La Utopía por Asalto #9: Antes y después de la Revolución de octubre
A 100 años de la revolución que eclosionó todos los esquemas teóricos del materialismo histórico y que conmocionó al mundo entero, La tinta invitó a distintxs intelectuales y compañerxs de diversos espacios a que escribieran para repensar los legados de la revolución rusa hoy.
¿Qué tuvo y qué tiene Rusia para convidarle a nuestro presente, en el que todos los lazos sociales parecen resquebrajados? Nosotrxs creemos que nos puede enseñar todo. Precisamente se trató de la primera vez en la historia que una clase explotada intentó modelar un mundo según sus ideas. Pese al panorama arrollador de la Rusia zarista, el pueblo ruso superó todos los diagnósticos, reventó todos los esquemas.
Quienes lean las siguientes páginas del dossier «La Utopía por Asalto» encontrarán artículos y criterios variados: desde análisis históricos y repaso de las repercusiones de la revolución a nivel nacional o provincial, hasta su efecto en procesos sociales locales (como la reforma universitaria) o consecuencias en la cultura.
Con este compilado de textos proponemos volver sobre nuestras luchas y demandas como trabajadores para descubrir nuevas y mejores formas de organizarnos.
La Utopía por Asalto #9: Antes y después de la Revolución de octubre
Por Ariel Petruccelli para La tinta
Rusia, fines del siglo XIX. Contemporáneos a Marx y Engels, varios grupos de hombres y mujeres se lanzan al asalto del poder zarista –incluyendo un buen número de espectaculares acciones ‘terroristas’– mientras discuten apasionadamente sobre las posibilidades de desarrollar el socialismo en Rusia sin pasar por una etapa capitalista, aprovechando las propiedades comunitarias de las aldeas campesinas.
Muchos de estos revolucionarios se llamaban a sí mismos narodniki (populistas). El rasgo distintivo de los “populistas” es que creían en la posibilidad de evitar o detener el desarrollo capitalista en Rusia, empleando los cimientos colectivistas de las comunas campesinas (obschina) para un desarrollo socialista. Se trataría de la posibilidad, pues, de un socialismo campesino.
En una carta ya legendaria, la Vera Zasulich interrogó a Marx sobre las posibilidades de supervivencia de la comuna y sus potencialidades para “la regeneración social de Rusia”, que era la manera de referirse a la revolución socialista para evitar la censura zarista.
La respuesta de Marx fue clara pero condicional: «El análisis de El Capital no aporta razones ni en pro ni en contra de la vitalidad de la comuna rusa. Sin embargo, el estudio especial que he hecho sobre ella, que incluye una búsqueda de material original, me ha convencido de que la comuna es el punto de apoyo para la regeneración social de Rusia. Pero, para que pueda funcionar como tal, las influencias dañinas que la asaltan por todos lados deben ser primero eliminadas y luego se le deben garantizar las condiciones normales para su desarrollo espontáneo».
Marx, de hecho, manifestaría su apoyo y su admiración a los revolucionarios populistas de Narodnaia Volia, la organización que tuvo en vilo al zar a finales del siglo XIX.
Sin embargo, por esas paradojas de la historia, el “marxismo” ruso codificado por Plejanov se desarrolló cuestionando la perspectiva populista. Plejanov y el resto de los socialdemócratas (incluyendo a Lenin) entendían que en Rusia sólo era posible una revolución burguesa. En modo alguno estaban planteadas tareas socialistas. Se trataría, claro, de una revolución burguesa peculiar, con una burguesía débil y un proletariado fuerte que ejercería la hegemonía en la lucha contra el absolutismo. Pero una revolución burguesa después de todo.
Sólo un intelectual auto-proclamado marxista y miembro de las organizaciones marxistas rusas consideró que la revolución rusa podría evolucionar rápidamente para convertirse en una revolución socialista: naturalmente, se trata de Trotsky. Pero el sustento de la trotskysta teoría de la “revolución permanente” no era la potencialidad de la comuna rural, sino la situación del sistema capitalista mundial, que había entrado en la etapa de transición al socialismo.
Esta posición (o una posición prácticamente equivalente aunque con ciertas diferencias teóricas) sería a la postre adoptada por Lenin poco después de la revolución de febrero de 1917 (más precisamente en abril), y tras varios lustros de defender una perspectiva estratégica semejante a la de Plejanov. Por intermedio de Lenin y de sus “Tesis de abril” la perspectiva de una revolución permanente o ininterrumpida se convertiría en la orientación política del partido Bolchevique, que fundado en ella se encaminó a tomar el poder en octubre de 1917, en lugar de brindar un apoyo crítico al gobierno “burgués” surgido de la revolución de febrero (como habían hecho los bolcheviques antes del retorno de Lenin del exilio).
Sin embargo, el socialismo en cuestión no se erigió apoyándose en el campesinado y sus tradiciones comunitarias (que entre tanto habían disminuido enormemente), sino aplastando a los campesinos e imponiéndoles por la fuerza una agricultura mecanizada y colectivista, cuando los campesinos defendían la pequeña propiedad privada.
El triunfo bolchevique fue posible por el abandono de la perspectiva de una revolución burguesa –que había sido un punto en común de bolcheviques y mencheviques–, lo cual vindicó la perspectiva de la “revolución permanente” esbozada por Trotsky, pero también, al menos en parte, la vieja tesis populista sobre la posibilidad de evitar la fase capitalista.
El estallido de la URSS y de las democracias populares europeas, junto al creciente desarrollo de formas capitalistas en China, vuelven a plantear la pregunta de cuáles pueden ser las bases, las vías y los apoyos de un orden socialista. El modelo de socialismo “desarrollista”, autoritario y burocrático está definitivamente acabado. Pero los sueños de una sociedad justa, solidaria, igualitaria y cooperativa conservan plena vigencia.
Las respuestas intelectuales y prácticas ensayadas durante el siglo XX para alcanzarla han sido indudablemente insuficientes. Estudiarlas y conocerlas, sin embargo, es indispensable para construir en el futuro lo que nuestros ancestros no pudieron alcanzar en el pasado.
* Por Ariel Petruccelli para La tinta