Silvina Giaganti: “Escribir es hablar de amor cuando se termina”
Por Juliana Quintana para Almagro Revista
Ese sábado las gotas de lluvia golpeaban con fuerza la mansarda del hotel Pulitzer, la locación que Silvina Giaganti eligió para encontrarse con la revista Almagro. Sencilla, con su usual outfit -remera negra, pantalón negro y botas negras- hizo un recorrido desde su infancia en Avellaneda hasta su rol actual en las redes sociales.
A los cinco años le pidió a su papá una pelota de fútbol y a su mamá el equipo de Independiente. Se fue de lo de sus padres a los veintiuno porque “del barrio hay que irse rápido”. Trabajó en academias de dibujo y pintura, vendió ropa en la Bond Street, fue secretaria, corrigió textos, hizo modelo vivo, estudió filosofía, dejó de comer carne, vivió en La Boca, Constitución y, hoy, en Monserrat. Todavía juega al fútbol.
Cuando habla, Silvina se balancea hacia adelante y estira los brazos, como queriendo pescar las palabras adecuadas. No responde inmediatamente, construye cada oración como una obra arquitectónica o un verso inequívoco. Cuenta que se encontró con la lectura buscando las palabras que sus padres no le daban, que iba a lo de su tía a leer El libro de los niños enamorados, de Elsa Borneman, y que a los catorce empezó a escribir después de una experiencia amorosa que quedó trunca. Mientras trabaja en su primer libro con miras a publicarlo a fin de año con la editorial Caleta Olivia, vuelve por un rato a aquel comienzo.
—Hay un cuento que escribí hace poco que creo que se va a publicar en una antología a fin de año que comienza con esa historia de amor bastante precoz y que terminó de una manera trunca, porque ambas éramos muy chicas y a partir de toda esa frustración, decepción y tristeza que me quedó, entre otras cosas que hice -que no fueron tan beneficiosas- me puse a escribir.
—¿Por qué empezaste a escribir?
—A los 14 años comencé a escribir porque veinticinco años después sigo insistiendo en que escribir es hablar de amor cuando se termina. Es hablar de muchas otras cosas más pero eso, fundamentalmente. Porque, ¿qué se hace con la experiencia amorosa cuando se termina? En algún lugar la tenés que colocar para seguir viviendo, algo tenés que hacer con eso para seguir viviendo, al menos las personas que sentimos muchas cosas. Todos, en realidad, sentimos muchas cosas pero algunos sentimos la necesidad de hacer algo con eso. Entonces ahí me puse a escribir y al año siguiente de ponerme a escribir notas y de llenar cuadernos fui por primera vez a un taller de escritura que quedaba en Boedo.
—¿Podría decirse que empezó como una escritura catártica?
—Sí, claro. La escritura tiene una dimensión catártica siempre. Después, esa catarsis requiere de un acomodamiento. Igual ya no escribo de forma tan catártica, suelo escribir de una manera mucho más fría y no tanto encima de una experiencia o desbordada por una experiencia. No obstante, escribir quizás requiere de un momento más caliente en donde estás atravesada por una cantidad de emociones o de ideas que después tenés que ordenar, pero ya no escribo de una manera tan catártica. A los catorce creo que otra cosa no podía hacer.
—¿Te gusta narrar en primera persona o preferís distanciarte del protagonista de tus textos?
—Creo que narrar en primera persona no significa decir la verdad, así como narrar en tercera no significa mentir. Yo creo que esa es la primera distinción que me gustaría hacer. Primera persona no es sinónimo de “todo esto me pasó” ni tercera de “nada de esto me pasó”. En general, suelo escribir en primera persona pero ya entre la vida y la escritura hay una mediación. Pero además cuando escribís no escribís solamente sobre eso que hipotéticamente viviste sino que escribís sobre un montón de cosas más que pudieron o no haber pasado así. Toda escritura es una reinterpretación, por eso yo no creo que la escritura en primera persona sea un papel de calcar de la propia vida.
—Ya estás indagando en la dimensión de las preguntas que te quiero hacer sobre filosofía.
—Jajaja. Sí, yo estudié filosofía, me recibí, tengo mi título, he ejercido como docente y he escrito mucho en tercera persona y en formato académico y realmente hay como tres momentos en mi vida en relación a la escritura. Un momento que va desde la adolescencia hasta los veintiún años en donde empiezo a estudiar filosofía y donde desconecto completamente con una escritura más personal, o que va hacia mis experiencias personales,y trabajo con autores que me interesan o con los que quiero debatir algún punto en especial de su posición filosófica. Y después cuando me recibo vuelvo lentamente, como alguien que se va recuperando de un golpe, como alguien que entra en rehabilitación y que tiene que salir de un modo de escritura para ingresar a otro que era el modo de escritura que yo volvía a desear con todas mis fuerzas cuando terminé la carrera.
—¿Por qué decidiste estudiar filosofía?
—Filosofía no fue la primera carrera en la que me inscribí cuando me inscribí en el Ciclo Básico Común. Dudé muchísimo en estudiar filosofía. Primero me anoté en la carrera de comunicación. Después, dado que leía muchísimo, por default asumí que tenía que estudiar letras. Hasta que tuve filosofía como materia para la carrera de comunicación. El docente más el contenido me dejaron absolutamente embargada del deseo de profundizar en la filosofía. Me encontré con eso y flashié.
—La filosofía te habrá obligado a pensar muchas cosas.
—Filosofía fue una carrera con la que siempre estuve en crisis. No sé si a todo el mundo le pasa pero en lo que a mí concierne, los ocho años que pasé estudiando filosofía todo el tiempo era una relación amor-odio. Pero asumo que lo hubiera sido de haber estudiado Derecho, Letras o Comunicación. Filosofía es una carrera bastante pesada porque además de los exámenes y de los estudios tenés el plus del ruido de fondo, que en mi caso además era un ruido bastante perturbador e insistente porque provengo de una familia de clase media-baja. El ruido de fondo era: ¿qué hago con esto después? ¿Esto me va a servir para algo? ¿Esto me va a dar herramientas para ganarme la vida? ¿Encontraré mi charquito en el mundo de la filosofía o estaré haciendo todo esto sin tener demasiado derecho? (Suelta una risa, tímidamente).
—Así como solicitan tu participación en notas sobre literatura o te piden que escribas reseñas, también te convertiste en una referente en la tuitósfera. ¿Cómo crees que adquiriste popularidad en Twitter?
—¿Por qué pesa mi opinión en Twitter? Hmm… Supongo que es por un mix de cosas, no hay una sola causa. En principio, creo que… (se toma una larga pausa para contestar). A ver… creo que… hay una… A ver, es difícil de analizarlo porque tengo que analizar mi actividad ahí. Lo que creo que sucede es… creo que no tengo una voz complaciente. Es decir, creo que tengo cosas para decir y que esas cosas se acercan bastante a mis creencias. De hecho, me acuerdo que un amigo que es poeta y periodista una vez me dijo que le llamaba mucho la atención el arco amplio de la gente que me sigue en Twitter, porque no me sigue como una especie de guetto. No me siguen las feministas, ¿viste? o las actrices. No me siguen grupúsculos cohesionados bajo una misma causa, me sigue gente muy heterogénea. La clave creo que es que soy -y acá también estoy siendo autocomplaciente- algo que se percibe como algo genuino y como algo fiable en lo que digo. Creo que la realidad está llena de matices y cualquier fenómeno está lleno de matices. A mí me gusta ver y hablar de esos matices más que de una idea que se piensa que se la va a conservar más y mejor sin mostrarlos.
—Las redes sociales tienen distintas lógicas, eso es seguro, pero, ¿cómo ves que se maneja la conversación en cada una de ellas?
—Creo que en cada red social hay un guión o un modo de mirar la realidad que prepondera. Facebook es el reino de lo políticamente correcto. De conmemorar aquellas cosas que se deben conmemorar y de no ejercer ninguna sospecha sobre las cosas en las que estamos todos de acuerdo. Es como el lugar de lo políticamente correcto. Uno habla de Facebook y uno está hablando de los 1.500 amigos que tiene y de los 1.500 amigos de esos 1.500 amigos que tienen y que uno interactúa en los comentarios. Entonces, uno siempre está hablando desde dentro del círculo que se maneja. Quizás Twitter está más en un círculo rojo, obsesionado por la política, obsesionado por el feminismo, por la entrega de los premios Óscar pero siempre desde el lugar irónico, o sea, desde donde la ironía es la toma de distancia de un acontecimiento. Twitter lo que vino a hacer fue tomar el hartazgo con ese mundo políticamente correcto de Facebook y generó un contrapunto. Ambos se pasan de rosca.
Por eso yo estoy en todas las redes sociales, que en realidad son esas dos porque, como me gusta el matiz trato de realizar síntesis a partir de mis experiencias y también me gusta leer porque me siento interpelada por gente que no piensa como yo. Me irrita el exceso de lo políticamente correcto en Facebook y el exceso de lo contrario en Twitter. Instagram, por otro lado, es como donde reina la paz social, donde las contradicciones se disuelven, donde una persona con la que te pudiste haber matado en Twitter por una discusión te va a poner un me gusta a una foto que le sacaste a un paisaje o a una porción de papas fritas.
El reino de las imágenes es mucho más pacífico, entonces todas las tensiones y las guerritas que se arman dialogando las imágenes las pacifican.
—¿Cuál de las redes te gusta más?
—Todas tienen algo, por eso estoy en las tres que te mencioné. En todas hago algo y ellas hacen cosas conmigo. A todas las afecto, en el sentido de que dejo mi impronta como todos debemos sentir y a su vez soy afectada por esas redes sociales. Twitter, por la velocidad con la que las cosas aparecen ahí me parece un poco más interesante que Facebook, pero Facebook es un poco más cariñoso y mimoso y la gente si no lo es parece más buena. Yo lo que le recomiendo a la gente que esté medio baja de energía es que no se meta a Twitter y que directamente interactúe con Facebook. Es una familia menos disfuncional que la twittera. Pero no vivo en las redes sociales, hago cosas al mismo tiempo.
—¿Te pasa a menudo que te cruzás con gente en las redes sociales?
—Mirá, mi manera de funcionar en las redes sociales es bastante autista o desafectada por lo siguiente: yo Silvina no voy a Twitter para escribir un tuit y quedarme conversando sobre ese tuit y sobre mil cosas más que surjan de ese tuit durante cinco horas. Mi modus operandi es escribir algo y retirarme. Lo que pasa es que hay temas que sabés que van a ser más polémicos porque el tema acaba de acontecer, porque es un tema delicado y porque va a haber mucha gente que opine muy diferente a vos y que va a acercarse con diferentes grados de violencia. Y yo también asumo que soy una persona bastante de decir las cosas con una delicadeza de acuerdo al tema. En Twitter funciona el ataque personal, la denuncia, la acusación. El “porque vos”, que me parece desagradable. Pero hay cosas que no se pueden decir de una manera delicada, sobre todo la noticia con la que nos despertamos varios que fue que se encontró el cuerpo de Micaela.
—¿Te pasó antes que te atacaran por Twitter?
—Me pasó que un troll se armó una cuenta para insultar y decía barbaridades sobre mi sexualidad, mi aspecto. Me acuerdo de un caso muy concreto. Pedí si alguien conocía una casa para alquilar en Rosario para el Encuentro Nacional de Mujeres y alguien respondió “las vamos a matar a todas, lesbianas hijas de puta”. Yo nunca trabajé desde el anonimato en ninguna red social. Creo que en Instagram tengo un nombre de fantasía que es Gemelos Cocteau por una banda escocesa. Pero en las redes sociales, donde quizás es más áspero poner el nombre y apellido, siempre puse mis nombres reales porque me gusta decir las cosas así y eventualmente pagar el precio.
—Las redes sociales se consolidaron como un escenario importante de luchas sociales.
—Bueno, el Ni Una Menos que organiza la marcha del 3 de junio del 2015 es una que se arma desde las redes sociales. Había habido antecedentes y una lectura, sobre todo, por el asesinato de una chica. El feminismo existe desde mucho antes en la Argentina. El feminismo empieza mucho antes que esa consigna que a muchas mujeres, con muchísimas disidencias, acuerdan en algunos puntos fundamentales o al menos se organizan para defender determinados puntos. Pero el Ni Una Menos que organiza esta marcha multitudinaria en el 2015 surge como respuesta a que se ponen a dialogar un grupo de mujeres en Twitter y se suman muchísimas personas más y genera una de las marchas más multitudinarias de los últimos años en este país. Todos estamos aprendiendo en esto del feminismo. No hay algo como un feminismo, hay muchos feminismos y siempre fue un lugar donde se dieron batallas.
—En tus redes sociales a menudo hablás de un concepto muy interesante que es el del “feminismo sin marco teórico”, ¿qué significa?
—El feminismo sin marco teórico es aquel que no se lo reconoce como tal. Es un feminismo que no está encorsetado en un discurso legitimado ni académicamente, ni por los medios. Es un feminismo, si se quiere, más intuitivo, más salvaje y que quizás no tiene consciencia de sí. Para mí, por ejemplo, Gilda es feminista.
Ahora, si Gilda estuviera viva capaz que no sabe lo que es. No necesariamente poder explicar una teoría te hace partidaria de la teoría ni no poder explicarla te hace estar afuera de ella. Que no tenga marco teórico significa que el feminismo es mucho más que la legitimación por parte de un grupo. Eso se puede llevar a otros planos como el arte, a los arquetipos de belleza, o a los arquetipos artísticos. No fueron legitimados por la cultura, fueron asimilados a posteriori, pero no fueron legitimados como sí lo fue Astor Piazzolla. Judith Butler es LA feminista con marco teórico. Ahora, me parece que Gilda es feminista sin marco teórico. Madonna, en algún momento lo fue. Cuando comenzó en los 80 tenía una bajada de línea respecto del empoderamiento de la mujer. La primera que analiza eso es Madonna y la primera que reconoce su feminismo es una escritora que se llama Camille Paglia, que es alguien que las feministas no quieren mucho porque dice las cosas que a las feministas no les gusta escuchar del feminismo. Las inconsistencias, los grises.
—¿Crees que necesitamos de la legitimación para advertir aquellas manifestaciones que son bellas, feministas o artísticas? ¿Que la gente necesita legitimarse constantemente?
—La gente tiene miedo a quedarse sola. Todos tenemos miedo de no formar parte de algo. Si alguien escribe quiere formar parte del mundo de los escritores, quiere que se lo tenga en cuenta, quiere que se lo cuente como tal. Lo que subyace a la necesidad de legitimación es la de formar parte de un grupo que te reconozca.
—En una de tus publicaciones contás que te fuiste a vivir a la casa de tu tía cuando tus padres se enteraron de que estabas saliendo con una chica, ¿cómo fue esto?
—La casa de mi tía fue una segunda casa desde siempre. Yo en un momento me empecé a ir más de vacaciones con mi tía que con mis padres, había como una empatía mayor. Hubo algunos problemas… jaja… que yo traje a la familia, digamos, que despertaron bastante confusión y que no supieron cómo manejarlos. Principalmente fue el tema de la sexualidad y generó tanto malestar y tanta incapacidad para manejarlo que me fui a la casa de mi tía, porque mis padres estaban absolutamente incapacitados para manejar esa situación. Esto significa no saber qué hacer con esto que yo les había dicho o con esto que había pasado.
—¿Por qué crees que tus padres consideraron a tu tía como alguien que sabría “lidiar con la situación”? Por decirlo de alguna manera.
—Yo asumo que fue porque mis padres veían en mi tía una persona con más recursos. En principio, con más recursos de lenguaje. Mis padres son bastante minimalistas a la hora de comunicarse y mi tía era quizás como una persona más conversadora y que hablaba más y que tenía más capacidad para mirar de frente a los problemas, y quizás mis padres eran también más negadores. Y… este… supongo que también porque mi tía me quería mucho, lo que no significa que mis padres no me quisieran mucho. Pero con mi tía teníamos una onda. Por otra parte, mi sexualidad, o la sexualidad que en ese momento explota y se pone en primer plano no fue muy bien recibida por parte de ningún miembro de la familia.
—En un texto hablás de que del barrio hay que irse rápido, ¿qué querés decir con esto?
—Creo que… creo que quiero decir muchas cosas. Creo que… por un lado, el primer poema del libro es un poema que tiene que ver con eso, y creo que está esa frase dicha exactamente así. Creo que el barrio es otra forma de decir la familia, que de la casa familiar hay que irse, que uno tiene que hacer su propia vida… y creo que también hay que irse del barrio para poder conocer lo que es el mundo. Cuando vos nacés en un barrio ese barrio, además de estar circunscripto a cuatro manzanas, tiene una idiosincrasia que quizás los que nacimos con determinadas inquietudes necesitamos más estimulación. Siempre me dio impresión que el 80 por ciento de los que eran amigos míos en el barrio no se van. O sea, se construyen una casa arriba de la casa de sus padres, ¿no? Y obviamente todo es válido pero yo me hubiera muerto de tristeza si no me iba a los veintiún años.
Yo maduré el día que empecé a vivir sola y no pude pegar un portazo nunca más porque nadie lo iba a escuchar. Cuando uno vive con otro tiene un montón de gestos que parecen estar dedicados al otro pero que tienen que ver con el poco trabajo que tiene una sobre sí misma. Aparte, para trabajar determinados aspectos de mi vida como la sexualidad y poder conocer a otra gente necesité con suma urgencia salir del barrio, y eso lo hice mucho antes de mudarme. Yo a los 15 años comencé a frecuentar lugares, a conocer gente. A distancia, a mí eso me hubiera gustado que todo eso que me pasó a los catorce -enamorarme de una chica, generar una guerra en mi casa por el tema de la sexualidad, tener que mudarme a la casa de mi tía, que todo se tome como una gran tragedia- me pasara a los dieciocho, porque creo que yo hubiera estado plantada de otra manera y ellos hubieran sentido menos la necesidad de intervenir sobre todo eso que me estaba pasando. Siempre sentí que las cosas me pasaban antes de lo que me tenían que pasar. Toda esa precocidad que sufrí y que también disfruté en su momento me enseñó que apurar procesos o detenerlos no genera ninguna ganancia y que las cosas pasan cuando tienen que pasar. Eso es lo que me hizo escribir también, así que una parte buena tuvo.
las cosas se van con vos
en las fotos familiares que guardo
estoy arriba de un triciclo, una bici, un auto a pedales
tenía ocho, nueve años y a mi papá le pedía
que me llevara a andar en bici, en karting, en moto.
en el Italpark me gastaba la chequera de los juegos
en la pista de Indianápolis me estaba
preparando para un movimiento que ahora veo
no termina nunca.
a los 20 me fui de casa,porque del barrio hay que irse rápido.
el 98 por ciento de las familias son disfuncionales, mi papá
traía plata a casa pero cenaba
en otro cuarto y cuando subíamos al colectivo
se sentaba lejos de mí aunque tuviera espacio.
del barrio hay que irse digo siempre
para eso tomé envión y cocaína
pero como me dijo mi tío que ya está muerto
te vayas a donde te vayas las cosas se van con vos.
siento que estoy llena de vida y también
que no lo soporto
del barrio hay que irse sigo diciendo
aunque yo ya me fui.
*Por Juliana Quintana para Almagro Revista. Fotos: Paula Villamil.