Cosquín, un festival con nuevas generaciones

Cosquín, un festival con nuevas generaciones
3 febrero, 2017 por Gilda

El domingo terminó la edición 57 del encuentro musical más importante del folklore. Saldo positivo para el público y para los artistas. Un balance y el relato de los momentos claves por Sergio Sánchez para Tiempo Argentino.

Por Sergio Sánchez para Tiempo Argentino

Nada de lo que pasa en Cosquín pasa desapercibido. Al menos, lo que tiene que ver con lo artístico y sus implicancias. Más allá de sus altos y bajos a lo largo de la historia, el Festival de Cosquín es el más importante del país y uno de los más trascendentales de Latinoamérica. El escenario Atahualpa Yupanqui, como su nombre lo indica, es un espacio con memoria. Por allí han pasado nombres como Jorge Cafrune, Mercedes Sosa, José Larralde, Eduardo Falú y, entre tantos otros, Horacio Guarany, recientemente fallecido. Entonces, todo lo que sucede aquí cobra especial relevancia, toma una magnitud a veces impensada.

En Cosquín –en sus calles, su río, sus peñas, sus casas y campings– todo se potencia: la música, la poesía, lo humano, los sentimientos, las contradicciones, los vínculos, los egos pero también el espíritu solidario. Cosquín es desafiante, intenso, movilizante, cambiante; es una aventura y nadie sale ileso. Es decir, Cosquín te modifica, necesariamente. Es una caja de resonancia, un imán: todos quieren estar. Pero, si bien el foco central está puesto en lo que sucede en la plaza Próspero Molina, lo cierto es que el festival también es una excusa (o el disparador) para que se active en toda la ciudad una sobredosis de actividades culturales, que van desde encuentros de poetas, toques callejeros hasta muestras, ferias de artesanías, charlas, marchas (como Caminata la de la Tierra, el Agua y la Vida) y las ya clásicas peñas. Todo esto, en términos generales.

Pero la que hace unos días terminó es la 57 edición del festival. Una edición que deja mucha tela para cortar con un saldo más que positivo. Algo se está moviendo en Cosquín en los últimos años y parece ir hacia una dirección reconfortante. Recambio. Tal vez sea esa la palabra clave.  Se está produciendo un recambio generacional sobre el Atahualpa Yupanqui.  Intencional, buscado, necesario y que hasta cae de maduro. Un cambio que se da, al menos, por dos factores preponderantes: una generación de músicos con empuje y cosas para decir y una Comisión con ganas de escuchar y atender a nuevas propuestas. No es fácil, no hay lugar para todos, hay pasos en falsos y aciertos, sigue habiendo regiones o estilos que no están del todo representados en el escenario (como la música patagónica o la cuyana), pero hay mucha predisposición y eso es más que válido.

«En 2015, no venía nadie a la Plaza, fue muy triste», desliza uno de los encargados de programación, miembro de la Comisión organizadora. En esta edición, salvo en alguna fecha floja, la plaza tuvo un 80 por ciento de su capacidad cada día. En las últimas dos ediciones, primó un criterio de programación que apuntó a subir el nivel artístico, acortar las grillas de programación –en 2014, por ejemplo, cada luna era maratónica–, poner por delante el concepto antes que los nombres y darle lugar a nuevos cantores, grupos e intérpretes que le esquivan al aplauso fácil. Este año, además, no hubo grandes polémicas; salvo un comentario desafortunado de Dino Saluzzi, que tal vez no estuvo en sintonía con el clima general.

 

Algunas postales de la edición 57

El registro periodístico tiene sus limitaciones, claro. Por eso a veces es «necesario» seleccionar. A continuación, un detalle de algunos de los momentos sobresalientes de esta edición: Inti Illimani, el grupo chileno que tiene 50 años de trayectoria en la música popular, tocó por primera vez en Cosquín. Fue uno los conciertos más esperados en esta edición. Su actuación se vio empañada por las deficiencias en el sonido, que mejoraron casi al final del concierto. Los chilenos apelaron a la memoria emotiva y evocaron a Violeta Parra, quien en octubre cumpliría 100 años. Sonaron clásicos como El aparecido y Señora chichera.

Los Carabajal eligieron el festival para celebrar 50 años con la música. Musha Carabajal y sus compañeros se consagraron como los dueños de la chacarera y desempolvaron repertorio irresistible –sobre todo para los bailarines–: Soy santiagueño, soy chacarera, Desde el puente carretero, Como pájaros en el aire, Solo pa’ bailarla, Dejame que me vaya, Chacarera del patio (con Orellana Lucca), Mi abuela bailó la zamba (con Sergio Galleguillo) y Chacarera del violín (con Néstor Garnica), entre otros.

Otro artista que estuvo de festejos, en la novena luna, fue Víctor Heredia, quien celebró los 50 años de su consagración en Cosquín. El momento clave de la noche fue el cruce en el escenario con León Gieco.

Una de las sorpresas del festival fue la presentación de la cantora bonaerense Luciana Jury, que despertó el entusiasmo de la Plaza y se lució con un repertorio novedoso (Quisiera que salga un tigre o Gatito ‘e las penas, de Raúl Carnota) y sin estridencias.

Durante la misma noche, en la primera luna, los herederos del Chango Farías Gómez, Los Amigos del Chango, le aportaron a la Plaza un enfoque distinto a la música de raíz. A partir de arreglos orquestales, jazzistícos y de cámara, los músicos reinventan clásicos como La olvidada (Yupanqui) y Entre a mi pago sin golpear (Carlos Carabajal).

La actuación del Chango Spasiuk fue otro de los momento memorables de esta edición. El músico misionero elevó a todos con su particular modo de actualizar el chamamé y ritmos como la polka. Acompañado por una banda notable -con el cantor Diego Arolfo a la cabeza-, Spasiuk propuso un viaje por el Litoral y el mundo, e interpretó Tarefero de mis pagos, Viejo caballo alazán, La ponzoña, En el yerbal, entre otras. Y también se permitió abrir el juego con las palabras.  «Estos escenarios son espacios de construcción, no de entretenimiento. Acá la diversidad es un tesoro y por eso venimos a nutrirnos. El único muro que hay que construir es a la ignorancia» , dijo, mirando al norte.

Un repaso por todas las noches arrojará otras postales para el recuerdo: el coplero Carlos Morello cantando La bastonera en el concierto de un Bruno Arias emocionadísimo o la orquesta riojana de niños y niñas Enrique Angelelli interpretando junto Ramiro González Estoy donde debo estar. También Abi González quien junto a Hernán Crespo hicieron el espectáculo Puertos.

Raly Barrionuevo enfrentando al desmonte con sus canciones en la primera noche; el poeta Maxi Ibañez recordando a Horacio Guarany y apelando al silencio en el recital de Los Copla; la fuerza musical de los santiagueños de Orellana-Lucca revalidando su título de consagración 2016, Néstor Garnica incendiando su violín, La Callejera recibiendo el poncho coscoíno, el correntino Mario Bofill cantando sus historias pueblerinas, Silvia Zerbini y Juan Saavedra bailando en el set de Emiliano Zerbini, Los Manseros Santiagueños recordando con un video a Fatiga y la juntada Tucumanos (Lucho Hoyos, Claudio Sosa, Topo Encinar y Juan Quintero) sumando nuevas canciones y modos de entender la raíz folklórica –aunque, tal vez, a la propuesta le faltó desarrollo y se hubieran lucido mejor por separado –.

El homenaje al Cuchi Leguizamón, coordinado por Popi Spatocco, fue un momento interesante pero no cumplió con las expectativas. Participaron Liliana Herrero, Franco Luciani, Melania Pérez, Dúo Coplanacu, Chacho Echenique, Bruja Salguero, Lorena Astudillo, Bruno Arias y Moro y Luis Leguizamón. «Al Cuchi le parecería un absoluto escándalo la detención ilegal de Milagro Sala«, dijo en conferencia de prensa Herrero y varios de los músicos se pronucnciaron en contra de la represión al pueblo mapuche, como Luis Leguizamón y Melania Pérez.

La excitación, la euforia y las palmas tuvieron sus picos altos en los recitales de Soledad, Los Tekis, Chaqueño Palavecino, Luciano Pereyra y Los Nocheros. En cuanto a los premios, el Camin a la trayectoria fue para Rubén Patagonia, las revelaciones fueron Che Chelos y la compañía de danza Pucará, y la consagración se la llevó la Bruja Salguero, cuya actuación fue buena pero no mejor que en otras ocasiones. El nombre de José Luis Aguirre era una opción fuerte para la consagración –de hecho, tuvo varios votos dentro de la Comisión– pero el jurado se inclinó por la cantora riojana, quien en varias ediciones estuvo a centímetros de llevarse esa distinción. Además, hubo una mención especial para Luciana Jury.

El recambio esperado

«Llevar la peña al escenario», dijo un periodista cordobés. Y eso es un poco lo que está pasando en las últimas dos ediciones del festival. Una camada de músicos, compositores e intérpretes que transitan el under folklórico –patios, peñas, encuentros, casas culturales– y autogestionan sus proyectos están consiguiendo un merecido espacio en el escenario principal.

La coscoína Paola Bernal, impulsora de la peña El Sol del Sur, fue una de las que dijo presente en la Próspero Molina. Con una súper banda integrada por Martín Mamonde de La Cruza en guitarra, la cantora Mery Murúa en coros y voz, Rufo Cruz en acordeón y Lucía Rivarola en voces rapeadas, Bernal mostró su propuesta moderna y vibrante, y también le dijo no a la modificación de la Ley de Bosques.

La noche de apertura su pico máximo con la actuación de José Luis Aguirre, otro cordobés que viene pisando fuerte y de a poco se va convirtiendo en faro para cantores màs jóvenes. Oriundo de Traslasierra, Aguirre presentó en la Plaza su nuevo disco de composiciones propias, Amuchado, y enmudeció al público cuando recitó su poesía Poema de las estrellas, escrita tres días antes de la presentación. Un compañero de camino, el poeta y cantautor riojano Ramiro González, también tuvo una gran actuación y demostró que se puede conmover al público festivales con nuevas canciones. De hecho, González presentó tres inéditas: El ojo de la tormenta, Es chango de allá y Chaskañawicita. También desde La Rioja, Mariano Luque se mostró sólido y entregó las canciones de Cosecha, disco eléctrico y contundente, pero atento a la raíz de su lugar.

Desde Jujuy, el charanguista y compositor Pachi Herrera (ex Inti Huayra) tuvo un muy buen debut como solista en el escenario Atahualpa Yupanqui. El jujeño invitó a un hermoso ballet andino y cerró su concierto con su pequeño hit: Pachamama. En esta sintonía, los cantautores bonaerenses Seba Cayre y Javi Caminos y el barilochense Fran Lanfré unieron sus canciones y energías en el espectáculo Tierra de canciones. «Que estemos acá es un mensaje de esperanza para otros músicos independientes», dijo Lanfré. En tanto, el dúo Che Joven fue otra bocanada de aire fresco para el festival. Marino y Pablo Coliqueo también se animaron a mostrar canciones nuevas y compartieron el escenario con muchos amigos (Josho González, Murúa, Rubén Patagonia, Ariel Arroyo, Milena Salamanca, entre otros). El firme contenido político de las letras y el cruce con el rock pesado hacen que Che Joven se distinga del resto. Juan Iñaki, Pennisi, Emiliano Zerbini y Milena Salamanca también forman parte del recambio.

Lo que no se ve por televisión

Como ya se dijo,  Cosquín excede lo que sucede en la Plaza Próspero Molina. A los alrededores, una infinidad de propuestas retroalimentan la mística del festival.  Un lugar infaltable es el Patio de la Piri, un espacio que tiene dos momentos: una original programación con conciertos a la tarde, con mesitas y cierta intimidad. Y a la mañana, el lugar en el que confluyen todos los que quieren tomar un sorbo más y ya no queda ningún bar ni peña abierta.

La escena de este año en lo de la Piri: Juan Quintero con guitarra desnuda cantando Grito santiagueño en el medio del patio frente a las miradas conmovidas de cientos de personas que hacían un esfuerzo sobrehumano para encontrar un lugarcito. ¿El marco? El recuerdo a Raúl Carnota organizado por su hija, Guadalupe.

Entre las peñas más concurridas y recomendadas, se encuentran La Salamanca (un lugar gestionado por el músico Luis Salamanca, ideal para cenar y bailar), la Fiesta del Violinero (encabezado por Néstor Garnica, esta peña familiar es el refugio de la música santiagueña) y El Sol del Sur (ideado por Paola Bernal, es la peña alternativa, la que eligen los más jóvenes y los que andan a la búsqueda de sonidos nuevos y no tan tradicionales).

Por Sergio Sánchez para Tiempo Argentino

Palabras claves: Cosquín, Folklore, Peña

Compartir: