Sangre, sudor y Mestre
Por Gonzalo Assusa para Salida al Mar
Los comentadores de redes (trolls o no trolls, esa es la cuestión) no quieren salida pacífica. No necesitan que se resuelva la cuestión del transporte. No les urge destrabar. No quieren que ganen. Ni siquiera quieren que empaten.
La noche del lunes se montó una escena mediática que no comunicó, sino que intervino y logró torcer política y culturalmente el conflicto de las trabajadoras y los trabajadores de transporte urbano de pasajeros. El acuerdo logrado por los delegados en el Ministerio de Trabajo fue luego desmantelado por municipalidad y patronal (sic!) y los pasos hacia atrás dieron aviso de que este proceso no terminaría sin escarmientos ejemplares.
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¿Qué verdad progresista se puede decir que no sea ya, de plano y previamente, sabida, defendida o rechazada y repudiada? ¿Qué decir sobre la virulenta indignación contra el salario alto y el trabajador y la trabajadora con poder mientras se tolera la ganancia extraordinaria del empresario, forjada bajo favores y favoritismos? ¿Qué decir sobre la preocupación por los recursos estatales que van a salarios o políticas sociales pero que no exige transparencia cuando los fondos se destinan a subsidios empresariales para sostener la rentabilidad? ¿Qué decir de la molestia por la fuerza gremial y la gente en la calle junto a la tolerancia a los arreglos tras bambalinas, las decisiones en escritorios y pasillos a oscuras y los funcionarios públicos que salen a dar declaraciones con traje de gerentes? ¿Qué decir de la viralización de las cumbias mal bailadas por cuerpos agarrotados de rancia aristocracia junto a la indignación de los pasos agachados, el ritmo popular y la resistencia con movimiento? ¿Qué decir sobre la ruptura del corporativismo y la necesidad de construcciones políticas amplias junto a lo fácil que es decirlo y pedirlo y lo difícil que es hacerlo? ¿Qué decir de la ley, de los convenios colectivos, de las paritarias y las representaciones gremiales democráticas y legítimas? Seguramente todo el mundo lo sabe.
Lo que da pena es que la cobardía en el poder se envalentonó recién ahí cuando corroboró que la opinión pública pedía sangre. Y del miedo al asco, y del asco al auto-odio de clase hay un tweet de distancia. Olieron sangre y, como tiburones, actuaron en consecuencia. Así funcionan los climas de época. No hubo 12 años de progresismo popular y obrerismo. Lo que vivimos fueron las necesarias barreras de contención y la sana represión del violento revanchismo de clase.
No nos vamos a cansar de comprenderlo con dolor en la piel: esto es lo que sucede cuando ceden los paredones del dique y la putrefacción que contenían inunda las calles de la ciudad hasta ahogarnos en un mar de mierda. Y cualquier parecido entre el océano de caca y las calles de la ciudad en la gestión del gobierno municipal es pura causalidad. A eso hemos llegado. A extrañar, no la gloria, no la revolución, sino las sanas y necesarias barreras que reprimían este elitismo desbocado que nunca dejó de habitar estas tierras.
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Y Mestre jugando a Eliot Ness con sus socios.
Cuentan que el lunes de Pascua de 1282 en Palermo, Sicilia, un soldado de la ocupación francesa violó a una joven siciliana el día de su boda. En venganza, una banda de sicilianos asesinó brutalmente a una patrulla francesa, y como por efecto dominó, los soldados y civiles de las fuerzas de ocupación fueron acribillados por miles en cada pueblo de la isla, en una ola de xenofobia e indignación. La madre de la joven, angustiada, corría por las calles gritando ma fia, ma fia, mi hija, mi hija. Los historiadores locales –sostiene Gay Talese- encuentran en esa rebelión el comienzo (y el nombre) de la Mafia.
Todos estos días, con más policías que civiles en la calle, y con gendarmes que subidos al colectivo daban instructivos sobre cómo viajar en autobús, hasta en los más intelectuales de los círculos se escuchaba esa frase casi culposa de “pero son una mafia…” refiriéndose a los sindicatos con poder. Quizás haya que abandonar esas discusiones. Quizá debamos dejar de negar. A ver si así recordamos que, en Sicilia, los justicieros no eran los franceses, invasores, ultrajadores, fuerza de ocupación. Que las víctimas en este orden son los trabajadores y las trabajadoras del transporte. Pero los heridos somos todos los que vivimos del trabajo.
*Por Gonzalo Assusa para Salida al Mar / Fotos: Colectivo Manifiesto