Las grietas de Jara, suspenso con crítica social

Las grietas de Jara, suspenso con crítica social
14 febrero, 2018 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Las grietas de Jara es una novela de Claudia Piñeiro en dónde la autora  reflexiona acerca del matrimonio, la crisis de la mediana edad y las dificultades de vivir en un mundo donde las reglas las imponen los más fuertes. Este año fue llevada al cine por Nicolás Gil Lavedra. Aunque la película es fiel a la historia, es una fallida adaptación.

Pablo Simó, personaje principal, hace veinte años que trabaja en un estudio de arquitectura que no puede o no quiere dejar. Veinte años son también los que lleva casado con Laura, a quién sólo lo une la costumbre, la rutina y una hija típicamente adolescente. Cuando una joven llega inesperadamente al estudio buscando a Nelson Jara, comenzará a revelarse la trama del secreto en la que Simó está implicado junto a su jefe y una compañera de trabajo.  La construcción de los personajes y la narración de las historias están enmarcadas en un constante suspenso con pintura y crítica social. 

“A Borla le toma menos de cinco minutos deshacerse de la chica. Le dice que el nombre, ¿Nelson Jara?, a lo mejor sí le suena, porque quizás alguna vez le hayan vendido un departamento o porque lo hayan contratado para algún trabajo, que si es importante puede mirar en los archivos, pero que en cuanto a la pregunta concreta de si sabe algo más de ese señor, la respuesta es no. Borla habla como si estuviera diciendo la verdad, hasta Pablo podría creerle si no supiera que miente. Pero la situación no parece ser tan sencilla para Marta, que se hace sonar los dedos de las manos provocando un ruido seco a hueso roto –como si al apretarlos los fracturara- tal como Pablo la oyó hacer sin parar aquella noche, y ese sonido, o el recuerdo de ese sonido, aumenta el malestar que él siente. Hasta que Borla dice, tuteando por primera vez a esa chicha que irrumpió en el final de la tarde: -Ahora, discúlpame la pregunta, ¿no?, pero ¿vos quién sos? Y entonces es ella la que se pone incómoda y contesta lo que le parece, intentando en vano no dejar lugar para una nueva pregunta: –Necesito encontrarlo para terminar un trámite, eso, nada más. –Debe ser un trámite importante –le dice Borla. –Para mí sí. –¿Y qué tipo de trámite? –Un trámite personal –responde ella y por el tono de su voz es evidente que no va a hablar más del tema. <<Un trámite personal>>, acaba de escuchar Pablo, que levanta la vista y, aunque la chica disimula, aunque mira a Borla con la cabeza en alto y directo a los ojos, Pablo puede ver en la vacilación de alguno de sus gestos que ella no vino preparada para responder al cuestionario al que Borla intenta someterla. Ellos sí se prepararon en estos años: pensaron de antemano qué responderían a cada una de las preguntas posibles, pusieron a prueba sus respuestas, practicaron delante de un espejo, pactaron entre ellos –Marta, Borla y Simó- que dirían y qué no. El arquitecto Borla logra su objetivo y pronto se hace evidente que ahora la chica es la observada. –Un trámite personal –repite ella, al mismo tiempo que levanta su mochila del piso, se la carga al hombro y concluye: Pero si Jara no aparece, tampoco podrá ayudarme con eso, así que gracias de todos modos. –Y sin dar explicaciones, abre la puerta y se va”.

Pablo Simó es de esos tipos tranquilos sin mucha personalidad y que se caracterizan por ser conformistas. Se la pasa bocetando una torre de once pisos que mira al norte pero en el fondo tiene la certeza de que nunca la verá realizada. Fantasea con Marta, su compañera de trabajo, y desde la llegada de la chica Leonor al estudio, comienza una relación con Nelson Jara.

“Pablo Simó y Nelson Jara se habían conocido unas semanas antes de su muerte, quizás un mes antes, y contando la última noche en la que Jara ya estaba muerto, apenas se vieron dos o tres veces más. Sin embargo, Pablo tuvo desde el primer momento la rara sensación de que conocía a ese hombre con mayor detalle del que se desprendía de aquellos cortos encuentros. La presentación no había sido clásica. Pablo sabía que Jara vendría a verlo en cualquier momento pero aun así su aparición aquella mañana en el pasillo oscuro del viejo estudio lo tomó por sorpresa. Borla y Marta le habían hablado de ese hombre el día anterior –lo habían llamado <<un viejo de mierda>> a pesar de que Jara no tenía más años que el mismo Borla- después de haber estado encerrados en la sala de reuniones discutiendo a los gritos. Pablo creía conocer esos gritos: uno de los oportunos ataques de nervios que cada tanto le daban a Marta, en los que empezaba diciendo que renunciaba, que ese trabajo le estaba consumiendo la vida, que se iba, se iba y se iba. Ataques que terminaban tan abruptamente como habían empezado, cuando ella conseguía que el arquitecto Borla le pagara una semana de licencia en algún lugar del mundo que garantizara playa y sol todo el año, de donde Marta regresaba con la piel bronceada, con ese bronce que no le da ninguna playa de la costa argentina a ninguna otra piel que Pablo conozca. Descubrir la línea blanca de un fino bretel que Marta no se había ocupado de bajar antes de dejarse caer sobre la arena era, en todos esos años juntos, de las cosas más excitantes que Pablo recuerda. La última vez, el verano anterior a la muerte de Jara. Él casi la toca, casi apoya su mano sobre ese hombro desnudo que dejaba al descubierto una remera sugestivamente atada detrás del cuello. No sabe qué le pasó, no sabe cómo llegó a esa distancia, lo último que recuerda es que estaba allí, detrás de ella, esperando que Marta terminara de hacer unas copias en la máquina de fotocopiar para luego él hacer las suyas, y después un blanco, una laguna, un olvido, y para cuando tomó conciencia de lo que hacía se encontró con que su dedo índice recorría esa línea sin bronce, de arriba abajo, a sólo milímetros de la piel de Marta, sin rozarla, dibujándola en el aire. Pablo no supo entonces si lo excitó más la imagen de su dedo a punto de tocarla, a punto de correr ese bretel inexistente para dejar el pecho de Marta al desnudo, o la posibilidad de que ella girara y lo sorprendiera así. Pero la piel bronceada, el bretel dibujado sobre su hombro, él a punto de tocarla, sus pechos, la playa donde Pablo la imaginaba, todo eso fue antes. Después, apenas unos meses después, ya no hubo tiempo para dejarse llevar a esos lugares. Esa tarde, cuando terminaron los gritos, Borla y Marta salieron de la sala de reuniones y le explicaron quién era Jara. –Ese tipo nos quiere parar la obra de la calle Giribone porque le apareció una grieta en la pared de su departamento –dijo Borla-. Vos sabés cómo ocuparte de estos temas, Pablo. –Sacamelo de encima –remató Borla”.

Una de las características más destacables es el realismo que contiene la novela. Es decir,  hay ficción, pero al servicio de un manifiesto de realidad social cuestionada por el propio personaje protagonista,  el arquitecto Pablo Simó.

Insatisfacción, miedos camuflados por la rutina y decisiones ancladas en la postergación, son los pilares de un hombre cuya única vía de escape es fantasear con otra vida.

“Pablo se va a dormir esa noche pensando en el adjetivo que usó su hija para describirlo. Ante su estúpida pregunta, ella podría haber dicho <<viejo>>, o <<arruinado>>, o simplemente <<mal>>. Pero Francisca eligió decir <<patético>> ¿Qué esperaba que dijera su hija? ¿Cómo esperaba que lo viera? ¿Se lo estaba preguntando realmente a ella? ¿A quién si no? Da vueltas en la cama. Laura duerme desde hace un rato junto a él, en el lado derecho, como desde hace tantos años. Quisiera recordar qué fue lo que definió que él se acostara del lado izquierdo y ella del derecho pero no lo recuerda, cómo decidieron que la cama que habrían de compartir se dividiría de esa forma. ¿Lo decidieron?, ¿o fue simplemente así, una primera noche, una segunda, y luego se instaló la costumbre como tantas otras cosas dentro de su matrimonio? Si se despertara, ¿se atrevería a preguntarle a Laura cómo lo ve? No, no se atrevería, no va a preguntárselo. ¿Y cómo ve él a Laura? La mira, pero no se responde. Los hombres y mujeres que llevan juntos más de once mil setenta días no se preguntan uno al otro cómo se ven, se dice a sí mismo, y gira en la cama hacia el otro lado. Se acurruca y en ese movimiento su cuerpo roza la espalda de Laura, pero ella, dormida, no lo nota. Hoy sí sería una noche para despertarla y tener sexo: Laura tomó vino, se fue a dormir contenta, seguramente no lo rechazaría y hasta lo haría con gusto. La última vez que la despertó metiéndole la mano entre las piernas ella se dijo: ¿es necesario?, se tapó con la almohada y siguió durmiendo. Pero ese día estaba del mal humor; hoy sería distinto, la conoce. Sin embargo es él quien esta noche no se siente con ganas de tener sexo con Laura; debería tenerlo, piensa. ¿Debería tenerlo? Calcula que hace más de una semana que no lo hacen, casi diez días. Pero no puede engañarse: aunque lo acaricie, aunque suba y baje por él con su mano tibia, su sexo está muerto y parece querer seguir así. ¿Lo habrá matado la humillación por el adjetivo con el que lo describió Francisca? Patético. Golpes secos y cortos del otro lado de la ventana lo distraen, como balas que golpean contra el vidrio sin romperlo. Pablo sabe que empezó a llover. Se pregunta si a esa hora Leonor estará caminando por la calle disfrutando del segundo puesto en la lista de sus cosas preferidas: agujas mojadas. O si en cambio la chica estará ya bajo un techo disfrutando en cambio del tercer puesto de sus predilecciones, y mientras piensa en ella se estira inquieto debajo de las sábanas”.

Las grietas de Jara es una novela que inquieta con la pregunta de si para dar una vuelta de timón y navegar hacia otro rumbo, no será necesario a veces dejar de lado la inocencia.

Sobre la autora

Claudia Piñeiro nació en el Gran Buenos Aires en 1960. Es escritora, dramaturga, guionista de televisión y colaboradora de distintos medios gráficos. Ha obtenido diversos premios nacionales e internacionales por su obra literaria, teatral y periodística. Es autora de las novelas Las viudas de los jueves; que recibió el premio Clarín de Novela 2005; Tuya (Alfaguara, 2007); Elena sabe, Premio LiBeraturpreis 2010 (Clarín / Alfaguara, 2007) y Las grietas de Jara, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2010 (Alfaguara, 2009). Su obra de teatro Cuánto vale una heladera fue estrenada en el marco del ciclo Teatro por la Identidad 2004.

Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Claudia Piñeiro, Las grietas de Jara, literatura, Novelas para leer

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