Un héroe prohibido
Por Osvaldo Bayer en Izquierdos Humanos
¿Cómo hacer? es la pregunta. ¿Cómo re-crear un movimiento que represente legítimamente a los postergados haciéndolos sentir protagonistas? La misma pregunta se hizo en la década del ’30 un luchador admirable, un hombre hoy absolutamente desconocido, olvidado, tapado por los pequeños intereses de capillas y sectas intelectuales y políticas. Una figura que sólo puede compararse al Agustín Tosco de veinte años después. Hay entre ellos como una línea constante. La esperanza está en que en éstos, nuestros años de desorientación, una nueva corriente retome actualizada a la realidad latinoamericana lo ya iniciado por los precursores.
De Anatole France a Bakunin
Se llamó Horacio Badaraco. Gorki lo hubiera llamado sencillamente “un héroe del pueblo”. Y, para describirlo, necesitaríamos la sensibilidad de un Dostoiewski. ¿Por qué dos rusos? Porque Horacio Badaraco tiene, precisamente, aquellas cualidades de los revolucionarios del ’19: ingenuidad, humildad, arrojo, una fe inconmensurable en el ser humano.
Hasta por su origen tiene algo del príncipe Mishkin dostoiewskiano. Horacio Badaraco era de una familia muy rica. Su abuelo había sido el gran empresario de La Boca, el de los astilleros. En su casa se estilaba la mucama uniformada y el valet de guante blanco. En ese hogar nació el 14 de marzo de 1901. Pocas satisfacciones iba a dar ese hijo a sus padres, que de constructores de barcos avanzaban al privilegiado status de banqueros. A los 11 años ese chico que vivía en el barrio de Congreso fue sorprendido varias veces curioseando libros en la librería Perlado, que dedicaba buena parte de sus anaqueles a la literatura anarquista.
A los 14 años espiaba a través de los cristales del café Gaumont —allí, también, en Plaza del Congreso, de la misma vereda de la librería Perlado— a los intelectuales anarquistas. Y fue el dramaturgo Rodolfo González Pacheco quien lo llamó y lo invitó a sentarse a la mesa para que escuchara y debatiera con los socialistas libertarios. Y fue ese González Pacheco —moño volador, sombrero de anchas alas— quien lo invitó a escribir en “La Obra”. Tenía 16 años. A través de Zola, de Anatole France, de Eliseo Reclus había llegado a Bakunin, al príncipe Kropotkin. Y como su primera colaboración sorprendió, pasó a ser directamente redactor del vocero anarquista.
Años después, Badaraco describirá así su llegada a “La Obra”: “Tiempos de una mayor fe, de una agitación y fuego en las almas, más tenaces y cálidos. Yo contaba, para ese entonces, unos dieciséis años escasos. Había, con anterioridad, conocido librescamente las ideas y tratado algunos hombres que las sustentaban. Pero ignoraba los afanes y las luchas de los anarquistas. Era necesario algo así como un deseo bien fuerte en mi juventud, ir hacia ellos, vivir en comunicación, en hondura y en fe, junto a sus existencias tan perseguidas y exaltadas, movidas imperiosamente hacia el dolor como por un aliento de tragedia. Debía hallar esa representación ideal. ‘La Obra’, por ese entonces, era una llama de ardor que proyectaba una singular atracción en los espíritus jóvenes. Fui a ella, solo, sin más compañía ni identidad que mis pocos años, y hubo unas manos francas y cordiales, efusivas y buenas, que una mañana me dieron confianza y compañerismo. Yo sé bien la influencia que grabó en mí aquel primer contacto con unos hombres bohemios que vivían en una constante dedicación a la vida de las ideas y eran perseguidas. La casa anarquista, lo que constituía la vida espiritual de ‘La Obra’ distaba algo apartada, en un barrio del suburbio… Y ello dotábale de un mayor encanto. ¡Cuántas noches, aun con mis libros de texto bajo el brazo marchaba hacia ‘La Obra’! Allí quedaba largamente una, dos, tres horas observándoles, viviendo en la medida de mi interioridad en sus afanes, cambiando algunas impresiones, pocas y breves, dado mi natural tímido. Pero aquello significaba una atracción poderosa, el descubrimiento de una nueva sociabilidad, la elaboración de mi propia personalidad; fui viviendo un ambiente nuevo, desconocido, que yo ligeramente había imaginado al doblar de las páginas de mis libros. Eran los compañeros…”
Ese joven, apenas un poco más que adolescente, va superando su timidez en la acción. No sólo escribe, con un estilo cada vez más firme y propio, sino que a la palabra escrita acompaña la palabra gritada en el mitin y la acción.
Años fundamentales le tocó vivir al joven Badaraco: los ecos de la Revolución Rusa, que provocaría en la Argentina la división del movimiento anarquista —los que siguieron firmes con su utopía de revolución en libertad, y aquellos que fueron denominados “anarcobolcheviques”, por su apoyo a Lenín—, la “Semana de Enero” de 1919, que luego pasaría a ser la “Semana Trágica”, con la sangrienta represión del gobierno radical contra el levantamiento popular, y la lucha contra una nueva forma de represión parapolicial, la Liga Patriótica Argentina, los “niños bien”, que salían deportivamente a cazar obreros rojos por las calles de Buenos Aires.
Pero un hecho iba a marcar definitivamente a ese joven luchador: la represión militar enviada por Yrigoyen contra los obreros huelguistas de la Patagonia. En esos meses, Badaraco fue uno de los que más agitó para que se ayudara a los trabajadores que habían sido abandonados a su propio destino. Un año después, debió decidirse: tenía que cumplir con el servicio militar. En general, por principio, los anarquistas no se presentaban. O desertaban al Uruguay o adoptaban otros nombres. Badaraco creyó más importante cumplirlo para agitar desde adentro, para hacer propaganda revolucionaria en las propias entrañas de ese militarismo tan reaccionario como era el argentino. A fines de enero de 1923, frente al cuartel de Palermo, donde Badaraco es recluta, un anarquista alemán llamado Kurt Gustav Wilckens mata con una bomba y siete certeros balazos al teniente coronel Varela, el represor de los obreros patagónicos. El hecho conmocionó al país. El conscripto Badaraco reparte volantes en el cuartel recordando la matanza de obreros patagónicos.
Proletarios entre rejas
De inmediato es detenido y acusado de señalar al alemán Kurt Wilckens quién era Varela. Es torturado bárbaramente y encerrado en la prisión nacional, en las peores condiciones. Durante los ocho meses que permanecerá en la cárcel será el defensor de los presos. Escribirá artículos que son sacados por distintos conductos de la prisión y aparecerán en el periódico anarquista “La Antorcha”. En ellos describirá el sufrimiento del “proletariado entre rejas”, como llama él a los condenados. Sus escritos han dado testimonio de la ignominia del régimen carcelario durante el gobierno radical, que en nada había mejorado las condiciones en que se hallaba durante el antiguo régimen. Ushuaia, Sierra Chica y prisión nacional son nombres que quedaron como estigma de la sociedad argentina.
Tal vez, un sólo párrafo de su “Breviario de los reclusos” nos pueda dar aunque en forma muy pálida, un reflejo del alma solidaria y evangélica de este joven
revolucionario. Se refiere al día domingo de los presos, cuando los familiares les traen algo de comida: “Nosotros, los reclusos bien sabemos lo que una ofrenda significa. Aquellas frutas coloreadas, tan atractivas, tan soleadas y hermosas, traen toda la frescura de un huerto humilde en brazos de aquella niña; y esos panes dorados que alcanza esa viejecita al compañero judío poemizan todo el encanto del sábado hebreo. No hay cosa mejor que pueda hablar al corazón de los presos que esos días de ofrenda. Pero por qué la cárcel nos habla del recluso sin ofrendas, sin comunicación, sin alborozo dominical. Nosotros, los reclusos, bien sabemos la honda tragedia del prisionero. El anciano, el muchacho venido de lejos, el extranjero, quedarán olvidados, sin ofrendas. Hagamos un gran lazo de unión con las cárceles, una bondad a tiempo, una efusión, un convencimiento, el revivir idealmente una nostalgia, el despertar un gran fuego de amor: he aquí la ofrenda que no será venida en domingo pero que descenderá amorosamente de nuestro corazón.”
Cuando salga de la cárcel, como en una novela de Gorki, este hijo de acaudalada familia unirá su vida a una obrera del vidrio: la española Ana Romero. Escribirá a sus padres renunciando a toda herencia, a todo bien que le hubiera podido corresponder. Se ganará la vida como lavador de coches y en las horas libres será redactor de “La Antorcha”, el periódico del anarquismo combativo.
El primer domingo libre irá a visitar la tumba de Kurt Gustav Wilckens, el alemán anarquista que había vengado a sus compañeros patagónicos y que acababa de ser asesinado en la prisión por un “niño bien” de la Liga Patriótica. Escribirá una nota que titulará: “Calle 3; tablón 4, sepultura 58”, una bella página de literatura proletaria. La humilde tumba del héroe extranjero. “Leemos —dice— en el latón que índica su tumba: ‘Kurt Wilckens. Falleció a consecuencia de su ideal. En la mente de sus compañeros queda grabada su acción’. Quedamos un tiempo incontable, una o dos horas, silenciosamente, ante la sepultura 58. Un sin fin de ideas y de recuerdos se asocian a nuestros pensamientos. Esas manos anónimas, obreras, representan para nosotros una fuerza ideal que no perecerá jamás, que brotará permanentemente hacia la vida. Fueron las que procuraron flores a su tumba y esa recordación de que en la mente de sus compañeros quede grabada su acción. ¡Qué sencillo y hermoso es todo esto! Es como aquel campesino ruso que a la muerte de Kropotkin cruzó a pie la inclemencia de la estepa para, a falta de un recuerdo en su tumba, ayudar a cavar la tierra helada y endurecida de su fosa. El sabía que había muerto un santo, y la tumba de un santo debía ser cavada por los brazos toscos de un campesino.”
En su párrafo final del adiós al caído, dice: “Volvemos a la ciudad algo intranquilos, con una fuerte esperanza, como en aquella mañana de sol en que Kurt hizo vibrar en los aires, cara a la fiera, la voz tonante y vindicadora de la dinamita”.
A tres temas se dedicará el recién salido de la cárcel: el antimilitarismo, la defensa de la mujer y la educación racionalista y antiautoritaria. Los considera esencial para la liberación del hombre. Pero también eleva su voz airada ante la matanza de indios que se comete en Chaco y Formosa que se hace en nombre de la civilización. Los “salvajes civilizados» —como los llama Badaraco— cometieron en 1924 la expoliación y el crimen con los indios mocovíes, con ayuda de la gendarmería y el silencio del gobierno radical. Ante el fuego de fusilería, los indígenas trataron de defenderse con danzas rituales que les sugería su religión para defenderse del mal. Fueron asesinados así centenares de hombres, mujeres y niños, y quemadas sus tolderías. “La mayoría de las grandes fortunas americanas —escribe Badaraco— se han labrado sobre esta base, la conquista y reducción del aborigen; los Unzué, los Alvear, los Alzaga, los Anchorena y otros ilustres apellidos de la aristocracia criolla han conseguido destacarse del conjunto de estas empresas; los Barthe en el norte y los Braun Menéndez en el sur, como las empresas de frigoríficos en las costas patagónicas o de las grandes cabañas o estancias levantadas sobre los pies de los Andes, no han obrado en distinta forma, y análogos procedimientos se emplean en las industrias del vino y del azúcar.”
Traidor a dos patrias
A esa segunda mitad de la década del veinte no le faltarán temas para la lucha. El nombre de Sacco y Vanzetti recorrerá el mundo. Los obreros argentinos harán paros generales con actividad en las calles. Hay atentados contra la embajada de Estados Unidos y edificios de empresas norteamericanas. En una gran manifestación en Plaza del Congreso es quemada una bandera norteamericana. La policía acusa a Horacio Badaraco y a Alberto Bianchi del hecho. Dos hombres de “La Antorcha” anarquista. Nadie cree en la acusación, todos saben que se ha acusado a los hombres más consecuentes con sus ideas y por eso más peligrosos. Se les inicia juicio bajo el pomposo nombre de “traición a la patria” por quemar la bandera de un país amigo. Hasta parece una traición del inconsciente de ese gobierno de Alvear. Badaraco inicia una huelga de hambre, pero de esas sin jugos ni inyecciones. “La Antorcha” informa en su boletín especial de ese 14 de agosto de 1927. “A ‘La Antorcha’ no la enmudece nadie; ‘La Antorcha’ no es un chanchito de goma, lleno de viento que cualquier perro tarasconea y desinfla. Van a morder fierro aquí. No saben los burros que la palabra anarquista no muere en un día ni en una noche. Será siempre peor si nos meten en la cárcel. Hay cien más para llenar esta página y después todavía quedan los otros, que no saben escribir pero que saben dar unos fierrazos macanudos. Y esto no es drama ni chunga. Es una fija que les adelantamos. Badaraco lleva ya cuatro días de huelga de hambre y Bianchi dos. Los dos están incomunicados.” A dos semanas de iniciada la huelga de hambre se pliegan a la misma todos los presos del Departamento Central de Policía, de la cárcel de encausados y de Villa Devoto. Al gobierno radical no le conviene esta complicación. Pese a las pruebas fraguadas por Orden Social —la policía política de aquellos tiempos— los jueces ordenan la libertad condicional de los dos libertarios.
Pero poco le durará la libertad a Badaraco. Seis meses después es condenado a un año de prisión —a cumplir— por “apología del crimen”. La justicia se basa para ello en un artículo sobre Wilckens, en el cual Badaraco justifica la actitud del vengador.
Pero la prisión sólo servirá para fortalecer aún más la fe revolucionaria y el sueño del socialismo libertario de Badaraco. Vendrá enseguida la campaña por la liberación de Simón Radowitzky. Habrá huelga generales hasta en el pueblo más pequeño de la República. Tiempos en que los trabajadores salían a la calle más por solidaridad que por el propio salario.
Pero ya había otro factor que no dejaba dormir a ese hombre de lucha: la falta de unidad de las izquierdas. En el mismo anarquismo se había producido una división que llevaba a una lucha fraticida y las páginas de los periódicos de lucha se preocupaban más de acusar al hermano de ideas que de luchar contra el enemigo común. El movimiento obrero, dividido en tres centrales, se debilitaba cada vez más. Esta decadencia fue patente en el golpe militar de Uriburu, en setiembre del ’30. Ese movimiento obrero que había vivido tantas epopeyas de lucha no había logrado paralizar el país en repudio a ese régimen dictatorial con su ministerio de Barrio Norte. Y la represión, por supuesto, cayó contra los verdaderos revolucionarios. Fusilamientos, clausura de periódicos y sindicatos, el penal de Ushuaia para los argentinos, la expulsión del país para los extranjeros.
Badaraco siguió luchando los primeros días para sacar así volantes de resistencia y “La Antorcha”, pero finalmente fue detenido y enviado a Ushuaia. Es el momento en que los militares se dan el gusto. En el trasporte “Chaco” meten —en las sentinas— a 860 detenidos, en un lugar para apenas 150. Van juntos presos políticos y comunes. Badaraco promueve una asamblea, en la que se elige a una delegación para ver al capitán del buque. Sólo pide que se dejen abiertas las bodegas para que los presos puedan respirar. Badaraco llevará la voz de los perseguidos. Pero no es gratuita la actitud. Cuando llegan al penal de Tierra del Fuego le dan la bienvenida con la habitual paliza con cachiporras. Un año y cinco meses pasará en esa prisión en condiciones degradantes sin poder escribir ni recibir una carta de sus seres queridos. Pero la prisión le servirá para tomar contactos con otros luchadores de otras ideologías. Junto a sus compañeros anarquistas Mario Anderson Pacheco, Miguel Angel Angueira, César Bal- buena, Luis Oneto, David Grinfeld, Domingo Varone, Francisco Rivolta, Roque y Vicente Francomano, estaban los comunistas Manzanelli, José Peter, Genónimo Arnedo Alvarez, pero también trotskistas, socialistas combativos, sindicalistas puros. Allí comenzaron a llamarse compañeros.
El 2 de marzo de 1932 regresaron en el transporte “Pampa”. El cronista de “Crítica” está impresionado por el estado Físico de los ex presos. De Badaraco escribirá: “Tenía una sonrisa buena y resignada como la de Jesús”.
Pero no eran tiempos de resignación. A la triste y bruta dictadura militar iba a seguir la década infame, con otro militar, el general Justo, ayudado por conservadores, radicales y socialistas. La CGT había surgido con un comunicado de alabanza al dictador Uriburu, mala partida de nacimiento. La realidad era que las verdaderas organizaciones de lucha habían sido barridas, vencidas. ¿Era posible seguir con las mismas discusiones y divisiones de la década del veinte?
La utopía, siempre
Badaraco seguía creyendo en su socialismo en libertad, en la revolución antiautoritaria, pero fue alejándose de la ortodoxia. Buscaba desesperadamente un nexo con aquellos que querían también una sociedad más justa. Quería la unidad de los que luchan. Es cuando comienza a simpatizar con el pensamiento del espartaquismo alemán, cuya ideóloga había sido Rosa Luxemburgo. Pero no por su base marxista sino por esa especie de radicalismo utópico que trataba de imprimir al proletariado la pensadora asesinada en Berlín. Es así como con dos compañeros anarquistas, Domingo Varone y Antonio Cabrera funda Spartacus, Alianza Obrera y Campesina, que en su primer llamamiento convocaba a “obreros, campesinos y soldados a luchar por el socialismo”.
El grupo Spartacus logrará su máxima actividad en la célebre huelga de la construcción de 1935-36. El Sindicato de Albañiles estaba dirigido en aquel entonces por los comunistas. Pero todo el movimiento obrero se solidariza con ellos. El Gran Buenos Aires se transforma en una cadena de ollas populares para los huelguistas y sus familias, formándose lo que se dio en llamar «el cordón rojo”. El 7 de enero de 1936 se declara la huelga general de todos los gremios en apoyo a los albañiles y la misma se prorroga 24 horas más. “Las persecuciones que la rodearon —escribe Marotta, que ideológicamente estaba en contra de quienes dirigían la huelga—, las detenciones, clausuras y deportaciones; los muertos y heridos registrados en choques con la policía en Villa Urquiza, Liniers, Nueva Pompeya y Villa Soldati, no impidieron que a los 96 días de estallada, terminase con el triunfo de los obreros”.
Fue el momento de gloria para Badaraco quien había comprobado que los triunfos se hacen sólo sobre la base de la unidad de los luchadores. Pero pronto volvieron las divisiones, las luchas intestinas. Por culpa de todos.
En 1936 Badaraco marchará a España a luchar con el pueblo español contra Franco, sus militares, sus curas, sus escuadras fascistas. Allá colaborará con las columnas anarquistas y en los periódicos “Solidaridad Obrera” y “Juventud Libertaria”. De allá volverá con el mismo convencimiento de siempre: la falta de unidad lleva a la derrota, ineludiblemente.
A su regreso sufre el primer infarto cardíaco. Pero sique, en las páginas de “Spartacus” su búsqueda de unidad. Era muy difícil eso de tratar de unir el agua y el aceite. Sus viejos compañeros de ideas lamentaban lo que creían un alejamiento; los que estaban en la vereda de enfrente tardaban mucho en cruzar la calle. Badaraco trabajaba ahora en los talleres gráficos Standard. Pero no dejaba de dar su solidaridad con los trabajadores en huelga. Como lo hizo en la famosa huelga de las obreras botoneras, durante la cual fue secuestrado y golpeado ferozmente. Y en la solidaridad con los derrotados en España por el fascismo. Formó parte de la Sociedad Internacional Antifascista— grupo unitario de diversas ideologías— que tenía su sede en el Pasaje Barolo.
El año 1939 lo vio dedicado a la lucha contra la guerra. Comenzó ese año un estrecho contacto con los estudiantes universitarios y muchos de los manifiestos de la FUBA de aquellos años se debe a su pensamiento. La resolución del Segundo Congreso de Estudiantes Universitarios Argentinos por el cual “la realización del programa reformista sólo podrá alcanzarse después de haber conseguido una transformación profunda en el orden económico y social reinante” fue una interpretación de la línea que Badaraco sostenía siempre en su discusión con los estudiantes.
En plena lucha de unidad por parte del incansable libertario, irrumpe el peronismo en la escena nacional. El 17 de octubre de 1945 asiste a la marcha proletaria que viene a liberar a Perón. Un núcleo de viejos socialistas comentan: “éstos no son obreros, son lumpen”. Badaraco les contesta escuetamente: “Esta es la clase obrera que ustedes no conocen”.
La muerte con Perón
Diez meses después, fallece, a los 45 años de edad, en el hospital Salaberry. Poco antes había escrito una carta extensa a un amigo, que saldrá publicada y que vale como su testamento político. Dirá allí: “En los meses últimos ya no hay indiferentes en política. ¿Qué pasa de extraordinario para que esta conmoción gane todas las capas sociales? Casualmente, el peronismo y el triunfo del peronismo es el castigo por nuestras insuficiencias en materia y en vida política. La política apareció de pronto en el escenario social del país y no estábamos preparados pudiendo entonces ver fácil la aventura política del profascismo peronista al arrebatar las banderas sociales a los partidos de izquierda y dejar entrever algunas soluciones para las grandes masas. El voto al peronismo ha sido, en cierto sentido, un voto revolucionario y social en grandes masas de la población. Ellas nos han advertido de la realidad argentina a pesar de toda la deformación social y de conciencia que el peronismo ha impreso en esas grandes masas. La falta de una respuesta política a millares de argentinos y, especialmente, de jóvenes, abrió el juego de la política fascista o, por mejor decir, profascista. Los obreros atrasados, los olvidados por nuestra burguesía nacional y la oligarquía reaccionaria, movidos por los apremios de sus insoluciones y castigados por el resentimiento fomentado por una expoliación sin límites, votaron a Perón, son peronistas. Aquí radica la profunda experiencia de estos días: ahora iremos más fortificados a las luchas próximas y los obreros peronistas realizarán mientras tanto la experiencia Perón. La experiencia Perón los traerá a nuestro lado o no, si aún somos débiles para ganarlos. Perón tendrá todavía carne de cañón para la guerra de los imperialistas”.
En la última parte de su escrito, señala Badaraco: “El movimiento anarquista ha experimentado en la Argentina un colapso tremendo, que venía de años, y que nosotros pronosticamos, dividiéndonos. Yo continúo sosteniendo mi concepción obrera sindical aplicada a la larga experiencia anarquista de más de setenta años. Eso no me impide, porque estoy por la lucha y por formas progresivas de la lucha: estar en contacto con las corrientes socialistas y comunistas. Sostengo que la unidad es elemental para el movimiento obrero y que esta unidad debe basarse en condiciones reales. ¿Que nosotros dispersos, atomizados, sin núcleos firmes de trabajo hemos perdido viejas y consagradas posiciones? Y bien: el deber revolucionario señala continuar luchando. Esto es lo que hago desde mi modesto puesto de trabajo”.
El sueño de Badaraco, un vigoroso movimiento independiente que uniera a todas las izquierdas, no pudo ser. Las corrientes socialistas siguieron con sus equivocaciones, sus marchas y contramarchas. Sólo fugazmente se produjo ese acercamiento. Y lo logró la figura de este hombre.
A un año de su muerte se reunieron en su homenaje, en un acto, representantes de todas las tendencias, en el salón Augusteo, bajo el lema: “Horacio Badaraco, treinta años de lucha”. Hablaron en el mismo: Diego Abad de Santillán (anarquista), Corona Martínez (socialista), Emilio Troise (comunista), Antonio Cabrera (grupo Spartacus), René Stordeur (sindicalista), Germán López (Federación Universitaria Argentina) y su amigo Joaquín Basante López. La crónica afirma la presencia de una delegación peronista.
Lo que en vida no había logrado, se hizo a su muerte. Como, por ejemplo, quedaba su búsqueda de unidad, sus luchas, sus cárceles y torturas, su vida y su muerte en la pobreza. Un auténtico héroe del pueblo. Pero en el sentido de Romain Rolland: “Yo llamo héroes sólo a aquellos que fueron grandes de corazón”.
*Por Osvaldo Bayer en Izquierdos Humanos. Publicado originalmente en El Porteño, Marzo de 1987 / Foto de portada: Imagoteca CeDInCI