Kevin Spacey y por qué no debemos dejar solo al villano de la telenovela
Por Tomás Balmaceda para Agencia Presentes
Cuando cumplí 18 años les conté a mis papás que quería estudiar filosofía. Un tiempo después, cuando tenía 20, también les conté otra noticia: aquel que ellos creían que era mi mejor amigo, y a quien había dejado de ver de golpe, había sido, en realidad, mi novio. En más de una ocasión mi papá bromeó delante mío diciendo que lo preocupó más mi anuncio de seguir la carrera de filosofía que mi “salida del clóset”. Él y mi mamá estaban convencidos de que me iban a tener que mantener durante muchos años, por no optar por carreras más convencionales, como ingeniería o abogacía.
Tengo la fortuna de trabajar desde los 23 años y de, además de ejercer la docencia en filosofía e investigar los temas que me interesan, escribir desde hace más de diez en diversos medios: sin querer el periodismo se volvió un oficio importante para mí. Incluso, de manera inesperada, pude trabajar un año en TV, en un programa nocturno los sábados en un canal de aire en el que hacía de columnista.
El día que debuté, con todos los nervios y la extrañeza que ese tipo de experiencias tienen, recibí muchos mensajes de aliento y contención. Pero también el de una colega a la que quiero mucho: me recomendó que no vuelva a decir que soy gay en cámara, algo que dije de manera natural tras una broma con una compañera.
Nací en la década del 80 en una ciudad de la provincia de Buenos Aires. El único gay que vi en televisión por muchos años era el padre de Celeste, la heroína de la telenovela de Andrea del Boca, un villano que “muere de vih” en los últimos episodios. Me enamoré de un chico y mantuve mis primeras relaciones sexuales con un hombre sin haber visto jamás ni un beso homosexual en televisión o cine. En la época del dial-up, no existía el acceso a las imágenes y videos, pornográficos o no, que hoy tenemos con Internet.
Quizá por eso, desde adolescente comprendí la necesidad de la representación: mostrar todo tipo de vidas, porque los que no tenemos “biografías tradicionales” necesitamos cuidarnos los unos a los otros. No puedo pedirle al conductor del noticiero que acosa a su compañera de trabajo mientras se saca fotos con su familia haciendo trabajo solidario que sea ejemplo para mi vida. Se lo pido al conductor del noticiero que baja línea en cada informe que pone en pantalla pero que cree que tiene el derecho no contar que es gay “porque es parte de su vida privada”.
Desde mi labor de periodista, en el medio en el que me toque estar -como docente frente a un curso o como vecino en una reunión de consorcio- creo que la importancia de hablar con la verdad y ser un tipo de vida que otros pueden conocer, para que nadie más crea que los únicos diversos son los villanos de la novela. Pero incluso los más más amigos nos dirán que lo que hacemos está mal en contarlo, que se nos cerrarán puertas o no nos llamarán para otros trabajos.
Luego de que un actor, Anthony Rapp, denunciara que intentó abusar de él cuando tenía 14 años, Kevin Spacey contó públicamente que es gay. Lo hizo con un comunicado cruel y dañino: aseguró no recordar el hecho; en la oración siguiente afirmó estar borracho en ese momento (vaya memoria selectiva) y cerró contando que se ha enamorado de hombres y mujeres. “He amado y he tenido encuentros románticos con hombres a lo largo de mi vida, pero ahora he elegido vivir como un hombre gay”, escribió.
— Kevin Spacey (@KevinSpacey) October 30, 2017
El daño a la comunidad que hace que la salida del clóset de Kevin Spacey sea por una denuncia de abuso a un menor es muy profundo. Los portales ya titulan sobre ambos hechos: la acusación de pedofilia y la noticia de que es gay. Todo junto, como si tuviese que ir de la mano.
Una estrella de la talla de Spacey hubiese tenido un impacto positivo y luminoso al revelar hace años y con otras formas que salía con hombres y mujeres. Si bien sólo él conoce sus motivos personales por los que calló, las consecuencias de su omisión son devastadoramente negativas y trágicas para toda una comunidad, que ve hoy en redes sociales como se consolidan estereotipos negativos vinculados a la criminalización de nuestras vidas.
No debemos jamás forzar a la gente a contar lo que no quiere y hay que defender el derecho a que cada uno mantenga su privacidad. De hecho, aún hoy hay más motivos para quedarse en el clóset que salir a la luz: ¿por qué alguien que trabaje en medios querría contar que es gay si no hay personas fuera del clóset en toda la programación de varios canales de noticias o en las principales emisoras de AM o FM? ¿para qué dejar de esconderse si personajes públicos y consagrados corren a sacarse una foto para que el Papa bendiga su hipocresía?
No debemos forzar a nadie a salir del clóset, pero podemos ayudar a crear condiciones en las que sea más fácil ser una biografía donde la verdad sea la regla. Es obligación de todos apoyar los medios que aceptan la diversidad, condenar los hostigamientos a lo diferente, aunque sea en forma de comentario en la panadería, meme en la web o política pública. No dejemos que Kevin Spacey y el villano de la novela sean los únicos gays en esta historia.
*Por Tomás Balmaceda para Agencia Presentes