Giros, un cable a tierra

Giros, un cable a tierra
14 julio, 2017 por Gilda

Año 1985. En tiempos marcados por el retorno de la democracia, aparecía el segundo disco de Fito Páez, un puñado de canciones indelebles. Compartimos un recorrido por sus músicas y su poesías.

Por Mario Díaz para Redacción 351

“…después de todo tú eres la única muralla. Si no te saltas, nunca darás un solo paso”
Luis Alberto Spinetta, La búsqueda de la estrella

Promediaba la mitad de la década del 80 cuando comenzó a sonar por todas las radios la música de un flaquito pelilargo, de grandes anteojos, llamado Rodolfo “Fito” Páez, al que habíamos conocido a través de la “Trova rosarina”, en donde las canciones de un puñado de compositores de aquella ciudad santafesina, con la voz de Juan Carlos Baglietto a manera de ariete, se abrían paso aprovechando el viento a favor que soplaba en esos tiempos sobre la música Argentina.

Entraron en las casas, en los colegios, en los talleres, en los bares, en lo cotidiano de todos los jóvenes de esa época. Quién no cantaba El témpano y Mirta de regreso, de Abonizio, el Tema de Rosario de Lalo de Los Santos, Era en Abril y La canción del pinar de Fandermole, La vida es una moneda y Sobre la cuerda floja de Páez, entre otras.

Como solista, el debut de Fito es con Del 63 un trabajo del año 1984 integrado por canciones redondas. Aparecen aquí la canción que da título al disco, presentándose de manera autobiográfica, donde se mira como un pibe nacido en los sesenta que tocaba tango, folklore y también rock and roll, influido por la beatlemania y la locura creativa que se dio en esa época. La rumba del piano, en donde le canta a esa balsa con la cual naufragaba en el inmenso mar de la música, el que “se abre como una flor ante un acorde sutil y cierra su corazón si lo abandono en abril…”; la bellísima Tres agujas, donde dice “es mi corazón quién decide entre el mar y la arena…” y “quiero cambiar para sentirme vivo”, proponiendo dejar atrás convencionalismos para decidirse a vivir intensamente y sin tanto límite, pero a la vez ratificando esa madurez para componer que se había manifestado desde muy jovencito contando buenas historias, manteniendo ese compromiso con la palabra y la música bien tratadas.

Como todo rockero de estas latitudes, Fito recaló en las costas de esos inmensos mares de música del rock nacional: Nebbia, García y Spinetta y sus melodías, como no podía ser de otra manera, respiraban esos aires.

Pero hacemos foco en su segundo trabajo discográfico, una hebra más dentro del tejido de la música popular Argentina que llamamos rock, que lleva por título un nombre por demás interesante: Giros. Editado en 1985, es música Argentina con influencias planetarias. Un disco vital y necesario en donde bautiza con títulos sugerentes a las canciones: Giros, una hermosa melodía con una atmósfera bien tanguera que habla de cambios, de transiciones, en una época que demandaba ni más ni menos que eso. Hay un solo con sonido de bandoneón muy inspirado y con un concepto fuerte en la letra: “Dar media vuelta y ver qué pasa allá afuera”.

Taquicardia es la segunda del disco, al mejor estilo García y compañía, con la batería al frente. Es el tema más fuerte, crudo, a los gritos, con cierta demencia, totalmente inesperado, sorprende, “abofetea al oyente que escucha Giros y piensa que está todo bien” (Páez).

Alguna vez voy a ser libre es la canción más vieja del disco. Nació inspirada en críticas que recibía sobre su música. Originalmente se llamó Panorama y es una aspiración a hacer de todo “sin mapa de este mundo” y a cambiar permanentemente y a ser lo más noble consigo mismo.

11 y 6. Cuenta el mismo autor que andando de gira con Baglietto por Santa Fe, vio a dos chiquitos en un barcito, lustrando zapatos, y ahí se le ocurrió. Cambió el escenario por un bar de la calle Corrientes en donde transcurre la historia. Una canción bien Beatle que arregló Pedro Aznar y quedó totalmente McCartney… Una historia donde el amor todo lo puede. Con una mirada comprometida, retrata el tiempo en que vivíamos. Música atravesada por el pop, el folklore, el tango y el rock and roll, al que con gran capacidad de alquimista logra combinar de manera justa en sus proporciones.

Yo vengo a ofrecer mi corazón, una emblemática canción de las que pasaron a integrar el cuadro de honor de las músicas argentinas. Rápidamente se instaló en el corazón y en la memoria de la gente, con una melodía clara e inspirada y una letra que es una declaración de amor.

Narciso y Quasimodo, lo blanco y lo negro, lo bueno y lo malo que conviven en nosotros todo el tiempo… Lo que somos.

Cable a tierra, después de ciertas situaciones personales de mucha intensidad, Fito compuso esta canción en donde reflexiona y se expresa no de manera paternalista sino como el mismo Páez lo expresa, “tirando una onda entre amigos.” Y resalta la necesidad de escucharse a sí mismo, de atender a la voz del corazón. Un punto alto dentro del disco.

Decisiones apresuradas es una crítica fuerte a la guerra y a Galtieri. Es de lecturas múltiples, aplicable a tantas otras situaciones.

De los grones (D.L.G.), una maravillosa expresión de deseo hecha canción. Todo llega, todo es posible, las profecías se dan…”Y será y será un fuego, un pantallazo, un rayo luz conmovedor, una tormenta, una música infinita”.

Disco lúcido, crudo, apasionado, con un hilo narrativo coherente, sólido, lleno de interrogantes, con un Fito Páez incómodo, disconforme, que alza su voz cargada de realismo, pero a la vez tierna y esperanzadora, movilizante: “Me pasé la vida viendo cómo hacían el mundo sin hacerlo yo… Tengo que salir, debe haber forma de resucitar.” “Miren todos, ellos solos pueden más que el amor y son mas fuertes que el Olimpo”… “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”.

Giros le toma el pulso a una compleja realidad pos-dictadura, con heridas profundas y abiertas en el cuerpo de la sociedad que comenzarían a sanarse despaciosamente con la democracia. Una de las formas la señalaba en “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, esta actitud de entregarlo todo, de salir de uno mismo y reconstruir el tejido social de manera colectiva.

El panorama musical en ese año -entre las cosas más interesantes y variadas- mostraba a un Zas con Miguel Mateos que llenaba todos lo sitios en donde se presentaban y vendían miles de discos; a un nuevísimo Soda Stereo; al Cuarteto Zupay con un trabajo discográfico nuevo llamado “Canciones de amor”; a Pedro Aznar con “Contemplación”; a Viudas e hijas de Roque Enroll; a Charly García sonando en todas las radios con “Piano Bar”, editado el año anterior; a Litto Nebbia con “En Brasil aquí y ahora”, donde abría el disco una bellísima “Música para las estrellas” con el Negro Rada como invitado cantando; a Los Trovadores que habían editado “Pequeñas Historias”, mientras Sandra Mihanovich recreaba muy bien el Twist del Monoliso de María Elena Walsh en su disco “Como la primera vez”. Un ocurrente Negro Fontova hacía su música y seguramente el Flaco Spinetta trabajaba con las canciones de “Privé” que editaría al año siguiente, entre otros artistas.

Pero es Giros, tal vez, el disco que en la mitad de los ochenta pone proa al norte y se destaca desde lo musical y lo poético, con un puñado de canciones que tienen ese rasgo de lo perdurable, constituyéndose en una de las mayores referencias para contar la historia de la música argentina.

Los artistas a través del camino van en distintas direcciones, algunas como público nos satisfacen más, otras no nos conforman, algunos opinarán que Páez no mantuvo el rumbo que trazó con aquella flecha que disparó alguna vez; otros, que fue articulando trayectorias con la aparición de otros públicos, realidades distintas y circunstancias personales que le fueron dando un giro a su poesía y a su música.

Con el paso del tiempo, el prisma con el que miramos el camino de la vida nos va devolviendo cada vez más colores, distintos matices; algunas cosas, al recordarlas, se nos presentan un tanto desdibujadas; otras que hemos valorado en su momento, quedan relativizadas luego desde una mirada personal influida por estados de ánimo determinados y circunstancias político-sociales condicionantes. Lo cierto es que al escuchar cada canción de aquel Giros recuperamos el mapa de los sueños y ambiciones, sueños individuales y colectivos. Es como oler una gota de un perfume muy condensado que no perdió su aroma. Hay un lenguaje universal más allá del tiempo y del espacio que sigue vigente.

Nos queda nada más que agradecerle a aquel “…pibe de barrio, buen tropero en la partida” por eso y por tantas otras cosas más con las que alimentó nuestros corazones.

Cantamos con él aquella canción que el paso del tiempo no sepultó: “No creas que perdió sentido todo, no dificultes la llegada del amor, no hables de más, escucha al corazón, ése es el cable a tierra”.

*Por Mario Díaz para Redacción 351

Palabras claves: Fito Páez, Giros, Música, Rock

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