La Vieja Esquina, pulpería de ciudad

La Vieja Esquina, pulpería de ciudad
17 julio, 2018 por Soledad Sgarella

Ahicito, en el mismísimo centro de nuestra capital, una esquina donde todavía la comida es de verdad. Un lugar donde aún se puede alimentar pulsudamente el cuerpo y el alma, de pie, mirando por una ventana la intersección de las tradicionales Caseros y Belgrano.

Por Soledad Sgarella para La tinta

En la esquina, la pulpería se erige como un bastión, como uno de los últimos en la zona. Es de las poquísimas casas antiguas que aún no han derrumbado, y de los escasos lugares para ir a comer comidas tradicionales en cualquier estación del año, más allá del invierno o las fechas patrias.

Más originarias de lo rural que de lo citadino, las pulperías eran el lugar de encuentro y de abastecimiento. Como aquellos típicos e históricos negocios tan mencionados en la literatura gauchesca, esta céntrica pulpería cordobesa es el local por el cual pasar, alimentarnos bien nutridamente y disfrutar de que exista madera y calidez en medio del cemento urbano.

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Franca es la hija de Miguel Ángel Constanzo, el dueño y fundador del local. Cuenta que desde 1984 el local de comidas nunca paró: “sólo en vacaciones, y los domingos, ya que estamos abiertos de lunes a sábados”.

Hay un pequeño cartel que indica qué empanadas podes pedir (además de la humita y el locro), pero las paredes son las portadoras de múltiples ilustraciones y viñetas de humor gráfico, uno de los rasgos identitarios de la pulpería, desde sus comienzos. Franca comparte que es su papá quien se encargó siempre de la estética de La Vieja Esquina: “A mi papá le gusta mucho el humor gráfico y aparte, Quino era medio pariente, así que hizo varias ilustraciones, y va recopilando, compra carteles en la ruta… se encarga él y va agregando”.

Entrás y te encontrás con una barra rústica, con farolitos, en la que tenes que hacer tu pedido, para llevar o para comer ahí. Si pedís para llevar, el empaquetamiento dice de manera pregnante: tradición y calidad. Sin lugar para dudas.

Si te quedas ahí, no hay mesas. Hay unas barras donde la paisanada puede acomodarse y mientras come, ver por la ventana pasar el trole y otros colectivos, charlar con los vecinos de silla o disfrutar de las empanadas de pie, estoicamente, casi cual ritual patriótico.

Porque, compañeros y compañeras, comer es eso, un ritual.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

Y mediante los rituales, según Mary Douglas y Baron Isherwood (unos estudiosos británicos que estudian la perspectiva antropológica del consumo y esas cosas) los grupos seleccionan y eligen, colectivamente, los significados que regulan la vida.

Los rituales explicitan las definiciones públicas de lo que se juzga como valioso, y claramente, a juzgar por la cantidad que somos acá cumpliendo nuestro ritual de empanadas, locro y vino, La Vieja Esquina es uno de los locales gastronómicos de más valor para los y las cordobesas.

Comer, compañeros y compañeras, es más que la necesidad primaria de alimentarnos para sobrevivir como seres vivos. Es ese momento en que nos alimentamos socialmente, para subsistir como grupo humano, para encontrarnos con otras, otros y otres a compartir y estrecharnos las manos y abrazar las ideas y las emociones.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

De paso y ya que estamos, siempre es bueno recordar que la etimología de la palabra “compañero”, se origina en la expresión latina cum panis, referente al acto de compartir el pan.

O las empanadas.

O el plato de locro.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

*Por Soledad Sgarella para La tinta. Fotos: Colectivo Manifiesto.

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