Eso eso eso

Eso eso eso
20 diciembre, 2017 por Gilda

En 1980 Charly García se preguntaba por qué olvidamos y volvemos a amar. Aunque no sea el caso, se trata de una nueva versión del libro, no de la miniserie, con It podemos hacernos (casi) la misma pregunta: ¿por qué olvidamos y vemos la remake? Mejor volver a ver el original.

Por Martín Zariello para IlCorvino

Como otras ficciones de Stephen King llevadas a la pantalla a través del cine o la tv, It alimenta una concepción falsa de la infancia consistente en creer que los perdedores sociales (el tartamudo, el gay, la mujer sumisa, el gordo, el negro, el judío, el pelirrojo gracioso) forman grupos de amigos cuya fortaleza termina por destruir los ataques recibidos, ya sea por parte de la pandilla que hace bulliyng o de los monstruos que te asesinan. En la vida real los que se unen son los fuertes, los populares, los lindos, los caretas hijos de yuta que no te invitan a sus cumpleaños pero procuran decir adelante tuyo qué día y a qué hora es el asalto. Los losers, salvo rarísimas y honrosas excepciones, están condenados a sentarse solos adelante de todo, exponiéndose, en una actitud estoica y a la vez masoquista, a la permanente lluvia de papeles mojados con saliva que salen a toda velocidad de peligrosas silbatanas, mientras sus orejas se hacen cada vez más grandes y rojas.

Otro mito de It es el de la posibilidad de que, por una vez, funcione la contraofensiva, que aquellos traumas no resueltos en el pasado sean vengados en el presente de una manera definitiva y grandilocuente. Las reuniones de ex compañeros de primaria se pusieron de moda otra vez gracias a Facebook pero tengo entendido que más allá de conversar con gente con la que no tenés nada que ver nadie pudo derrotar a los payasos asesinos que los mortificaron en la larga noche de la infancia. Generalmente en el infierno no se puede solucionar lo que no pudiste resolver en la Tierra.

Es decir que más allá del regodeo morboso en el payaso asesino también regresamos a It porque nos propone, al menos en el terreno de la fantasía, lo que ningún psicólogo podrá lograr: cerrar el círculo, vislumbrar de cerca la épica/ de la justicia poética.

 

A la distancia, la miniserie de 1990 (inmortalizada en un VHS doble que nos hizo creer no sólo que era una película sino La Película) no gana por puntos sino por el nocaut de algunas escenas emblemáticas, de una efectividad demoledora. El payaso, cual Durán Barba, ofreciendo un globo amarillo a un niño en medio de la lluvia. El payaso saliendo del desagüe de la ducha. El payaso animando fotografías. El payaso tragándose por un tubo a un rude boy. Imágenes con la fuerza de un cross a la mandíbula que sólo pueden compararse con el terror que produce la parálisis del sueño, esas visiones alucinadas que se desarrollan cuando nuestra mente está consciente, el cuerpo no responde y sentimos, vemos u oímos algo que no puede estar sucediendo a no ser que estemos completamente locos. Eso es It en la vida real. Eso es eso.

Tampoco debería dejarse de lado otro detalle terrorífico, algo silenciado por sus implicancias, y es la configuración “humana” que subyace detrás del personaje de Pennywise: el color amarillento de los dientes, la calvicie, las arrugas, sus movimientos de fantoche, como un rockero glam del Tercer Mundo. Pennywise es un tipo que acecha niños y los atrae hacia lugares solitarios (un sótano, los márgenes de un parque, una esquina perdida en un día de lluvia). O directamente se filtra en el baño o la habitación. Profana situaciones de intimidad y después asesina. Nada que no leamos en los policiales del diario. Como sucede siempre, los villanos sobrenaturales del terror replican en forma de alegoría o metáfora los miedos de la vida cotidiana.

Como un todo, It es de una linealidad narrativa didáctica (en los flashbacks los personajes adultos recuerdan sus encuentros con el payaso en la niñez a través de tics gestuales) y abunda en escenas cursis, empalagosas, de un romanticismo que bordea la comicidad involuntaria. El Club de los perdedores funciona en 1960, una época idealizada en el imaginario yanqui por su presunto carácter pre-ideológico, cuando el rock y las drogas todavía no habían separado a los padres de los hijos, antes de Vietnam y del Verano del Amor, del asesinato de Kennedy. Cuando los 60 todavía eran los 50. En ese punto It le pincha el globo al Sueño Americano señalando al núcleo familiar (repleto de padres maltratadores, ausentes o muertos en Corea) como parte indivisible del crimen. Más allá de las escenas que nos condenaron a correr la cortina de la ducha más de lo que podemos reconocer en público, en realidad lo ominoso de It es el clima familiar opresivo, la alianza implícita entre los padres y el monstruo. Tal vez no nos dio tanto miedo It -que termina siendo una araña gigante ridícula a la que, como si fuera un chiste, terminan cagando a patadas un comediante, una diseñadora, un escritor y un arquitecto- sino los padres de los chicos que bailaron el pogo del payaso asesino, que preferían callarse la boca mientras se ensuciaban las manos con la sangre que emanaba de la pileta del baño o de viejos álbumes de fotos.

A los nacidos en los 80 nuestros padres nos prohibieron muchas cosas. Algunas son tradicionales, otras responden al espíritu de la época. A saber: probar drogas, ir al mar sin hacer la digestión, servirnos más de dos vasos de Coca Cola en la casa de nuestros tíos, seguir jugando al Family Game cuando se ponía caliente, aceptar caramelos de desconocidos, mirar Peor es nada, meternos los dedos en la nariz, rascarnos los genitales en público, eructar, hablar con la boca llena, señalar freaks, refregarnos los ojos cuando teníamos conjuntivitis, ir en bici más allá de la 47. Sin embargo hay algo que no entiendo: ¿cómo nos dejaron ver una película sobre un payaso que asesina niños cuando teníamos menos de diez años? Me dan ganas de no devolver los tuppers.

*Por Martín Zariello para IlCorvino

Palabras claves: It, Stephen King

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