Las partículas elementales, toda sociedad tiene sus puntos débiles

Las partículas elementales, toda sociedad tiene sus puntos débiles
28 febrero, 2018 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Las partículas elementales es una novela del escritor Michel Houellebecq publicada en 1998 que narra el improbable nudo que unirá los destinos de dos hermanastros: Michel, un investigador en biología, especie de monje científico que a los cuarenta años de edad ha renunciado a su sexualidad; y Bruno, también cuarentón, profesor de literatura, obsesionado por el sexo, misógino, racista, consumidor de pornografía. Ambos han sido abandonados por una madre que prefirió una comunidad hippie de California a cualquier otro proyecto.

Houellebecq lleva a sus últimas consecuencias su frase: “toda sociedad tiene sus puntos débiles, sus llagas. Meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte”. La novela ambientada en el estricto presente, sucede como si las pesadillas parábolas de Kafka ya se hubieran hecho realidad sin que nadie se haya dado cuenta.

En el año 2006, Las Partículas elementales fue llevada al cine por Oskar Roehler a través de una versión libre.

“La tarde del 1 de julio hacía un calor aplastante; era una de esas tardes que acaban mal, en las que termina estallando la tormenta y se dispersan los cuerpos desnudos. El despacho de Despechin daba al puente de Anatole France. Al otro lado del Sena, en el puente de las Tullerías, los homosexuales paseaban al sol, discutían de dos en dos en grupitos, compartían las toallas. Casi todos llevaban tanga. Los músculos impregnados de aceite brillaban bajo la luz; las nalgas relucían, muy bien torneadas. Algunos, sin dejar de charlar, se frotaban los órganos sexuales a través del nylon del tanga, o metían un dedo dentro revelando el vello púbico, el principio del falo. Desplechin había instalado un catalejo junto a los ventanales. Según el rumor, él también era homosexual; en realidad era sobre todo, desde hacía algunos años, un alcohólico mundano. Durante una tarde parecida, había intentado dos veces masturbarse con el ojo pegado al catalejo, enfocando pacientemente a un adolescente que se había quitado la tanga y cuya polla emprendía una emocionante ascensión en el aire. Su propio sexo se dejó caer, fláccido y arrugado, seco; Depechin no insistió. Djerzinski llegó a las cuatro en punto. Desplechin quería verde. Su caso le intrigaba. Desde luego, era corriente que un investigador se tomara un año sabático para trabajar con otro equipo en Noruega, en Japón, en fin, en uno de esos países siniestros donde los cuarentones se suicidad en masa. Había otros -un caso frecuente durante los <<años Mitterrand>>, años en los que la voracidad financiera había alcanzado proporciones inauditas- que empezaban a buscar capital de riesgo y fundaban una sociedad para comercializar tal o cuál molécula; de hecho, algunos habían amasado en poco tiempo una fortuna considerable, rentabilizando de la forma más mezquina los conocimientos adquiridos durante sus años de investigación desinteresada. Pero la disponibilidad de Djerzinski, sin proyecto, sin objetivo, sin el menor asomo de justificación, parecía incomprensible. A los cuarenta años era director de investigaciones, quince científicos trabajaban a sus órdenes; él sólo dependía -de un modo absolutamente teórico- de Deplechin. Su equipo obtenía excelentes resultados, estaba considerado uno de los mejores equipos eruopeos. En resumen, ¿qué era lo que no iba bien? Deplechin forzó el dinamismo de su voz: <<¿Tiene algún proyecto?>>. Hubo un silencio de treinta segundos; después, Djerzinski contestó con sobriedad: <<Reflexionar>>. La cosa empezaba mal. Obligándose a sonar jovial, insistió: <<¿A nivel personal?>> Al mirar la cara seria que tenía delante, de rasgos afilados y ojos tristes, se sintió de repente abrumado de vergüenza. A nivel personal, ¿qué? Él mismo había ido a buscar a Djerzinski quince años antes a la Universidad de Orsay. La elección había sido excelente: era un investigador preciso, riguroso, inventivo; los resultados se habían acumulado. Si el Centro Nacional de Investigaciones Científicas había logrado conservar un buen puesto en la investigación europea en biología molecular, se lo debía en gran parte a él. Había cumplido con creces su contrato. <<Por supuesto>>, terminó Deplechin, <<mantendremos sus accesos informáticos. Dejaremos activos sus códigos de acceso a los resultados almacenados en el servidor y a la pasarela Internet del Centro por un tiempo indeterminado. Si necesita cualquier cosa, estoy a su disposición>>. Cuando el otro se fue, Desplechin volvió a acercarse a los ventanales. Sudaba un poco. En el muelle de enfrente, un joven moreno de tipo norteafricano se estaba quitando el pantalón corto. Aún había verdaderos problemas en biología fundamental. Los biólogos pensaban y actuaban como si las moléculas fuesen elementos materiales separados, vinculados sólo por las atracciones y repulsiones electromagnéticas; ninguno de ellos, estaba seguro, había oído hablar de la paradoja EPR, de los experimentos de Aspect; ninguno se había tomado siquiera la molestia de enterarse de los progresos realizados en física desde principios de siglo; su concepción del átomo seguía siendo, poco más o menos, la de Demócrito. Acumulaban datos pesados y repetitivos con el único objetivo de conseguir aplicaciones industriales inmediatas, sin tomar conciencia nunca de que la base conceptual de su gestión estaba minada. Djerzinski y él mismo, gracias a su formación inicial de físicos, eran probablemente los únicos en que se abordaran realmente las bases atómicas de la vida, los fundamentos de la biología actual volarían en pedazos. Desplechin meditó sobre estos asuntos mientras la tarde caía sobre el Sena. Era incapaz de imaginar las vías que podía seguir la reflexión de Djerzinski; ni siquiera se sentía en condiciones de discutirlas con él. Se acercaba a los sesenta; a nivel intelectual, se sentía completamente quemado. Los homosexuales se habían ido, el muelle estaba vacío. No lograba acordarse de su última erección; esperaba la tormenta”.

La obra, dividida en tres partes, se desarrolla entre el 1 de julio de 1998 y el 27 de marzo de 2009. El nudo central gira sobre las historias de vida de los hermanastros franceses Bruno Clément y Michel Djerzinski. Michel, fue criado por su abuela paterna, y se ha convertido en un introvertido biólogo molecular que es responsable de los diferentes descubrimientos que conducen a la eliminación de la reproducción sexual. Por su parte, Bruno, tuvo una educación mucho más trágica: arrastrado de un internado a otro, tarde o temprano se encuentra en un matrimonio sin amor. Es un adicto sexual, ni los flirteos con prostitutas ni la charlas sexuales, logran satisfacerlo. Llega a un punto límite cuando termina en un hospital psiquiátrico después de fracasar en seducir a una de sus estudiantes.

El humor de Houllebecq está más cerca de la risa desesperada que del fugaz regocijo del chiste.

“En lo referente a la evolución de las costumbres, 1970 fue un año marcado por la rápida expansión del consumo erótico, a pesar de las intervenciones de una censura todavía alerta. La comedia musical Hair, destinada a popularizar entre el gran público la <<liberación sexual>> de los años sesenta, tuvo mucho éxito. Los pechos desnudos se extendieron rápidamente por las playas del sur. El número de sex-shops en París pasó de tres a cuarenta y cinco en pocos meses. En septiembre, Michel entró en cuarto y empezó a estudiar alemán como segunda lengua moderna. Fue en los cursos de alemán donde conoció a Annabelle. En aquella época, Michel tenía ideas moderadas sobre la felicidad. En definitiva, nunca había soñado con ella. Esas ideas venían de su abuela, que se las había transmitido directamente a sus hijos. Su abuela era católica y votaba a De Gaulle; su dos hijas se habían casado con comunistas; pero eso no cambiaba mucho las cosas. Éstas son las ideas de una generación que había conocido en la infancia las privaciones de la guerra y que tenía veinte años cuando llegó la Liberación, éste es el mundo que querían para legar a sus hijos.  La mujer se queda en casa y se encarga de atenderla (pero la ayudan mucho los electrodomésticos, así que puede dedicarle mucho tiempo a la familia). El hombre trabaja fuera (pero gracias a la robotización trabaja menos tiempo, y su trabajo no es tan duro). Las parejas son fieles y felices; viven en casas agradables fuera de las ciudades (los barrios periféricos).  En sus ratos de ocio se dedican a la artesanía, la jardinería, las bellas artes. A menos que prefieran viajar, descubrir la cultura y modos de vida de otras regiones y otros países. Jacob Wilkening había nacido en Leeuwarden, en Frisia Occidental; llegó a Francia con cuatro años, y sólo le quedaba una vaga conciencia de sus orígenes neerlandeses. En 1946, se casó con la hermana de uno de sus mejores amigos; ésta tenía diecisiete años y no había estado con ningún otro hombre. Después de trabajar durante cierto tiempo en una fábrica de microscopios, creó una empresa de óptica de precisión, que trabajaba casi siempre como subcontratista para Angénieux y Pathé. En aquella época no existía la competencia japonesa; Francia producía excelentes objetivos, algunos de los cuales rivalizaban con los Schneider y los Zeiss; la empresa iba bien. La pareja tuvo dos hijos, en el 48 y en el 51; mucho tiempo después, en el 58, llegó Annabelle. Nacida en una familia feliz (en veinticinco años de matrimonio, sus padres no habían tenido ninguna pelea seria), Annabelle sabía que su destino sería el mismo. El verano que precedió su encuentro con Michel, empezó a pensar en ello; iba a cumplir trece años. En algún lugar del mundo había un chico que ella no conocía y que tampoco la conocía a ella, pero con quien iba a vivir. Ella intentaría hacerle feliz a él y él a ella; pero ella no sabía cómo sería él, y eso era muy inquietante”.

En palabras de Bertrand Leclair, las partículas elementales, es “una autopsia del deseo”. Esta novela insolente y sin correcciones políticas alterna pasajes de desesperación y odio con episodios de ternura y compasión. Es la excusa perfecta para entrar en el mundo Houellebecq.

Sobre el autor

Michel Houellebecq (1958) es poeta, ensayista y novelista. En Anagrama se han publicado las novelas Ampliación del campo de batalla, Las partículas elementales, Plataforma, El mapa y el territorio y Sumisión, los textos de El mundo como supermercado, Lanzarote, Enemigos públicos (con Bernard- Henri Lévy) e Intervenciones y los libros de poemas Sobrevivir, El sentido de la lucha, La búsqueda de la felicidad, Renacimiento y Configuración de la última orilla.

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Las partículas elementales, literatura, Michel Houellebecq, Novelas para leer

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