¿Cuánto tiempo vamos a seguir simulando que los palestinos no son personas?
La alianza entre Trump y Netanyahu le depara al pueblo palestino un futuro oscuro, donde la ocupación de sus tierras se multiplicará y la muerte será moneda corriente.
Robert Fisk para The Independent
Monstruoso. Espantoso. Malvado. Es extraño cómo las palabras simplemente se agotan en el Oriente Próximo actual. Sesenta palestinos muertos. En un día. Dos mil cuatrocientos heridos, más de la mitad de bala. En un día. Las cifras son un escándalo, inmorales, una vergüenza para todo ejército que las provoque.
¿Y se supone que tenemos que creer que el ejército israelí es un ejército que sigue el código de la “pureza de las armas”?¹ Y tenemos que hacer otra pregunta. Si esta semana son sesenta los palestinos muertos en un día, ¿qué pasa si la semana que viene mueren 600? ¿O 6000 el mes que viene? Las funestas excusas de Israel (y la cruda respuesta de Estados Unidos) suscitan esta pregunta. Si ahora podemos aceptar una masacre de estas dimensiones, ¿cuánto más va a aceptar nuestro sistema inmunológico en los próximos días, semanas y meses?
Sí, conocemos todas las excusas. Hamas (corrupto, cínico, carente de “pureza”…) estaba detrás de las manifestaciones. Algunos de los manifestantes eran violentos, lanzaron cometas ardiendo (¡cometas, por todos los cielos!) al otro lado de la frontera; otros arrojaron piedras, aunque ¿desde cuándo arrojar piedras ha sido un crimen sancionado con la pena de muerte en algún país civilizado? Si una bebé de ocho meses muere tras inhalar gases lacrimógenos, ¿qué hacían sus padres llevando a esta bebé a la frontera de Gaza? Y así sucesivamente. ¿Por qué quejarnos por los palestinos muertos cuando tenemos a los Al Sisi en Egipto, los Assad en Siria y a los saudíes en Yemen con los que lidiar? Pero no, los palestinos siempre tienen que ser culpables.
Las propias víctimas son los culpables. Eso es exactamente lo que los palestinos han tenido que soportar durante 70 años. Recuerden que fueron culpables de su propio éxodo hace siete décadas porque siguieron las instrucciones que daban las emisoras de radio de abandonar sus hogares hasta que los judíos “fueran arrojados al mar”. Solo que, por supuesto, nunca existieron esos programas de radio. Todavía tenemos que agradecer a los “nuevos historiadores” de Israel el haberlo demostrado. Los programas de radio fueron un mito, parte de la historia fundacional nacional de Israel, inventada para garantizar que ese nuevo Estado, lejos de haberse fundado sobre los hogares de otras personas, lo había hecho en una tierra sin pueblo.
Y fue increíble contemplar cómo la misma vieja cobardía informativa de siempre empezaba a infectar el relato de los medios de comunicación sobre lo que ocurría en Gaza. La CNN llamó “medidas enérgicas” a los asesinatos israelíes.
En muchos medios de comunicación las referencias a la tragedia de los palestinos aludían a su “desplazamiento” hace 70 años, como si diera la casualidad de que estuvieran de vacaciones cuando ocurrió la “Nakba” (la catástrofe, como se la conoce) y simplemente no pudieran volver a casa. La palabra utilizada debería haber sido absolutamente clara: desposesión. Porque eso es lo que les ocurrió a los palestinos hace todos estos años y es lo que todavía ocurre hoy en Cisjordania mientras usted lee estas líneas, gracias a hombres como Jared Kushner, el yerno de Donald Trump, un defensor de esas execrables e ilegales colonias construidas en tierra árabe quitada a los árabes que han sido los propietarios de estas tierras y han vivido en ellas durante generaciones.
Y así llegamos al más espantoso de todos los acontecimientos aciagos de la semana pasada: el hecho de que se produjeran simultáneamente la masacre en Gaza y la espléndida inauguración de la nueva embajada estadounidense en Jerusalén.
“Es un gran día para la paz”, anunció el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu. Cuando lo oí, me pregunté si había escuchado bien. ¿Realmente dijo esas palabras? Desgraciadamente, las dijo. En momentos como este es un inmenso alivio ver que periódicos como el diario israelí Haaretz conservan su sentido del honor. Y el reportaje más destacado se publicó en The New York Times, donde Michelle Goldberg captó perfectamente el horror tanto de Gaza como de la inauguración de la embajada en Jerusalén.
La inauguración, escribió la periodista, fue “grotesca (…) una consumación de la cínica alianza entre halcones judíos y evangelistas sionistas que creen que la vuelta de los judíos a Israel marcará el comienzo del apocalipsis y la vuelta de Cristo, tras lo cual los judíos que no se conviertan arderán para siempre”. Goldberg indicó que Robert Jeffress, un pastor de Dallas, había oficiado la oración de apertura en la ceremonia de la embajada.
Y Jeffress es quien una vez afirmó que religiones como el “mormonismo, el islam, el judaísmo y el hinduismo” llevan a la gente “a estar separados de Dios toda una eternidad en el infierno”. La bendición final la pronunció de John Hagee, un predicador mesiánico que, lo recordó Goldberg, afirmó una vez que Hitler había sido enviado por Dios para conducir a los judíos a su patria ancestral.
Michelle Goldberg añadía respecto a Gaza: “Aunque se niegue totalmente el derecho palestino al retorno (lo cual me resulta más difícil de hacer ahora que Israel ha abandonado casi totalmente la posibilidad de un Estado palestino), eso no excusa la desproporcionada violencia del ejército israelí”. Con todo, no estoy tan seguro de que los demócratas estén más animados a hablar de la ocupación israelí, como ella cree. Pero me parece que tiene razón cuando afirma que mientras Trump sea presidente “es posible que Israel pueda matar palestinos, demoler sus casas y apropiarse de sus tierras con impunidad”.
Rara vez en la época moderna nos hemos encontrado con que se trata a todo un pueblo, los palestinos, como si no fueran personas. Entre la basura y las ratas de los campos de refugiados de Sabra y Chatila en Líbano (¡qué fatídicos siguen siendo estos nombres!) hay una casucha que sirve de museo y donde se exponen artículos llevados a Líbano desde Galilea por las primeras personas refugiadas de finales de la década de 1940: cafeteras y las llaves de la puerta principal de casas, destruidas hace tiempo. Muchas de estas personas cerraron con llave sus casas pensando que iban a volver al cabo de unos días.
Pero esta generación va muriendo rápidamente, como los muertos de la Segunda Guerra Mundial. Incluso en los archivos orales de la expulsión palestina (se ha grabado al menos a 800 supervivientes), recopilados en la Universidad Americana de Beirut, se está descubriendo que han muerto muchas de estas voces que fueron grabadas a finales de la década de 1990.
Así pues, ¿irán a casa? ¿”Retornarán”? Sospecho que ese es el mayor temor de Israel, no porque haya que “retornar” (devolver) las casas, sino porque son millones los palestinos que reivindican este derecho, sancionado por las resoluciones de la ONU, y que la próxima vez podrían aparecer por decenas de miles ante la valla fronteriza de Gaza.
¿Cuántos francotiradores necesitará entonces Israel? Y hay, por supuesto, ironías lamentables ya que en Gaza viven familias cuyos abuelos y abuelas fueron expulsados de sus casas situadas a menos de una milla de la propia Gaza, de dos pueblos que estaban exactamente donde está actualmente la ciudad israelí de Sderot, a la que Hamas lanza cohetes a menudo. Todavía pueden ver sus tierras. Y cuando puedes ver tu tierra quieres ir a casa.
¹El código de “la pureza de las armas” es uno de los valores que se afirman en la doctrina ética oficial de las llamadas “Fuerzas Defensivas Israelíes”, el ejército israelí. Según este código: “El soldado hará uso de su armamento y de su poder sólo para cumplir la misión y únicamente en la medida necesaria; mantendrá su humanidad incluso en combate. El soldado no empleará su armamento ni su poder para herir a no combatientes o a prisioneros de guerra, y hará todo lo que esté en su mano para evitar dañar sus vidas, cuerpos, honores y propiedades”. (N. de la t.)
Por Robert Fisk para The Independent / Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.