Las leonas de Pepsico
Del total de despedidos de Pepsico, 200 son mujeres. Catalina, Erika y Ana Clara cuentan cómo los sueldos de las mujeres no son un extra: son ingresos que sostienen familias enteras.
Por María Florencia Alcaraz para La Izquierda Diario
A Catalina Balaguer es la segunda vez que la echan de PepsiCo Snacks, la fábrica de Vicente López a la que entró a trabajar hace dos décadas, cuando tenía 27 años. El primer despido, en 2002, había sido por reclamar por las condiciones de trabajo de sus compañeras. Las operarias llevaban las consecuencias de un ritmo de producción desmesurado en el cuerpo: tendinitis, doble hernia de disco, problemas con las cervicales, intensos dolores de cintura. Todas lesiones por esfuerzo repetitivo. Pero también vivían con las marcas invisibles del maltrato: la discriminación, la falta de guarderías y licencias para embarazadas. Catalina recuperó su puesto de trabajo después de batallar en el plano judicial y sentar jurisprudencia contra la persecución gremial en Argentina. Ahora, 15 años después, otra vez está pidiendo que la reincorporen y reabran la fábrica: el feriado del 20 de junio llegó a trabajar y se encontró con un cartel pegado en la puerta de la planta que anunciaba que 600 familias quedarían en la calle.
“La historia mía es la de muchas. Tengo dos hijas que ya me hicieron abuela y yo las ayudo. Soy el sostén del hogar. Cuando me separé tuve que empezar de cero: desde comprar un colchón hasta un plato. Durante tres años tuve que trabajar en turnos de 16 horas para lograr quedar efectiva. No tenía feriados, ni 1 de enero, 25 de diciembre, ni día de la madre”, dice Catalina en la puerta de ATE Capital donde los y las delegados de Pepsico se reunieron junto con gremios, referentes políticos y de derechos humanos de cara a la movilización del próximo martes.
A 20 kilómetros de ahí otro grupo de compañeros mantiene un acampe en la puerta de la fábrica. Y a 300 kilómetros, en Rosario, otro grupo llegó hasta el lugar donde el jugador de fútbol Lionel de Messi celebraba su boda y se coló en la cobertura mediática con carteles: “PepsiCo, no a los 600 despidos”, “PepsiCo, 600 familias en la calle” y “Familias en la calle nunca más”. “Las 8 horas de trabajo la estamos usando para visibilizar el conflicto y volver a trabajar”, explica Catalina y sus rastas le acarician los hombros.
Del total de despedidos de Pepsico, 200 son mujeres. Como señala Catalina, sus historias son calcadas y demuestran que los sueldos de las mujeres no son un extra: son ingresos que sostienen familias enteras, el plato de comida todos los días, impuestos, alquileres, útiles escolares, ropa y gastos para el tiempo de ocio y disfrute. En cuatro de cada diez hogares la jefa es una mujer, según la Encuesta Permanente de Hogares del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC). Es decir, en el 41,5% de los hogares argentinos ellas paran las ollas.
Erika tiene 32 años y hasta hace dos semanas empacaba todos los días snacks Twistos. Entró a la fábrica hace 5 años y medio cuando su pareja falleció en un accidente automovilístico. Ella tiene a su cargo un bebé de un año y tres meses, un nene de 10 años y una nena de 14. “Soy el único sustento de mi casa. No quiero ni la indemnización del 200 por ciento que ofrece la empresa, ni un subsidio. Quiero trabajar por el futuro de mis hijos. Y con este gobierno no tengo futuro ni para poner un negocio o conseguir otro empleo. Quiero recuperar mi trabajo”, señala con su hijo en brazos. Erika sabe que quedarse en la calle significa enfrentarse a una tasa de desempleo de dos dígitos. En el primer trimestre la desocupación promedio fue de 9,2 por ciento. Pero para las mujeres esa tasa ascendió al 10,2 por ciento mientras que para los varones fue del 8,5 por ciento.
Ana Clara Sarabia tiene 38 años y hace doce que trabaja en la empresa. Empezó como operaria pero, como a muchas, el movimiento repetitivo le dejó una hernia de disco lumbar y cervical. En los últimos tres años pasó a hacer el control de calidad de los paquetes. Tiempo atrás la hubieran echado, como hacían con aquellas que se enfermaban o manifestaban problemas de salud. Las trabajadoras históricas y organizadas lograron que las reubicaran en otros puestos de trabajo y no la descartaran como si no fueran personas.
Tuvieron que seguir batallando porque a las que no podían empacar las mandaban a una jaula a limpiar promociones sentadas en el piso. “Siempre fueron muy discriminatorios con nosotras”, explica ella. Ana Clara y muchas otras trabajadoras con antigüedad se asumen como sobrevivientes de la fábrica. “Nosotras estamos arruinadas. Lo que ellos llaman industria, nosotras lo llamamos supervivencia”, dice.
La lucha es una constante en la historia de Pepsico y más para las mujeres. “Estamos acostumbradas. Siempre tuvimos que pelear todo solas. Los únicos que ascendían eran varones. Nosotras nos podíamos quedar en la misma categoría ganando lo mismo por años. Por eso hoy estoy en acá en solidaridad con mis compañeras”, recuerda Ana Clara. Ahora, tras el anuncio de los despidos, rotan en tres turnos para no dejar sola la fábrica y las máquinas. Esta resistencia se fue forjando entre volantes clandestinos donde hablaban de sus derechos, reuniones, asambleas y solidaridad entre compañeros y compañeras.
“No sabíamos ni siquiera que teníamos ART. Y si estábamos descompuestas e íbamos al departamento médico, éramos tratadas como mentirosas, acusadas de vagas, de no querer trabajar, y entonces nos medicaban con cualquier cosa y otra vez a la línea de empaque”, contaron en una carta que hicieron pública la semana pasada.
Cuando una compañera quedaba embarazada iba a trabajar fajada por miedo a que la echen, las que eran madres no tenías guarderías, los descansos eran reducidos para todas: solo podían parar de trabajar media hora. Con organización, fueron conquistando derechos: licencias para embarazadas, el pago de guarderías y descansos más justos.
“Nos dicen que es una fábrica muy politizada. Si es politizado luchar por una guardería, por un descanso digno, por derechos, entonces tienen razón”, dice Catalina y le da una pitada al cigarrillo. Ella, como varias de sus compañeras, tiene su remera negra y magenta que las identifica: “Ni Una Menos. Trabajadoras de Pepsico”. Cada 3 de junio salieron a las calles para pedir un freno a la violencia machista y el 8 de marzo se adhirieron al Paro Internacional de las Mujeres que se empujó con fuerza de Argentina y otros 50 países del mundo. El avance de los feminismos en los últimos años también dinamizó al interior de sus espacios.
“Pusimos en pie a las mujeres. Hablamos de los problemas que tenemos en la fábrica pero también de lo cotidiano. La violencia machista no es solo doméstica: está en todas las instituciones que nos atacan ”, explica Catalina. La solidaridad entre ellas forma parte de su rutina y va más allá de las paredes de la planta. Se organizan para no viajar solas hasta su lugar de trabajo. Erika, por ejemplo, se toma el tren de Florida hasta volver a Grand Bourg siempre con otras. Frente al acoso callejero y la violencia sexual, ellas también responden con organización como lo hacen al interior de la empresa cuando se enfrentan al maltrato, la desigualdad y la discriminación.
Cerca de Pepsico, está ubicada la empresa recuperada donde se grabó La Leona, la tira que protagonizó Nancy Dupláa y que puso en el horario central de la televisión argentina el cotidiano de una fábrica con una obrera como protagonista. Las trabajadoras de Pepsico la miraban cada noche que no les tocaba trabajar. Ahora que las despidieron, no van a dar un paso atrás. Se saben leonas de la vida real: van a defender sus puestos de trabajo con tenacidad para seguir parando las ollas.
*Por María Florencia Alcaraz para La Izquierda Diario