«Para el pobre la oportunidad siempre es mañana, y ese mañana nunca llega»
Gastón Brossio estuvo preso 15 años y ahora forma parte de la corriente PVC, Poetas Villeros Contemporáneos. Aquí, su historia.
Por Juan Diego Britos para Tiempo Argentino
Gastón Brossio estuvo detenido más de 15 años y ahora trabaja en la facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Acaba de publicar 79, el ladrón que escribe poesías, el primero de los cinco libros que escribió en prisión. En los 90, fue discípulo de la violencia que diezmó al barrio Ejército de los Andes de Ciudadela Norte. Ahora, está a siete materias de recibirse en letras y a cuatro de recibir el diploma de contador público.
Las gotas filtran a través de las rajaduras del techo del patio de la facultad de Filosofía y Letras y mojan el banco de cemento. Gastón Brossio aparece bajo la lluvia y saluda a un estudiante. Lleva puesta la remera de River, gorra visera hacia atrás y bermudas de jeans.
Aguantame cinco minutos que ya vengo.
Miente: la demora se prolonga varios minutos hasta que por fin estrecha la mano e invita a cruzar al local de comida árabe frente a la sede universitaria ubicada sobre la calle Puan al 400. Gastón tiene 35 años y una historia por contar. Medio paladar volado de un escopetazo y una lucha interna que lo desnuda. Formó parte de la camada de jóvenes que hizo historia en los 90 en el barrio Ejército de los Andes de Ciudadela Norte. Integró la Banda de Rosendo, célebre porque dos de sus integrantes fueron los primeros menores en ser condenados a prisión perpetua.
Luego de pasar más de 15 años en prisión por un homicidio en ocasión de robo, recuperó la libertad ambulatoria en septiembre del año pasado. Ahora integra la corriente PVC -Poetas (sic) Villeros Contemporáneos), publicó 79, el ladrón que escribe poesías, uno de sus cinco libros, y trabaja en el área de digitalización de la biblioteca de la facultad, donde corrige textos para personas no videntes. Además está a siete materias de terminar Letras y a sólo cuatro de recibirse de contador.
-¿Dónde naciste?
-Nací en 1981 y me crié en los monoblocks. Mi viejo nos abandonó cuanto tenía siete años y mi mamá era esquizofrénica.
-¿Cómo recordás tu infancia?
-Mi abuela cobraba la jubilación mínima. Pedía en almacenes recortes de fiambre; en la panadería, facturas viejas; en la carnicería, alitas y menudos. Robaba en los supermercados y me drogaba con pegamento. Probé en segundo grado. Con un compañero robábamos pegamento y nos tirábamos en la General Paz con la bolsita. También me fugaba de casa.
-¿A qué edad caíste por primera vez?
A los 10 años caí por robo. En una semana, caí tres veces en la comisaría 45 y me llevaron al instituto San Martin pero sólo estuve un día. Ahí reapareció mi papá y me fui a vivir con él a Las Antenas en Lomas del Mirador. De la paliza que me dio, me hice pis encima.
A Gastón le dicen Waikiki porque así sonaba su llanto de pequeño. Fue su madre quien lo bautizó y ahora todo el mundo lo conoce de esa manera. Al principio, la convivencia con su padre fue óptima hasta que volvió a los monoblocks.
“Cada vez que iba al Fuerte, cambiaba el ritmo. Ahí los fines de semana eran de cumbia, alcohol. Los vecinos se preparaban para ir a bailar a Río Tropical, frente a la comisaria”, cuenta.
-¿Cuánto tiempo pasó de robar pegamento y juguetes a robar con armas de fuego?
-A los 12 robé por primera vez con armas. Fuimos con El Peladito un pibe que mataron en un banco de Pacheco. Robamos una carnicería por Lomas del Mirador.
-¿Cuál era tu formación?
-La política que nos enseñaron los más grandes era que no nos dejemos arrebatar el fierro. Ni que se acerquen ni que te arrebaten el fierro. Nosotros éramos conocidos como La Banda de Rosendo; Maderita y Lucas Mendoza, dos amigos, fueron los primeros menores condenados a prisión perpetua en nuestro país.
-¿Tanta violencia acumulada les explotó en las manos?
-Nosotros sabíamos que si caíamos, íbamos a quedar con banda de años. Por eso nos tiroteábamos con la Policía. Muchos de mis compañeros se suicidaron por eso. Cuando ya tenés un par de hechos, mataste o te tiroteaste, perdés el miedo. Pasa a ser algo normal. Te volvés una persona fría. La vida te formatea así.
-¿Cómo estás formateado ahora?
-Sigo formateado de ese modo aunque lo rechazo. Hoy quiero ser profesor, tener una vida normal y siento muchas peleas internas. Ando con la SUBE, sin poder llevar a mis hijos al cine, ni comprar la ropa de moda pero entendí que ser pobre no es mala palabra, que no limita la vida.
-¿Qué balance hacés de tu vida?
La contaminación visual llena de violencia nos crió de esa manera. Al adolescente le hierve la sangre y nosotros teníamos expectativa de vivir hasta los 20 años. Crecimos pensando que íbamos a morir antes de los 20, y la mayoría murió antes de los 20. Cuando me dieron los tiros en la boca, tenía 17 años.-¿Cuál era el límite?
-La delincuencia no tiene límites. Viene un compañero y te dice de ir a robar. Tenés plata y le decís que no; que si necesita plata, le das. Pero él no quiere tu plata. Quiere ir a robar y a tu compañero no lo podés dejar solo. Vas por los códigos. Mi familia fueron mis amigos.
-Mucho se habló de él, ¿quién era Rosendo Barroso?
-Rosendo era líder por sus cualidades. No teníamos jefe pero era muy frío a la hora de activar. Y no era el mayor del grupo. Su familia era laburante, él era boliviano. Lo matan sobre colectora de la General Paz. Siempre me decía: “No importa que los demás fallen, vos no tenés que fallar”. Los pibes iban a bailar a Meteoro en Liniers y a mí no me dejaban entrar porque era muy chiquito y Rosendo me tranquilizaba.
-¿Qué sentiste cuando fuiste condenado a prisión perpetua a los 20 años?
-Estaba solo en la sala y mi papá esperaba afuera. Cuando todo terminó, él entró. Quise ser fuerte. Me abrazó y me preguntó qué había pasado. Le dije que no lo iba a ver más en mi vida y me puse a llorar. Después fui a un nuevo juicio y me dieron 23 años.
-¿Cómo encontraste la puerta a la calle?
-Estudiando. Caí en 2002 y en 2003 arranqué a estudiar. Esa etapa fue una mierda, muy dolorosa, porque me separé de la madre de mi nena.
-¿Cómo reciclaste la historia de destrucción para renacer en tu yo literario?
-Me declaro un poeta maldito. Escribo con sangre, se nota en mi literatura. Mi yo literario es antihumano. Y en la vida real soy todo lo contrario. Controlo mi maldad. Controlo “mi” delincuencia. Es mi parte vedada, lo que intento callar. Camino y miro lugares vulnerables. Miro policías de civil. No hay manera de quitarme esto. No hay manera que entre a un lugar y no mire la vuelta para robar. Y cuando entro a un banco, es inevitable. Pero lucho todos los días.-En la actualidad se debate la baja en la edad de imputabilidad de los jóvenes que cometen delitos violentos. ¿Cuál es tu opinión respecto?
-El pibe de ahora busca fama, el de ayer buscaba plata. Ahora roban para ir a bailar, tomarse un champagne y sacarse la foto para facebook. La delincuencia cambió. Los pibes que andan haciendo cosas grandes, son pibes grandes. Hay cada vez menos delincuentes. Duran poco. Salen y quieren volver a tener todo. También tengo ese problema, el del todo ya.
-¿Creés que la cárcel resuelve la cuestión?
-La violencia genera más violencia y las cárceles son cada vez más violentas. Cuando era chico, jugaba al ajedrez y representaba a la escuela. Gané muchos trofeos y diplomas. Gané una beca en el Círculo Torre y Blanca pero tuve que dejar de ir porque no tenía plata para viajar. Necesitaba una computadora para practicar y mi papá siempre me decía: “Mañana hijo”. Para el pobre, la oportunidad siempre es mañana. Y ese mañana nunca llega. ¿Qué quiero decir con esto? Que se necesitan más oportunidades. Como Rosendo, que era un adelantado a la época. Me llevaba en moto a la escuela y me decía: “Tenés que estudiar porque en el futuro va a haber cámaras por todos lados y no vamos a poder robar más”. Era un gran talento. Lamentablemente, otro talento volcado a la delincuencia.
Por Juan Diego Britos para Tiempo Argentino