Los que no se mueren tanto
Por Santiago Mazzarovich para La tinta
Daniel Viglietti dejó una obra llena de poesía en la que habló de todo y nos acompañó desde pibes cuando los viejos nos tarareaban sus canciones, de adolescentes con las más consigneras y desde siempre con las que se redescubren con el tiempo y el paso de los años. Sus canciones hablan de revoluciones: Cuba, la Revolución Española, el EZLN, los estudiantes, los cañeros del norte, los anarquistas, los Tupamaros y los movimientos guerrilleros en Uruguay y América Latina, las luchas en Nicaragua, Chile, El Salvador, Bolivia, Vietnam, Colombia. Sus canciones recuperan historias de revolucionarios y revolucionarias, y de personajes anónimos que pudieron ser cualquiera que haya peleado por otra sociedad. Cantó contra los poderosos, la policía, “los políticos de gesto tránsfuga”, los militares impunes, los “dueños del Uruguay”. Cantó también contra los “nuevos monjes negadores” que intentan limar las ideas y las flechas. Sus canciones convocan a hacer la revolución, no a “mundos mejores” abstractos y generales. Y además claro, cantó -y de qué maneras- sobre el amor, los miedos, el exilio, la ausencia, la distancia, los males propios (Si no cambito un poco mis cauces, mis fuentes, ¿cómo he de cambiar fuera lo mío en la gente?).
Viglietti fue querido por todos los que lucharon. Sus simpatías políticas fueron siempre claras y nunca las ocultó por conveniencia o miedo, y eso no impidió que lo escucharan y respetaran los que compartían ideas y tácticas, y los que no tanto. Los dogmas y el sectarismo nunca tuvieron cabida en su obra. Es que los dogmáticos temen a los poetas, y los poetas se llevan mal con los dogmáticos. Viglietti musicalizó a otros poetas: Bertolt Brecht, Idea Vilariño, Circe Maia, César Vallejo, Noel Nicola, Nicolás Guillén, Líber Falco, entre otros. Versionó canciones de Chico Buarque, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Víctor Jara, Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Alfredo Zitarrosa, Jorge Salerno y otros. Editó más de 20 discos y dejó un montón de temas icónicos: “A desalambrar”, “Gurisito”, “La llamarada”, “Canción para el hombre nuevo”, “Otra voz canta”. Compartió escenario con grandes músicos y poetas de varios países y dejó “A dos voces”, un tremendo disco grabado en vivo junto a Mario Benedetti durante distintos conciertos en Montevideo y Buenos Aires.
Anduvo cantando por toda América Latina y sus cantos se han ido desparramando por todas partes, todos los pueblos lo han tomado un poquito para sí y así es que cantores de otras tierras cantaron y cantan sus canciones. Viglietti generó una síntesis musical brutal de las luchas de los 60´, pero además con esas mismas convicciones nos siguió convocando a luchar peleas nuevas, incorporando nuevos sentidos con esa calidad de los viejos que no lo son, con la humildad del que no se cree maestro, invitando permanentemente a recordar las luchas que fueron pensando en las que vienen.
Viglietti nunca fue imagen inalcanzable, idolatrada, tapa de disco. Marcelo Pereira empezaba con esta frase una nota en La Diaria hace un par de años: “Estamos extrañamente acostumbrados a contar con Daniel Viglietti entre nosotros”, y así era. En Uruguay nunca vimos tanto en vivo a otro músico como vimos a Daniel Viglietti, y casi siempre sin pagar entrada. Y no porque hubiera que colarse en algún estadio o porque cantara en festivales con entrada gratis, Viglietti estaba todo el tiempo cantando en los escenarios montados para apoyar luchas contra la impunidad, por la tierra, en solidaridad con otros pueblos, en ocupaciones estudiantiles, recordando al Che y cada vez que una pelea lo convocara para cantar. A veces en actos multitudinarios y otras en rondas chiquitas, en estrados sencillos, en marchas o actos que no convocaban mucha gente, no importaba. Pero no siempre lo veíamos arriba del escenario, cuando no le tocaba cantar, marchaba, o aplaudía anónimo, o se sumaba a una ronda de charla. La última vez que tocó en público fue unos días antes de morir, el viernes 27 de octubre, en un homenaje al Che.
Se murió Viglietti. Es muy raro decir que alguien se murió cuando sus cantos resuenan en el continente entero, cuando sus canciones erizan pieles y lloran ojos, cuando los estudiantes en sus actos ponen play en canciones que escribió hace cincuenta años y hoy se sienten caracterizados de la misma manera, cuando frases de sus estribillos pintan pancartas y se hacen consigna, cuando se mira la foto de un desaparecido y bien adentro nos suena “otra voz canta”. Los que escribieron, y cantaron, y arpegiaron las luchas colectivas, no se mueren tanto.
*Por Santiago Mazzarovich para La tinta