Fuerza Mayor, música a contramano de los preceptos
El Círculo de Tambores que empezó siendo un taller, hoy es un ensamble autogestivo que congrega a adultos y adultas mayores en la experiencia musical y, por lo tanto, en la construcción de una cultura cordobesa que está rompiendo paradigmas y destronando prejuicios.
Por Soledad Sgarella, para La tinta
Hacen temblar los parches y los esqueletos porque cuando entran tocando no solamente suenan explosivos, si no que además te hacen repensar la vida que tenés y la que querés.
Tocan como la hostia, se sienten instrumentos de la música y lo transmiten con claridad.
Bailan y tiritan los escenarios, como si ser artistas fuera una cualidad intrínseca del ser humano en general, de todas y todos los que nacimos en este planeta, sin excepciones, sin restricciones, sin limitaciones.
Cantan y la presencia escénica que imponen invita a dejar de lado los prejuicios y las vergüenzas. Ensayan, ejercitan, laburan, manejan las redes sociales, producen instrumentos musicales, componen, aprenden y enseñan.
Fuerza Mayor te cambia el humor y eso sucede por un combo adecuado: la suma de sus intenciones expresivas, unas producciones que gustan y se disfrutan, y la demostración que el pulso del tambor mantiene el corazón en forma.
La tinta charló con Lucas Esquivel, quien (si bien fue el que coordinó el proyecto al comienzo) hoy sostiene y co-gestiona Fuerza Mayor junto a los demás participantes.
Una imperdible nota para acordarnos de que el derecho a hacer y compartir el arte no tiene ninguna fecha límite.
—Contanos cómo surge Fuerza Mayor…
—Mirá inicialmente empezamos con un proyecto de taller de percusión que llamé Círculo de Tambores y percusión creativa. Fue el puntapié, un proyecto en el que yo venía trabajando hace algunos años con diferentes poblaciones: jóvenes, adultos, niños, personas con y sin discapacidad, y en el 2015 fui invitado a llevar ese mismo proyecto al Espacio Arturo Illia que en ese momento era precedido por Sol Rodríguez, y paralelamente presenté el mismo proyecto en la UNC en el programa UPAMI.
Es decir que, inicialmente, empezó por un taller que aparentemente iba a ser como una prueba porque la propuesta salía del marco de lo que habitualmente se ofrecía a los y las adultas mayores… entonces iba a ser un piloto a ver cómo funcionaba un taller de percusión así. Generalmente en las instituciones donde hay actividades para adultos mayores ellos pueden elegir dos actividades y esta parecía una tercera, que quedaba fuera de los que ellos eligen para hacer habitualmente. Y resultó que en el caso del Illia la repercusión fue tremenda, y en la UNC también. Y entre ambos espacios, los participantes llegaron a 92 personas al final del año. Eso es un poco cómo surge.
La otra impronta que siempre tuvo el proyecto es que a la hora de presentarnos siempre juntaba a los grupos, entonces, bueno, eso generaba también un impacto porque eran los 90. Aunque no estaban siempre todos, siempre llegábamos casi a los 70 en un escenario, y eso generaba y genera mucho impacto, ese movimiento, ese fue el comienzo.
En el 2016, a finales, después de un proceso muy lindo de apropiación del proyecto, un proceso de empoderamiento muy, muy, muy importante en torno a las posibilidades del adulto y la adulta mayor, decidimos salir de las instituciones que acunaban el espacio. Actualmente funcionamos como un proyecto autogestivo en la Asociación Cultural Israelita, el ACIC, en Maipú 350, que nos alquila el teatro para funcionar ahí.
Coincide esta separación con la creación del nombre, Fuerza Mayor. Este alejamiento de las instituciones coincide con eso. Generó muchas cosas en los espacios, también se siente esta costumbre de que los viejos o las viejas que van a las instituciones son “como de” la institución… y cuando empezamos a trabajar esta autovalía, este empoderamiento, ante algunos movimientos, quisieron ser Fuerza Mayor y no los viejos de tal lugar. Y bueno, eso generó que en parte, saliéramos de esos espacios.
Actualmente venimos trabajando en lo que refiere a los nuevos paradigmas de vejez activa, de generatividad, donde son ellos mismos los que conducen algunos espacios del proyecto, por ejemplo la parte sustentable y económica, todo el área de comunicación, la parte logística y la de fabricación de instrumentos. Esta última parte se sostiene en la fabricación de tambores e instrumentos de percusión con material reciclado. Entonces todo ese proceso que hasta hace un año manejaba yo, ya forma parte de comisiones internas que funcionan al interior del grupo. Hay todo un proceso muy profundo. Somos 50 personas que sostenemos el espacio y siempre se está sumando gente nueva. Contentísimos de estar compartiendo y generando este espacio que se que va abriendo caminos en las miradas sobre las personas mayores.
—¿Cuál creés que es el aporte que están haciendo a la cultura cordobesa hoy?
—La cultura es un término complejo que no tiene una definición única sino que es una construcción más que una definición. Y con este proyecto siento que vamos por ese camino, por el camino de la construcción de la cultura. Somos constructores de cultura, somos agentes de cultura que hacemos cultura a cada rato. No porque la propuesta sea artística somos agentes culturales, sino que es una construcción que atraviesa también los paradigmas, los prejuicios, los juicios que nos habitan en torno a ciertos grupos de nuestra sociedad, en este caso, personas mayores.
Y como decía antes, estamos atravesados por estas cosas, por paradigmas que nos han presentando siempre a la adulta mayor, al adulto mayor, cargado de estereotipos, cargado de diminutivos, de definiciones peyorativas, siempre en torno a la fragilidad y un momento de la vida en que ya todo terminó. Más cerca, como se dice vulgarmente, más cerca del arpa que de la guitarra (risas). Y podemos tener un montón de frases que hacen siempre referencia a un proceso de la vida en el que ya estás más cerca de la muerte que de otra cosa, y eso también forma parte de nuestra cultura, también es parte de cómo hemos construido nuestro propio envejecimiento. Entonces lo que Fuerza Mayor propone es reflexionar sobre nuestra propia vejez, nuestro propio envejecimiento.
Siento que la gente que tiene la oportunidad de toparse con la energía de estas personas en el escenario, en cualquier momento en realidad, lo primero que inevitablemente hacen es mirar el propio envejecimiento. Empiezan a aparecer un montón de situaciones que van desde la angustia, la preocupación, cómo llegaré… millones de preguntas acerca de cómo voy a llegar yo. Por ejemplo, en el grupo tenemos a Margarita o Antonio que tienen 86 años, que son los más grandes de Fuerza Mayor, y es inevitable que uno los mire y repiense. A mí me pasó y también tuve que trabajar desarmando y desaprendiendo, deconstruyendo, mis propios prejuicios en esto de mirarlo y decir: ¡uh, ojalá yo pueda llegar así!
Inevitablemente estar en contacto con Fuerza Mayor sin que uno se dé cuenta, sin que nos demos cuenta, nos aporta reflexionar sobre nuestra propia vejez, sobre lo equivocados que estábamos acerca de este momento de la vida. Esta reflexión ya es un aporte importante en una sociedad que lucha por no envejecer. El aporte es este, ir a contramano de estos preceptos.
—Sirve para algo juntarse y hacer música entonces…
—Después de todo esto, el poder que tiene la música no lo vamos a desarrollar ahora ni es un invento mío ¡esto es más viejo que….! ¡muy antiguo! Es una sabiduría, es un conocimiento que forma parte de la humanidad hace miles de años, con lo cual la respuesta cae por sí misma. Pero creo que podemos hablar mucho sobre la utilidad de algo. Podemos hablar un montón y teorizar acerca de los factores que hacen a la música y al encuentro musical, fantástico y sanador, y tantas atribuciones… ¿no? Ahora, para mí lo más importante de esto es la experiencia. Y como siempre digo, podemos hablar mucho sobre el mar, y pero nunca nos mojamos.
El hecho de juntarse y hacer música lo hablamos mucho con el grupo, el objetivo que tenemos no es hacer música, si no transformarnos en instrumentos de la música. Y eso cambia los factores. Y sí altera el producto, porque cuando uno se vuelve instrumento de la música la experiencia sale de los marcos estéticos, sale del binarismo afinado-desafinado, bueno-malo. Ya sos un instrumento para la música, y quién puede juzgar o juzgarte como instrumento. Entonces esa es la principal cuota de medicina que tiene para nosotros juntarnos. Es pura medicina y esto muchísimos pueblos lo han hecho parte de su cultura, de su cosmovisión, de su contacto con el sonido, con la danza, con el silencio. Con el canto, con la comida, con las hierbas… donde nos juntamos para hacer música.
El hacer en nuestra sociedad está repleto de ese binarismo. Lindo-feo. Sabe-no sabe. Y no nos deja otra alternativa, y son estas polaridades que nos vienen aplastando -y a nuestra creatividad-, y nos van dejando sin respuesta y sin posibilidad de experimentar algo que trascienda y que pase por encima de todos estos prejuicios. Entonces, si de algo sirve en este caso, sumarse a un proyecto como el de Fuerza Mayor (como hay tantos bonitos también dando y generándose en distintos espacios de Córdoba), es que se transforman en medicina para el alma y no estamos hablando de medicamentos, de algo que viene con receta, si no de algo que se experimenta con el alma. El tambor, su fuerza, su pulso, su ritmo, la sinergia que genera, el sentido de pertenencia y de trascendencia del yo, donde ya no soy lo más importante ni el pupo del mundo, si no que soy en función de un otro, soy con el otro , creo que ahí estamos haciendo un aporte enorme a la calidad de vida de cada uno de los que participamos. Y ya con eso estamos transformando una buena parte del mundo, que es mi propia vida, en tanto y en cuanto nos animemos a hacer ese proceso. Dejemos de querer salvar el mundo, y nos animemos a transformar nuestra propia vida, si cada uno encara su proceso tenemos para un buen rato de tambores, de círculos, y mucha, mucha, mucha Fuerza Mayor.
—¿Hay condiciones para sumarse?
—Es muy importante tener ganas. Y la predisposición al juego, a la improvisación, al asombro, a reír. Lo demás no forma parte de condiciones excluyentes, aunque estas que estoy diciendo tampoco (risas).
Solo se trata de tener ganas, de querer hacerlo, de querer sumarse a un proyecto que pueda trascender nuestro propio sonido en un tambor y que pueda llegar a otros tambores que despiertan al son de estos ritmos y de estos viejos maravillosos.
—¿Cuáles son las metas que se ponen para este año?
—Este año las metas son bien alcanzables, siempre nos proponemos metas que son realizables en corto y mediano plazo. Y este año es continuar con un proyecto que tenemos hace un tiempo que es la Siembra de Tambores, que consiste en fabricar instrumentos de los que utilizamos para tocar nosotros, que son -como te decía antes- con materiales reciclados. Con la Comisión de Luthería del grupo lo que hacemos es donar, regalar estos instrumentos a escuelas con bajos recursos. Y a su vez vamos a las escuelas, ofrecemos un lindo concierto, interactuamos con la escuela y los niños. Esto genera un vínculo intergeneracional muy bonito y eso la verdad que viene siendo uno de los proyectos más nutritivos de Fuerza Mayor, porque nos coloca en la posibilidad de devolver un poquito a la sociedad, revalorizar a las personas mayores en su capacidad hacedora, y empezar a correr ya, desde niños, esta mirada sesgada que tenemos de la vejez como un espacio terminado, culminado. Es muy lindo lo que se genera. Ya hicimos varias, venimos desde el 2017.
Otro proyecto es poder grabar el primer CD en el cual estamos ahora mismo trabajando con ayuda de mucha gente que hemos conocido en estos años y que nos permiten acceder al conocimiento de cómo hacer posible esto de grabar, que también tiene muchos condimentos y lindas sorpresas. Estos son los proyectos centrales del 2018, más por supuesto presentaciones y la conmemoración de ciertas fechas que son muy importantes en las vidas de los adultos mayores como es el caso del 15 de junio, el Día de toma de conciencia sobre el abuso y maltrato al adulto mayor, y el 1 de octubre, el Día Internacional de las personas mayores.
*Por Soledad Sgarella para La tinta.