Honduras: comandos insurreccionales contra la dictadura
Buscan organizar a 300.000 personas en comandos para resistir la represión y revertir el régimen surgido del fraude electoral.
Por Pablo Solana para Lanzas y Letras
“Democracia estilo Honduras” la llaman algunos, con sarcasmo. Menos dispuesto a los eufemismos desde que fue derrocado en 2009, el ex presidente Manuel Zelaya suele utilizar el término “dictadura”. Con el tiempo, la denominación fue calando más allá de sus vehementes trinos en Twitter, a tal punto que el frente electoral que buscó disputar la presidencia del país en noviembre del año pasado se llamó “Alianza de Oposición contra la Dictadura”. Conocido el desenlace de esos comicios, el nombre cobró la más plena dimensión.
El 26 de noviembre de 2017, después de una jornada de votación tranquila, solo quedaba esperar los resultados. Pasó la noche y nada. Recién durante la madrugada del día siguiente el Tribunal Supremo Electoral hizo un anuncio parcial que, con el 57,19 de las actas escrutadas, daba como claro ganador al opositor Salvador Nasralla. Sin embargo, esa noticia resultó efímera. Hubo corte de energía y sucesivas caídas del sistema (640 veces, según denunció la oposición) hasta que la tendencia increíblemente se revirtió: el presidente en ejercicio y candidato a la reelección, Juan Orlando Hernández (JOH), terminó consagrado ganador. El Tribunal Electoral se tomó 21 días para poder mostrar los resultados, en un conteo que no resistió la más mínima verificación. El proceso electoral fue desconocido en principio tanto por Naciones Unidas como por la Unión Europea aunque, con el paso de los días, se desentendieron del lío y JOH se quedó con el gobierno.
Quienes no se quedaron quietos fueron los miles de hondureños y hondureñas que salieron a las calles. Las movilizaciones fueron masivas, en todo el país y sostenidas en el tiempo. Pero el gobierno, acusado de fraudulento y dictador, respondió a la altura de las acusaciones: decretó un toque de queda y desplegó a las Fuerzas Armadas, la Policía Militar y la Policía Nacional por todo el país. Al menos 34 manifestantes fueron asesinados.
Juan Orlando Hernández, reelegido en esas circunstancias, había llegado por primera vez a la presidencia en 2013. Aquella vez la oposición también denunció fraude, aunque “no lo pudimos demostrar técnicamente, porque ellos tienen el control de todas las instituciones”, explica Gilberto Ríos, dirigente opositor y uno de los promotores de la iniciativa.
Pero hay más que los dos fraudes de JOH: en 2009 un golpe de Estado sacó del gobierno al entonces presidente Zelaya, quien contaba con apoyo popular y había sumado a Honduras al ALBA; desde entonces todo ha sido falta de libertades y represión para el movimiento social. El caso de mayor repercusión internacional fue el asesinato de la lideresa campesina e indígena Berta Cáceres, aún impune. Los manifestantes asesinados en protestas y los presos políticos suman varias decenas, especialmente desde la represión desatada tras las últimas elecciones.
En este contexto, ¿cuáles son los planes del movimiento popular hondureño, fuerte en sus expresiones gremiales organizadas, y de la dirigencia opositora, experimentada, que ha ejercido el gobierno con Zelaya y demostró poder reunir en las urnas a una mayoría social? ¿Por qué el caso Honduras no se convierte en el escándalo internacional que debería ser? ¿La “comunidad internacional” solo está dispuesta a denunciar lo que sea, en tanto se trate exclusivamente de Venezuela?
Por otra parte, ¿qué lecciones deja la “Democracia estilo Honduras”, laboratorio de represión desde hace una década, ante el panorama de crecientes recortes democráticos en Nuestra América?
Ríos, ingeniero de profesión, es militante de izquierda desde sus épocas de estudiante. Fundó la organización Los Necios y desde allí integró el partido Libertad y Refundación (LIBRE), del cual llegó a ser dirigente nacional. Cercano al ex presidente Zelaya, se desempeña como coordinador de Relaciones Internacionales del Frente Nacional de Resistencia Popular. Con él dialogamos en un bar de Tegucigalpa.
—El país está convulsionado, se nota en el clima político enrarecido y también en las calles. ¿Qué sucedió desde las últimas elecciones hasta hoy?
—Lo de noviembre pasado fue una repetición del fraude de 2013, y de cierta manera una caricatura del golpe de Estado de 2009. Aquí hay una oligarquía que controla férreamente las instituciones desde que inició la vía democrática del país en 1982, y eso solo varió en el gobierno del presidente Zelaya, de 2006 a 2009. Zelaya, después del primer año de gobierno, hizo un giro a partir de su amistad con Hugo Chávez y con el proyecto del ALBA y esto empezó a cambiar de tonalidad. La oligarquía hondureña lo vio como algo lesivo a sus intereses, y por eso dieron el golpe.
Luego, en el 2013, con la candidatura de Xiomara Castro de Zelaya, hubo un fraude electoral que no pudimos demostrar técnicamente porque ellos tienen el control de todas las instituciones, la Corte Suprema Electoral. Aun siendo la segunda fuerza política del país no tuvimos representación en el Tribunal ni en otras instituciones que son garantes del proceso, entonces el fraude se repitió, pero ahora de manera más absurda, el 26 de noviembre de 2017. Porque la masividad del voto en contra del presidente (Juan Orlando Hernández) fue sustancial, significativo. JOH perdió las elecciones por más del 15%, ellos tuvieron que admitir un 5% el primer día, y pasados cuatro días, después de que se había caído el sistema 640 veces según un peritaje internacional, pues la tendencia cambió después tener el 71% de las actas escrutadas, lo que matemáticamente es imposible, no hay forma matemática de revertir semejante tendencia.
—¿Qué sucedió con los veedores internacionales, hubo posiciones firmes que ayudaran a la denuncia de la oposición?
—En los primeros momentos sí, tanto la Unión Europea como la propia OEA advirtieron que había irregularidad en el proceso, incluso el secretario general (de la OEA, Luis) Almagro, que es un personaje de la derecha y que está al servicio de los designios de Washington, dijo que había que repetir las elecciones. Pero poco a poco esa posición se fue apaciguando hasta que, finalmente, terminó casi certificando el fraude y dándole la espalda a la oposición política en Honduras. También la observación de la Unión Europea hizo ver las deficiencias que tenía el proceso electoral, y sin embargo esto nunca se tradujo en que el proceso se revirtiera. Hubo muertos, persecución política, hay 22 prisioneros políticos, dos muchachos dirigentes estudiantiles exiliados, es decir, tenemos todo un marco de represión que todavía responde al fraude electoral del 26 de noviembre.
—¿UNASUR, CELAC, los organismos intergubernamentales latinoamericanos, han tenido algún tipo de posicionamiento?
—No. Recordemos que todos esos organismos cambiaron de correlación hace un tiempo. Todavía en 2009 tuvimos mucho más apoyo de todas esas articulaciones internacionales, pero ahora de eso ya casi se cumplen diez años, allí comenzó todo ese proceso de reversión de derechos en América Latina, que justamente se inició con el laboratorio del golpe de Estado.
—¿Cómo se hace política en Honduras? ¿Qué caminos vislumbran ante esta obturación de la democracia formal?
—Todos los caminos de lucha son necesarios, los democráticos, los de la protesta pública. No hemos caído en la propuesta de la violencia armada o de algún otro tipo para allanar camino, aunque nos quieran obligar hacia allí. Más importante que el método es cambiar la correlación social, es decir, enfocarse en que más sectores de la población estén conscientes de lo que vive el país. Allí estriba la solución del problema: hacer conscientes a más capas sociales del pueblo, sobre todo con la evidencia del fraude de 2017.
—¿Y cómo piensan acceder al gobierno, si les roban las elecciones? Hay una sentencia de la izquierda que establece que salvo el poder, todo es ilusión…
—Esa máxima de Lenin es uno de nuestros horizontes, lo que pasa es que también habría que definir qué es poder, porque poder no solamente es la institución del Estado. Cuando Daniel Ortega perdió el poder del Estado en los 90 dijo ‘vamos a gobernar desde abajo…’. No fue exactamente así, pero su organización desde las bases sociales era muy importante. En Honduras hay una tradición, los movimientos sociales siempre tuvieron más alcance desde la lucha gremial que los partidos políticos. En este sentido hay que evaluar el poder, porque poder también es movilizar sindicatos, organizar estudiantes, mover mujeres por sus derechos, etc. En 1999 Chávez nos ilusionó con eso de llegar al poder, reformar toda la Constitución, tener todo el control hasta del Ejército… pero no, eso ya es un sueño, no se va a repetir fácilmente en América Latina.
—El ex presidente Zelaya anunció la creación de comandos insurreccionales, ¿hay condiciones para una insurrección?
—Los comandos antifraude en realidad tienen que ver con la formación de sectores de la juventud que ya tienen estructura a nivel nacional. Básicamente lo que pretenden hacer es rescatar el derecho a la protesta pública. Si nosotros revisamos la historia reciente de América Latina, la protesta pública tiene poco efecto o ninguno, prácticamente ese derecho se ha perdido. Salir a la calle significa ir a recibir represión. Entonces nosotros tenemos que reconquistar la calle, reconquistar el derecho a la protesta pública. Eso implica derrotar a la policía…
—¿Y ese llamado es parte de una estrategia de más largo alcance?
—Sí, el presidente Zelaya ha planteado que en tres años podríamos llegar a un nivel de ascenso de las masas, que haya una insurrección que ahogue a las fuerzas represivas, con la presencia popular en las calles. Es algo que pasó en otro momento, por ejemplo la Revolución Sandinista fue eso, el rescate de Chávez (en 2002, tras el intento de golpe de Estado) fue eso, o sea, tenemos experiencia. Hay evidencia histórica de que se puede llegar a ese nivel de conciencia en la población, que asume y se apropia de sus derechos y limita a las fuerzas represivas en su acción, por la masividad de la presencia de los pueblos en las calles.
—Has planteado que, desde el golpe de 2009, Honduras se convirtió en un laboratorio al que el resto de América Latina debería prestar más atención. Los retrocesos de los gobiernos progresistas parecerían indicar que no se ha tomado nota de la gravedad de la ofensiva antidemocrática. ¿Cómo ves la situación continental?
—Yo asisto a las reuniones del Foro de San Pablo, allí están representados todos los partidos de izquierda de América Latina; también soy miembro de Alba – Movimientos Sociales, donde están las organizaciones sociales de izquierda claramente identificadas con un proyecto de cambio continental y anticapitalista. Veo que hay una limitación teórica del planteamiento estratégico que, desgraciadamente, hay que admitirlo, está muy marcada por el fallecimiento del comandante Hugo Chávez y por la desaparición de Fidel Castro. Nos quedamos sin los cuadros armadores a nivel continental de la estrategia antiimperialista. Hay una limitación evidentemente teórica. Nos hemos quedado sin vanguardias y hay que recrearlas.
*Por Pablo Solana para Lanzas y Letras.