero que lleva es una inversión de todo, de muchísima energía, de dinero por supuesto también, y de mucho trabajo.

Yo estoy muy feliz de cómo fue todo el proceso de grabación, y como esto fue un trabajo final de grado, había ciertos requerimientos que tenían que ver con lo académico. No era solamente grabar, sino componer y arreglar para al menos cuatro instrumentos, 40 minutos de música. Entonces yo tenía ciertos requerimientos que traté de que fueran una manera de marcar la cancha y de jugar, límites a delimitar un espacio, que no significaran una presión o una manera de coartar mi creatividad. Traté de usarlos a favor, entonces hay todo un trabajo detrás del disco en solitario, que después, al momento de encontrarme con los músicos, si bien había muchas cosas estipuladas por mí, mucha música escrita, también lo alucinante fue encontrarme con las y los compañeros, con mis amigos, y decirles bueno mira, en este momento, poné toda tu musicalidad.

Es poner otras identidades en juego, entonces hay mucho de colaborativo… más allá de que hubo mucho trabajo previo mío y yo sabía, tenía bastante decidido cómo quería que suene todo, pero justamente la parte colectiva, lo que más me gusta es eso, compartir y de repente encontrarte con otra identidad musical y poder intercambiar. Hay cosas que funcionan y otras que no, y ahí yo lo decía sin ningún problema: mira, esto no me gustó. Busquemos por otro lado. Fue realmente muy lindo, fueron un montón de amigos que elegí particularmente para tocar, yo no trabajé con una banda estable, si no que fui eligiendo los músicos. No es que yo tenía un proyecto musical ya andando y llevé a ese grupo, no. Fueron como 30 músicos, me fui al carajo, pero yo tenía ganas de grabar con todos… lo más rico fue que trabajé con mucho afecto y como obteniendo del otro lo mejor, porque por algo los elegí uno por uno.

Después del primer viaje a Uruguay seguí yendo a tomar clases con algunos tocadores del Barrio Ansina, ver ensayos de comparsas de murga, a tomar clases con algunos músicos de renombre y todas esas cosas.

Fue un desafío grande, grabar el primer disco, hacer el primer disco. Estaba como compositora, como productora, arregladora y como intérprete… entonces estuvo alucinante pero fue un trabajo grande y que me puso a prueba, todo lo que yo había aprendido a lo largo de mi vida musical. Tuve que aprender muchísimas cosas, aprender para instrumentos que no tenía conocimiento o que se le podía pedir a tal instrumento, y el hecho de entrar a un estudio y empezar a tener idea…yo de sonido no conozco, casi nada, entonces fue ir aprendiendo sobre la marcha, con mi compañero Guillermo Linder, que es mi compañero de este trabajo, quien grabó, mucho con él de aprendizaje. Además, acá en la Plata lo remastericé y lo remezclé al disco, aprendiendo con Mauro Muriel, como siempre, ahí prestando atención y confiando el ejercicio de confiar en que el otro va a hacer lo mejor. La confianza en ese aspecto es crucial, porque una dice: pongo en tus manos mi bebe (risas), así como todas las demás personas que participaron: el arte de tapa, por ejemplo.

—¿Por qué el disco se llama Rumbo a la Madrugada… o cuál es el mensaje del disco?

—No hay un mensaje único. A ver: yo creo que hay cuestiones que atraviesan, conceptualmente, hay dos conceptos que yo intenté volcar en la música y en la temática de las letras: la construcción de la identidad y la noche.  La noche como un espacio de libertad, la madrugada, como un momento para conocerse una misma, para lo ritual, para sacarse prejuicios, para vivir distintas cosas… sacarse la careta y los disfraces y ser una misma. Eso como un sentido más poético.  

Algo más concreto es que este trabajo es el resultado de mi tesis de licenciatura en composición, y entonces en el momento de elegir qué música iba a abordar fue la oportunidad perfecta para profundizar en estos géneros que me gustaron siempre. En Villa María no se escuchaba mucho el candombe, no era quizás tan conocido como en este momento, no estaba tan popularizado, tan adelante, esta música. Durante muchos años no tuve contacto más que de escuchar musica y ver alguna comparsa en la web. En el momento de hacer mi tesis, decidí profundizar en estos géneros, como te decía y me fui a Uruguay, me fui a ver el carnaval y estuve un mes la primera vez.

Y bueno, fue justamente tomar de estas prácticas culturales esta construcción de la identidad, que es lo que hicieron: colectividades de distintas partes del mundo, principalmente en el caso del candombe, afrouruguayos, traídos como esclavos que tuvieron que en esas circunstancias adversas tomar elementos de lo que traían y de lo que recibieron, a la fuerza ¿no? La capacidad de transformación de una realidad tan terrible, hacerla práctica cultural, hacerla música, con toda una situación ceremonial que tiene el candombe…porque en un principio fue un sincretismo entre la religión bantú y la católica, entonces esa fuerza y esa autodeterminación que tiene el género en sí mismo es lo que a mi me conquisto al momento de decir: voy a construir mi identidad a través de -y tomando- estos géneros, estos lenguajes… ¿no?. De eso va el mensaje, y además se escuchan cosas que me pasaron: es bastante autorreferencial el disco, canciones de amor, de desamor, y otras que van por ese lado de las búsquedas y los viajes que hace una para conocerse, para encontrarse.

Básicamente fue ver y decir: voy a tomar la composición como una manera de conocerme, y seguir construyéndome, y para eso, tomo esto del candombe, tomo esto de la murga, tomo esto de la milongo y otro género que a mi me identifica mucho que es el rock.

—¿Cómo fue que los ritmos rioplatenses llegaron a instalarse en tu corazón?

—Lo primero que me llegó de lo rioplatense fue el tango, aunque el tango no está incluido en este disco. Me llegó por una de mis hermanas, que es bailarina. Ella vivía en Buenos Aires cuando yo era adolescente y preadolescente, yo viajaba mucho a verla, y ahí empezó como a gustarme y cantar tango. Y al mismo tiempo en esa edad, que una está muy permeable, entre los 11 y los 14, ahí tuve el primer impacto de un montón de otros géneros musicales, pero entre ellos el candombe y la murga. Lo primero fue por Jaime Roos, lo escuché, me acuerdo que una amiga me prestó un cassette que tenía ponele de un lado Los Redondos y del otro Jaime, era un mezcladito de esos que se hacían en esa época, y me acuerdo que escuché y no me gustó. Esa voz tan grave, con un decir tan particular… porque Jaime Roos medio que habla, medio que canta, y hace unas cosas ahí intermedias, y me acuerdo el impacto que me provocó eso.

Se ve que quedó ahí, y ahí escuché más murga, y esas fusiones con el rock, y entonces me quedó ahí en el inconsciente, como en un backup musical, porque más adelante, cuando decidí que iba a estudiar en la universidad la Licenciatura en Composición con Orientación en Música Popular, el último año que estuve en Córdoba antes de irme, me reencontré con un percusionista, que era amigo de mi hermano, Rodrigo Díaz. Él es un gran percusionista de Córdoba y empecé un taller de candombe con él. Ahí conocí el ritmo y todo lo que implica esa práctica cultural, que es principalmente una práctica colectiva: conocí los toque básicos de los tres tambores, y a entender lo que es el alma del candombe, una conversación, un diálogo.  Tiene como algo muy lindo, que es como casi todos los géneros populares de transmisión oral: tenés que estar muy presente en el momento y muy atenta a lo que está haciendo el otro, esa noción de colectividad es muy lindo y fue lo que en parte me conquistó, pero principalmente lo rítmico y lo que significa la vivencia de la música: que te pasa primero por el cuerpo. 

Siempre me dan ganas de bailar, cuando escucho una comparsa. De la murga, lo que me gusta mucho es justamente que es un género popular polifónico, es decir que naturalmente en los barrios las murgas, las primeras y actualmente también, las conforman el verdulero, el oficinista…no distingue clases. Si bien en un principio por supuesto era de los sectores populares, así como el candombe representa a la comunidad afrouruguaya, me gusta mucho esa diversidad que permiten estos géneros.

Principalmente así me llego y me enamoré.

*Por Soledad Sgarella para La tinta.

Palabras claves: Música, Rumbo a la madrugada, Solana Cortés

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La Patagonia rebelde de Guillermo Saccomanno

La Patagonia rebelde de Guillermo Saccomanno
18 marzo, 2025 por Leandro Albani

Con una serie de crónicas sobre el sur argentino, el escritor argentino revela las estructuras profundas que mantienen al país anclado en las fauces del capitalismo.

Ni periodismo darwiniano ni charlatanería turística for export. Y tampoco la historia oficial sobre una tierra “civilizada” a punta de fusiles y bayonetas. Sobre estos pilares, se sostiene Guillermo Saccomanno para escribir una serie de crónicas sobre el sur argentino, publicadas en su mayoría en la década de 1990 y ahora reunidas en el libro Escrito en Patagonia, editado en 2024 por La flor azul.

Si las descripciones y las voces dan ritmo y profundidad a las crónicas, también lo hacen las reflexiones y pasajes ensayísticos que el escritor argentino articula a lo largo de los textos. Para Saccomanno, es tan importante mostrar los detalles de un viaje por una ruta desolada como preguntarse para qué sirve la literatura, entender (y escribir) que la memoria se manifiesta en el cuerpo o contar por qué la verdad es el principal valor para el pueblo mapuche.

La Patagonia se abre como un territorio concreto, sin veleidades exóticas o rasgos que remiten al concepto de orientalismo, acuñado por el intelectual palestino, Edward Said. Saccomanno, recientemente galardonado con el Premio Alfaguara por su novela Arderá el viento, rompe la representación que hacen los poderosos sobre esa tierra que creen que es su gran propiedad privada. El escritor también apunta sin contemplación a la hora de denunciar al Estado burgués argentino y sus imposiciones históricas y cargadas de crueldad contra los pobladores originarios.

Saccomanno explica que “cuando se trata de escribir, no se trata sólo de un asunto literario, la elección de un género, sino de una toma de partido ideológica”. Y agrega: “También me parece oportuno señalar a esta altura que la teoría literaria, tal como la entiendo, es teoría política”. Desde esta posición, Saccomanno cuenta y denuncia, describe y apuesta, rescata lo que el establishment de turno quiere ocultar y demuele la construcción oficial de la historia. Esos golpes directos se sienten página a página, sin perder una prosa con oficio y claridad.

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Imagen: La flor azul.

Leer Escrito en Patagonia es tender puentes hacia las investigaciones del historiador Osvaldo Bayer sobre los fusilamientos de peones por parte del Ejército. O también volver a Los dueños de la tierra, de David Viñas, una novela que revela la vileza de estancieros y oligarcas hacia los “otros”, ya sean peones o indígenas, pero todos condenados, según esos dueños de la tierra, a la explotación o la muerte.


En las crónicas, además, sobrevuelan las sabidurías, los pensamientos y las prácticas del pueblo mapuche. “Los mapuches no piensan que este territorio les pertenece ―escribe―. A los huincas este pensamiento los sorprende: ‘No es que esta tierra me pertenece’, piensa el mapuche. ‘Sino que yo soy la tierra’. El pensamiento es mucho más sencillo y, a la vez, abarcador. No se trata de posesión. Sino de sentirse parte”. Entrelazado a eso, la naturaleza que resiste el “desarrollo” capitalista que, desde su origen, se construye con la voracidad del saqueo de la tierra y la cultura.

Saccomanno pone la mira en las raíces de nuestro país burgués y, por estos tiempos, transnacionalizado: el Ejército argentino como fuerza de choque a las órdenes de los poderosos, el extractivismo como política de ocupación y saqueo, la historia oficial escrita por manos locales y extranjeras que intentan condenar a la Patagonia como desierto virgen que tiene que ser violado. Pero también la contracara: el docente Orlando “Nano” Balbo, detenido-desaparecido que sobrevivió a la dictadura y que apuesta a otra educación; el recuerdo vivo del maestro Carlos Fuentealba, fusilado por la policía; y otra vez Bayer, en un artículo que cierra el libro, aunque, más que finalizar la obra, permite abrir ventanas hacia el futuro, porque la figura, la ética y el oficio del historiador anarquista argentino es faro hacia donde mirar cuando se habla de compromiso con las luchas de los más desposeídos. Saccomanno pronuncia: “Si escribir sobre Bayer me enerva, se debe a que, al hacerlo, debo mirar alrededor. Imposible mirar el alrededor sin mirar el pasado. Imposible no tener en cuenta la proyección de sus tensiones cruentas en el presente, la crisis de representación que corrompe los estamentos de la realpolitik. Imposible hacerse el distraído. Esta, aunque suene a reduccionismo, es la lección mayor de Bayer”.

En Escrito en Patagonia, se descubre la relación estrecha del escritor con ese territorio, sus miradas sobre la literatura en relación a ese país dentro del país y los recuerdos de conscripto en el servicio militar. En este libro, el escritor toma posición y denuncia, pero nunca pierde de vista que escribir de una forma más hermosa que como lo hacen nuestros enemigos es una de nuestras armas. En estos momentos de una Argentina que vira aceleradamente hacia el fascismo, Saccomanno, con sus crónicas, propone otro país: uno donde los y las condenadas de la tierra no pierden las esperanzas y todavía atemorizan a los estancieros y oligarcas.

*Por Leandro Albani para La tinta / Imagen de portada: Martín Bonetto.

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Palabras claves: Guillermo Saccomanno, Libro, Patagonia Rebelde

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