Masetti, el primer desaparecido
Se cumplieron 54 años de la muerte de Jorge Masetti. Fue visto por última vez en las montañas de Salta, junto a Atilio Altamira. Huían del cerco de Gendarmería que terminó desmantelando su Ejército Guerrillero del Pueblo. Dos testimonios apuntan a esa fuerza, pero la Justicia Federal de Salta todavía no confirmó la hipótesis del fusilamiento.
Por Hernán Vaca Narvaja para Revista El Sur
En abril de 1964, el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) había sido exterminado y sus combatientes estaban detenidos, muertos o prófugos. La “Operación Santa Rosa” había sido un éxito. Pero quedó un cabo suelto: los guerrilleros Jorge Ricardo Masetti (el Comandante Segundo) y Oscar Atilio Altamira (“Atilio”) nunca aparecieron. Ni sus cuerpos, ni sus mochilas, ni sus armas. Nada. Se los tragó la selva.
El 26 de agosto de 1964 los ministros Juan Carlos Palmero (Interior), Leopoldo Suárez (Defensa) y Ángel Zavala Ortiz (Relaciones Exteriores), comparecieron en sesión secreta ante la Cámara de Diputados de la Nación. Apuntaron sin eufemismos contra Cuba y acusaron a Fidel Castro de pretender exportar su revolución al resto de América Latina. “Se ha organizado un verdadero aparato para transportar a ciertos elementos a Cuba –advirtió Palmero-, donde son adoctrinados, donde hacen su ejercitación y su práctica en guerra de guerrillas, donde se los adoctrina y capacita ideológicamente para atentar contra la estabilidad democrática de los pueblos”. El ministro vinculó al EGP con una serie de episodios previos y posteriores a su caída: la detención en Icho Cruz, en las sierras de Córdoba, de un grupo de estudiantes que se entrenaban en el “campamento Camilo Cienfuegos” a las órdenes de Juan Enrique Salem; el secuestro de armas y explosivos en La Quiaca que estaban en poder de Luis Stamponi; y la explosión, el 21 de junio de ese año, de un departamento de la calle Posadas donde murieron el “Vasco” Ángel Bengoechea y varios miembros de su grupo político.
El ministro de Defensa precisó que Gendarmería había iniciado sus operaciones sobre pistas más o menos serias el 28 de febrero de 1964, a través del destacamento número 20 de Orán, con asiento en San Ramón, y produjo las primeras detenciones el 4 de marzo. Al momento de brindar su informe a los diputados, dijo, había 18 guerrilleros capturados en el monte y 26 colaboradores externos detenidos en distintas ciudades del país, principalmente en Salta y Córdoba. Durante su exposición, Suárez dio oficialmente por muerto a Masetti: “Se supone que aquellos que han entrado en una inmediata persecución por parte de Gendarmería Nacional, seguramente por la conformación del terreno o por tener que haber afrontado dificultades para atravesar los límites territoriales, posiblemente hayan muerto. Entre ellos, el capitán Segundo (sic), que era quien estaba a cargo de este sector de guerrilleros de Salta. A tal punto esto es factible que actualmente Gendarmería Nacional sigue rastreando algunos lugares en procura de conseguir localizar a estos guerrilleros, si es que existen, o sus cadáveres, si están. Precisamente, al venir a la Cámara, recibí un telegrama donde se me señala que en una acción de este tipo acaban de encontrar el cadáver del guerrillero que se desbarrancó en un lugar que resultaba poco menos que inaccesible. Lo han encontrado y creo que lo han rescatado”. Se refería a Antonio Paul.
La búsqueda de los guerrilleros no se detuvo tras la derrota del EGP. El comandante José San Julián, ex director del Museo de Gendarmería, recuerda que el 14 de agosto se organizó una patrulla con elementos de ascensión que llegó hasta las alturas de la Sierra Morada, por encima de los 4.000 metros sobre el nivel del mar. Treparon por el cajón del río Las Piedras y encontraron huellas, raíces y tallos cortados con machete que, dedujeron, podrían ser marcas dejadas por los guerrilleros en su desesperado afán de supervivencia. Estas señales confirmaban que estaban sobre los últimos pasos de Masetti y Altamira. San Julián agregaba: “Tiempo después, el mismísimo “Che Guevara” anunciaría la muerte de Jorge Ricardo Masetti (a) “Comandante Segundo”, a familiares y amigos en Buenos Aires. Versión que resultaría confirmada finalmente por dos periodistas que lo habían conocido y tratado, y un anuncio fúnebre publicado en la sección necrológica del diario “En Marcha”, editado en Montevideo. Lo cierto es que Masetti no apareció más”.
El comandante San Julián se refería en realidad al semanario Marcha, de Uruguay, donde los periodistas Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo -viejos conocidos y compañeros de Masetti en Prensa Latina- escribieron dos semblanzas sobre su amigo en mayo de 1965: “Masetti, un guerrillero” (Walsh) y “Masetti, un suicida” (García Lupo). Ninguno sabía a ciencia cierta qué había ocurrido con Masetti y mucho menos estaban en condiciones de “confirmar” su muerte.
“De sus heridas se recupera lo suficiente para poder caminar –especulaba Walsh-, para que no lo tomen prisionero. (Esa perspectiva, recuerdo, lo obsesionaba: “Imagínate, que te agarren, que te hagan cantar, qué vergüenza viejo”). Cuando todo está perdido, cuando el furor de la selva ha aniquilado prácticamente a su grupo, Masetti llena su mochila y se interna en la espesura, monte arriba. No vuelve, todo el mundo sabe que no puede volver”.
García Lupo también imaginó, sin datos ciertos, el fatídico final de su amigo: “Es probable que Masetti haya llegado a creer que la muerte, sencillamente, no lo quería. La muerte, por ejemplo, respetaba al Che. Él lo sabía. Pero Masetti temía que en su caso hubiera una confusión, ya que se había pasado desafiándola, pero nunca lo había hecho en regla. El día que lo hizo, la muerte lo tomó en serio. Es posible que en el final, Masetti se diera cuenta que había pagado el precio justo para ser un héroe de nuestro tiempo”.
Más allá de las especulaciones de Walsh y García Lupo, Masetti no decidió perderse en el monte para siempre y mucho menos suicidarse. Su misteriosa desaparición contrasta con el resultado de la afanosa búsqueda de los gendarmes, que en menos de un mes lograron encontrar a todos los guerrilleros, incluidos los que habían sido enterrados por sus propios compañeros.
A todos menos al “Comandante Segundo” y al guerrillero “Atilio”.
Para Gabriel Rot, Masetti podría ser el primer desaparecido de la Argentina contemporánea: “¿Cabe pensar que la desaparición del cadáver del jefe haya sido concebida por las fuerzas represivas como un arma eficaz para borrar definitivamente su memoria? A la luz del comportamiento represivo de las próximas décadas, no hay dudas de que sí.
Ya se había hecho lo mismo con el cuerpo de Severino Di Giovanni, y se volvería a hacerlo con el Che en Bolivia y con Santucho en nuestro país. No resulta extraño que la desaparición del cadáver del Comandante Segundo, hombre del Che en la Argentina, constituya un antecedente temprano de la macabra tarea que sistemáticamente las mismas fuerzas represivas desplegarán años después”.
La historia de Masetti y el EGP pasó al olvido mientras los dictadores Juan Carlos Onganía (1966/1970), Marcelo Levingston (1970/1971) y Alejandro Lanusse (1971/1973) profundizaban el autoritarismo y multiplicaban las víctimas de la violencia institucional en el país. Con la asunción del gobierno popular de Héctor Cámpora, Héctor Jouvé y Federico Méndez fueron beneficiados por una ley de amnistía. Recuperaron su libertad tras haber purgado casi una década en prisión por participar –uno como vicepresidente del tribunal y el otro como fiscal- del juicio revolucionario que condenó a muerte al guerrillero Bernardo “Nardo” Grosswald.
La “primavera camporista” duró poco. Juan Domingo Perón, electo por tercera vez presidente de la Nación (1973/1974), falleció prematuramente. El gobierno quedó en manos de su viuda y vicepresidenta, Isabel Martínez. Hasta el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, que instauraría el período más tenebroso del Terrorismo de Estado en el país (1976/1983).
Pasaron más de cuatro décadas desde la caída del EGP hasta que el 5 de julio de 2005, durante el gobierno de Néstor Kirchner, un grupo de investigadores cubanos y argentinos –apoyados por la Secretaría de Derechos Humanos que dirigía Eduardo Luis Duhalde- halló los restos de Hermes Peña. La investigación se había activado a pedido de la hija del capitán guerrillero, Teresita Peña y fue canalizado a través del embajador de Cuba en Argentina Alejandro González Galiano.
El gobierno de Cuba envió al abogado José Luis Méndez Méndez como apoderado de la hija de Hermes y de la última compañera de Masetti, Concepción “Conchita” Dumois. Incansable y agudo investigador, el cubano pronto sumó la representación de la hermana de Atilio Altamira, Juana Guzmán -más conocida como “Nena” Altamira-, y de la hija argentina del Comandante Segundo, Graciela Masetti. Se integraron al equipo investigador el antropólogo cubano Alfredo Tamamé Camargo y el argentino Gabriel Rot, primer biógrafo de Masetti y por entonces colaborador de la Secretaría de Derechos Humanos.
Tras sortear algunos obstáculos burocráticos en el cementerio municipal de San Ramón de la Nueva Orán, encontraron los huesos de Hermes junto a la tumba vacía del guerrillero Jorge Guille (sus padres habían exhumado el cadáver para llevarlo a su Zárate natal). Sus restos fueron enviados a Cuba y depositados en una urna dentro del imponente mausoleo al Che Guevara que se construyó en Santa Clara.
Entusiasmado por el hallazgo del cuerpo de Hermes, el equipo de investigadores cubano-argentino se propuso buscar los restos de Masetti y Altamira. El dato más importante con que contaban era el testimonio de Héctor Jouvé, el “Teniente Cordobés”, que había sido el último en verlos con vida: “Masetti y Altamira se habían quedado sobre una enorme roca ubicada en una especie de horqueta que se formaba sobre el río Piedras al chocar con un pequeño afluente que irrumpía sobre uno de sus márgenes”, recuerda Rot. Era el mismo dato que había orientado a los gendarmes cuarenta años atrás en su infructuosa búsqueda. Rot encontró en los archivos de la fuerza un mapa en donde se podía leer, en letra manuscrita con lapicera sobre la zona de Sierra Morada, una simple y reveladora palabra entre signos de interrogación: “¿Segundo?”.
La Secretaría de Derechos Humanos pidió a Gendarmería y a la Dirección de Parques Nacionales que colaboraran en la búsqueda de los cuerpos. Dos guardaparques, cuatro gendarmes y un “mulero” acompañaron a Méndez Méndez, Tamamé y Rot en la expedición, que incluyó caminatas diarias de 45 kilómetros por las inexpugnables montañas de Orán. Las características topográficas del lugar impresionaron a Rot: “Los caminos o trillos por los que transitábamos no medían más de 50 centímetros de ancho. De un lado, ladera, del otro, precipicio. Con suerte, ante un desbarranco, una maraña de rocas o de vegetación podían atajarnos, aunque con la seguridad de no poder evitar alguna quebradura. Así era la mayor parte del trayecto; otra parte, ciertamente menor, era precipicio puro y franco, con asegurada caída libre al vacío. Al caminar por los trillos se pisan piedras de todo tamaño que destruyen el calzado y parte de la humanidad, y cualquier desvío de la mirada hacia el paisaje circundante puede resultar fatal”.
En agotadoras jornadas de ocho horas de marcha alcanzaron los tres mil metros de altura y comenzaron a remontar el monte bordeando el río Piedras, pero no pudieron llegar al punto señalado por Jouvé. Una tormenta de nieve y temperaturas de siete grados bajo cero precipitaron el fin de la expedición. Al regresar, Rot y Tamamé estaban al límite de la hipotermia.
En septiembre de 2007, organismos de Derechos Humanos de varias provincias convocados por la Comisión de la Memoria de Orán se presentaron ante el juzgado federal N° 1 de esa ciudad. Pusieron en duda la historia oficial -que a Masetti y Altamira se los había tragado la selva- y exigieron que se investigara qué había sucedido con ellos. “A más de cuatro décadas de estos sucesos, el escenario de la memoria y de la historia, el universo de hechos y personajes, se sitúa entre las fuerzas de vencedores y vencidos, en donde su relato se expone como botín de guerra, de quienes se apropiaron del cuerpo de Ricardo Masetti y Oscar Altamira Guzmán, e imponiéndonos de versiones de lo que podemos recordar y de lo que debemos olvidar, signando nuestro futuro”, advirtieron en un escrito firmado por David Leiva, Salomón Villena, Hugo Tapia, Armando Jaime y la periodista Stella Calloni, entre otros. Para evitar el rechazo por prescripción de la causa, fundaron la petición en la necesidad humanitaria de garantizar “el derecho a la verdad histórica y el duelo”.
Recordaban que se había encontrado el cuerpo de Hermes Peña pero “aún no se logró determinar el lugar donde yacen los restos de Jorge José Ricardo Masetti y Oscar Atilio Altamira Guzmán, a pesar de que se cavaron seis tumbas en distintas fincas de la zona rural del departamento Orán entre los límites de Salta y Jujuy, sobre el río Piedras”. Exigieron al juez que reactivara la búsqueda de los guerrilleros “ya que existen sospechas fundadas que los mismos fueron detenidos por las fuerzas de seguridad y que permanecen hasta la fecha en condición de detenidos-desaparecidos”.
Entre el 24 de julio y el 24 de noviembre de 2013, un equipo explorador coordinado por el cubano Méndez Méndez y el profesor de la UNSAL Christian Vitry –en carácter de perito científico-, inició una segunda búsqueda, más exhaustiva: cuarenta gendarmes y guardiaparques recorrieron 170 kilómetros cuadrados en la zona del río Piedras hasta su naciente y revisaron los cementerios municipales de Aguas Blancas y Colonia Santa Rosa. Nuevos indicios alimentaban la esperanza de hallar los restos del jefe del EGP y su lugarteniente: la mención de dos tumbas NN en el Registro de Defunciones del Registro Civil de Salta, correspondientes a los cementerios municipales de Aguas Blancas y Colonia Santa Rosa; y el testimonio del baqueano Ernesto Torres, que en abril de 1969 –cinco años después de los hechos-, había integrado una comisión geológica de YPF y dijo haber encontrado restos humanos e implementos militares “indubitablemente relacionados” con los guerrilleros desaparecidos: una mandíbula, una marmita y una bolsa azul con 200 balas.
La pista más creíble, sin embargo, surgiría de la documentación aportada por la propia Gendarmería. Estaba referida a dos denuncias radicadas en la fuerza a principios de 1966. La primera, del 30 de marzo, aludía al hallazgo de dos cadáveres esqueletizados en la zona del Río Pantanoso, en el área colindante al río Las Piedras, en la provincia de Jujuy. El denunciante, David Pantoja, capataz de la hacienda “La Horqueta” -ubicada sobre el paraje “El Pantanoso”, nombre de un afluente del río Piedras-, dijo que había visto dos cadáveres con uniforme, que estaban atados de pies y manos.
Una patrulla de Gendarmería fue a buscar a Pantoja, pero los lugareños les dijeron que ya no trabajaba ahí. En cambio, ubicaron a un campesino cuyo nombre bien podría haber salido de un cuento de Masetti: Santos Luis Borges. En compañía de un baqueano de apellido Centeno, Borges había corroborado los dichos de Pantoja y precisó que uno de los cuerpos –presumiblemente el de Masetti- estaba atado de pies y manos al tronco de un árbol, que tenía varios impactos de bala, como si hubiera sido fusilado. El cadáver tenía una estatura aproximada de un metro setenta y cinco, barba cobriza y de una de las manos colgaba un Rolex, como el que usaban los oficiales del EGP. El otro cuerpo, presumiblemente del guerrillero Altamira, yacía a escasos metros y tenía las manos atadas detrás de la espalda.
La segunda denuncia fue radicada, sugestivamente, pocos días después ante el destacamento de Gendarmería en Jujuy. En este caso, el denunciante decía haber visto a dos guerrilleros vivos vestidos de uniforme color caqui, con armas, mochilas y machetes. Detallaba incluso que ambos estaban quemados por el sol y tenían marcas de picaduras de insectos en el rostro. Cuando fue a constatar la denuncia, Gendarmería no encontró ningún indicio de presencia guerrillera. ¿Había sido una maniobra distractiva?
Méndez Méndez advirtió al juez que la documentación aportada por Gendarmería estaba incompleta porque no revelaba qué había hecho la fuerza luego de receptar las denuncias. Le pidió que reclamara los archivos faltantes, “incluida la documentación que pueda estar clasificada y restringida por razones de seguridad nacional”. Pero Gendarmería nunca envió la documentación. En esos archivos, si todavía existen, podría estar la clave para develar el trágico final del Comandante Segundo y del guerrillero Altamira.
“Me habré confundido con la tierra. Y cuando renazca en flor o en grano o llegue a lo alto de una rama, no temeré al hombre que me cercene, porque no seré yo (…) Llévenme a mí. Ese es sólo mi cuerpo. A mí. A mí. Por favor. No me condenen, no me dejen aquí. Devuélvanme mi cuerpo. Qué frío tengo. Vuelvan, no se vayan…malditos, no se vayan. No me ven llorar… por lo que más quieran. Por lo que más les duela. Se han llevado mi cuerpo. Y yo oigo. Y yo veo. Y yo siento”, había escrito Jorge Ricardo Masetti en su cuento “Eternidad”.
Tenía 34 años al momento de su desaparición.
*Por Hernán Vaca Narvaja para Revista El Sur. Epílogo del libro Masetti, el periodista de la revolución.