Canciones de trinchera de ayer y hoy

Canciones de trinchera de ayer y hoy
27 julio, 2017 por Julieta Pollo

El viernes El violinista del amor y los pibes que miraban sembraron en Córdoba su balacera musical. Con motivo de un nuevo aniversario de la Revolución Social Española, compartieron su repertorio de trovas antifranquistas, himnos populares de resistencia que recuperan y reversionan en un ejercicio de memoria que no pierde vigencia. En conversación con La tinta, Nicolás Esperante habló de raíces, autogestión y lucha territorial.

Por Julieta Pollo para La tinta

Es viernes y el sol se desparrama por el Suquía en una de esas tardes de invierno manso. De lejos distingo a quien espero por su silueta coronada en un mástil de guitarra: Nicolás Esperante, el Violinista del Amor, camina con la calma de quien pasea en ciudad ajena. Mientras nos acercamos a Barrio General Paz, Nicolás me cuenta que los pibes que mirabanNicolás Valdés, Eduardo Renzi, Pablo Maillie y Nicolás Galván– todavía vienen en viaje desde Buenos Aires.

Es la primera vez que la banda visita Córdoba y lo hace nada menos que para participar de Julio Negro, encuentro que conmemora el 81º aniversario de la Revolución Social Española, aquella que en medio de la avanzada contundente del fascismo en Europa vio levantarse al pueblo para frenar el golpe de Estado del ’36, que desembocaría en una guerra civil de varios años y en décadas de opresión bajo el yugo franquista. En ese contexto, Argentina fue uno de los destinos del exilio republicano, a pesar del proceso de asfixia de las organizaciones anarquistas iniciado por el golpista Uriburu y continuado durante la democracia cómplice de Justo.

Cuando llegamos a La Caracol, sede del encuentro organizado por la Organización Anarquista de Córdoba, ya hay pibes y pibas que conversan tranquilos mientras esperan el inicio de las primeras actividades: la proyección de Libertarias y el homenaje a Mayte Amaya. Con Nicolás saludamos y nos sentamos en el patio, cerca de una familia que toma mate bajo un mural conciso y poderoso que dice Autogestión, palabra que aparecerá muchas veces en nuestra conversación.

El violinista del amor y los pibes que miraban han editado seis trabajos en poco menos de un lustro: en 2009 se tiraron a la pileta con un EP y con un disco cuya portada muestra al «padre» Grassi haciendo juego con el nombre de la banda, irónico y extenso como si perteneciera a una banda Indie. Un par de años más tarde lanzan Saltando de alegría, en el que ya se vislumbra el camino estético que hoy los define desde la música y desde el trabajo de ilustración y diseño, a cargo de Federico Pazos que es uno más de los pibes que miraban. De a poco el soft rock y el folk del primer tiempo iba diluyéndose mientras una nueva criatura tomaba fuerza en canciones como “En el pozo María Luisa”. Encontraría su máxima expresión en2013 con Para los fantasmas,  una granada de canciones e himnos de revoluciones que no fueron, donde recuperan canciones clásicas de trinchera que la resistencia española entonaba para ahuyentar miedos, renovar fuerzas e inventar la esperanza. 

Después vendría El ruido y la culpa, una opereta lastimera con canciones de su autoría en la que siguen incursionando en los vapores gitanos, los ritmos tradicionales españoles, las rancheras y valsecitos, y las tarantelas con que los italianos purgaban venenos a fuerza de saltos. Este año la banda redobló la apuesta y lanzó Para los fantasmas vol.2 en el que vuelven a rendir homenaje a los cantos de las resistencias populares, ampliando su eje geográfico de España a Italia, Francia, Alemania y Rusia. Si la edición anterior brillaba con «La internacional», «La mala reputación» o «Bella Ciao», la nueva no se queda atrás: desde las pogueras «A la huelga» o «Por allí viene Durruti», que crecen de un susurro hacia el estallido del tempo, hasta la dulzura de «Los reyes de la baraja», poema del fusilado por el franquismo Federico García Lorca que canta una niña sobre cuerdas y flautas.

Redoblante, acordeón, banjo, mandolina, bajo y vientos, se conjugan con coros graves, palmas y una lírica que revive gritos de huelga, de lucha y de amargas despedidas.  El resultado es esa música nostálgica y festiva que solo puede bailarse de pie, envuelto en un abrazo colectivo que se mece al sopor de los licores nocturnos.  El humor y el cinismo se cuelan en la música y se vivencian en sus presentaciones desde el vestuario, la gestualidad y la adaptación de ciertas letras a los tiempos que corren hoy.

Conversando con Nicolás resulta inevitable preguntarle qué los llevó a terminar cantando trovas antifranquistas, a lo que responde: “Fue cambiando porque en realidad al principio no tenía nada que ver. Yo tuve bandas hardcore con el batero, y con el que toca el acordeón éramos las dos guitarristas de una banda experimental psicodélica pesada. Después armamos esta banda de amigos que al principio fue medio folk, después rockabilly, después canciones románticas italianas y así, así, así, hasta lo de ahora. En relación a recuperar y reversionar los himnos de la resistencia, lo que decimos siempre es que son las canciones que cantamos cuando estamos borrachos. Así como en el fogón pinta Sui generis, nosotros estamos un poco en pedo y empiezan las barricadas. Un poco eso, otro poco que yo soy de familia española. Mi abuelo estuvo en la guerra y después fue marinero de la marina mercante”.

Tal como cuenta, entre todos los que por esos años cruzaron el Atlántico estuvo Manuel Esperante, abuelo del Violinista que, como su nieto, también supo explorar la música. Fue allá por la década del 30 en su España natal donde formó Os Borregos con tres de sus hermanos.

—¿Cómo terminó tu abuelo acá?

—Un día agarran el barco donde estaba con contrabando y él justo estaba bajando la mercadería en un bote… (risas) el perejil del barco porque no tenía nada que ver. Entonces queda preso arriba del barco, pero cuando tocan puerto lo bajan para que se escape. Entonces se tuvo que ir y al tiempo mandó una carta diciendo ‘vengan porque no puedo volver’ y ahí llegaron mi abuela, mis tíos y mi viejo a Argentina. De hecho se vinieron para Río Cuarto al principio. Toda una vida el viejo, todavía vive, ayer cumplió 98 años.

—Me imagino las historias que contará sobre los años de guerra… 

—Él flashea porque lo más lindo de todo es que peleó para el franquismo. El tipo es el vivo ejemplo de lo que pasaba en los pueblos. Él era de un pueblo muy chiquitito y no entendían nada. La familia de mi abuelo era republicana pero de repente llegaba la Guardia Civil, que eran los mismos vecinos que de repente fueron poderosos y le tiraban el vino, robaban, molestaban a las mujeres… entonces mi abuelo dijo si esto es la izquierda…

En esa época daban conferencias en los pueblos y mi abuelo con 16 años se escapó para unirse al frente. Imaginate el punto, que mi abuelo después cuando terminó la guerra escondió a un montón de Republicanos, los cruzaba en balsa a Portugal por el río arriesgando la vida. Mi abuelo tiene 98 años y sigue siendo más progre que la mayoría de mis amigos. Y cuando hablás con la gente que vivió todos esos procesos, a no ser que sea gente que tuviera el acceso a los medios intelectuales más allá de ser trabajadores, te das cuenta de que era muy volátil todo.

El ramillete ecléctico de folklores de Contra los fantasmas es un ejercicio de memoria que conmueve, las canciones de resistencia se enlazan en una misma lucha: la de los movimientos obreros y populares frente a la opresión, que no pierde vigencia aunque cambien sus formas. Bajar las nostalgias con canciones y entonarlas en un grito colectivo para apagar el miedo es algo que trasciende épocas y espacios.

—¿Cómo ves los movimientos de lucha hoy?

Es complicado… fragmentados, pero es entendible también porque… no sé por qué. Es un momento de retroceso. Si tenés que comparar lo que pasó en ese momento a lo que pasó de los 80 en adelante es que  antes el enemigo era ‘yo soy esto, pienso esto y hago esto’ y después fue la máscara. Y es mucho más terrible porque esa ideología de la no ideología y la cuestión de pretender correrse de lo político… lo que antes era la dictadura física concreta hoy es una dictadura que no se concreta en lo formal pero sí en lo práctico.  Justo hoy estaba releyendo unas cosas de Freire, en las que dice que no cambia el enemigo, no cambian las luchas ni las causas, tienen que cambiar las formas de luchar. El desafío de las resistencias tiene que ser buscar las formas nuevas. Si en un lugar puede servir una huelga, en otro puede ser que el camino para esa situación sea la huelga más otras cosas. Como que el desafío constante es ese, y con la fragmentación de los movimientos sociales del campo popular que hay es muy complejo.

—¿Cuál te parece que es hoy el camino de la resistencia?

La lucha en el territorio es la única lucha que yo siento, porque no milito en ningún partido, sino en una organización territorial donde hay gente de un montón de lugares y de sectores. En un frente de organizaciones territoriales que se llama la Salvadora Herrera y en el que están 13 o 14 barrios de Buenos Aires: Entre comedores y merenderos estamos en la 21-24, la 20, la 31, la 17, la 15… todas villas de Capital. También tiene un bachillerato popular para jóvenes y adultos donde doy clases, y un gimnasio de boxeo hecho en un vagón en uno de los barrios.

Estamos nucleados como frente de organizaciones dentro de la CTA Autónoma que hoy por hoy está bastante complicado porque no está alineada con la unificación de CTA a nivel nacional, así que va a depender de los próximos plenarios lo que pase, pero es la más combativa de las CTA. También articula con otras territoriales como la Germán Abdala, Niñez y territorio. Obviamente no menosprecio la militancia orgánica de los partidos pero mi experiencia personal es esa, en el territorio. Esa es la lucha que yo veo más concreta y cercana. Me ayuda a estar en contacto directo, en el territorio. Te ayuda a que la cuestión política se diluya menos.

—La actividad de la banda se vincula mucho en el territorio, la mayoría de sus presentaciones se dan en espacios no tan convencionales: barrios, centros culturales, bibliotecas populares y festivales que apoyan diversas luchas sociales…

Sí, es un extremo que a veces es difícil. Sin exagerar creo que en los últimos años tocamos un promedio de dos o tres veces por mes, a veces más, y un 10% de esas veces fueron eventos organizados por nosotros. El resto fueron en movidas, entonces a veces es complicado crecer como banda cuando no tenés un plan de difusión y tocás todo el tiempo. Pero se da naturalmente tocar en espacios así. Es lo más lindo. Nosotros tenemos discos de canciones propias pero lo que más disfrutamos tocar son estas canciones por lo que genera. La gente que llegamos a conocer por esto. Yo tengo una relación entrañable con Vicente Zito Lema, y es muy fuerte, muy profundo. También con Alberto Santillán, el papá de Darío… entonces te llena mucho poder participar de estos lugares. Ver a Norita Cortiñas, que amadrina la nueva Escuela de feminismo popular, agitando cuando estás tocando… decís ya está, está todo acá. Entonces elegir esas cosas se da solo, decís es esto.

—Ustedes encaran la producción musical, la difusión y hasta el armado casero de sus discos, ¿por qué eligen la autogestión?

Creo que la autogestión es la única forma, la que tenés a mano y con la que podés hacer cosas. Los CDs están online y el que lo compra es porque tiene ganas de colaborar y de tener el objeto. Obviamente le damos un valor a eso: la gráfica de los discos está buenísima, las hace Fede Pazos que es un miembro de la banda prácticamente. Y un ilustrador del re carajo. Yo vivo con él y es amigo desde siempre, es el primero que empezaba a cantar borracho estas canciones. Así que es en serio parte de la banda. Ensayamos en casa o sea que él escucha todo el tiempo todo lo que hacemos y cuando de repente le decimos ‘vamos a grabar un disco’ el tipo dibuja y diseña, y está buenísimo.

Entre los próximos proyectos de El violinista del amor y los pibes que miraban el guitarrista adelanta un disco que grabarán junto a Vicente Zito Lema, con quien han compartido escenario entrelazando música y poesía, arte y política, resistencia y libertad.

*Por Julieta Pollo para La tinta

Palabras claves: El violinista del amor y los pibes que miraban, guerra civil española, Nicolás Esperante, Revolución Social Española, Salvadora Herrera, Vicente Zito Lema

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