El cuento de la criada, el deseo como transgresión

El cuento de la criada, el deseo como transgresión
27 junio, 2018 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

El cuento de la criada es una de las obras más importantes de la escritora canadiense Margaret Atwood, publicada en 1985. En ella se abordan diferentes y entrelazadas problemáticas. En 2017 se estrenó la serie televisiva basada en la novela. Antes, en 1990, fue llevada al cine de la mano del director alemán Volker Schlöndorff, y también tuvo su adaptación teatral en 2002 por Brendon Burns.

Es importante mencionar que El cuento de la criada se nutrió de distintos hechos de la historia: ejecuciones grupales, leyes suntuarias, quema de libros, el programa Lebensborn de la SS y el robo de niños en Argentina por parte de los militares, entre otros. Hace unos días, la diputada nacional Victoria Donda, en un tramo de su discurso por la legalización del aborto, citó la novela de Atwood, y comentó que cuando le preguntaron a la autora del libro en qué se había inspirado, ella contestó: “en los grupos de tareas de la Alemania nazi, y en la Argentina, más precisamente en lo que sucedía en la Escuela de Mecánica de la Armada”. Recientemente, la escritora canadiense, con el compromiso que la caracteriza, publicó en su cuenta de twitter un mensaje a Gabriela Michetti: “Viceprecidenta de Argentina Gabriela Michetti, no haga la vista gorda de las miles de mujeres que mueren en abortos clandestinos todos los años. Dele a las mujeres argentinas el derecho a decidir”.

El cuento de la criada es un relato desgarrador y cruel. La historia retrata la república de Gilead, régimen totalitario construido sobre el fundamentalismo puritano de los Estados Unidos en el que las libertades civiles se han eliminado y las mujeres fértiles son reducidas a la servidumbre para garantizar la continuidad de la especie frente a la disminución de la natalidad provocada por la contaminación.

En la novela, hay un juego con dos historias distintas aunque con el mismo personaje: Defred. El nombre de criada de la protagonista es un compuesto que indica de quién es propiedad: “De Fred”, que es el comandante que la posee y, pese a que cambie de criada, ella seguirá llamándose de la misma manera. Defred, al igual que otras criadas, está obligada a mantener relaciones sexuales con su comandante, y la esposa debe estar presente y sujetarla. Esta violación recibe el nombre de «la ceremonia».

“Una silla, una mesa, una lámpara. Arriba, en el techo blanco, una moldura en forma de guirnalda, y en el centro de ésta un espacio en blanco tapado con yeso, como el hueco que quedaría en un rostro después de arrancarle un ojo. Alguna vez debió de haber allí una araña. Pero han quitado todos los objetos a los que sea posible atar una cuerda. Una ventana, dos cortinas blancas. Bajo la ventana, un asiento con un cojín pequeño. Cuando la ventana se abre parcialmente –sólo se abre parcialmente- el aire entra y mueve las cortinas. Puedo sentarme en la silla, o en el asiento de la ventana, con las manos cruzadas, y dedicarme y contemplar. La luz del sol también entra por la ventana y se proyecta sobre el suelo de listones de madera estrechos, muy encerados. Huelo la cera. En el suelo hay una alfombra ovalada, hecha con trapos viejos trenzados. Ésta es la clase de detalle que les gusta: arte popular, arcaico, hecho por las mujeres en su tiempo libre con cosas que ya no sirven. Un retorno a los valores tradicionales. Quien nada desperdicia, nada necesita. Yo no soy un desperdicio. ¿Por qué tengo necesidades? En la pared, por encima de la silla, un cuadro con marco pero sin cristal: es una acuarela de flores, lirios azules. Las flores aún están permitidas. Me pregunto si las demás también tendrán un cuadro, una silla, unas cortinas blancas. ¿Serán artículos repartidos por el gobierno? Imagínate que estás en el ejército, decía Tía Lydia. Una cama. Individual, de colchón semiduro cubierto con una colcha blanca rellena de borra. En la cama no se hace nada más que dormir… o no dormir. Intento no pensar demasiado.  Como el resto de las cosas, el pensamiento tiene que estar racionado. Hay muchas cosas en las que es mejor no pensar. Si pensamos corremos el riesgo de perjudicar nuestras posibilidades, y yo tengo la intención de resistir. Sé por qué el cuadro de los lirios azules no tiene cristal, y por qué la ventana sólo se abre parcialmente, y por qué el cristal de la ventana es irrompible. Lo que temen no es que escapemos –al fin y al cabo no llegaríamos muy lejos-, sino esas otras salidas, las que una puede abrir en su cuerpo si dispone de un objeto afilado”. 

Amparándose en la coartada del terrorismo islámico, algunos políticos teócratas se hacen con el poder y como primera medida, suprimen la libertad de prensa y los derechos de las mujeres. Hay varias categorías, por ejemplo, los comandantes que organizan la sociedad empleando la religión como arma mientras que sus mujeres, las esposas, se quedan en casa, esperando de forma paciente a que las criadas tengan los bebés que ellas no pueden tener.

Esta trama oscura y punzante, tiene a su vez, el tinte de un sutil sarcasmo muy bien logrado por Atwood.

“Me sumerjo en mi cuerpo como en una ciénaga en la que sólo yo sé guardar el equilibrio. Mi territorio es un terreno movedizo. Me convierto en el suelo en el que aplico el oído para escuchar los rumores del futuro. Cada panzada, cada murmullo de ligero dolor, ondas de materia desprendida, hinchazones y contracciones del tejido, secreciones de la carne: son signos, son las cosas de las que necesito saber algo. Todos los meses espero la sangre con temor, porque si aparece representa un fracaso. Otra vez he fracasado en el intento de satisfacer las expectativas de los demás, que han acabado por convertirse en las mías. Solía pensar en mi cuerpo como en un instrumento de placer, o un medio de transporte, o un utensilio para el cumplimiento de mi voluntad. Podía usarlo para correr, apretar botones de un tipo u otro, y hacer que ocurrieran cosas. Existían límites, pero aún así mi cuerpo era ágil, único, sólido, formaba una unidad conmigo. Ahora el cuerpo se las arregla por sí mismo de un modo diferente. Soy una nube solidificada alrededor de un objeto central, en forma de pera, que es duro y más real que yo y brilla en toda su rojez rodeado por una envoltura translúcida. Dentro hay un espacio inmenso, oscuro y curvo como el cielo nocturno, pero rojo en lugar de negro. Miríadas de luces diminutas brillas, centellean y titilan en su interior, incontables como las estrellas. Todos los meses aparece una Luna gigantesca, redonda y profunda como un presagio. Culmina, se detiene, continúa y se oculta, y siento que la desesperación se apodera de mí como un hambre voraz. Sentir ese vacío una y otra vez. Oigo mi corazón, ola tras ola, salada y roja, sin cesar, marcando el tiempo”.

Las mujeres se dividen en castas y se promueve el miedo y la sospecha entre ellas. La criada es una mujer objeto, cuyo único valor está en su útero, necesario para alcanzar el nivel de nuevos nacimientos deseado en Gilead.

En la República de Gilead, el cuerpo de Defred sólo sirve para procrear, tal como imponen las normas establecidas por la dictadura puritana que domina al país. Si Defred se rebela, o si no es capaz de concebir, la espera la muerte en ejecución pública o el destierro a unas Colonias en las que tendrá que convivir con residuos tóxicos.
Entre tantas rutinas, Defred recuerda instantes de su pasado, y en un momento, consigue establecer una relación «amistosa» con su comandante; aunque ella lo odia, él le permite realizar algunos “privilegios” como dejarla leer (prohibido en Gilead) o jugar con él a las palabras cruzadas.  Pero lo que nadie sospecha, ni siquiera un gobierno despótico parapetado tras el supuesto mandato de un dios todopoderoso, es que nunca es posible gobernar el pensamiento de una persona. Ni mucho menos su deseo. 

“El Nacimóvil llega a la casa a última hora de la tarde. El sol brilla débilmente entre las nubes y en el aire flota el olor de la hierba húmeda que empieza a calentarse. He pasado todo el día en la ceremonia del Nacimiento y he perdido la noción del tiempo. La compra de hoy debe de haberla hecho Cora, porque yo estoy eximida de toda obligación. Subo la escalera con esfuerzo y sujetándome a la barandilla. Me siento como si hubiera estado en pie durante varios días, corriendo todo el tiempo; me duele el pecho y tengo agujetas, como si me faltara azúcar. Por una vez en la vida, ansío estar sola. Me acuesto en la cama. Me gustaría descansar, dormir, pero estoy demasiado fatigada y al mismo tiempo tan excitada que no podría cerrar los ojos. Contemplo el techo, las hojas de la guirnalda. Hoy me recuerda un sombrero, uno de esos de ala ancha que en otro tiempo usaban las mujeres: sombreros como enormes aureolas, adornados con frutas y flores y plumas de pájaros exóticos; sombreros que representaban la idea del paraíso flotando exactamente por encima de la cabeza, un pensamiento solidificado.  Dentro de un minuto la guirnalda empezará a colorearse y yo empezaré a ver cosas. A este extremo llega mi cansancio: igual que cuando has conducido durante toda la noche, en la oscuridad, por alguna razón, no voy a pensar en eso ahora, en cuando nos contábamos historias para mantenernos despiertos y nos turnábamos al volante. A medida que saliera el sol empezaríamos a ver cosas con el rabillo del ojo: animales atroces en los arbustos que crecen a los costados de la carretera, siluetas desdibujadas de hombres que desaparecen cuando intentas fijar la mirada en ellas”. 

El cuento de la criada es una historia que ilumina con firmeza algunas de las más oscuras conexiones entre política y sexo. Es inquietante, y está maravillosamente escrita. Es una historia anticipatoria y con un sarcástico ingenio que vale la pena leer una y otra vez.

Sobre la autora

Margaret Atwood (Ottawa, 1939) es una de las escritoras canadienses de mayor renombre internacional. Autora prolífica, ha cultivado diversos géneros literarios y su obra ha sido traducida a más de cuarenta idiomas. Entre sus obras se destacan, además de El cuento de la criada, Ojo de gato, Alias Grace y Oryx y Crake, que fueron finalistas del premio Booker, un galardón que obtuvo con su décima novela, El asesino ciego.

*Por Manuel Allasino para La tinta.

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