Mirna Paiz: la mujer del fusil de los afiches
Mirna Paiz Cárcamo fue la primera mujer en la guerrilla guatemalteca. Su imagen icónica portando un fusil ilustra libros y afiches callejeros.
Por Pablo Solana, desde Guatemala, para Lanzas & Letras
“Ofensiva de la memoria – Sin miedo a revelarnos”, dice la consigna sobre su imagen. Cada 30 de junio en Guatemala se realiza la Marcha de la Memoria. Como un acto más de resistencia, a poco de la nueva convocatoria, aún pueblan las paredes los afiches de 2017, que llevan la firma de la agrupación HIJOS (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia con el Olvido y el Silencio).
En Guatemala las luchas revolucionarias de la segunda mitad del siglo XX no terminaron bien. La firma de los acuerdos de paz entre el Estado y la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) dejó como saldo a un movimiento popular debilitado y un régimen oligárquico fortalecido. El informe Guatemala, memoria del silencio concluye que durante más de tres décadas de guerra civil murieron o desaparecieron más de 200.000 personas: en el 93% de los casos se estableció que los responsables fueron las fuerzas militares que cometieron un verdadero genocidio contra el pueblo. Como en otros países de América Latina, esos militares respondieron a intereses y mandatos de las élites dominantes: las mismas que hoy gobiernan el país.
En ese contexto, la memoria es parte de una disputa tan desigual como lo fue la guerra. La historia de Mirna (“Rosa María”, como se la conoció en la guerrilla), que a sus 77 años nos relata, resulta una pieza fundamental para las nuevas generaciones militantes que hoy recuperan su imagen.
Tras su primera etapa en la guerrilla, en 1965 salió del país. Vivió en México, donde fue detenida, acusada de preparar un envío de armas para su organización. Debió exiliarse en Cuba, y allí se quedó diez años. Ya de regreso a su Guatemala natal, vive ahora en un pequeño apartamento en el centro de la ciudad. Allí nos recibe para dialogar sobre su historia, que es la historia de una parte importante de la lucha revolucionaria en su país.
Prepara tinto, nos muestra revistas y fotos, entre ellas una en la que está junto a sus hermanas Clemencia y Nora. Destilan vitalidad, juventud, elegancia. “Siempre fui la más coqueta de las tres, así que cuando ya de adolescentes íbamos a fiestas mi tarea era peinarlas y que fueran bonitas”, cuenta Mirna.
Mariposas
—La historia de ustedes, tres hermanas involucradas en la lucha revolucionaria, se asimila con la de las Hermanas Mirabal en República Dominicana, ¿le han hecho esa referencia?
—Sí, claro, y para mí es un honor…
Al igual que Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, Mirna, Nora y Clemencia Paiz comenzaron brindando apoyo a las luchas anti-dictatoriales en sus países para sumarse después de lleno a la revolución. De todas, Mirna es la única que sobrevivió a la represión.
Nora fue detenida, torturada y quemada viva junto a Otto René Castillo y otros doce campesinos en 1967, tras una emboscada contra una columna guerrillera que ella y el poeta integraban; tenía 22 años. Clemencia (“Cecilia”, en la guerrilla) caería combatiendo en 1978: tenía 30 años y había llegado a ser integrante de la Dirección del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP).
En los años 50, el ambiente familiar de las hermanas Paiz estaba marcado por la política y las armas: su padre, el coronel Julio César Paiz, había participado de los gobiernos nacionalistas y progresistas inaugurados en 1944, ciclo que se cerró violentamente con el golpe de Estado contra Jacobo Arbenz auspiciado por los Estados Unidos en 1954. Desde entonces, dictadorzuelos y gobernantes antidemocráticos se sucedieron en el poder, hasta que otros ex miembros de las Fuerzas Armadas dieron impulso a las incipientes guerrillas rebeldes: en 1962 el oficial Luis Augusto Turcios Lima y el teniente Marco Antonio Yon Sosa, ambos desertores del Ejército Nacional, formaron el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR-13) y pasaron a la clandestinidad.
Con tanto militar alrededor podría resultar curioso que las hermanas Paiz, tres mujeres jóvenes, encontraran espacio para integrarse a las filas de las nacientes organizaciones armadas. Iniciados los años 60, el ejemplo de los barbudos cubanos definía el tipo de “guerrillero”, así en masculino, que la revolución necesitaba. Si bien heroicas combatientes mujeres acompañaron la experiencia de Sierra Maestra en Cuba (conformaron el pelotón femenino “Mariana Grajales” en 1958), el rol de la mujer en la lucha revolucionaria, por aquel entonces, seguía invisibilizado. En ese contexto, las fotos de Mirna en Sierra de las Minas resultan paradigmáticas. Tomadas por el reportero gráfico Rodrigo Moya, fueron publicadas en la revista mexicana Sucesos para todos en 1966; pero a diferencia de otras fotografías donde los protagonistas son varones, en el caso de Mirna sus fotos aparecen editadas y su rostro, cubierto. Mónica Morales Flores es historiadora de la imagen, y en un trabajo publicado por la Universidad de Guadalajara (México) titulado Rosa María e Idalia: la construcción visual de la mujer guerrillera analiza la forma en que los medios de la época abordaban la construcción de la imagen femenina, que iba de la exaltación de la belleza hasta la invisibilización.
Sin embargo, entre las protestas sociales de la época en Guatemala, las mujeres marcaban su propio protagonismo. En 1962, como parte de las Jornadas Patrióticas de Marzo y Abril, el Comité Cívico Femenino convocó a una marcha que terminó siendo masiva. La encabezaban mujeres familiares de las personas asesinadas y heridas por la represión que exigían la renuncia del presidente Ydígoras Fuentes. Nos cuenta Mirna: “Nora, junto a un grupo de muchachas que estudiaban en el Instituto Belén, se ponen en huelga y salen a la calle a manifestar, se sientan así en la calle, no las mueve la policía ni nada. Ahí empieza la participación de mi hermana. Yo en esa época ya trabajaba, por eso ella se involucra más”.
Mirna, sus hermanas y otras mujeres pujaron por ganarse su lugar en la lucha revolucionaria. “En el 64 ya estaban las FAR en Sierra de las Minas, entonces hago mi solicitud a Turcios Lima, y me aceptan”, recuerda. ¿Qué pensarían estos militares sobre la participación de las mujeres en los frentes guerrilleros? “En mi época no había nada de feminismo. Para nada. Pero cuando llegué, lo primero que les dije fue: ‘Yo no vengo aquí ni a cocinarles ni a lavarles ni a zurcirles la ropa, a mí me tratan como a un compañero más, y me dan tareas como a un compañero más’”.
No les resultó fácil: a poco de incorporarse a las Fuerzas Armadas Rebeldes, y de sumarse a las filas combatientes en la Sierra de las Minas, les ordenaron bajar. “Yo lo tomé muy mal, pero órdenes son órdenes… Una las cumplía y no preguntaba muchas cosas. Estaba la compartimentación, la seguridad… Pero a estas alturas una se da cuenta de que sí hubo errores”, reflexiona hoy. No oculta su incomodidad por el trato diferencial que les dispensaron por ser mujeres. “Busquen cómo cuenta Pablo Monsanto esa etapa en su libro”, nos recomienda.
Los libros de la buena memoria
Rosa María, una mujer en la guerrilla. Relatos de la insurgencia guatemalteca en los años sesenta, es el libro que recoge las vivencias de los primeros años de militancia revolucionaria de Mirna. El texto tiene la virtud de haber sido escrito apenas tres años después de haber salido del Frente Guerrillero Edgar Ibarra, durante su exilio en Cuba.
Otros libros recogen testimonios de mujeres en la lucha revolucionaria de Guatemala: Ese obstinado sobrevivir. Autoetnografía de una mujer guatemalteca, de Aura Marina Arriola, militante del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), las FAR y una de las fundadoras del EGP, publicado después de la firma de los acuerdos de paz, en el año 2000; también La guerra de los 36 años vista con ojos de mujer de izquierda, de Chiqui Ramírez, integrante del Frente Unido del Estudiantado Guatemalteco Organizado (FUEGO), del PGT y de las FAR, también del año 2000.
Mirna nos sugiere, además, Insurrectos, donde Guillermo Paz Cárcamo, su primo, reconstruye la experiencia revolucionaria incorporando una mirada crítica. Pero la mención al libro de Monsanto, “busquen cómo él lo cuenta”, nos deja una inquietud especial.
Seguimos la pista. Pablo Monsanto (Jorge Ismael Soto, su nombre antes de la guerrilla) fue el conductor del Frente Guerrillero que integró Mirna y después su hermana Nora. Tras ser parte de la comandancia de la URNG y firmante de los acuerdos de paz, aún hoy es un respetado dirigente de la izquierda guatemalteca. Lo visitamos en las oficinas de Convergencia, la nueva fuerza política que integra. Su libro Somos los jóvenes rebeldes agotó todas las ediciones, pero su hermana Susana, también militante de toda la vida, nos lo obsequia. Monsanto nos cuenta: “Mirna, ‘Rosa María’, fue la primera mujer en incorporarse a las filas de la guerrilla. Fue un acontecimiento especial, ella se convirtió en un incentivo que llamaba la atención de la población… Fue también un reto para los colaboradores y simpatizantes, pues para la actitud machista de los hombres ella se convirtió en acicate para poner en práctica la valentía y disposición a participar directamente en las actividades armadas”.
En las páginas de su libro también describe los efectos que produjo la incorporación de Mirna en la Sierra: “La presencia de la primera mujer en las filas guerrilleras despertó nuevas formas de relación interna dentro de la guerrilla, un sentimiento generalizado de solidaridad y apoyo hacia ella en particular, y una atención respetuosa y especial a todas las mujeres de la población”.
Monsanto también compartió días en el monte con Nora, la hermana de Mirna. Él sobrevivió a la emboscada donde la detienen a ella y al poeta Otto René Castillo. A ambos los torturaron hasta quemarlos vivos. “Volví a aquella zona para escribir el libro, y la gente todavía tiene pánico, no habla…”. El relato de Monsanto se ramifica por caminos trágicos y fascinantes… Dejaremos algunas de esas historias para otra vez, ahora volvamos a Mirna.
México, Cuba, Ejército Guerrillero de los Pobres
Si la primera etapa de su adhesión revolucionaria encontró en la Guerrilla Edgar Ibarra de las FAR puntos de contacto con su hermana Nora, años más tarde Mirna seguirá los pasos de su otra hermana, Clemencia, al integrarse al Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP).
Después de la decisión de que las mujeres bajaran de la Sierra de las Minas, “a mí me mandan a México con una tarea de logística: comprar armas y mandarlas para acá”, recuerda Mirna. El periódico mexicano La Prensa, en su edición del 28 de septiembre de 1966, informará: “La policía evitó el envío de fuerte cargamento de armas destinado a los guerrilleros que pretenden derrocar al gobierno de Guatemala, al capturar ayer a cuatro guatemaltecos”. Ella era una de las cuatro personas apresadas. Fue trasladada a la cárcel de mujeres de Santa Marha Acaillla, donde compartió celda con otras mujeres guerrilleras, como las mexicanas Ana María Rico Galán, del Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), y Margarita Urías Hermosillo, del Movimiento 23 de Septiembre.
Tras el terrible asesinato de Nora a manos del Ejército en 1967, la madre de Mirna fue a México para estar cerca suyo, y junto a ella viajó también su hermana Clemencia, quien ya colaboraba con las FAR y también debía dejar el país por motivos de seguridad.
En marzo de 1968 Mirna fue deportada a Cuba, donde retomó contacto con sus camaradas de las FAR, quienes la enviaron a Corea del Norte para recibir instrucción militar. Ya de regreso en Cuba, en mayo de 1969 nació su hijo Ernesto. Durante esos meses se dio el tiempo para escribir los testimonios que años después darían cuerpo al libro Rosa María…
Mientras tanto, su hermana Clemencia, plenamente comprometida con las actividades revolucionarias, vuelve a Guatemala para ayudar con el ingreso de los guerrilleros exiliados por la selva del Ixcán, en la frontera con México. Así se fue convirtiendo en una de las fundadoras del núcleo que en 1974 se daría a conocer como Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP). Fue la primera responsable del trabajo clandestino con los obreros, “conjugando capacidad y diversas experiencias, en la construcción de una verdadera dirección colectiva”, según la describen en la prensa del EGP, Informador Guerrillero.
Mirna pudo regresar a Guatemala recién en 1979, un año después de la caída en combate de Clemencia. Esta vez se sumaría a las filas de la organización que su hermana había ayudado a desarrollar, el EGP.
Años más tarde, en 1984, las dificultades de la lucha revolucionaria provocan nuevos reacomodos, y un grupo rompe con el EGP. Mirna no se resigna: pasa a militar en el grupo Octubre Revolucionario.
Pocos años después se iniciarían las negociaciones de paz que darían por cerrado un ciclo de la historia de Guatemala signado por los anhelos de justicia y revolución. Mirna, sus hermanas, su generación, han sido dignas protagonistas que merecen todo el reconocimiento de la historia.
*Por Pablo Solana, desde Guatemala, para Lanzas & Letras