Una cuestión de género
La inserción de la mujer en el mercado laboral, y específicamente en el ámbito académico, ha estado marcada por la precarización y la recarga horaria que suponen las tareas de cuidado. La revolución industrial produjo una paradoja socio sexuada: las mujeres ingresaron al mercado laboral, pero con salarios más bajos, peores condiciones que los varones y sosteniendo, en simultáneo, el cuidado de la familia y la reproducción de la vida. La Universidad no está exenta de esta paradoja.
Por Lucía Sánchez para La tinta
Ámbito académico: una cuestión de género
En Latinoamérica los países pioneros en la incorporación de la mujer en la Universidad fueron Brasil, Chile, México, Cuba y Argentina entrada la década de 1880. El primer contacto que tuvimos las mujeres en las esferas universitarias se dio en las áreas de salud (farmacia, enfermería y en 1892, odontología).
En este país, en 1896 se crea Filosofía y Letras y se acepta la participación universitaria de las mujeres y para 1901, de la primera camada de egresados, casi la mitad eran mujeres. En la actualidad, aproximadamente el setenta por ciento de los y las alumnos/as de Medicina, Odontología, Farmacia, Bioquímica y Psicología son mujeres. Es interesante que los primeros estudios profesionales estén ligados al cuidado de la salud del otro/ de la otra, un rol que se les ha impuesto a las mujeres en la conformación de las sociedades modernas.
En la actualidad, las mujeres configuramos el 60% de lxs universitarixs en curso y el 33 por ciento de las graduadas se reciben con menos de 25 años. Asimismo, un 55 por ciento del total de universitarias graduadas es mujer lo cual supone, en un sistema de identificación binaria de los cuerpos, que el 45% restante es hombre, pero caben identidades disidentes a quienes también darle espacio en las estadísticas.
Mercado laboral: otra cuestión de género
Es llamativo como los primeros registros históricos de la mujer en el mercado laboral datan de la Primer Guerra Mundial, en donde el conflicto bélico le dio un rol protagónico a la enfermera (no a “la” mujer). Por otro lado, en la Segunda Guerra Mundial la mujer conquista puestos de trabajo en fábricas, pero sólo debido a la escasez de hombres en edad económicamente activa.
Para el siglo XX los hombres ganaban un cincuenta por ciento más que las mujeres y entre 1947 y 1960, apenas dos de cada 10 mujeres mayores de edad, participaban activamente en el mercado laboral con una remuneración. Hoy, 6 de cada diez mujeres aproximadamente tiene una participación activa.
Sin embargo, la mayor participación en el mercado laboral vino de la mano de más horas de trabajo mensuales para las mujeres, y un salario de entre el 65% y 80% menor de lo que cobra un hombre. Dichos números se agravan en aquellos cargos con necesidad de mayor especialización. Asimismo, incluso en esta desigualdad hombre-mujer, coexiste otra diferencia: las mujeres que son madres ganan un 17-20 por ciento menos que aquellas que no lo son.
Incluso con un mejor rendimiento educativo, las probabilidades de que una mujer se encuentre sin empleo son mayores de las que le corresponden a un hombre. En datos pragmáticos, el 70 por ciento de las personas que viven bajo la línea de pobreza son del sexo femenino. Asimismo, el 95% del trabajo doméstico es realizado por mujeres y entre el 18% y 33% (dependiendo del país) los cargos en los que se desempeñan las mujeres corresponden al área de “servicios”. En los países en vías de desarrollo, la agricultura representa el 60% del mercado laboral femenino y en términos generales, el 78% de los cargos que ocupan, corresponden a sectores “de baja productividad”. Si nos trasladamos a las altas esferas jerárquicas, las mujeres apenas ocupamos un 17% de los puestos.
Decimos entonces que, el mercado laboral es una cuestión de género cuando las mujeres, incluso con mayores logros académicos, con mayor participación en las universidades y con una finalización de las carreras más rápida que los hombres, nos encontramos con un mercado de trabajo más precarizado en el que cobramos salarios más bajos, trabajamos más horas, realizamos además las tareas de cuidado en la casa y las extensiones del cuidado que se reproducen en el ámbito laboral (secretariado, enfermería, profesorados y magisterios).
Los argumentos que claman una participación récord de las mujeres en todos los ámbitos de la vida pública se olvidan de las otras estadísticas que muestran que las desigualdades reales no se acaban con una mayoría numérica de mujeres que se presenta como vacía. Los números nos dicen que hoy seguimos siendo ubicadas en el lugar que el capitalismo nos ha dado, un lugar en el que no caben quienes cuestionan los roles asignados o las identidades disidentes.
*Por Lucía Sánchez para La tinta.